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Irapuato
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St. Joseph Benedict/S. José Benito Cottolengo 30.04 by irapuato 30.04.2012 St. Joseph Cottolengo eng./esp.More
St. Joseph Benedict/S. José Benito Cottolengo 30.04

by irapuato 30.04.2012 St. Joseph Cottolengo eng./esp.
Irapuato
SAN JOSÉ BENITO COTTOLENGO
Presbítero
(1786-1842)
Pío IX la llamaba «la Casa del Milagro». El canónigo Cottolengo, cuando las autoridades le ordenaron cerrar la primera casa, ya repleta de enfermos, como medida de precaución al estallar la epidemia de cólera en 1831, cargó sus pocas cosas en un burro, y en compañía de dos Hermanas salió de la ciudad de Turín, hacia un lugar llamado Valdocco. …More
SAN JOSÉ BENITO COTTOLENGO
Presbítero
(1786-1842)
Pío IX la llamaba «la Casa del Milagro». El canónigo Cottolengo, cuando las autoridades le ordenaron cerrar la primera casa, ya repleta de enfermos, como medida de precaución al estallar la epidemia de cólera en 1831, cargó sus pocas cosas en un burro, y en compañía de dos Hermanas salió de la ciudad de Turín, hacia un lugar llamado Valdocco. En la puerta de una vieja casona leyó: «Taberna del Brentatore». La volteó y escribió: «Pequeña Casa de la Divina Providencia». Pocos días antes le había dicho al canónigo Valletti con sencillez campesina: «Señor Rector, siempre he oído decir que para que los repollos produzcan más y mejor tienen que ser transplantados. La «Divina Providencia» será, pues, transplantada y se convertirá en un gran repollo...».
José Cottolengo nació en Bra, un pueblo al norte de Italia. Fue el mayor de doce hermanos, y estudió con mucho provecho hasta conseguir el diploma de teología en Turín. Después fue coadjutor en Corneliano de Alba, en donde celebraba la Misa de las tres de la mañana para que los campesinos pudieran asistir antes de ir a trabajar. Les decía: «La cosecha será mejor con la bendición de Dios». Luego fue nombrado canónigo en Turín. Aquí tuvo que asistir, impotente, a la muerte de una mujer, rodeada de sus hijos que lloraban, y a la que se le habían negado los auxilios más urgentes, porque era sumamente pobre. Entonces José Cottolengo vendió todo lo que tenía, hasta su manto, alquiló un par de piezas y comenzó así su obra bienhechora, ofreciendo albergue gratuito a una anciana paralítica.
A la mujer que le confesaba que no tenía ni un centavo para pagar el mercado, le dijo: «No importa, todo lo pagará la Divina Providencia». Después del traslado a Valdocco, la Pequeña Casa se amplió enormemente y tomó forma ese prodigio diario de la ciudad del amor y de la caridad que hoy el mundo conoce y admira con el nombre de «Cottolengo». Dentro de esos muros, construidos por la fe, está la serena laboriosidad de una república modelo, que le habría gustado al mismo Platón.
La palabra «minusválido» aquí no tiene sentido. Todos son «buenos hijos» y para todos hay un trabajo adecuado que ocupa la jornada y hace más sabroso el pan cotidiano. Les decía a las Hermanas: «Su caridad debe expresarse con tanta gracia que conquiste los corazones. Sean como un buen plato que se sirve a la mesa, ante el cual uno se alegra». Pero su buena salud no resistió por mucho tiempo al duro trabajo. «El asno no quiere caminar» comentaba bonachonamente. En el lecho de muerte invitó por última vez a sus hijos a dar gracias con él a la Providencia. Sus últimas palabras fueron: «In domum Domini ibimus» (Vamos a la casa del Señor). Era el 30 de Abril de 1842.

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SAINT JOSEPH BENEDICT COTTOLENGO
Founder
(1786-1842)
Saint Joseph Benedict Cottolengo was born in 1786 at Bra in Piedmont, Italy. As a secular priest in Turin, he showed a special concern for the sick poor, receiving them into a small house. This “Little House of Divine Providence”, the Piccola Casa, as he called it, was the beginning of an entire city of more than 7,000 poor persons, orphans, …More
SAINT JOSEPH BENEDICT COTTOLENGO
Founder
(1786-1842)
Saint Joseph Benedict Cottolengo was born in 1786 at Bra in Piedmont, Italy. As a secular priest in Turin, he showed a special concern for the sick poor, receiving them into a small house. This “Little House of Divine Providence”, the Piccola Casa, as he called it, was the beginning of an entire city of more than 7,000 poor persons, orphans, sick and lame, retarded, penitents, served by several religious Orders. These were distinguished by their names and their religious habits, each group being dedicated to a specific work they were assigned to do. And of this Piccola Casa, as it is still called, one can say what Saint Gregory Nazienzen said in his funeral eulogy of his friend Saint Basil’s large hospital: “Go a little way outside the city and se, in this new city storehouses of piety, the common treasure of the owners, where a surplus of wealth has been laid up, where sickness is borne with patience, misfortune is considered happiness, and compassion is efficaciously practiced.”
For this ever more pressing work, the Saint founded fourteen religious communities which today are still very widespread, especially in Italy. Among them were some which were purely contemplative; the life of prayer its members led was destined to draw down upon the others the blessing of heaven, thus completing by a spiritual work of mercy the corporal works exercised there. These religious prayed in particular for those who have the greatest need of assistance, the dying and the deceased. The Saint trusted totally in the infinite kindness of God, and as one of his friends said, he had more confidence in God than did the entire city of Turin. When he was asked about the source of his revenues, he answered, “Providence sends me everything.”
Confidence in God did not, however, cause him to cross his arms and observe. He slept only a few hours, often on a chair or bench, and then returned to his daily labor, work and prayer. But Saint Joseph Benedict was exhausting his strength. In 1842, the doctors decided that he should go to visit his brother in Chieri. When he entered the carriage, one of the Sisters cried out in tears: “Father, you are sick; what will become of us?” “Be at peace,” he answered. “When I am in heaven, where one can do everything, I will help you more than now I do. I will hold to the cloak of the Mother of God and keep my eyes fixed on you. Do not forget what I, a poor old man, say to you today!” A few days later, on April 30, 1842, death came. The final word of this great Saint was that of the Psalm: “I rejoiced when it was said unto me, Let us go unto the House of the Lord!” Saint Joseph Benedict was canonized by Pope Pius XI, March 19, 1934.

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