El declive de la ortodoxia en la exégesis católica del siglo XX

Sobre la reescritura de la Biblia: Los estudios bíblicos católicos en los años 60

Padre BRIAN W. HARRISON, O.S. (Marzo 2002)

Según un viejo refrán la historia la escriben los vencedores. La idea es que, tras haberse librado una guerra, aquéllos que, al emerger como ganadores consiguen controlar el presente, pueden, en cierto modo, controlar también el pasado. Pueden asegurarse de que los medios de comunicación dominantes presenten la historia del reciente conflicto desde su propio punto de vista, mostrándose a sí mismos, naturalmente, como los héroes y a la oposición vencida como los villanos. De hecho, con frecuencia resulta muy fácil para los ganadores todopoderosos reescribir la historia de modo que parezca no sólo que su triunfo fue justo y honesto, sino también inevitable: pueden representarse a sí mismos como si tan solo se hubiesen mantenido en la cresta de las grandes olas del destino, que se supone están constantemente empujando la historia humana hacia su progreso inexorable en dirección a mayores niveles de madurez, libertad, prosperidad e ilustración científica. En definitiva, este reescribir la historia, a menudo, puede ser una poderosa arma en la “guerra cultural” contra el secularismo racionalista en el que los católicos se han visto involucrados cada vez más durante el siglo pasado.

El Dr. E. Michael Jones, en recientes escritos y conferencias, ha expuesto el cómo las fuerzas alineadas contra los principios morales cristianos han penetrado de forma devastadora en el catolicismo americano –y por tanto en la cultura general– sobre todo desde mediados de los 60 en adelante. Al leer y escuchar a Jones, me ha sorprendido el notable paralelo cronológico que ha salido a la luz en mi investigación sobre la historia reciente de la ciencia bíblica católica. Porque fue durante esos años cruciales –entre 1962 y 1967–, cuando la revolución racionalista obtuvo una serie de aplastantes victorias que le dieron el control efectivo sobre las principales instituciones católicas que promueven los estudios bíblicos, comenzando desde la cima: el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Las convicciones católicas se refieren básicamente a “la fe y a la moral”; y por lo visto la estrategia cultural de la Ilustración desde mediados de los 60 ha sido atacar esos dos polos. Jones ha documentado el ataque sobre la moral, pero la ofensiva simultánea a la fe en esos mismos años, sobre todo mediante el socavamiento de la credibilidad de las fuentes de la fe en la Sagrada Escritura, es una historia que aún no se ha contado. Durante y después de esa ofensiva, la técnica de reescribir la historia, especialmente a través de la manipulación y la citas descontextualizadas de documentos magisteriales, ha jugado un papel decisivo para ganar y mantener la aceptación de facto de esta revolución entre los pastores de la Iglesia.

Estos acontecimientos de los 60 no fueron los primeros en que los estudios bíblicos desempeñaron un rol en la guerra cultural. En otro artículo publicado en Culture Wars, en diciembre de 1996, Beaumont y Walsh describieron la forma en que las tendencias antipapales en el estudio del Evangelio de Mateo se fomentaron en las universidades alemanas como parte del Kulturkampf de Bismark hace más de un siglo. Pero la situación actual es, en mi opinión, aún más crítica; esa es la idea principal que quiero desarrollar en este artículo. De hecho, creo que sería difícil exagerar la gravedad de la situación a la que nos enfrentamos. La premisa sobre la que me baso es que durante los últimos treinta y cinco años el estudio católico ortodoxo de la Escritura no sólo ha perdido una importante batalla; ha perdido una guerra. Ha sido devastado y casi borrado del mapa. La enseñanza disidente, racionalista y neo-modernista de la Biblia ha estado firmemente controlada desde los 60 en casi todas las principales instituciones católicas universitarias, y claramente se insinúa (aunque no se diga explícitamente) incluso en documentos recientes de la Pontificia Comisión Bíblica, ese organismo constituido por una veintena de eminentes exégetas de todo el mundo que asesora al Magisterio de la Iglesia en cuestiones bíblicas. No voy a malgastar aquí tiempo ni espacio evidenciando con documentos el deplorable diagnóstico del estado presente de las cosas; es, como digo, una premisa que sostiene el resto de mi discurso. La idea principal consiste en que estos progresistas victoriosos son los que han estado escribiendo –o reescribiendo– casi todos los informes históricos del moderno desarrollo de la ciencia bíblica. Quiero ofrecer algunas reflexiones críticas sobre esta lectura convencional de la historia.

Pero, antes de avanzar, definiré los términos de forma más precisa. Cuando hablo de “estudios bíblicos de ortodoxia católica”, me refiero a los estudios regidos estrictamente por el cuerpo coherente de enseñanzas magisteriales que han sido establecidos por las grandes encíclicas bíblicas del último siglo, y por la constitución Dei Verbum, sobre la Revelación Divina del Concilio Vaticano II, interpretada, como debe ser, en armonía con aquellas encíclicas. Entre los puntos principales sobre los que ha insistido este cuerpo de la enseñanza papal y conciliar están los siguientes:

Primero: La Sagrada Escritura está libre de error en todo aquello que los hagiógrafos afirman, con independencia del asunto tratado. En repetidas ocasiones el Magisterio ha enseñado que ningún intérprete católico puede restringir la inerrancia bíblica a aquellas afirmaciones que él piensa que tienen valor religioso o “salvífico” mientras admite la posibilidad de errores bíblicos en materias “profanas”; pues, como dice el Vaticano II [1], todo lo afirmado por los autores inspirados es afirmado por el Espíritu Santo. Esto es precisamente lo que significa inspiración divina de la Biblia.

Segundo: La Escritura debe ser interpretada conforme a la Sagrada Tradición, en particular, al consenso unánime de los Santos Padres y a las declaraciones del Magisterio de la Iglesia.

Tercero: Aunque la identificación de determinados géneros literarios en algunas partes de la Biblia puede ser debatido legítimamente, los cuatro Evangelios, de principio a fin, pertenecen categóricamente al género literario de la historia en el sentido pleno de la palabra. Como dice el Vaticano II, los Evangelios “siempre” (semper) narran “la pura verdad” sobre Jesús, y reflejan “fielmente” lo que “hizo y enseñó realmente Nuestro Salvador hasta el día de la ascensión”. [2]

Cuando digo que los estudios bíblicos de ortodoxia católica han perdido una guerra desde el Vaticano II, lo que quiero decir es que uno difícilmente encontrará facultades de teología católicas en alguna parte del mundo donde los profesores de Sagrada Escritura sostengan estos tres puntos de manera clara, consistente y sin ambigüedades.

Llego ahora al principal tema de mi ensayo, que he subtitulado “Desmitologizar la Leyenda Dorada”. También aquí es necesaria una pequeña explicación de los términos. Probablemente no existe una palabra que apunte más directamente al problema central de los estudios bíblicos del siglo XX que la palabra “desmitologización”. Es un vocablo que primero se puso de moda en los círculos protestantes liberales, sobre todo como resultado de una lectura radical, existencialista de la Escritura promovida por el exégeta alemán Rudolf Bultmann.

La idea esencial estriba en que el hombre moderno “científico” ya no puede aceptar literalmente la cosmovisión de la Biblia, cosmovisión que incluye la creencia en intervenciones sobrenaturales y preternaturales en el mundo en que vivimos: visiones, milagros, profecías cumplidas, posesiones demoníacas y exorcismos, apariciones de ángeles portadores de mensajes divinos, etcétera. Si nos encontramos con este tipo de fenómenos increíbles, ¿abandonaremos entonces la fe en la Biblia como Palabra de Dios? Este podría parecer el camino honesto y lógico a seguir, el que muchos ateos y escépticos han tomado a lo largo de los siglos. Sin embargo, el teólogo desmitologizante no ve la necesidad de una respuesta tan drástica ante los conocimientos (o supuestos conocimientos) de la ciencia moderna. La solución que propone no radica tanto en negar la verdad de la Escritura, simplemente debemos reinterpretarla. Por un lado, dice, debemos reconocer que los relatos bíblicos con intervenciones sobrenaturales en el cosmos constituyen mitos puesto que la ciencia moderna los desautoriza. Por otro lado, estos mismos relatos deben ser valorados y apreciados por su profundo significado espiritual: deben entenderse como expresiones de verdades profundas acerca de las realidades divina y humana, como una especie de ropaje literario apropiado para una cultura ingenua y pre-científica. El “lenguaje” milagroso y sobrenatural, conforme a los desmitologizadores, es solo una cáscara externa, que necesita romperse y ser penetrada por los cristianos para poder extraer el alimento frutal escondido en su interior.

I. PRESENTACIÓN DE LA LEYENDA DORADA.

Es mucho lo que se podría criticar a este tipo de exégesis bíblica, pero mi propósito aquí no es concentrarme en las cuestiones específicas de la hermenética, sino más bien, argumentar que los académicos de la Iglesia Católica promotores de las interpretaciones desmitologizantes de la Biblia, en realidad han estado ocupados en construir su propio mito, un mito que se enmascara como historia de los estudios bíblicos católicos, y especialmente de la enseñanza pontificia sobre la Escritura, a lo largo de los últimos cien años. Dado que este mito suena a historia bonita –una historia de iluminación y progreso que culmina en un final feliz– he decidido llamarlo “La Leyenda Dorada”. Pero, a pesar de toda su dulzura y luz, me parece que distorsiona tanto la historia como la doctrina católica. Por tanto, creo que lo que necesita con urgencia desmitologizarse no es la Biblia, sino más bien, esta leyenda sobre los supuestos avances modernos de la enseñanza magisterial en los estudios bíblicos. En otras palabras, necesitamos desmitologizar a los mismos desmitologizadores.

Permítaseme presentar los principales elementos de la Leyenda Dorada, tal como se imparten en casi todas las instituciones de la Iglesia. Actualmente, en todo el mundo católico, desde las prestigiosas esferas de la Pontificia Comisión Bíblica hasta el humilde profesor universitario de Sagrada Escritura o la escuela secundaria, o la catequesis parroquial de adultos, la “venerable tradición” –con treinta o cuarenta años de edad– es fielmente transmitida con apenas voces disidentes. Constantemente uno lee y escucha la misma saga épica de oscuridad y luz, repleta de los mismos villanos y los mismos héroes.

Principales elementos de la Leyenda

Al principio (según la Leyenda), toda la Iglesia Católica se encontraba envuelta en la oscuridad de la ignorancia y confusión en cuanto a la interpretación de sus mismos Libros sagrados. Es decir, durante unos largos dieciocho o diecinueve siglos desde la fundación de la Iglesia, nadie –ni siquiera los grandes santos, Padres, Doctores y Papas– entendió realmente la clave para leer e interpretar correctamente la Biblia: todos ellos adoptaron sin reparo lo que hoy se denomina enfoque “pre-crítico” o incluso “fundamentalista” [3]. Los primeros destellos de luz que empezaron a brillar en la Alemania del siglo XIX fueron apagados rápidamente por los jerarcas oscurantistas de la Iglesia, determinados a perpetuar la larga noche “pre-crítica”. Entonces apareció la Estrella Matutina, en la persona del papa León XIII, que anunció el amanecer de la ilustración bíblica “científica”, con su relevante encíclica Providentissimus Deus (1893). No obstante, este amanecer se retrasó durante más tétricas y frías horas de reacción opresiva, gracias a la lamentable campaña antimodernista lanzada por el papa Pío X en los primeros años del siglo XX. Exégetas vanguardistas como el padre Joseph-Marie Lagrange, O.P., tuvieron que sufrir una especie de martirio en aquellos años de represión, durante los cuales la “inquisidora” Pontificia Comisión Bíblica –que en esa época funcionaba como órgano del Magisterio– emitió una serie de decretos que reforzaban interpretaciones pre-críticas y anticuadas de la Biblia. En 1920, el papa Benedicto XV reforzó esta atmósfera negativa y asfixiante de sospecha hacia los escrituristas con su encíclica Spiritus Paraclitus. El resultado de todo esto fue que el progreso bíblico católico quedó detenido en una época en que la exégesis protestante, libre de las exigencias de una jerarquía autoritaria e ignorante, avanzaba a pasos de gigante.

Después, en 1943, llegó por fin el amanecer. El nuevo sucesor de Pedro, el papa Pío XII, trajo consigo un amanecer gozoso y liberador al promulgar la encíclica sobre la Sagrada Escritura, Divino Afflante Spiritu, que lo mostraba nada menos que como un Gran Líder Revolucionario, determinado valientemente a abrir las puertas de los estudios bíblicos que sus predecesores habían mantenido cerradas con firmeza. El principal propósito de la encíclica de Pío XII era advertir a los católicos ultraconservadores sobre la necesidad de una mentalidad más abierta y menos sospechas hacia las nuevas perspectivas de la crítica bíblica moderna. Poco después de su fallecimiento en 1958, poderosos reaccionarios atrincherados (comandados por el cardenal Alfredo Ottaviani del Santo Oficio) lograron eclipsar el sol inexorablemente ascendente durante unos breves momentos, en un esfuerzo desesperado y de última hora, para conducir otra vez a la Iglesia Católica hacia la oscuridad “fundamentalista” [4]. Al mismo tiempo, sin embargo, muchos exégetas intrépidos y pioneros se resistieron a estas medidas oscurantistas y se aventuraron con audacia por los nuevos caminos bíblicos que abrió su Gran Líder, de modo que obtuvieron una deslumbrante y decisiva victoria el 18 de noviembre de 1965, en la Batalla del Vaticano II. Ese día, la promulgación de la constitución conciliar sobre la Divina Revelación, Dei Verbum, marcó el comienzo de la presente época de perpetua claridad meridiana, de la que el estudio “científico” de la Biblia continuará disfrutando irreversiblemente hasta el Día del Juicio (o como resulte ser según la versión desmitologizada).

Exponentes de la Leyenda

Esto es, en sus rasgos esenciales, lo que yo llamo la Leyenda Dorada. Obviamente estoy empleando el género literario de la sátira para describirla, Ud. no debería interpretar mis palabras de una manera literal y fundamentalista. Sin embargo, le puedo asegurar que cualquier exageración de la que pueda ser culpable es mínima. La actitud que prevalece entre nuestros escrituristas modernos –desde los niveles más altos hasta los más bajos– es emocional y polémica pues ve la historia de la ciencia bíblica católica del último siglo en términos de blanco y negro. Los “buenos” son los exégetas liberales, “progresistas” que promueven ese batiburrillo heterodoxo de procedimientos racionalistas y conjeturales, que por lo común se agrupan bajo el “abrigado” título de “método histórico-crítico”, que llega a la conclusión de que muchos pasajes tradicionalmente entendidos como verdadera historia son más o menos míticos. Por el contrario, los “malos” son los católicos conservadores, tradicionales o “fundamentalistas”, que en cada etapa del último siglo, se han negado a aceptar el esclarecimiento de los nuevos expertos bíblicos y que aún hoy continúan mostrando su disenso respecto al consenso moderno en publicaciones como The Wanderer, This Rock y Homiletic & Pastoral Review. El exponente americano más destacado de la Leyenda Dorada en los últimos treinta años es probablemente el fallecido P. Raymond E. Brown, miembro de la Pontificia Comisión Bíblica y uno de los pilares del establishment bíblico postconciliar. Mordazmente, retrata a los católicos “pre-críticos” como el Enemigo en términos ambigüos, y denuncia a sus representantes con apelativos tales como “justicieros de la derecha”, “literalistas”, “ultraderechistas” y “editoriales y columnistas fundamentalistas” [5]. Acusa a sus críticos de constituir “un peligro para el continuo progreso de los estudios bíblicos católicos en este siglo”, ya que amenazan con “frustrar la clarividencia de Pío XII que podría llegar a ser el papa-teólogo más grande del siglo” [6].

Críticas similares ha hecho otra luminaria del firmamento bíblico postconciliar, el P. Joseph Fitzmyer, S.J., profesor emérito de Sagrada Escritura en la Universidad Católica de Estados Unidos, que llega incluso a criticar a Benedicto XV por “insistir sobre la inerrancia” de la Escritura [7]. Seguramente no pueda haber un síntoma más elocuente de la enfermedad que aflige a los estudios bíblicos contemporáneos que el hecho de que un importante miembro de la Pontificia Comisión Bíblica no sólo afirme que la “insistencia” en la inerrancia bíblica es digna de censura y no de alabanza, sino que además pueda decirlo sin disculpas o explicaciones, bajo la tranquila suposición de que la gran mayoría de sus lectores estarán de acuerdo con él. De hecho, el documento de 1993 de la propia Comisión Bíblica, al mismo tiempo que pretende abarcar todo el “estado de la cuestión” de los estudios católicos de la Biblia un siglo después de la encíclica inicial de León XIII sobre la Escritura, no menciona siquiera la inerrancia, excepto, lo cual es significativo, en la breve pero polémica sección en que denuncia el “fundamentalismo” como la mayor amenaza para el progreso de los estudios bíblicos en la actualidad [8]. Creer en la inerrancia bíblica se presenta como una característica típica de los “fundamentalistas” [9].

II. 1960: LA LEYENDA DORADA SE ENFRENTA A MONSEÑOR ANTONINO ROMEO

La caracterización de Pío XII como un progresista o un innovador revolucionario en materia bíblica es probablemente el aspecto de la Leyenda Dorada que más necesita de una urgente desmitologización, no sólo por distorsionar seriamente la posición de aquel gran pontífice, sino también porque es la clave principal de la actual respetabilidad de la Leyenda en su conjunto. Para ver cómo este mito comenzó a tomar forma, tenemos que volver al año 1960, cuando estalló una feroz controversia sobre este punto en el corazón de la Iglesia. Aquéllos que están familiarizados con la literatura sobre Fátima, recordarán que ese año se conoció una locución que la hermana Lucía había recibido de Nuestra Señora en 1946, en conexión con el famoso “Tercer Secreto”: María dijo a la santa monja portuguesa que el secreto debía hacerse público en 1960; y cuando la hermana Lucía le preguntó por qué debía ser ese año en particular, la Santísima Madre le respondió que la situación sería “más clara” en ese momento. 1960 resultó ser un año relativamente tranquilo en cuanto a eventualidades en la Iglesia y en el mundo, muchos de nosotros nos preguntamos por qué se eligió en esta profecía. Sugiero, como especulación personal, que quizás una de las cosas que Nuestra Señora tenía en mente al predecir que algo de importancia crítica sería visto “más claramente” en 1960, fue una serie de eventos que enseguida relataré; eventos que han permanecido relativamente desconocidos para todos los católicos salvo para unos pocos especialistas en la historia de los estudios bíblicos. Su importancia consiste en el hecho de que revelan (para quienes tengan ojos para ver) la grave extensión con la cual los estudios bíblicos radicales y racionalistas habían socavado ya los cimientos de la fe católica, allanando así el camino para la explosión de la herejía y la confusión que ha devastado la Iglesia en los últimos treinta y cinco años.

Durante la década de 1950, los principales rasgos de la Leyenda Dorada ya se difundían tranquilamente en el mundo católico a través de clases “progresistas” en seminarios, salas de reuniones de profesores y cursillos bíblicos para estudiantes “avanzados”. Para usar la terminología que aplican los críticos exégetas al Nuevo Testamento, podríamos describir este proceso diciendo que, antes de que las redacciones estandarizadas de la Leyenda Dorada comenzaran a emerger, tomaban forma en el modo “kerigmático” de la predicación y la tradición oral. Más tarde, en Roma sólo dos años antes de comenzar el Concilio Vaticano II, esta tradición en desarrollo fue proclamada por escrito. Un artículo de doce páginas del P. Luis Alonso Schoekel, S.J., un exégeta español que enseñaba en el Pontificio Instituto Bíblico, se publicó como nota editorial el 3 de septiembre de 1960 en la prestigiosa revista romana de los jesuítas La Civilta Cattolica. Con el título “Dove va l’esegesi cattolica?”("¿Hacia dónde va la exégesis católica?"), la nota editorial del P. Alonso señalaba la creciente difusión de la nueva y “más abierta” escuela de estudios bíblicos supuestamente promovida por Pío XII en Divino Afflante Spiritu, y, respondiendo a la pregunta del título, profetizaba (con bastante precisión, como en efecto sucedió) el predominio cada vez mayor de esta escuela “abierta” frente a la escuela “cerrada” o “conservadora” que, según se decía, había sido la prevalente en la exégesis católica anterior a 1943.

Es digno de atención que el manifiesto del P. Alonso a favor de la nueva era bíblica no apareció hasta después de la muerte en 1958 del supuesto papa progresista en cuyo recuerdo y homenaje se publicaba. ¿Había tal vez algún leve presentimiento, cuando Pío XII estaba aún vivo y activo, aquel pontífice que había promulgado la encíclica Humani Generis sólo unos años después de la Divino Afflante Spiritu, de que no fuera tan partidario de verse representado como paladín y principal instigador de las tendencias “más abiertas” e innovadoras de los estudios bíblicos? La Humani Generis, en efecto, era todo lo contrario a una encíclica “liberal”: fue promulgada en 1950 por Pío XII precisamente con el fin de denunciar las peligrosas tendencias modernistas de la teología y exégesis bíblica más recientes. En cualquier caso, toda esa precaución por parte de la élite progresista pronto desapareció tras la muerte del papa; y lo que podríamos llamar, creatividad teológica de la comunidad exegética, ha seguido desarrollando el primitivo kerygma a la luz de la experiencia postconciliar, hasta el punto de que las formas “canónicas” actuales de la Leyenda Dorada aplican a la Divino Afflante Spiritu libre y abiertamente adjetivos que el P. Alonso solo se atrevió a insinuar en 1960: el P. Fitzmyer, en los 90, nos asegura que “la encíclica de Pío XII… fue, en verdad, revolucionaria” [10].

Crítica Ortodoxa

Pero, casi tan pronto como la Leyenda Dorada salió de la imprenta en la forma original y menos desarrollada del P. Alonso, fue convincentemente refutada por un formidable defensor romano de la ortodoxia bíblica que podía ver que, a pesar de la fraseología diplomática, la nota editorial de Alonso estaba explotando el nombre y la autoridad de Pío XII con el fin de echar por tierra toda la tradición bimilenaria de la exégesis católica. Nos referimos a Mons. Antonino Romeo, un escriturista que en ese tiempo formaba parte de la Sagrada Congregación para los Seminarios y las Universidades [11]. En su respuesta fundada, elocuente e indignada al P. Alonso, en el número de diciembre de 1960 de Divinitas, la revista teológica de la Pontificia Universidad Lateranense de Roma [12], Romeo no tuvo dificultad en mostrar que tan inconsistente era la evidencia histórica aducida por el joven profesor del Instituto Bíblico en apoyo de su tesis.

La declaración más provocativa de la nota editorial de Alonso Schoekel decía que en 1943, el mismo Pío XII “era consciente de estar abriendo una puerta nueva y ancha a través de la cual muchas novedades entrarían en los precintos de la exégesis católica; novedades que habrían sorprendido en exceso a las mentes conservadoras” [13]. Para reforzar su tesis, Alonso necesitaba encontrar algún escriturista de la preguerra “radicalmente conservador” a quien pudiese señalar como ejemplo de las tendencias aceptadas y dominantes en la exégesis católica previa a Pío XII. Para hacer esto, como demostró Romeo, Alonso tuvo que ridiculizar y sacar de contexto ciertos escritos de tres grandes exégetas de primera mitad del siglo XX, los padres Billot, Murillo y Fonck [14]. Cuando llegó la hora de sacar a colación los casos de tesis bíblicas a las que previamente el Magisterio había “cerrado” las puertas pero después “abrió” en virtud de la Divino Afflante Spiritu, ¡Alonso no pudo citar ni un solo ejemplo! Mencionó la creencia en la última autoría del libro del Eclesiastés (o sea, siglos después de la muerte del rey Salomón [15]) como una tesis que, según él, sólo se admitió poco a poco y con cautela en los años de preguerra; pero, aparte del hecho de que aun durante los años más severos del período antimodernista, el Magisterio jamás censuró tales tesis, la erudición superior de Romeo pudo citar otros diez exégetas del período precedente que abiertamente habían sostenido esa tesis, además de los dos que Alonso conocía y alababa como pioneros aislados y atrevidos [16]. Alonso también apuntaba que una de las “novedades” que abría puertas a la exégesis, gracias a la Divino Afflante Spiritu, era la licencia que se concedía de cuestionar la historicidad literal y completa del libro de Judit. Pero de nuevo, Romeo señaló que el género literario de este libro ya se había reconocido como oscuro y discutible por autores católicos mucho tiempo antes de Pío XII: en 1933, el insigne exégeta G. Ricciotti “pudo escribir… con la aprobación eclesiástica: ‘Los académicos actuales en sus respectivos campos están de acuerdo como mínimo en lo siguiente, que el libro de Judit no tiene sentido si lo interpretamos literalmente’” [17].

Romeo daba también su testimonio personal, como alguien que estuvo en el Instituto Bíblico de Roma durante el período en el que Alonso (décadas después y sin esa experiencia) decía que los exégetas católicos habían permanecido estancados por la sumisión y el miedo a la autoridad de la Iglesia. Acusaciones sin fundamento. Dijo Romeo: “Para que conste, el que esto escribe fue testigo de que, en el Pontificio Instituto Bíblico, antes del 30 de septiembre de 1943, nadie percibió la existencia de un clima de miedo y desaliento entre los exégetas” [18]. Recordó que en el momento de publicarse la Divino Afflante Spiritu, nadie pensó que hubiese algo particularmente “liberador” o “revolucionario” en ella. (Esto no sorprende si se tiene en cuenta que Pío XII insistió repetidamente en la primera parte de la encíclica que deseaba confirmar y reforzar todo lo que sus predecesores desde León XIII habían establecido respecto a los estudios bíblicos [19]). Como respuesta a la versión de Alonso Schoekel sobre la historia reciente, Romeo escribió:

“En 1943 nadie notó ningún cambio de dirección. La luminosa encíclica Divino Afflante Spiritu se refiere de continuo a la Tradición gloriosa en la que la exégesis católica siempre descansó. Cuando nos alienta a progresar en la ciencia exegética, constantemente nos señala el camino ya trazado por los exégetas previos y el ejemplo resplandeciente de los Padres.” [20]

Incluso los académicos que más tarde convirtieron su exégesis en más liberal, no fueron capaces en el período inmediatamente posterior a la promulgación de la encíclica de Pío XII, de encontrar nada que les permitiera algo de lo que hasta entonces se prohibía. A finales de los 50 el P. Jean Levie, S.J. alcanzó fama de biblista “progresista”, y fue criticado con severidad por Romeo en el artículo de 1960 que estamos considerando, por su negligente enfoque al valor histórico de la Biblia. El propio Levie, en un comentario a la Divino Afflante Spiritu publicado en 1946, no dijo que estuviese abriendo puertas cerradas, ni mucho menos que Pío XII tuviera la intención de abrirlas [21].

El argumento más poderoso de Mons. Romeo contra el P. Alonso Schoekel consistió en apelar al comentario de la Divino Afflante Spiritu más autorizado que se haya publicado: un artículo del padre (más adelante cardenal) Augustin Bea que apareció en La Civilta Cattolica en 1943, en el mismo número en que se publicó la encíclica por primera vez. Bea era en ese momento rector del Pontificio Instituto Bíblico y por ser confesor de Pío XII tenía contacto frecuente con él. Más aún, era un secreto a voces en Roma que Bea fue el principal experto a quien el papa encargó el borrador de la encíclica. Nadie, por tanto, estaba en mejor posición que el P. Bea para exponer el significado y las intenciones del papa en el documento; y la publicación de su comentario junto a la encíclica claramente indicaba la gran confianza de la Santa Sede en su competencia para explicarla correctamente. Pero, como señaló Romeo en su artículo diecisiete años después, el comentario de Bea no sugiere en absoluto que Pío XII tuviese la menor intención de “abrir nuevas puertas” a los exégetas que hubiesen estado cerradas por sus predecesores en la cátedra de Pedro. Al contrario: Bea comenzó su artículo insistiendo que el motivo de la nueva encíclica de Pío XII era el 50º aniversario de la encíclica de León XIII de 1893 Providentissimus Deus, que “fijó para siempre las líneas fundamentales de los estudios bíblicos en la Iglesia Católica” [22]. Y al resumir su comentario, Bea describió la Divino Afflante Spiritu en términos igualmente conservadores: “su doctrina formará parte de aquellos documentos pontificios que permanecerán por siempre como guía y norma de la enseñanza bíblica” [23].

La Reacción Progresista

En respuesta a la devastadora crítica de Mons. Romeo al P. Alonso Schoekel, los profesores del Pontificio Instituto Bíblico cerraron filas alrededor de su abatido compañero, y dejaron claro que su institución en general estaba bajo ataque. (En esta época del resurgimiento liberal naciente tras la muerte de Pío XII, Romeo había aprovechado la oportunidad de criticar no solo a Alonso, sino también a otros exégetas, dos de ellos, profesores del Instituto Bíblico.) Pronto apareció un artículo en latín en la revista del Instituto, Verbum Dei, “firmado” solo con las iniciales de dicho instituto y ocupando menos de una cuarta parte del artículo de Divinitas que estaba respondiendo [24]. No pretendía refutar los argumentos de Romeo contra la tesis central de Alonso, es decir, el intento de reescribir la historia demarcando una línea entre la encíclica de Pío XII y todo el Magisterio precedente sobre la Sagrada Escritura, aunque se minimizaba la gravedad y relevancia de las denuncias del mismo pontífice en la Humani Generis sobre el peligro de las novedades exegéticas [25]. En vez de eso, los profesores del Instituto Bíblico optaron por una respuesta que resultó ser un golpe maestro de relaciones públicas, el cual puso a Romeo contra las cuerdas y ayudó a asegurar para la Leyenda Dorada la versión cuasi-oficial de un supuesto progreso de los estudios bíblicos a lo largo del siglo XX. Lo que hicieron los profesores fue desviar la atención de los argumentos esenciales de Romeo, para presentarse a sí mismos como víctimas de una calumnia gratuita y oscurantista. Destacaron algunos puntos accidentales del artículo de Romeo en los que el atacante supuestamente había malinterpretado a varios de los escritores que criticaba, e insinuaron que esto se había hecho de manera intencional y maliciosa. También se quejaron de algunos pasajes en los cuales Romeo se había dejado llevar por la indignación, hasta el punto de haber efectuado acusaciones de las que no podía proporcionar pruebas.

El Instituto Bíblico encontró un objetivo fácil de ridiculizar, por ejemplo, en una cita apasionada y en apariencia exagerada donde Romeo dejó claro que en su opinión el artículo de Alonso tan solo representaba la punta de un vasto iceberg de modernismo exegético oculto en las facultades católicas de teología de todo el mundo. Denunciaba de modo indiscriminado toda la ciencia bíblica católica contemporánea como un intento de “carcomer” desde dentro, como parte de una verdadera conspiración de disidencia desde las altas esferas. Tras recordar que la alarma sonó en la Humani Generis contra las tendencias que Pío XII declaraba como “amenazando subvertir los fundamentos de la doctrina católica”, continuaba Romeo:

“En Roma y en todo el mundo existe todo un hervidero de actividad incesante por parte de termitas que trabajan con fervor desde las sombras. Esto nos obliga a intuir la presencia activa de un completo plan de engaño para desintegrar aquellas doctrinas que forman y nutren la fe católica. Un número cada vez mayor de ‘signos premonitorios’ que vienen de distintos frentes, testimonian el desarrollo gradual de un plan amplio y progresivo de manipulación, bajo el liderazgo extremadamente cualificado de hombres en apariencia piadosos, planeado para desarraigar el cristianismo del modo en que se ha conocido y vivido durante diecinueve siglos, para reemplazarlo por un cristianismo de la ‘nueva era’.” [26]

El Instituto Bíblico simplemente necesitó citar este “hermoso pasaje” con un aire de dolorosa y afectada incredulidad, llamándolo “visión apocalíptica” [27] de Romeo, para desacreditarlo a la vista de muchos lectores influyentes. En fin, ¿no es una de las características de la modernidad ilustrada encontrar todo tipo de “teorías de la conspiración derechista” mostrándolas como ridículas, y de ese modo no tener que responder con la razón y con argumentos, sino tan solo con una sonrisa cómplice y un gesto despectivo?

En cualquier caso, aunque el iceberg no fuera tan malévolo y peligroso como pensaba Romeo, el hecho es que sí había un iceberg bajo la superficie que salió a flote con la respuesta de los profesores del Instituto Bíblico. A pesar de que sólo dos o tres de ellos habían sido nombrados por Romeo; el grupo completo, veinte en total, se sentían desafiados y se levantaron al unísono para plantarle cara. El golpe ganador lo dieron al presentar pruebas de que la enorme mayoría de los biblistas favorecían las tendencias denunciadas por Romeo, –o sea, el apelar a la encíclica de Pío XII sobre la Escritura para justificar interpretaciones “más abiertas” y menos rigurosas de la inerrancia e historicidad de la Biblia– de modo que la condena de este pequeño grupo se convirtió en la condena de toda la exégesis católica contemporánea. Tras citar el pasaje “conspiratorio” de Romeo, los profesores comentaron a sus lectores: “Os preguntaréis, finalmente, si quedará algún exégeta contemporáneo –con el mismo criterio de Romeo– que no se encuentre implicado en esta mortal y diabólica conspiración” [28]. A continuación presentaron una “impresionante” lista de altas autoridades eclesiásticas, importantes instituciones católicas, prestigiosas revistas bíblicas y el testimonio de exégetas que habían apoyado abiertamente a los profesores jesuitas Maximilian Zerwick y Jean Levie, a los que Romeo acusaba de modernistas y heterodoxos [29].

En pocas palabras, la “teoría conspiratoria” de Romeo no estaba tan lejos de la verdad. El tipo de exégesis peligrosa denunciada por la Humani Generis se siguió expandiendo tranquilamente entre los académicos a lo largo de la década de 1950, pero se había mantenido grosso modo al margen de la imprenta y del gran público mientras el estricto y vigilante Pío XII se encontraba a cargo del timón de la barca de Pedro. Cuando, tras la muerte de Pío XII, Mons. Romeo y otros pocos [30] golpearon la punta del iceberg, la gran masa bajo la superficie comenzó a emerger. Esta nueva élite emergente, al expandirse y tomar conciencia de su latente poder, podía ahora prescindir de la difícil (sino imposible) tarea de responder a los acusaciones de Romeo con la Escritura y el Magisterio en la mano, y se sintieron libres de “argumentar” con una simple demostración de fuerza: “¡Estamos en todas partes! ¡Si te enfrentas a uno te enfrentas a todos!”

III. 1961-1968: EL TRIUNFO DE LA LEYENDA DORADA

En 1960 el desenlace de la controversia entre la escuela bíblica tradicional y la progresista pareció conceder la victoria a la primera, sin embargo, resultó ser una victoria efímera, como veremos.

La intervención de Pablo VI

Pronto se vio el conflicto como una confrontación escandalosa entre dos instituciones pontificias de prestigio: el Instituto Bíblico dirigido por los jesuitas y la Universidad Lateranense. Este espectáculo inaudito de las dos academias enseguida llamó la atención de Juan XXIII, que durante la primavera de 1961, instó al Santo Oficio (bajo el cardenal Alfredo Ottaviani) a intervenir y dirimir la disputa. Mientras se estudiaba el caso, el Santo Oficio emitió un Monitum (advertencia) el 20 de junio de 1961 contra las tendencias exegéticas que ponían en duda la historicidad de los Evangelios [31]. Unos días después el libro La Vie de Jesus del escriturista francés Jean Steinmann –considerado un ejemplo de tales tendencias– fue condenado y puesto, con la aprobación del papa, en el Índice de Libros Prohibidos [32]. Mas tarde, en septiembre del mismo año, dos de los profesores del Instituto Bíblico, a los que Mons. Romeo había denunciado en su artículo, Stanislaus Lyonnet y Maximilian Zerwick, fueron expulsados de la docencia por orden del Santo Oficio. Romeo también los había acusado de minar la historicidad de los Evangelios: Zerwick, por ejemplo, había afirmado en un seminario para profesores italianos de la Biblia que las promesas de Cristo a Pedro en Mateo 16,18-19 (“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra…”) son “obra del evangelista, que pone en labios de Jesús una frase ficticia” [33]. (El P. Malachi Martin, que en ese tiempo era compañero de Zerwick en el Instituto Bíblico, también me contó su recuerdo de una conversación privada que tuvo con Zerwick, en la que éste desechaba como “míticos” los relatos de san Mateo sobre la visita de los magos, la matanza de los inocentes, etc.)

A la luz de estas advertencias magisteriales y medidas disciplinares de 1961, parecía que los “fundamentalistas” del Vaticano (como los llama el P. Raymond Brown) habían ganado. Sin embargo, Pablo VI, poco después de su elección en junio de 1963, inició un curso de acción que –lo haya querido o no– iba a derivar en la revocación práctica de esta situación. Como cardenal Montini, ya había realizado algunas declaraciones antes del Vaticano II que, a la luz de la subsiguiente explosión de disenso que salió a la superficie después del Concilio, demostraron ser demasiado ingenuas. Había dicho, por ejemplo, que toda la Iglesia Católica, en vista del inminente concilio ecuménico, se encontraba serenamente unida en la fe y no perturbada por disputas internas o herejías. Respecto a la controversia que hemos examinado, Pablo VI, en línea con su mirada optimista, se persuadió de que Romeo y otro exégeta tradicional de la Universidad Lateranense de Roma, Mons. Francesco Spadafora [34], habían calumniado a los profesores del Instituto Bíblico con sus acusaciones públicas. Por consiguiente, durante su primera visita como papa a la Universidad Lateranense, el 31 de octubre de 1963, regañó públicamente a esos profesores, acusándolos de haberse involucrado en una “celosa rivalidad” y “enojantes polémicas”, y les advirtió de que nunca debían repetir un comportamiento como ese [35]. Poco después, el papa destituyó a Mons. Antonio Piolanti del cargo de rector de la Universidad Lateranense, que, como editor de Divinitas, había secundado las denuncias de Romeo y Spadafora hechas en la revista. Entonces, en marzo de 1964, Pablo VI recibió en audiencia al nuevo rector del Instituto Bíblico, el canadiense P. Roderick MacKenzie, S.J., que le pidió reabrir el caso de los dos profesores jesuitas despedidos de la docencia por el cardenal Ottaviani.

Con la simpatía por las declaraciones de Mackenzie de que Lyonnet y Zerwick habían sido víctimas inocentes de prejuicios reaccionarios, Pablo VI acordó reexaminar sus casos por una comisión de cardenales dirigida por el antiguo rector del Instituto Bíblico, el cardenal Bea. Como resultado de esto, los dos profesores jesuitas fueron reincorporados en sus cargos en otoño de 1964. Esta nueva investigación fue llevada a cabo en secreto. Del grupo selecto de cardenales que en 1964 componían la Pontificia Comisión Bíblica (que en ese tiempo todavía era un organismo del Magisterio), el único miembro que aún vive es el cardenal Franz Koenig, arzobispo de Viena retirado. Me informó el año pasado de que no sólo no fue consultado sobre la nueva investigación, sino que nunca se enteró de nada hasta que leyó el resultado en el periódico. Y en 1995 pregunté a Mons. Spadafora, uno de los principales “testigos de cargo” en el proceso original de 1961 contra los dos profesores, si había sido llamado durante la reexaminación del cardenal Bea. Me respondió que él tampoco supo nada hasta que los resultados se hicieron públicos.

Restauración del Status Quo Progresista

El efecto de esta reincorporación recomendada por Bea y autorizada por Pablo VI fue trascendental: con la ventaja de la retrospectiva, podemos ver ahora el enorme peso que esta decisión tuvo en la consolidación progresista y racionalista de la enseñanza bíblica católica, junto a la Leyenda Dorada que le da respetabilidad a esa escuela de exégesis. Me comentaba el cardenal Koenig en una carta que, “la rehabilitación de los dos jesuitas, Lyonett y Zerwick, causó mucha impresión en ese tiempo y los testigos entendieron que Pablo VI no estaba de acuerdo con las decisiones del Santo Oficio” [36]. Esta supuso la primera de una serie de humillaciones que su prefecto, el cardenal Ottaviani, tuvo que sufrir durante los años del Concilio Vaticano II [37].

No se trata de que Pablo VI sintiera afinidad por la crítica radical de los Evangelios. Al contrario, en mi tesis doctoral, aprobada el pasado enero y a punto de ser publicada en Roma, he demostrado que, como todos sus predecesores (y sucesores) en la cátedra de Pedro, Pablo VI confirmó con claridad y constancia la historicidad íntegra de los Evangelios –incluyendo aquellos pasajes que con frecuencia son desmitologizados por los exégetas del “establishment”– en cientos de documentos y discursos. De hecho, mi trabajo de investigación ha revelado que el papa ratificó al menos 52 veces, desde el comienzo hasta su décimo quinto año de pontificado, la historicidad de las promesas de Nuestro Señor a San Pedro tal como se relatan en Mateo 16,17-19.

Entonces, ¿por qué, repuso al P. Zerwick, que públicamente había descrito tales promesas como “ficción”, siendo profesor en la institución bíblica más importante y prestigiosa de la Iglesia, y sin siquiera requerir de Zerwick ninguna retractación pública? Posiblemente tengamos que esperar hasta mediados del próximo siglo, cuando los archivos del Santo Oficio se abrirán por fin a su estudio [38], para clarificar esta importante cuestión. Pero a grandes rasgos, podemos decir que este caso es una prueba más del carácter enigmático y paradójico del pontificado de Pablo VI. Conforme a las promesas de Pedro, cuya autenticidad estaba siendo puesta en duda, el magisterio de Pablo VI siempre expresó la fe apostólica ortodoxa; pero sus decisiones prácticas y administrativas –y a veces, su indecisión– a menudo parecieron permitir situaciones peligrosas para la fe. Como he dicho en una de las conclusiones de mi tesis doctoral: “Se podría decir… que la estrategia elegida por Pablo VI para hacer frente a las amenazas de la falsa doctrina –tanto en los estudios bíblicos como en otras ciencias sagradas– era en la práctica lo contrario a la famosa frase del presidente estadounidense Theodore Roosevelt sobre las relaciones exteriores, ‘habla suavemente, pero lleva un gran garrote’. El papa en cambio, daba la impresión de intentar compensar la lenidad de sus actos disciplinarios con la redoblada urgencia de sus discursos.”

Parece que hubo ciertas condiciones para la rehabilitación de estos dos profesores jesuitas a sus cargos de enseñanza: como he mostrado en mi tesis doctoral, a partir de entonces no volvieron a enseñar o publicar material que tratara temas bíblicos donde sus ideas contrastaban con el juicio del Santo Oficio. Sin embargo, nada de esto se hizo público; y el mensaje de facto enviado a los biblistas católicos de todo el mundo, el verano de 1964, era que los hechos dicen más que las palabras. Se entendió que, desde aquel momento, independientemente de lo que enseñe el Magisterio respecto a la interpretación bíblica, los exégetas católicos podían en la práctica sentirse libres de promover cualquier teoría exegética crítica que les apeteciera sin temor a acciones disciplinarias. Después de más de treinta años esta situación aún prevalece: pese a que varios teólogos dogmáticos y moralistas han recibido advertencias o han sido disciplinados por Roma en décadas recientes (Hans Kung, Edward Schillebeeckx, Charles Curran, Leonardo Boff, Tissa Balasuriya, por ejemplo), ni un solo exégeta, que yo sepa, ha sido expulsado de su cargo, aun cuando la exégesis radical haya proporcionado casi siempre las premisas de las que los teólogos disidentes en moral o dogma han extraído sus conclusiones.

Catástrofe Conciliar


Otro factor que favoreció el triunfo de la Leyenda Dorada fue la terrible derrota sufrida por el cardenal Ottaviani y el Santo Oficio en noviembre de 1962, cuando el esquema conciliar sobre “Las fuentes de la Revelación” (la Escritura y Tradición), que había sido preparado bajo la supervisión de Ottaviani, fue rechazado por los Padres del Concilio. Entre otras cosas, el esquema afirmaba explícitamente la completa inerrancia de la Escritura y la verdad histórica de las narraciones de la infancia y resurrección de Cristo, reprendiendo severamente a cualquiera que “se atreviera” a minimizar la historicidad de las palabras y hechos de Jesús tal como se consignaron en los cuatro Evangelios. Más del 60% de los Padres Conciliares votaron en contra de este documento después de escuchar a varios de los prelados más prestigiosos de la Iglesia –sobre todo al cardenal Bea–, que vituperaban el esquema por su negatividad y recelo de la exégesis moderna, su tono “escolástico” y “antipastoral”, su insensibilidad ecuménica y, su incapacidad de incorporar los enfoques nuevos y liberadores de la Divino Afflante Spiritu. Esto, a pesar de que el esquema citaba con frecuencia los pasajes “liberadores” y “revolucionarios” de la encíclica, que constituían el pretexto principal de la Leyenda Dorada: en concreto, el pasaje donde Pío XII habla de la importancia de identificar correctamente los géneros literarios [39]. El esquema que lo reemplazó sufrió revisiones durante los siguientes tres años del Vaticano II, y gracias a insistencia de los Padres más tradicionales, la versión finalmente aprobada y promulgada por Pablo VI el 18 de noviembre de 1965 –la constitución dogmática Dei Verbum– reincorporó los principales puntos que los progresistas rechazaban, aunque de una forma más indirecta y menos explícita. La inerrancia absoluta de la Escritura y el carácter histórico de las narraciones de la infancia y resurrección aparecieron reafirmadas, no en el texto principal del documento, sino en la “letra pequeña”: o sea, en las notas a pie de página y en las explicaciones oficiales de enmiendas al texto que los Padres Conciliares entregaron a los portavoces de la Comisión Teológica. Aun así, estas explicaciones son inaccesibles para el 99% de los fieles católicos: la mayoría nunca han sido traducidas y el único lugar donde están disponibles es en las bibliotecas católicas lo suficientemente grandes como para dar cabida a los veintisiete tomos que contienen los procedimientos completos del Concilio; todos en latín.

Por lo tanto, podemos decir que Pablo VI y los Padres Conciliares ratificaron en los documentos del Vaticano II una serie de importantes puntos doctrinales y controvertidos, pero de manera sutil y apenas perceptible. Y esto, me atrevo a sugerir, ha terminado siendo un desastre para la divulgación de la ortodoxia católica, en una época donde estamos cada vez mas condicionados por los mass media y la información se asimila cuando llega de forma machacona y llamativa en titulares de periódicos y televisión.

Los proveedores de la Leyenda Dorada, que como todos los progresistas católicos, siempre cuentan con el apoyo de los medios seculares, rápidamente tomaron ventaja de la situación. Ignorando la letra pequeña de la Dei Verbum, y citando de forma descontextualizada la encíclica de Pío XII, consiguieron dominar la opinión pública, de modo que tan solo tres años después del Concilio llegaron a los oídos de quienes escriben los discursos papales. En una alocución a un congreso de estudiosos sobre el Antiguo Testamento en 1968, Pablo VI hizo exactamente la misma afirmación pseudohistórica que el P. Alonso Schoekel había hecho ocho años atrás y provocó la indignación de Mons. Antonino Romeo. El papa dijo: “Sabéis que nuestro predecesor Pío XII abrió un camino amplio para los investigadores en su encíclica Divino Afflante Spiritu.” La explicación de Romeo sobre la enseñanza pontificia de la Biblia ya se había tirado a la basura. Ahora después de más treinta y cinco años, vemos más claro que nunca, que fue la historia de un perdedor.

IV. LAS FALACIAS DE LA LEYENDA DORADA

Finalmente, tras nuestro excursus histórico que resume el proceso por el que los exégetas progresistas llegaron al control del escenario, concluiré, preguntándome –y respondiendo brevemente– en qué falla la Leyenda Dorada. ¿Cuáles son las falacias de esta versión de la historia que necesitan ser desmitologizadas? A pesar de todo, mantengo, con Mons. Romeo, que la apertura que hizo Pío XII de las puertas exegéticas que cerraron sus predecesores es legendaria. Pero entonces, ¿por qué la leyenda ha logrado disfrazarse éxitosamente durante tanto tiempo como un hecho histórico? ¿No será que el papa realmente dijo algo en Divino Afflante Spiritu que dio pie a este tipo de interpretación que critico? Ya he tratado este asunto en un artículo de la revista Faith & Reason de 1997 [40], y no voy a reproducir aquí todo lo que ya dije en él. Lo que sigue es un breve resumen de sus puntos principales:

El MITO Nº 1 sostiene que, desde el comienzo del siglo XX hasta 1943, el Magisterio adoptó un enfoque cerrado, negativo y suspicaz hacia los escrituristas, de modo que estos a menudo temían la censura de las autoridades vaticanas opresivas y oscurantistas. Sin embargo, la realidad es que, de todos los miles de libros y artículos sobre la Biblia publicados en ese período, sólo cuatro libros y dos artículos fueron condenados por el Santo Oficio o la Comisión Bíblica. Este parece un número demasiado bajo de “víctimas” para un supuesto reinado de terror. Tenemos testimonios como el de Romeo, que negaron que los exégetas en ese periodo vivieran con temor a ser censurados por las autoridades romanas. La verdad es que solo una minoría progresista se sintió oprimida, que posteriormente se refirió a esa etapa generalizando sus sentimientos a toda la comunidad.

El MITO Nº 2 asegura que el principal motivo de Pío XII para publicar Divino Afflante Spiritu fue advertir a la Iglesia de la grave amenaza que planteaban los católicos ultraconservadores al rechazar la hermenética progresista en favor del fundamentalismo. ¿Cual es la verdad? La encíclica hace un único comentario diciendo que los católicos no deben rechazar automáticamente cualquier novedad en la ciencia bíblica por el mero hecho de ser nueva. Ahora bien, cuando investigamos el origen de ese breve comentario, encontramos que el papa tenía en mente un único caso, el del P. Dolindo Ruotolo –un desconocido fuera de Italia–, que había causado cierta controversia en 1941, al publicar un panfleto “tradicionalista” que denunciaba el modernismo de la exégesis moderna. Pero las ideas de Ruotolo eran tan extremas que no se ajustaban con la auténtica tradición. Por ejemplo, condenaba el estudio moderno de las lenguas originales de la Escritura, el griego y el hebreo, pues según su interpretación del Concilio de Trento, la Vulgata era la versión perfecta de la Biblia. Esta posición errónea era lo que Pío XII tuvo en cuenta al hacer dicho comentario. Pero más recientemente, Raymond Brown y otros exégetas del establishment han utilizado esa cita para condenar a quienes critican su exégesis sobre estas materias, en publicaciones como The Wanderer, Culture Wars, This Rock, Homiletic & Pastoral Review y Faith & Reason.

El MITO Nº 3 afirma que los anteriores pontífices habían prohibido a los exégetas la identificación de géneros literarios, insistiendo en que todo debe interpretarse literalmente; y que Pío XII habría revertido esta política reaccionaria e insistido en la correcta identificación de las formas de decir bíblicas. Lo cierto es que mucho antes el Magisterio ya permitía especular sobre los géneros literarios, y Pío XII lo único que hizo fue exponer de manera más explícita esos mismos principios de interpretación.

El MITO Nº 4 dice que, gracias al reconocimiento de Pío XII de los diferentes géneros literarios y la enseñanza del Vaticano II sobre el mismo tema, los exégetas pueden lícitamente sostener que partes de los cuatros Evangelios deben entenderse como literatura imaginaria o simbólica, en vez de como verdadera historia. La realidad es que ni Pío XII ni el Vaticano II justifican esta opinión, que representa un abuso, en lugar de una aplicación legítima del Magisterio sobre los géneros literarios bíblicos.

Finalmente, el MITO Nº 5, sostiene que el Vaticano II restringe la inerrancia de la Escritura a algunos temas o fragmentos “consignados en la Biblia para nuestra salvación”. La verdad es que las explicaciones oficiales y las notas a pie de página –la “letra pequeña”– dejan claro que no existe tal restricción. He argumentado en mi tesis doctoral que las traducciones publicadas al inglés de la Dei Verbum son bastante confusas, y que una traducción exacta dejaría bien claro que lo que el Concilio quiere decir realmente es que todo en la Biblia está allí “para nuestra salvación”, y que todo lo que los hagiógrafos afirman está necesariamente libre de error en virtud de la simultánea autoría divina. Copiaré la mejor traducción publicada al inglés de este pasaje y luego mi propia traducción, la cual arguyo detalladamente en mi tesis doctoral. La primera se encuentra en la edición Flannery y se usa también, por desgracia, en el Catecismo de la Iglesia Católica (#107):

“Puesto que todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman debe considerarse como afirmado por el Espíritu Santo, debemos reconocer que los libros de la Escritura, firmemente, con fidelidad y sin error, enseñan la verdad que Dios, para nuestra salvación, quiso consignar en las Sagradas Escrituras.” [*]

Hasta cierto punto es ambiguo: no se sabe si toda la Biblia o sólo algo de ella está ahí para nuestra salvación, y por lo tanto con la garantía de estar libre de error. La traducción que sugiero es la siguiente:

“Puesto que todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman debe considerarse como afirmado por el Espíritu Santo, debemos, en consecuencia, reconocer que los libros de la Biblia enseñan la verdad firmemente, con fidelidad y sin error; teniendo en cuenta que Dios quiso consignar esta verdad en la Sagrada Escritura para nuestra salvación.”

Signos de Esperanza

Casi treinta años después del triunfo de la Leyenda Dorada, todavía reina sin oposición, a pesar de su manifiesta tergiversación de los documentos de la Iglesia. ¿Existen signos de esperanza? Sí, existen. Me parece un signo extraordinario de la protección del Espíritu Santo a la Iglesia que, a pesar del racionalismo y escepticismo imperante en los estudios bíblicos, los documentos magisteriales de Juan Pablo II, como de sus predecesores, continúan sosteniendo la verdad histórica y la inerrancia de la Sagrada Escritura. Así hace el Catecismo de la Iglesia Católica, en sus numerosas referencias a los Evangelios y otros libros bíblicos [41]. Muchas veces en el pasado, la fe de la Iglesia fue atacada desde dentro. Pero la Roca de Pedro, en la cual Nuestro Señor fundó la Iglesia, prevalecerá siempre. Y, Dios mediante, en el nuevo milenio, veremos el día en el que esa versión falsificada de la enseñanza de la Iglesia, no sólo será reconocida como leyenda, sino que también se le dará muerte y sepultura.

Este artículo, de la revista Culture Wars de Enero de 1999 [206 Marquette Ave., South Bend, IN 46617, USA], es una adaptación de una conferencia pronunciada en Nueva Jersey en 1998, titulada "Desmitologizar la Leyenda Dorada".

NOTAS

[1] Cf. Dei Verbum,11. [Nota del traductor: Cf. Providentissimus Deus, 45]

[2] Dei Verbum, 19.

[3] La mayoría de los católicos asocia la palabra “fundamentalista” con una lectura protestante y anticatólica de la Biblia. En los últimos años los proveedores de la Leyenda Dorada no han dudado en aplicar este epíteto peyorativo a los católicos que sostenemos la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre la inspiración, la historicidad e inerrancia de la Sagrada Escritura. Véase por ejemplo, J. A. Fitzmyer, S.J., (ed.), The Biblical Commission Document, "The Interpretation of the Bible in the Church"- Text and Commentary (Rome, Editrice Pontificio Istituto Biblico, 1993). El autor se refiere a la obra apologética de Karl Keating como un ejemplo de una nueva tendencia que considera perturbadora y que describe así: “Por desgracia, los católicos en tiempos recientes han desarrollado su propia forma fundamentalista de leer la Biblia” (op. cit., p. 107, y cf. n. 143 de esa página).

[4] En una presentación muy conocida de la Leyenda Dorada, otro destacado exégeta postconciliar, el P. Raymond E. Brown, habla de “la crítica bíblica adoptada por Pío XII” y de algunos destacados exégetas “(por ejemplo, David Stanley y Stanislaus Lyonnet) ... que sufrieron mucho en los malogrados intentos fundamentalistas por rechazar esa crítica en los 60” (The Virginal Conception and Bodily Resurrection of Jesus, New York, Paulist Press, 1973, p. 6).

[5] Ibid., P. 13.

[6] Ibid., pp. 13-14.

[7] Fitzmyer, op. cit., p. 20, n. 10.

[8] Ibid., pp. 101-108, con el texto y el comentario para la Sección I (F) del documento de la Pontificia Comisión Bíblica, titulado “La interpretación fundamentalista”.

[9] En este documento, la Comisión Bíblica, con un enfoque lo más aproximado a una profesión de fe en la inerrancia bíblica, cuidadosamente evita hacer tal profesión. Nótese la curiosa elección de las palabras en la siguiente concesión: “El fundamentalismo hace bien en insistir en la divina inspiración de la Biblia, la inerrancia de la Palabra de Dios y otras verdades bíblicas…” (ibid., p. 104, énfasis añadido). ¿Por qué no se utiliza una forma más breve y natural de expresar el asentimiento doctrinal de que “todo lo afirmado por los autores inspirados… debe considerarse como afirmado por el Espíritu Santo”, como insiste el Vaticano II en la Dei Verbum, 11? ¿Por qué distinguir en este contexto entre “la Biblia” y “la Palabra de Dios”, sobre todo sabiendo que los “fundamentalistas” cuyas ideas se están rechazando no lo harían? Esto es, ¿por qué no decir simplemente “el fundamentalista hace bien en insistir sobre la divina inspiración e inerrancia de la Biblia y otras verdades bíblicas…”? ¿Por qué no?, a no ser que uno sea reacio a conceder que el fundamentalismo “hace bien” cuando expresa la doctrina de esta forma. ¿Pero por qué debería existir una reticencia tal, a menos que uno sostenga la idea –incompatible con la fe católica– de que no todo lo escrito en la Biblia es realmente “la Palabra de Dios”?

[10] Op. cit., pp. 18-19.

[11] Este dicasterio ha sido rebautizado con el nombre de Congregación para la Educación Católica.

[12] A. Romeo, “L’Enciclica ‘Divino afflante Spiritu’ e le ‘Opiniones Novae’”, Divinitas 4 (1960), pp. 387-456.


[13] “… si rese ben conto di aprire una nuova ed ampia porta, e che attraverso di essa sarebbero entrate nel recinto dell'esegesi cattolica molte novit_, che avrebbero sorpreso gli animi eccessivamente conservatori” (L. Alonso Schoekel, “Dove Va L’Esegesi Cattolica?” [La Civilta Cattolica, III, quad. 2645, 3 September 1960] p. 456).

[14] Cf. Alonso, op. cit., pp. 451-453 y Romeo, op.cit., pp. 397-404.

[15] El libro empieza (1,1) con una descripción del autor como “el Predicador, hijo de David, rey de Jerusalén”. La opinión académica general ha entendido durante largo tiempo que esto es un recurso literario para el lector a quien originalmente se dirigía el texto, y datan la doctrina y el lenguaje del libro como de origen postexílico, es decir, al menos medio milenio posterior a la era salomónica.

[16] Cf. Alonso, op. cit., p. 454 y Romeo, op. cit,, p. 405, especialmente n. 45.

[17] Cf. Alonso, op. cit., p. 457 y Romeo, op. cit., pp. 434-435, n. 113.

[18] Romeo, op. cit., p. 393, n. 13.

[19] Cf. Enchiridion Biblicum (EB) 539-545.

[20] Romeo, op. cit., p. 409.

[21] Cf. J. Levie, «L’Encyclique sur les études Bibliques», Parte I (Nouvelle Revue Théologique, Vol. 68, No.6, Oct. 1946) pp. 655-657 y Parte II (Vol. 68, No.7, Nov-Dic 1946) pp. 781-782.

[22] “. . . fissa per sempre le linee fondamentali dello studio biblico nella Chiesa cattolica” (A. Bea, “L’Enciclica ‘Divino afflante Spiritu’ [La Civiltà Cattolica, No. IV, quad. 2242, 10 Noviembre 1943] p. 212).

[23] “… entrere certamente nella serie dei quei documenti pontifici, che rimarranno per sempre guida e norma dell'insegnamento biblico” (ibid., p. 224).

[24] Cf. artículo firmado con las iniciales “P.I.B.”, con el título entitled “Pontificium Institutum Biblicum et Recens Libellus R.mi D.ni A. Romeo” (Verbum Domini, 39 [1961] pp. 3-17).

[25] Cf. Pío XII, encíclica Humani Generis (12 de agosto 1950), EB 612-613, 618.

[26] Romeo, op. cit.,p. 454.

[27] “… apocalypticam visionem” “PI.B.”, op. cit., p. 14. (En la p. 15 se reproduce el pasaje del artículo de Romeo citado en la nota 26.)

[28] Ibid., p. 15, énfasis en el original.

[29] Ibid.

[30] Estos incluían principalmente al cardenal Alfredo Ottaviani, Prefecto del Santo Oficio, a los cardenales Ruffini y Pizzardo de la Pontifica Comisión Bíblica y a Monseñor Francesco Spadafora, otro profesor de Escritura en la Universidad Laterana que en ese momento era asesor del Santo Oficio. Hasta su muerte en marzo de 1997, Spadafora nunca dejó de desafiar abierta y hostilmente el progresismo postconciliar en la exégesis católica, especialmente en el periódico “anti-modernista” (así autodenominado) italiano Si Si No No.

[31] Cf. EB 634.

[32] Cf. EB 635.

[33] “… l’opera dell’evangelista, che mette nella bocca di Gesu una frase fittizia’ (M. Zerwick, Critica letteraria del N.T. nell’esegesi cattolica dei Vangeli [Conferenze tenure al Convegno Biblico di Padova 15-17 settembre 1959], S. Giorgio Canavese, 1959, p. 5). Zerwick solo aceptaba que esta supuesta invención ficticia de Mateo (o por un redactor anónimo del Evangelio) estaba al menos en armonía con otras cosas que Jesús sí dijo en otras ocaciones.

[34] Cf. más arriba, n. 30.

[35] “gelosa concorrenza ... fastidiosa polemica” (Insegnamenti di Paolo VI, 1963, p. 272).

[36] Carta a B. W. Harrison, 29 de marzo de 1996.

[37] Como muchos otros eclesiásticos de su tiempo, el cardenal Bea –según la información que me dieron dos sacerdotes que lo conocieron bien: Mons. Francesco Spadafora y el P. Malachi Martin– adoptó ideas “progresistas” desde la muerte de Pío XII hasta la celebración del Vaticano II. Lo cual al parecer se debió en parte a un sentimiento de solidaridad con sus compañeros jesuitas, imbuidos de un creciente progresismo, y en parte porque se sentía personalmente cautivado por la visión gozosa de Juan XXIII de un “nuevo Pentecostés”, que lograría el Conclio a través de la “apertura”, el aggiornamento (renovación), el diálogo con el mundo y, sobre todo, el ecumenismo. El P. Martin creía que Bea, formado en la escuela tradicional jesuita de estricta obediencia ignaciana, se esforzó por adaptar su punto de vista con el de los sucesivos pontífices que tuvo que servir.

[38] En marzo de 1996 pedí al cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe tener acceso a los documentos del caso Lyonnet-Zerwick para completar mi investigación doctoral. Se me informó de que no sería posible ya que ninguno de los archivos del Santo Oficio, desde el pontificado de san Pío X (1914), están abiertos, ni siquiera para los teólogos.

[39] En referencia a este pasaje en la nota 9, el artículo 13 del esquema rechazado afirmaba: “… lo que el autor pretendió significar al escribir es a menudo malentendido a menos que se preste la debida atención a las formas locales y acostumbradas de pensar, hablar y narrar propias del tiempo en el que vivieron los hagiógrafos. (... id quod auctor scribendo reapse significare voluit, si pius non recte intellegitur, nisi rite attendatur ad suetos nativos cogitandi, dicendi vel narrandi modos, qui tempore hagiographorum vigebant)" (Acta Synodalia I, III, 18-19).

[40] “The Encyclical Spiritus Paraclitus in its Historical Context” (Living Tradition 60 [Sept. 1995] pp. 1-11 y 61 [Nov. 1995] pp. 1-18; republicado en Faith & Reason 23 [Spring 1997] pp. 23-88).

[41] El P. David Coffey del Catholic Institute of Sydney se ha quejado de que “el uso acrítico de la Escritura en el Vaticano II, que ha sido objeto de comentarios académicos, es continuado en el Catecismo” (“Faith in the Creator God”, en A. Murray [ed.], The New Catechism: Analysis and Commentary [Sydney: Catholic Institute of Sydney, 1994], p. 14). El “comentario académico” al que se refiere el P. Coffey es el del P. Raymond Brown, “Scripture and Dogma Today”, America, 157 (31 de octubre de 1987), p. 287. Resulta refrescante ver momentos de honestidad como éstos en las obras de los teólogos del establishment: rara vez admitirán con sinceridad su disconformidad con la enseñanza del Vaticano II.

[*] Nota del traductor:

La traducción vaticana al español de la Dei Verbum dice así: “
Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación.

La versión castellana oficial del Catecismo traduce así: “Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra.

El R.P. Brian W. Harrison, O.S., nacido en Australia en 1945 de familia presbiterana, se convirtió al catolicismo en 1972. En 1979 ingresó en el Seminario Mayor de Sydney y completó sus estudios con la Licenciatura en Sagrada Teología en el Angelicum de Roma, siendo ordenado sacerdote en la basílica de San Pedro por Juan Pablo II en 1985. En 1997 obtuvo el Doctorado en Teología Sistemática, summa cum laude, en la Pontificia Universidad de la Santa Croce en Roma. Desde 1989 vive alternativamente en Puerto Rico, donde es presidente del Departamento de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, y St. Louis (Missouri), donde está la casa de los Oblatos de la Sabiduría, sociedad sacerdotal a la que pertenece y cuyo especial carisma es encarrilar la interpretación del Concilio Vaticano II según la Tradición bimilenaria de la Iglesia Católica de acuerdo con la “hermenéutica de la continuidad”.

Fuente: www.christianorder.com/…/features_mar02.…

Traducción por Corazón Católico.
Jordi Vidal compartió esto
54
jj