Irapuato
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The Incarnation/Annunciation: The Mystical City of God, V. M.Ágreda. 25.03.11 María de Jesús, de Agreda, sor, 1602-1665; Mystical city of God : life of the Virgin Mother of God, manifested to sister …More
The Incarnation/Annunciation: The Mystical City of God, V. M.Ágreda.
25.03.11 María de Jesús, de Agreda, sor, 1602-1665;
Mystical city of God : life of the Virgin Mother of God, manifested to sister Mary of Jesus-THE INCARNATION
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The Incarnation/Annunciation: The Mystical City of God, V. M.Ágreda
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The Incarnation/Annunciation: The Mystical City of God, Venerable María de Ágreda.
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The Incarnation/Annunciation: The Mystical City of God, Venerable María de Ágreda.

The Incarnation/Annunciation: The Mystical City of God, Venerable Mary of Ágreda
poverello
Hello Irapuato,
We at Mystical City Media are just in the initial stages of pre--production of a trailer for a movie on the life of the Most Blessed Virgin Mary. The intent of the trailer is gain the funding necessary to complete the filming of the The Mystical City of God" movie. The link to the screen play is provided below.
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Hello Irapuato,

We at Mystical City Media are just in the initial stages of pre--production of a trailer for a movie on the life of the Most Blessed Virgin Mary. The intent of the trailer is gain the funding necessary to complete the filming of the The Mystical City of God" movie. The link to the screen play is provided below.

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MERCI Beaucoup, www.cine-art-loisir.com Notre Dame a ouvert les portes des Cieux pour nous...
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p.105:"...the holy archangel Gabriel...accompanied by innumerable angels...entered into the chamber, where most holy Mary was praying.
It was on a Thursday at six o'clock in the evening..."
p.111:"on the twenty-fifth of March...in the same hour, in which our first father Adam was made..."
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p.105:"...the holy archangel Gabriel...accompanied by innumerable angels...entered into the chamber, where most holy Mary was praying.
It was on a Thursday at six o'clock in the evening..."

p.111:"on the twenty-fifth of March...in the same hour, in which our first father Adam was made..."
Irapuato
"...her most pure heart, as if were by natural consequences, was contracted and compressed with such force, that it distilled three drops of her most pure blood, and these, finding their way to the natural place for the act of conception, were formed by the power of the divine and holy Spirit, into the body of Christ our Lord...."V. Sor María de Jesús de Ágreda
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Irapuato
En la Misión de Landa, Sierra Gorda, se encuentra la única escultura que yo conozco de esta santa, la V. María de Jesús de Ágreda, en la fachada de una iglesia:V. Ma. de Ágreda, Misión de Landa, Sierra Gorda, México.
Ver también: The Mystical City of God-Franciscan friar discusses.
Irapuato
Si desea acceder a la version completa del libro Ciudad Mistica de Dios ingrese a iteadjmj.com(al pie de la pagina, seccion DOCUMENTOS)
Sor María de Jesús de Ágreda nació el dos de abril de 1602 en Ágreda (Soria) y murió en el mismo lugar el 24 de mayo de 1665.
La Venerable (como es llamada en Soria) se llamaba en realidad María Coronel y Arana y era hija de una noble familia agredeña Francisco …More
Si desea acceder a la version completa del libro Ciudad Mistica de Dios ingrese a iteadjmj.com(al pie de la pagina, seccion DOCUMENTOS)

Sor María de Jesús de Ágreda nació el dos de abril de 1602 en Ágreda (Soria) y murió en el mismo lugar el 24 de mayo de 1665.

La Venerable (como es llamada en Soria) se llamaba en realidad María Coronel y Arana y era hija de una noble familia agredeña Francisco Coronel y Catalina Arana.

Pronto alcanzó notoriedad por su santidad, su inteligencia y misticismo. Sufría verdaderas "muertes místicas" que la hacían permanecer durante varias horas inmóvil e insensible, para seguidamente alcanzar el éxtasis que generalmente iba acompañado de arrobamientos y levitación. Se elevaba con la cara enardecida y adquiriendo una extrema levedad. Si lo anterior causa interés, lo siguiente, cuanto menos, causa asombro. Cuenta la leyenda que tenía la Venerable el don de la bilocación (tal como el Padre Pio de Pietrelcina). De tal modo, fue vista por los indios xumanas de la Baja California. Existe una crónica narrada por un franciscano que se encontraba allí, fray Alonso de Benavides, que cuenta, la vio predicando a los indios, con un vestido azul, es por ello que se la sigue llamando la Dama Azul. Ella misma explicó que quizá Dios puso en su lugar un ángel para hacer realidad su sueño de ser misionera:

"Exteriormente, tampoco puedo percibir cómo iba, o si era llevada, porque como estaba con las suspensiones o éxtasis, no era; aunque alguna vez me parece que veía el mundo, en unas partes ser de noche y en otras de día, en unas serenidad y en otras llover, y el mar y su hermosura; pero todo pudo ser mostrándomelo el Señor; y cómo su luz e inteligencia es tan fecunda, presta y clara, pudo mostrármelo, y conocerlo todo claro. En una ocasión me parece, di a aquellos indios unos rosarios; yo los tenía conmigo y se los repartí, y los rosarios no los vi más. El modo a que yo más me arrimo que más cierto me parece, fue aparecerse un ángel allí en mi figura, y predicarlos, y catequizarlos, y mostrarme acá a mí el Señor lo que pasaba para el efecto de la oración, porque el verme a mí allá los indios fue cierto".
Era el año 1622 y tenía 20 años.

Estos fenómenos motivaron las sospechas del santo Oficio que inició un proceso de investigación para dilucidar sus actividades. Salió absuelta y ello fomentó aún más su fama, tanto, que hizo que el rey Felipe IV fuera a conocerla. Fue tal la impresión que causó al monarca que éste le visitó varias veces e iniciaron una relación epistolar que duró hasta su muerte.
Su proceso de beatificación iniciado por el Papa Clemente X, en 1765, (fue él quién la declaró Venerable) está en suspenso.

Su obra más importante es Mística Ciudad de Dios. Fue un libro muy popular, y según la Venerable, fue dictado por la Virgen María. Fue escrito dos veces, la primera versión fue quemada por la propia autora a causa de la imposición de un religioso anciano que era decididamente contrario a que las mujeres escribieran sobre temas teológicos, y la segunda versión fue publicada tras su muerte. Con un estilo infantil y barroco, pero con graciosa frescura nos va relatando la vida de la Virgen bajo los ocultos misterios de Dios.

Sor María Jesús de Ágreda es autora de las siguientes obras: Mística Ciudad de Dios, Cartas a Felipe IV, Vida de la Virgen, Escala para subir a la perfección, Ejercicio cotidiano, Ejercicios espirituales y Leyes de la esposa.

Fragmentos de la obra Mística Ciudad de Dios, de Sor María de Jesús de Ágreda
Visiones y revelaciones relacionadas con el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo

451. Volvió la gran Reina del cielo con la respuesta a San José y le declaró la Voluntad del Altísimo de que le obedeciese y acompañase en su jornada a Belén. Con que el santo esposo quedó lleno de nuevo júbilo y consuelo, y reconociendo este gran favor de la mano del Señor, le dio gracias con profundos actos de humildad y reverencia, y hablando a su divina esposa, la dijo: Señora mía, y causa de mi alegría, de mi felicidad y dicha, sólo me resta dolerme en este viaje de los trabajos que en él habéis de padecer, por no tener caudal para vencerlos y llevaros con la comodidad que yo quisiera preveniros para la peregrinación. Pero deudos y conocidos y amigos hallaremos en Belén de nuestra familia, que yo espero nos recibirán con caridad, y allí descansaréis de la molestia del camino, si lo dispone el Altísimo, como yo vuestro siervo lo deseo.

—Era verdad que el santo esposo José lo prevenía así con su afecto, mas el Señor tenía dispuesto lo que él entonces ignoraba; y porque se le frustraron sus deseos sintió después mayor amargura y dolor, como se verá. No declaró María santísima a San José lo que en el Señor tenía previsto del misterio de su divino parto, aunque sabía no sucedería lo que él pensaba, pero antes bien animándole, le dijo: Esposo y señor mío, yo voy con mucho gusto en vuestra compañía y haremos la jornada como pobres en el nombre del Altísimo, pues no desprecia Su Alteza la misma pobreza, que viene a buscar con tanto amor. Y supuesto será su protección y amparo con nosotros en la necesidad y en el trabajo, pongamos en ella nuestra confianza. Y vos, señor mío, poned por su cuenta todos vuestros cuidados.

452. Determinaron luego el día de su partida, y el santo esposo con diligencia salió por Nazaret a buscar alguna bestezuela en que llevar a la Señora del mundo; y no fácilmente pudo hallarla, por la mucha gente que salía a diferentes ciudades a cumplir con el mismo edicto del emperador. Pero después de muchas diligencias y penoso cuidado halló San José un jumentillo humilde, que si pudiéramos llamarle dichoso, lo había sido entre todos los animales irracionales, pues no sólo llevó a la Reina de todo lo criado, y en ella al Rey y Señor de los reyes y señores, pero después se halló en el nacimiento del niño (Is 1, 3) y dio a su Criador el obsequio que los hombres le negaron, como adelante se dirá (Cf. infra n. 485). Previnieron lo necesario para el viaje, que fue jornada de cinco días; y era la recámara de los divinos caminantes con el mismo aparato que llevaron en la primera peregrinación que hicieron a casa de San Zacarías, como arriba se dijo, libro ni, capítulo 15, número 196, porque sólo llevaban pan y fruta y algunos peces, que era el ordinario manjar y regalo de que usaban. Y como la prudentísima Virgen tenía luz de que tardaría mucho tiempo en volver a su casa, no sólo llevó consigo las mantillas y fajos prevenidos para su divino parto, pero dispuso las cosas con disimulación, de manera que todas estuviesen al intento de los fines del Señor y sucesos que esperaba; y dejaron encargada su casa a quien cuidase de ella mientras volvían.

453. Llegó el día y hora de partir para Belén, y como el fidelísimo y dichoso San José trataba ya con nueva y suma reverencia a su soberana esposa, andaba como vigilante y cuidadoso siervo inquiriendo y procurando en qué darla gusto y servirla, y la pidió con grande afecto le advirtiese de todo lo que deseaba y que él ignorase para su agrado, descanso y alivio, y dar beneplácito al Señor que llevaba en su virginal vientre. Agradeció la humilde Reina estos afectos santos de su esposo, y remitiéndolos a la gloria y obsequio de su Hijo santísimo, le consoló y animó para el trabajo del camino, con asegurarle de nuevo el agrado que tenía Su Majestad de todos sus cuidados, y que recibiesen con igualdad y alegría del corazón las penalidades que como pobres se les seguirían en la jornada. Y para darle principio se hincó de rodillas la Emperatriz de las alturas y pidió a San José le diese su bendición. Y aunque el varón de Dios se encogió mucho y dificultó el hacerlo por la dignidad de su esposa, pero ella venció en humildad y le obligó a que se la diese.

Hízolo San José con gran temor y reverencia, y luego con abundantes lágrimas se postró en tierra y la pidió le ofreciese de nuevo a su Hijo santísimo y le alcanzase perdón y su divina gracia. Con esta preparación partieron de Nazaret a Belén, en medio del invierno, que hacía el viaje más penoso y desacomodado. Pero la Madre de la vida, que la llevaba en su vientre, sólo atendía a sus divinos efectos y recíprocos coloquios, mirándole siempre en su tálamo virginal, imitándole en sus obras y dándole mayor agrado y gloria que todo el resto de las criaturas juntas.

Doctrina que me dio la Reina santísima María

454. Hija mía, todo el discurso de mi vida y en cada uno de los capítulos y misterios que vas escribiendo conocerás la divina y admirable providencia del Altísimo y su paternal amor para conmigo, su humilde sierva. Y aunque la capacidad humana no puede dignamente penetrar y ponderar estas obras admirables y de tan alta sabiduría, pero debe venerarlas con todas sus fuerzas y disponerse para mi imitación y para la participación de los favores que el Señor me hizo. Porque no han de imaginar los mortales que sólo en mí y para mí se quiso mostrar Dios santo, poderoso y bueno infinitamente; y es cierto que si alguna y todas las almas se entregasen del todo a la disposición y gobierno de este Señor, conocieran luego con experiencia aquella misma fidelidad, puntualidad y suavísima eficacia con que disponía Su Majestad conmigo todas las cosas que tocaban a su gloria y servicio y también gustaran aquellos dulcísimos efectos y movimientos divinos que yo sentía con el rendimiento que tenía a su santísima voluntad, y no menos recibieran respectivamente la abundancia de sus dones, que como en un piélago infinito están casi represados en su divinidad. Y de la manera que si al peso de las aguas del mar se les diese algún conducto por donde según su inclinación hallasen despedida, correrían con invencible ímpetu, así procederían la gracia y beneficios del Señor sobre las criaturas racionales si ellas diesen lugar y no impidiesen su corriente. Esta ciencia ignoran los mortales, porque no se detienen a pensar y considerar las obras del Altísimo.

455. De ti quiero que la estudies y escribas en tu pecho, y que asimismo aprendas de mis obras el secreto que debes guardar de tu interior y lo que en él tienes, y la pronta obediencia y rendimiento a todos, anteponiendo siempre el parecer ajeno a tu dictamen propio. Pero esto ha de ser de manera que para obedecer a tus superiores y padre espiritual has de cerrar los ojos, aunque conozcas que en alguna cosa que te mandan ha de suceder lo contrario, como sabía yo que no sería lo que mi santo esposo José esperaba sucedería en la jornada de Belén. Y si esto te mandase otro inferior o igual, calla y disimula y ejecuta todo lo que no fuere culpa o

imperfección. Oye a todos con silencio y advertencia para que aprendas. En hablar serás muy tarda y detenida, que esto es ser prudente y advertida. También te acuerdo de nuevo, que para todo lo que hicieres pidas al Señor te dé su bendición, para que no te apartes de su divino beneplácito. Y si tuvieres oportunidad, pide también licencia y bendición a tu padre espiritual y maestro, porque no te falte el gran merecimiento y perfección de estas obras, y me des a mí el agrado que de ti deseo.

La jornada que María santísima hizo de Nazaret a Belén en compañía del santo esposo José, y los Ángeles que la asistían

456. Partieron de Nazaret para Belén María purísima y el glorioso San José, a los ojos del mundo tan solos comopobres y humildes peregrinos, sin que nadie de los mortales los reputase ni estimase más de lo que con él tienen granjeado la humildad y pobreza. Pero, ¡oh admirables sacramentos del Altísimo, ocultos a los soberbios e inescrutables para la prudencia carnal! No caminaban solos, pobres ni despreciados, sino prósperos, abundantes y magníficos: eran el objeto más digno del eterno Padre y de su amor inmenso y lo más estimable de sus ojos, llevaban consigo el tesoro del cielo y de la misma divinidad, venerábanlos toda la corte de los

ciudadanos celestiales y reconocían las criaturas insensibles la viva y verdadera arca del Testamento, mejor que las aguas del Jordán a su figura y sombra cuando corteses se dividieron para hacerle franco el paso a ella y a los que la seguían (Jos 3, 16). Acompañáronlos los diez mil Ángeles que arriba dije, núm. 450; fueron señalados por el mismo Dios para que sirviesen a Su Majestad y a su santísima Madre en toda esta jornada; y estos escuadrones celestiales iban en forma humana visible para la divina Señora, más refulgentes cada uno que otros tantos soles, haciéndola escolta, y ella iba en medio de todos más guarnecida y defendida que el lecho de Salomón con los sesenta valentísimos de Israel (Cant 3, 7) que ceñidas las espadas le rodeaban. Fuera de estos diez mil Ángeles asistían otros muchos que bajaban y subían a los cielos, enviados del Padre eterno a su Unigénito humanado y a su Madre santísima, y de ellos volvían con las legacías que eran enviados y despachados.

457. Con este real aparato oculto a los mortales caminaban María santísima y San José, seguros de que a sus pies no les ofendería la piedra (Sal 90, 12) de la tribulación, porque mandó a sus Ángeles el Señor que los llevasen en las manos de su defensa y custodia. Y este mandato cumplían los ministros fidelísimos, sirviendo como vasallos a su gran Reina, con admiración de alabanza y gozo, viendo recopilados en una pura criatura tantos sacramentos juntos, tales perfecciones, grandezas y tesoros de la divinidad, y todo con la dignidad y decencia que aun a su misma capacidad angélica excedía. Hacían nuevos cánticos al Señor, contemplándole sumo Rey de gloria descansando en su reclinatorio de oro (Cant 3, 10), y a la divina Madre, ya como carroza incorruptible y viva, ya como espiga fértil de la tierra prometida (Lev 23, 10) que encerraba el grano vivo, ya como nave rica del mercader (Prov 31, 14), que le llevaba a que naciera en la "casa del pan" (Belén), para que muriendo en la tierra (Jn 12, 24) fuese multiplicado en el cielo. Duróles cinco días la jornada; que por el preñado de la Madre Virgen, ordenó su Esposo llevarla muy despacio. Y nunca la soberana Reina conoció noche en este viaje; porque, algunos días que caminaban parte de ella, despedían los Ángeles tan grande resplandor como todas las iluminarías del cielo juntas cuando al mediodía tienen su mayor fuerza en la más clara serenidad. Y de este beneficio y de la vista de los Ángeles gozaba San José en aquellas horas de las noches; y entonces se formaba un coro celestial de todos juntos, en que la gran Señora y su esposo alternaban con los soberanos espíritus admirables cánticos e himnos de alabanza, con que los campos se convertían en nuevos cielos. Y de la vista y resplandor de sus ministros y vasallos gozó la Reina en todo el viaje, y de dulcísimos coloquios interiores que tenía con ellos.

458. Con estos admirables favores y regalos mezclaba el Señor algunas penalidades y molestias que se ofrecían a su divina Madre en el viaje. Porque el concurso de la gente en las posadas, por los muchos que caminaban con la ocasión del imperial edicto, era muy penoso e incómodo para el recato y modestia de la purísima Madre y Virgen y para su esposo, porque como pobres y encogidos eran menos admitidos que otros y les alcanzaba más descomodidad que a los muy ricos; que el mundo, gobernado por lo sensible, de ordinario distribuye sus favores al revés y con acepción de personas. Oían nuestros santos peregrinos repetidas palabras ásperas en las posadas a donde llegaban fatigados, y en algunas los despedían como a gente inútil y despreciable, y muchas veces admitían a la Señora de cielo y tierra en un rincón de un portal, y otras aun no le alcanzaba; y se retiraban ella y su esposo a otros lugares más humildes y menos decentes en la estimación del mundo; pero en cualquiera lugar, por contentible que fuese, estaba la corte de los ciudadanos del cielo con su Rey supremo y Reina soberana, y luego todos la rodeaban y encerraban como un impenetrable muro, con que el tálamo de Salomón estaba seguro y defendido de los temores nocturnos Cant 3, 8). Y su fidelísimo esposo San José, viendo a la Señora de los cielos tan guarnecida de sus ejércitos divinos, descansaba y dormía, porque ella también cuidaba de esto, para que se aliviase algo del trabajo del camino. Y ella se quedaba en coloquios celestiales con los diez mil ángeles que la asistían.

459. Aunque Salomón en los Cantares comprendió grandes misterios de la Reina del cielo por diversas metáforas y similitudes, pero en el capítulo 3 habló más expresamente de lo que sucedió a la divina Madre en el preñado de su Hijo santísimo y en esta jornada que hizo para su sagrado parto; porque entonces fue cuando se cumplió a la letra todo lo que allí se dice del lecho de Salomón, de su carroza y reclinatorio de oro, de la guarda que le puso de los fortísimos de Israel que gozan de la visión divina y todo lo demás que contiene aquella profecía, cuya inteligencia basta haberla apuntado en lo que se ha dicho para convertir toda mi admiración al sacramento de la sabiduría infinita en estas obras tan venerables para la criatura. ¿Quién habrá de los mortales tan duro que no se ablande su corazón, o tan soberbio que no se confunda, o tan inadvertido que no se admire de ver una maravilla compuesta de tan varios y contrarios extremos? ¡Dios infinito y verdaderamente oculto y escondido en el tálamo virginal de una doncella tierna llena de hermosura y gracia, inocente, pura, suave, dulce, amable a los ojos de Dios y de los hombres, sobre todo cuanto el mismo Señor ha criado y criará jamás! ¡Esta gran Señora, con el tesoro de la divinidad, despreciada, afligida, desestimada y arrojada de la ciega ignorancia y soberbia mundana! Y por otra parte, en los lugares más contentibles, ¡amada y estimada de la beatísima Trinidad, regalada de sus caricias, servida de sus Ángeles, reverenciada, defendida y amparada de su grande y vigilante custodia! ¡Oh hijos de los hombres, tardos y duros de corazón (Sal 4, 3), qué engañosos son vuestros pesos y juicio, como dice Santo Rey David (Sal 61, 10)) , que estimáis a los ricos, despreciáis a los pobres, levantáis a los soberbios y abatís a los humildes, arrojáis a los justos y aplaudís a los vanos! Ciego es vuestro dictamen, y errada vuestra elección, con que os halláis frustrados en vuestros mismos deseos. Ambiciosos que buscáis riquezas y tesoros y os halláis pobres y abrazados con el aire, si recibierais al Arca verdadera de Dios, recibierais y consiguierais muchas bendiciones de la diestra divina, como Obededón (2 Sam 6, 11), pero porque la despreciasteis, os sucedió a muchos lo que a Oza (2 Sam 6, 7), que quedasteis castigados.

460. Conocía y miraba la divina Señora entre todo esto la variedad de almas que había en todos los que iban y venían y penetraba sus pensamientos más ocultos y el estado que cada una tenía, en gracia o en pecado, y los grados que en estos diferentes extremos tenían; y de muchas almas conocía si eran predestinadas (al Cielo) o réprobas [precitas – Dios quiere que todos se salven y da gracia suficiente para salvación a todos. Los que se condenen, se condenen por su propia culpa ya que no hay predestinación al infierno], si habían de perseverar o caer o levantarse; y toda esta variedad le daba motivos de ejercitar heroicos actos de virtudes con unos y por otros; porque para muchos alcanzaba la perseverancia, para otros eficaz auxilio con que se levantasen del pecado a la gracia, por otros lloraba y clamaba al Señor con íntimos afectos, y por los réprobos, aunque no pidiese tan eficazmente, sentía intensísimo dolor de su final perdición. Y fatigada muchas veces con estas penas, más sin comparación que con el trabajo del camino, sentía algún desfallecimiento en el cuerpo, y los santos Ángeles, llenos de refulgente luz y hermosura, la reclinaban en sus brazos, para que en ellos descansase y recibiese algún alivio. A los enfermos, afligidos y necesitados consolaba por el camino, sólo con orar por ellos y pedir a su Hijo santísimo el remedio de sus trabajos y necesidades; porque en esta jornada, por la multitud y concurso de la gente, se retiraba a solas sin hablar, atendiendo mucho a su divino preñado, que ya se manifestaba a todos. Este era el retorno que la Madre de misericordia daba a los

mortales por el mal hospedaje que de ellos recibía.

461. Y para mayor confusión de la ingratitud humana, sucedió alguna vez que, como era invierno, llegaban a las posadas con grandes fríos de las nieves y lluvias —que no quiso el Señor les faltase esta penalidad— y era necesario retirarse a los mismos lugares viles donde estaban los animales, porque no les daban otro mejor los hombres; y la cortesía y humanidad que les faltaba a ellos, tenían las bestias, retirándose y respetando a su Hacedor y a su Madre, que le tenía en su virginal vientre. Bien pudiera la Señora de las criaturas mandar a los vientos, a la escarcha y a la nieve que no la ofendieran, pero no lo hacía por no privarse de la imitación de Cristo su Hijo santísimo en padecer, aun antes que él saliese de su virgíneo vientre, y así la fatigaron algo estas inclemencias en el camino. Pero el cuidadoso y fiel esposo San José atendía mucho a abrigarla, y más lo hacían los espíritus angélicos, en especial el príncipe San Miguel, que siempre asistió al lado diestro de su Reina, sin desampararla un punto en este viaje, y repetidas veces la servía, llevándola del brazo cuando se hallaba algo cansada. Y cuando era voluntad del Señor la defendía de los temporales inclementes y hacía otros muchos oficios en obsequio de la divina Señora y del bendito fruto de su vientre, Jesús.

462. Con la variedad alternada de estas maravillas llegaron nuestros peregrinos, María santísima y San José, a la ciudad de Belén el quinto día de su jornada a las cuatro de la tarde, sábado, que en aquel tiempo del solsticio hiemal ya a la hora dicha se despide el sol y se acerca la noche. Entraron en la ciudad buscando alguna casa de posada, y discurriendo muchas calles, no sólo por posadas y mesones, pero por las casas de los conocidos y de su familia más cercanos, de ninguno fueron admitidos y de muchos despedidos con desgracia y con desprecios. Seguía la honestísima Reina a su esposo, llamando él de casa en casa y de puerta en puerta, entre el tumulto de la mucha gente. Y aunque no ignoraba que los corazones y las casas de los hombres estarían cerrados para ellos, con todo eso por obedecer a San José quiso padecer aquel trabajo y honestísimo pudor o vergüenza que para su recato, y en el estado y edad que se hallaba, fue de mayor pena que faltarles la posada. Discurriendo por la ciudad llegaron a la casa donde estaba el registro y padrón público, y por no volver a ella se escribieron, y pagaron el fisco y la moneda del tributo real, con que salieron ya de este cuidado. Prosiguieron su diligencia y fueron a otras posadas, y habiéndola buscado en más de cincuenta casas, de todas fueron arrojados y despedidos; admirándose los espíritus soberanos de los altísimos misterios del Señor, de la paciencia y mansedumbre de su Madre Virgen y de la insensible dureza de los hombres. Con esta admiración bendecían al Altísimo en sus obras y ocultos sacramentos, porque desde aquel día quiso acreditar y levantar a tanta gloria la humildad y pobreza despreciada de los mortales.

463. Eran las nueve de la noche cuando el fidelísimo San José lleno de amargura e íntimo dolor se volvió a su esposa prudentísima, y la dijo: Señora mía dulcísima, mi corazón desfallece de dolor en esta ocasión viendo que no puedo acomodaros, no sólo como vos lo merecéis y mi afecto lo deseaba, pero ningún abrigo ni descanso, que raras veces o nunca se le niega al más pobre y despreciado del mundo. Misterio sin duda tiene esta permisión del cielo, que no se muevan los corazones de los hombres a recibirnos en sus casas. Acuerdóme, Señora, que fuera de los muros de la ciudad está una cueva que suele servir de albergue a los pastores y a su ganado. Lleguémonos allá, que si por dicha está desocupada, allí tendréis del cielo algún amparo cuando nos falta de la tierra.

—Respondióle la prudentísima Virgen: Esposo y señor mío, no se aflija vuestro piadosísimo corazón, porque no se ejecutan los deseos ardentísimos que produce el afecto que tenéis al Señor. Y pues le tengo en mis entrañas, por él mismo os suplico que le demos gracias por lo que así dispone. El lugar que me decís será muy a propósito para mi deseo. Conviértanse vuestras lágrimas en gozo con el amor y posesión de la pobreza, que es el tesoro rico e inestimable de mi Hijo santísimo. Este viene a buscar desde los cielos, preparémosele con júbilo del alma, que no tiene la mía otro consuelo, y vea yo que me le dais en esto. Vamos contentos a donde el Señor nos guía.

—Encaminaron para allá los Santos Ángeles a los divinos esposos, sirviéndoles de lucidísimas antorchas, y llegando al portal o cueva, la hallaron desocupada y sola. Y llenos de celestial consuelo, por este beneficio alabaron al Señor, y sucedió lo que diré en el capítulo siguiente. Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

464. Hija mía carísima, si eres de corazón blando y dócil para el Señor, poderosos serán los misterios divinos que has escrito y entendido para mover en ti afectos dulces y amorosos con el Autor de tantas y tales maravillas, en cuya presencia quiero de ti que desde hoy hagas nuevo y grande aprecio de verte desechada y desestimada del mundo. Y dime, amiga, si en recambio de este olvido y menosprecio admitido con voluntad alegre, pone Dios en ti los ojos y la fuerza de su amor suavísimo, ¿por qué no comprarás tan barato lo que vale no menos que infinito precio? ¿Qué te darán los hombres cuando más te celebren y te estimen? ¿Y qué dejarás si los desprecias? ¿No es todo mentira y vanidad? ¿No es una sombra fugitiva y momentánea que se les desvanece entre las manos a los que trabajan por cogerla? Pues cuando todo lo tuvieras en las tuyas, ¿qué hicieras en despreciarlo de balde? Considera bien cuánto menos harás en arrojarlo por granjear el amor del mismo Dios, el mío y de sus Ángeles; niégalo todo, carísima, y de corazón; y si no te despreciare el mundo tanto como debes desearlo, desprecíale tú a él y queda libre, expedita y sola, para que te acompañe el todo y sumo bien y recibas con plenitud los felicísimos efectos de su amor y con libertad le correspondas.

465. Es tan fiel amante mi Hijo santísimo de las almas, que me puso a mí por maestra y ejemplar vivo para enseñarlas el amor de la humildad y el eficaz desprecio de la vanidad y soberbia. Y también fue orden suya que para su grandeza y para mí, su sierva y Madre, faltase abrigo y acogida entre los hombres, dando motivo con este desamparo para que después las almas enamoradas y afectuosas se le ofrezcan, y obligarse con tan fina voluntad a venir y estar en ellas; como también buscó la soledad y la pobreza, no porque para sí tuviese necesidad de estos medios para obrar las virtudes en grado perfectísimo, sino para enseñar a los mortales que éste era el camino más breve y seguro para lo levantado del amor divino y unión con el mismo Dios.

466. Bien sabes, carísima, que incesantemente eres enseñada y amonestada con la luz de lo alto, para que olvidada de lo terreno y visible te ciñas de fortaleza (Prov 31, 17) y te levantes a imitarme, copiando en ti, según tus fuerzas, los actos y virtudes que de mi vida te manifiesto. Y éste es el primer intento de la ciencia que recibes para escribirla, porque tengas en mí este arancel y de él te valgas para componer tu vida y obras al modo que yo imitaba las de mi Hijo dulcísimo. Y el temor que te ha causado este mandato, imaginándole superior a tus fuerzas, le has de moderar y cobrar ánimo con lo que dice mi Hijo santísimo por el Evangelista San Mateo (Mt5, 48): Sed perfectos, como lo es vuestro Padre celestial. Esta voluntad del Altísimo que propone a su Iglesia santa no es imposible a sus hijos, y si ellos de su parte se disponen, a ninguno le negará esta gracia, para conseguir la semejanza con el Padre celestial, porque esto les mereció mi Hijo santísimo; pero el pesado olvido y desprecio que hacen los hombres de su redención impide que se consiga en ellos eficazmente su fruto.

467. De ti, hija mía, quiero especialmente esta perfección y te convido para ella por medio de la suave ley del amor a que encamino mi doctrina. Considera y pesa con la divina luz en qué obligación te pongo, y trabaja para corresponder a ella con prudencia de hija fiel y solícita, sin que te embarace dificultad o trabajo alguno, ni omitir virtud ni acción de perfección por ardua que sea. Ni te has de contentar con solicitar tu amistad con Dios y la salvación propia, pero si quieres ser perfecta a mi imitación y cumplir con lo que enseña el Evangelio, has de procurar la salud de otras almas y la exaltación del santo nombre de mi Hijo y ser instrumento en su mano poderosa para cosas fuertes y de su mayor agrado y gloria.

CAPITULO 10

Nace Cristo nuestro bien de María Virgen en Belén de Judea


468. El palacio que tenía prevenido el supremo Rey de los reyes y Señor de los señores para hospedar en el mundo a su eterno Hijo humanado para los hombres, era la más pobre y humilde choza o cueva, a donde María santísima y San José se retiraron despedidos de los hospicios y piedad natural de los mismos hombres, como queda dicho en el capítulo pasado. Era este lugar tan despreciado y contentible, que con estar la ciudad de Belén tan llena de forasteros que faltaban posadas en que habitar, con todo eso nadie se dignó de ocuparle ni bajar a él, porque era cierto no les competía ni les venía bien sino a los maestros de la humildad y pobreza, Cristo nuestro bien y su purísima Madre. Y por este medio les reservó para ellos la sabiduría del eterno Padre, consagrándole con los adornos de desnudez, soledad y pobreza por el primer templo de la luz y casa del verdadero Sol de Justicia (Mt 5, 48) , que para los rectos de corazón había de nacer de la candidísima aurora María, en medio de las tinieblas de la noche —símbolo de las del pecado— que ocupaban todo el mundo.

469. Entraron María santísima y San José en este prevenido hospicio, y con el resplandor que despedían los diez mil Ángeles que los acompañaban pudieron fácilmente reconocerle pobre y solo, como lo deseaban, con gran consuelo y lágrimas de alegría. Luego los dos santos peregrinos hincados de rodillas alabaron al Señor y le dieron gracias por aquel beneficio, que no ignoraban era dispuesto por los ocultos juicios de la eterna Sabiduría. De este gran sacramento estuvo más capaz la divina princesa María, porque en santificando con sus plantas aquella felicísima cuevecica, sintió una plenitud de júbilo interior que la elevó y vivificó toda, y pidió al Señor pagase con liberal mano a todos los vecinos de la ciudad que, despidiéndola de sus casas, la habían ocasionado tanto bien como en aquella humildísima choza la esperaba. Era toda de unos peñascos naturales y toscos, sin género de curiosidad ni artificio y tal que los hombres la juzgaron por conveniente para solo albergue de animales, pero el eterno Padre la tenía destinada para abrigo y habitación de su mismo Hijo.

470. Los espíritus angélicos, que como milicia celestial guardaban a su Reina y Señora, se ordenaron en forma de escuadrones, como quien hacía cuerpo de guardia en el palacio real. Y en la forma corpórea y humana que tenían, se le manifestaban también al santo esposo José, que en aquella ocasión era conveniente gozase de este favor, así por aliviar su pena, viendo tan adornado y hermoso aquel pobre hospicio con las riquezas del cielo, como para aliviar y animar su corazón y levantarle más para los sucesos que prevenía el Señor aquella noche y en tan despreciado lugar. La gran Reina y Emperatriz del cielo, que ya estaba informada del misterio que se había de celebrar, determinó limpiar con sus manos aquella cueva que luego había de servir de trono real y propiciatorio sagrado, porque ni a ella le faltase ejercicio de humildad, ni a su Hijo unigénito aquel culto y reverencia que era el que en tal ocasión podía prevenirle por adorno de su templo.

471. El santo esposo José, atento a la majestad de su divina esposa, que ella parece olvidaba en presencia de la humildad, la suplicó no le quitase a él aquel oficio que entonces le tocaba y, adelantándose, comenzó a limpiar el suelo y rincones de la cueva, aunque no por eso dejó de hacerlo juntamente con él la humilde Señora. Y porque estando los Santos Ángeles en forma humana visible—parece que, a nuestro entender, se hallaran corridos a vista de tan devota porfía y de la humildad de su Reina—, luego con emulación santa ayudaron a este ejercicio o, por mejor decir, en brevísimo espacio limpiaron y despejaron toda aquella caverna, dejándola aliñada y llena de fragancia. San José encendió fuego con el aderezo que para ello traía, y porque el frío era grande, se llegaron a él para recibir algún alivio, y del pobre sustento que llevaban comieron o cenaron con incomparable alegría de sus almas; aunque la Reina del cielo y tierra con la vecina hora de su divino parto estaba tan absorta y abstraída en el misterio, que nada comiera si no mediara la obediencia de su esposo.

472. Dieron gracias al Señor, como acostumbraban, después de haber comido; y deteniéndose un breve espacio en esto y en conferir los misterios del Verbo humanado, la prudentísima Virgen reconocía se le llegaba el parto felicísimo. Rogó a su esposo San José se recogiese a descansar y dormir un poco, porque ya la noche corría muy adelante. Obedeció el varón divino a su esposa y la pidió que también ella hiciese lo mismo, y para esto aliñó y previno con las ropas que traían un pesebre algo ancho, que estaba en el suelo de la cueva para servicio de los animales que en ella recogían. Y dejando a María santísima acomodada en este tálamo, se retiró el santo José a un rincón del portal, donde se puso en oración. Fue luego visitado del Espíritu divino y sintió una fuerza suavísima y extraordinaria con que fue arrebatado y elevado en un éxtasis altísimo, do se le mostró todo lo que sucedió aquella noche en la cueva dichosa; porque no volvió a sus sentidos hasta que le llamó la divina esposa. Y este fue el sueño que allí recibió José, más alto y más feliz que el de Adán en el paraíso (Gen 2, 21).

473. En el lugar que estaba la Reina de las criaturas fue al mismo tiempo, movida de un fuerte llamamiento del Altísimo con eficaz y dulce transformación que la levantó sobre todo lo criado y sintió nuevos efectos del poder divino, porque fue este éxtasis de los más raros y admirables de su vida santísima. Luego fue levantándose más con nuevos lumines y cualidades que la dio el Altísimo, de los que en otras ocasiones he declarado, para llegar a la visión clara de la divinidad. Con estas disposiciones se le corrió la cortina y vio intuitivamente al mismo Dios con tanta gloria y plenitud de ciencia, que todo entendimiento angélico y humano ni lo puede explicar, ni adecuadamente entender. Renovóse en ella la noticia de los misterios de la divinidad y humanidad santísima de su Hijo, que en otras visiones se le había dado, y de nuevo se le manifestaron otros secretos encerrados en aquel archivo inexhausto del divino pecho. Y yo no tengo bastantes, capaces y adecuados términos ni palabras para manifestar lo que de estos sacramentos he conocido con la luz divina; que su abundancia y fecundidad me hace pobre de razones.

474. Declaróle el Altísimo a su Madre Virgen cómo era tiempo de salir al mundo de su virginal tálamo, y el modo cómo esto había de ser cumplido y ejecutado. Y conoció la prudentísima Señora en esta visión las razones y fines altísimos de tan admirables obras y sacramentos, así de parte del mismo Señor, como de lo que tocaba a las criaturas, para quien se ordenaban inmediatamente. Postróse ante el trono real de la divinidad y, dándole gloria y magnificencia, gracias y alabanzas por sí y las que todas las criaturas le debían por tan inefable misericordia y dignación de su inmenso amor, pidió a Su Majestad nueva luz y gracia para obrar dignamente en el servicio, obsequio, educación del Verbo humanado, que había de recibir en sus brazos y alimentar con su virginal leche. Ésta petición hizo la divina Madre con humildad profundísima, como quien entendía la alteza de tan nuevo sacramento, cual era el criar y tratar como madre a Dios hecho hombre, y porque se juzgaba indigna de tal oficio, para cuyo cumplimiento los supremos serafines eran insuficientes. Prudente y humildemente lo pensaba y pesaba la Madre de la sabiduría (Eclo 24, 24), y porque se humilló hasta el polvo y se deshizo toda en

presencia del Altísimo, la levantó Su Majestad y de nuevo la dio título de Madre suya, y la mandó que como Madre legítima y verdadera ejercitase este oficio y ministerio: que le tratase como a Hijo del eterno Padre y juntamente Hijo de sus entrañas. Y todo se le pudo fiar a tal Madre, en que encierro todo lo que no puedo explicar con más palabras.

475. Estuvo María santísima en este rapto y visión beatífica más de una hora inmediata a su divino parto; y al mismo tiempo que salía de ella y volvía en sus sentidos, reconoció y vio que el cuerpo del niño Dios se movía en su virginal vientre, soltándose y despidiéndose de aquel natural lugar donde había estado nueve meses, y se encaminaba a salir de aquel sagrado tálamo. Este movimiento del niño no sólo no causó en la Virgen Madre dolor y pena, como sucede a las demás hijas de Adán y Eva en sus partos, pero antes la renovó toda en júbilo y alegría incomparable, causando en su alma y cuerpo virgíneo efectos tan divinos y levantados, que sobrepujan y exceden a todo pensamiento criado. Quedó en el cuerpo tan espiritualizada, tan hermosa y refulgente, que no parecía criatura humana y terrena: el rostro despedía rayos de luz como un sol entre color encarnado bellísimo, el semblante gravísimo con admirable majestad y el afecto inflamado y fervoroso. Estaba puesta de rodillas en el pesebre, los ojos levantados al cielo, las manos juntas y llegadas al pecho, el espíritu elevado en la divinidad y toda ella deificada. Y con esta disposición, en el término de aquel divino rapto, dio al mundo la eminentísima Señora al Unigénito del Padre y suyo (Lc 2, 7) y nuestro Salvador Jesús, Dios y hombre verdadero, a la hora de media noche, día de domingo, y el año de la creación del mundo, que la Iglesia romana enseña, de cinco mil ciento noventa y nueve; que esta cuenta se me ha declarado es la cierta y

verdadera.

476. Otras circunstancias y condiciones de este divinísimo parto, aunque todos los fieles las
suponen por milagrosas, pero como no tuvieron otros testigos más que a la misma Reina del cielo y sus cortesanos, no se pueden saber todas en particular, salvo las que el mismo Señor ha manifestado a su santa Iglesia en común, o a particulares almas por diversos modos. Y porque en esto creo hay alguna variedad, y la materia es altísima y en todo venerable, habiendo yo declarado a mis Prelados que me gobiernan lo que conocí de estos misterios para escribirlos, me ordenó la obediencia que de nuevo los consultase con la divina luz y preguntase a la Emperatriz del cielo, mi madre y maestra, y a los Santos Ángeles que me asisten y sueltan las dificultades que se me ofrecen, algunas particularidades que convenían a la mayor declaración del parto sacratísimo de María, Madre de Jesús, Redentor nuestro. Y habiendo cumplido con este mandato, volví a entender lo mismo, y me fue declarado que sucedió en la forma siguiente:

477. En el término de la visión beatífica y rapto de la Madre siempre Virgen, que dejo declarado (Cf. supra n. 473), nació de ella el Sol de Justicia, Hijo del eterno Padre y suyo, limpio, hermosísimo, refulgente y puro, dejándola en su virginal entereza y pureza más divinizada y consagrada; porque no dividió, sino que penetró el virginal claustro, como los rayos del sol, que sin herir la vidriera cristalina, la penetra y deja más hermosa y refulgente. Y antes de explicar el modo milagroso como esto se ejecutó, digo que nació el niño Dios solo y puro, sin aquella túnica que llaman secundina en la que nacen comúnmente enredados los otros niños y están envueltos en ella en los vientres de sus madres. Y no me detengo en declarar la causa de donde pudo nacer y originarse el error que se ha introducido de lo contrario. Basta saber y suponer que en la generación del Verbo humanado y en su nacimiento, el brazo poderoso del Altísimo tomó y eligió de la naturaleza todo aquello que pertenecía a la verdad y sustancia de la generación humana, para que el Verbo hecho hombre verdadero, verdaderamente se llamase concebido, engendrado y nacido como hijo de la sustancia de su Madre siempre Virgen. Pero en las demás condiciones que no son de esencia, sino accidentales a la generación y natividad, no sólo se han de apartar de Cristo Señor nuestro y de su Madre santísima las que tienen relación y dependencia de la culpa original o actual, pero otras muchas que no derogan a la sustancia de la generación o nacimiento y en los mismos términos de la naturaleza contienen alguna impuridad o superfluidad no necesaria para que la Reina del cielo se llame Madre verdadera y Cristo Señor nuestro hijo suyo y que nació de ella. Porque ni estos efectos del pecado o naturaleza eran necesarios para la verdad de la humanidad santísima, ni tampoco para el oficio de Redentor o Maestro; y lo que no fue necesario para estos tres fines, y por otra parte redundaba en mayor excelencia de Cristo y de su Madre santísimos, ¿no se ha de negar a entrambos? Ni los milagros que para ello fueron necesarios se han de recatear con el Autor de la naturaleza y gracia y con la que fue su digna Madre, prevenida, adornada y siempre favorecida y hermoseada; que la divina diestra en todos tiempos la estuvo enriqueciendo de gracias y dones y se extendió con su poder a todo lo que en pura criatura fue posible.

478. Conforme a esta verdad, no derogaba a la razón de madre verdadera que fuese virgen en concebir y parir por obra del Espíritu Santo, quedando siempre virgen. Y aunque sin culpa suya pudiera perder este privilegio la naturaleza, pero faltárale a la divina Madre tan rara y singular excelencia; y porque no estuviese y careciese de ella, se la concedió el poder de su Hijo santísimo. También pudiera nacer el niño Dios con aquella túnica o piel que los demás, pero esto no era necesario para nacer como hijo de su legítima Madre, y por esto no la sacó consigo del vientre virginal y materno, como tampoco pagó a la naturaleza este parto otras pensiones y tributos de menos pureza que contribuyen los demás por el orden común de nacer. El Verbo humanado no era justo que pasase por las leyes comunes de los hijos de Adán, antes era como consiguiente al milagroso modo de nacer, que fuese privilegiado y libre de todo lo que pudiera ser materia de corrupción o menos limpieza; y aquella túnica secundina no se había de corromper fuera del virginal vientre, por haber estado tan contigua o continua con su cuerpo santísimo y ser parte de la sangre y sustancia materna; ni tampoco era conveniente guardarla y conservarla, ni que la tocasen a ella las condiciones y privilegios que se le comunican al divino cuerpo, para salir penetrando el de su Madre santísima, como diré luego. Y el milagro con que se había de disponer de esta piel sagrada, si saliera del vientre, se pudo obrar mejor quedándose en él, sin salir fuera.

479. Nació, pues, el niño Dios del tálamo virginal solo y sin otra cosa material o corporal que le acompañase, pero salió glorioso y transfigurado; porque la divinidad y sabiduría infinita dispuso y ordenó que la gloria del alma santísima redundase y se comunicase al cuerpo del niño Dios al tiempo del nacer, participando los dotes de gloria, como sucedió después en el Tabor (Mt 17, 2) en presencia de los tres Apóstoles. Y no fue necesaria esta maravilla para penetrar el claustro virginal y dejarle ileso en su virginal integridad, porque sin estos dotes pudiera Dios hacer otros milagros: que naciera el niño dejando virgen a la Madre, como lo dicen los doctores santos (S. Tomás, Summa, III, q. 28 a. 2 ad 2) que no conocieron otro misterio en esta natividad. Pero la voluntad divina fue que la beatísima Madre viese a su Hijo hombre-Dios la primera vez glorioso en el cuerpo para dos fines: el uno, que con la vista de aquel objeto divino la prudentísima Madre concibiese la reverencia altísima con que había de tratar a su Hijo, Dios y hombre verdadero; y aunque antes había sido informada de esto, con todo eso ordenó el Señor que por este medio como experimental se la infundiese nueva gracia, correspondiente a la experiencia que tomaba de la divina excelencia de su dulcísimo Hijo y de su majestad y grandeza; el segundo fin de esta maravilla fue como premio de la fidelidad y santidad de la divina Madre, para que sus ojos purísimos y castísimos, que a todo lo terreno se habían cerrado por el amor de su Hijo santísimo, le viesen luego en naciendo con tanta gloria y recibiesen aquel gozo y premio de su lealtad y fineza.

480. El sagrado Evangelista San Lucas dice (Lc 2, 7) que la Madre Virgen, habiendo parido a su Hijo primogénito, le envolvió en paños y le reclinó en un pesebre. Y no declara quién le llevó a sus manos desde su virginal vientre, porque esto no pertenecía a su intento. Pero fueron ministros de esta acción los dos príncipes soberanos San Miguel y San Gabriel, que como asistían en forma humana corpórea al misterio, al punto que el Verbo humanado, penetrándose con su virtud por el tálamo virginal, salió a luz, en debida distancia le recibieron en sus manos con incomparable reverencia, y al modo que el Sacerdote propone al pueblo la Sagrada

Hostia para que la adore, así estos dos celestiales ministros presentaron a los ojos de la divina Madre a su Hijo glorioso y refulgente. Todo esto sucedió en breve espacio. Y al punto que los santos Ángeles presentaron al niño Dios a su Madre, recíprocamente se miraron Hijo y Madre santísimos, hiriendo ella el corazón del dulce niño y quedando juntamente llevada y transformada en él. Y desde las manos de los dos santos príncipes habló el Príncipe celestial a su feliz Madre, y la dijo: Madre, asimílate a mí, que por el ser humano que me has dado quiero desde hoy darte otro nuevo ser de gracia más levantado, que siendo de pura criatura se asimile al mío, que soy Dios y hombre por imitación perfecta.

—Respondió la prudentísima Madre: Trahe me post te, in odorem unguentorum tuorum curremos (Cant 1, 3). Llévame, Señor, tras de ti y correremos en el olor de tus ungüentos.—Aquí se cumplieron muchos de los ocultos misterios de los Cantares; y entre el niño Dios y su Madre Virgen pasaron otros de los divinos coloquios que allí se refieren, como: Mi amado para mí y yo para él (Cant 2,16), y se convierte para mí (Cant 7, 10) . Atiende qué hermosa eres, amiga mía, y tus ojos son de paloma. Atiende qué hermoso eres, dilecto mío (Cant 1, 14-15); y otros muchos sacramentos que para referirlos sería necesario dilatar más de lo que es necesario este capítulo.

481. Con las palabras que oyó María santísima de la boca de su Hijo dilectísimo juntamente la fueron patentes los actos interiores de su alma santísima unida a la divinidad, para que imitándolos se asimilase a él. Y este beneficio fue el mayor que recibió la fidelísima y dichosa Madre de su Hijo, hombre y Dios verdadero no sólo porque desde aquella hora fue continuo por toda su vida, pero porque fue el ejemplar vivo de donde ella copió la suya, con toda la similitud posible entre la que era pura criatura y Cristo hombre y Dios verdadero. Al mismo tiempo conoció y sintió la divina Señora la presencia de la Santísima Trinidad, y oyó la voz del Padre eterno que decía: Este es mi Hijo amado, en quien recibo grande agrado y complacencia (Mt 17, 5).—Y la prudentísima Madre, divinizada toda entre tan encumbrados sacramentos, respondió y dijo: Eterno Padre y Dios altísimo, Señor y Criador del universo, dadme de nuevo vuestra licencia y bendición para que con ella reciba en mis brazos al deseado de las gentes (Ag 2, 8), y enseñadme a cumplir en el ministerio de madre indigna y de esclava fiel vuestra divina voluntad.—Oyó luego una voz que le decía: Recibe a tu unigénito Hijo, imítale, críale y advierte que me lo has de sacrificar cuando yo te le pida. Aliméntale como madre y reverencíale como a tu verdadero Dios.—Respondió la divina Madre: Aquí está la hechura de vuestras divinas manos, adornadme de vuestra gracia para que vuestro Hijo y mi Dios me admita por su esclava; y dándome la suficiencia de vuestro gran poder, yo acierte en su servicio, y no sea atrevimiento que la humilde criatura tenga en sus manos y alimente con su leche a su mismo Señor y Criador.

482. Acabados estos coloquios tan llenos de divinos misterios, el niño Dios suspendió el milagro o volvió a continuar el que suspendía los dotes y gloria de su cuerpo santísimo, quedando represada sólo en el alma, y se mostró sin ellos en su ser natural y pasible. Y en este estado le vio también su Madre purísima, y con profunda humildad y reverencia, adorándole en la postura que ella estaba de rodillas, le recibió de manos de los Santos Ángeles que le tenían. Y cuando le vio en las suyas, le habló y le dijo: Dulcísimo amor mío, lumbre de mis ojos y ser de mi alma, venid en hora buena al mundo, Sol de Justicia (Mal 4, 2), para desterrar las tinieblas del pecado y de la muerte. Dios verdadero de Dios verdadero, redimid a vuestros siervos, y vea toda carne a quien le trae la salud (Is 52, 10). Recibid para vuestro obsequio a vuestra esclava y suplid mi insuficiencia para serviros. Hacedme, Hijo mío, tal como queréis que sea con vos.

—Luego se convirtió la prudentísima Madre a ofrecer su Unigénito al eterno Padre, y dijo: Altísimo Criador de todo el universo, aquí está el altar y el sacrificio aceptable a vuestros ojos. Desde esta hora, Señor mío, mirad al linaje humano con misericordia, y cuando merezcamos vuestra indignación, tiempo es de …
Irapuato
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