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El demonio de la acedia (4 / 13) La Acedia es una tristeza por el bien, por los bienes últimos, es tristeza por el bien de Dios. Es una incapacidad de alegrarse con Dios y en Dios. Nuestra cultura está …Más
El demonio de la acedia (4 / 13)

La Acedia es una tristeza por el bien, por los bienes últimos, es tristeza por el bien de Dios. Es una incapacidad de alegrarse con Dios y en Dios. Nuestra cultura está impregnada de Acedia.

Autor: P. Horacio Bojorge | Fuente: EWTN

Estimados amigos, iniciamos un nuevo capítulo de nuestra serie sobre el demonio de la acedia, y en este programa quisiera tratar acerca del origen histórico de la acedia, cuando comienza este demonio de la acedia a manifestarse y a trabajar, porque ese origen de la acedia nos puede iluminar acerca de cómo después a seguido trabajando a lo largo de todo el tiempo, contemporáneamente con la obra y el designio divino a través de la historia, desde los comienzos, y seguirá hasta su fin.

Me refiero a la aparición de la serpiente en el relato del pecado original. Leemos en el libro de la Sabiduría, uno de los libros de la Sagrada Escritura, que por envidia -por acedia del diablo- entró la muerte en el mundo, por acedia del diablo entró la muerte en la humanidad, y esta muerte reina sobre aquellos que le pertenecen, en cambio sobre los que han sido salvados por Nuestro Señor Jesucristo del poderío del demonio de la acedia, aquellos que conocemos el bien, que conocemos al Padre, se nos abre la puerta de la VIDA ETERNA.

Quiero con ustedes comenzar entonces remontarnos en nuestra memoria al relato del libro del Génesis, del comienzo del libro del Génesis. Pero antes quisiera mirar de un solo vistazo -como nos enseña hacerlo el Catecismo de la Iglesia Católica- la Sagrada Escritura -que nos trae la revelación de Dios acerca del sentido de su obra creadora desde el principio al fin-.

Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica que la Sagrada Escritura comienza con un festín de bodas, fiesta de bodas, y termina al final del libro del Apocalipsis con otra fiesta de boda que se prepara. La primera fiesta de bodas es la de Adán y Eva, a quienes Dios les hace -como regalo de bodas- el regalo de toda la creación, les entrega todas las cosas para que las gobierne y para que sean sobre la Tierra ministros de la Providencia Divina en el gobierno de las criaturas, tanto de las criaturas que no son libros como de las que sí lo son (los seres humanos). Sabemos que los ángeles, que son criaturas libres, son colaboradores de Dios en el gobierno de la creación, pues bien, a querido también asociar al ser humano -al varón y a la mujer- a ese gobierno divino sobre las cosas, nos ha dado todas las cosas para que las gobernemos, ese es el designio divino del comienzo.

Y al fin de las Sagradas Escrituras, hablándonos ya del fin de los tiempos, se nos presenta a la novia que, con el Espíritu Santo, llama al novio que viene: “¡ven Señor Jesús!”. El Espíritu y la novia dicen ven, y el Señor responde: “Sí, vengo, vengo pronto”. Ese novio es el Verbo eterno hecho hombre, que viene a las bodas finales del tiempo con la Iglesia, es el triunfo del Amor.

Desde el comienzo al fin de esta historia hay amor, amor esponsal, amor de Dios con la criatura, amor del varón y la mujer, imagen y semejanza creada del amor divino, no hay cosa sobre la creación que en algún momento no haya reflejado para los hombres algo de la divinidad. Dice el historiador de las religiones, Mircea Eliade, que el bosque tiene algo de sagrado, la peña, la fuente, el sol, el río, todo lo que parece poderoso y glorioso en algún momento ha reflejado para el hombre algo de lo que es el creador de todas las cosas, ha sentido como un estremecimiento de la divinidad en las criaturas que ve y que alcanza a admirar por su poderío, por su consistencia, su solides, por su capacidad fecundadora, no sólo las de la Tierra, sino que levantando los ojos al cielo ha podido vislumbrar en la inmensidad del universo -en las criaturas celestes- las epifanías de Dios. También en la tormenta, en el rayo, ha visto manifestaciones huránicas de Dios, del poder divino. En el mar, en las olas, en los monstruos marinos... en la fecundidad de la naturaleza, en todas las cosas ha visto la manifestación de Dios.

Es decir, no ha podido la acedia enceguecer al hombre de tal manera que, cualquiera de las criaturas en cualquier momento no le pudiera dar un vislumbre del poder divino. Por eso San Pablo se admirado de que los hombres, habiendo conocido las criaturas, no llegaran a conocer al creador a través de ellas. Por esa ceguera, por esa acedia, de no ver a Dios a través de sus criaturas y sus creaciones el Señor entenebreció -llenó de tinieblas- sus corazones y los entregó a pasiones viles y bajas, porque pudieron conocer a Dios y no lo conocieron.

Si hay algo que podemos decir que es Dios, Dios es amor. El amor que experimentamos las criaturas, aún las criaturas caídas después del pecado original, en aquellos momentos en que la naturaleza, no destruida por pecado sino herida, deja traslucir el designio divino primero de nuestra imagen y semejanza divina: Dios es amor. El amor creado es lo que mejor lo refleja a pesar de cualquier herida del pecado original que pueda tener.

El demonio de la acedia es contrario al amor, es tristeza por el amor, es miedo al amor, es indiferencia ante el amor, es oposición al amor. El demonio de la tristeza, nos dice Nuestro Señor Jesucristo en el Evangelio de San Juan, es homicida desde el principio, odia en el hombre la capacidad de amar, que es lo que le asemeja a Dios, y por lo tanto quiere destruirlo, no quiere que haya hombres sobre la Tierra. Comprendemos así la frase bíblica del libro de la Sabiduría: por envidia, por acedia del diablo, entro la muerte en el mundo. Por el odio, por la tristeza del demonio, que no quiere una imagen viviente de Dios -ya que no puede destruir al Dios mismo- quiere destruir su imagen, no quiere que haya hombres sobre la Tierra. Él es homicida desde el principio.

Y si no puede destruir al ser humano, portador de esta naturaleza amorosa y destinada al amor, al menos quiere corromper su capacidad de amar. Por eso si vamos al relato del origen, encontraremos la explicación -en ese drama pequeño del origen- de cómo surgió -históricamente- esa impugnación demoníaca, ese ataque demoníaco a la criatura para destruir su imagen y semejanza.

Recordemos la historia del Génesis, se nos presenta como una obertura, en el capítulo primero de esta gran obra, y después como un pequeño drama en tres actos.

La obertura nos resume la preparación del gran banquete de bodas de Adán y Eva, en que Dios en una semana prepara el banquete. Primero prepara todo el ambiente, la sala donde se va a representar que es el universo entero, la separación del día y de la noche, de la luz y las tinieblas, la separación de las aguas de arriba y de abajo, la separación del mar y de la tierra, la creación de los alimentos sobre la tierra -con los vegetales y los árboles frutales- que serán los alimentos del banquete; después va creando los animales, que son los que participarán del banquete... y por último crea a Adán y Eva, a su imagen y semejanza, seres capaces de amar, y les entrega como regalo la creación entera para que la gobiernen, gobiernen sobre los animales, gobiernen sobre las plantas, se alimenten de todos esos frutos, y sean fecundos, se multipliquen y llenen la Tierra. Bendice el Señor a Adán y Eva, bendice al ser humano, al varón y a la mujer, y a su designio divino sobre la Tierra.

Y esto que en la obertura se plantea así, como una historia concentrada y sintetizada, se nos plantea después en esos tres actos de un pequeño drama teatral, se nos presenta la creación del varón y la mujer en el primer acto, y ya en el segundo acto entra en escena el adversario -el demonio de la acedia- entristeciéndose por el bien que Dios a creado, por el bien de Adán y Eva, y tratando de destruir la obra divina, lográndolo en ese segundo acto, de modo que en el tercer acto tenemos las consecuencias de esa caída de los primeros padres. Podríamos decir que el resto de la Sagrada Escritura, hasta el Apocalipsis, es la continuación de este drama a través de la historia, la continuación hasta el triunfo de Dios al fin de los tiempos, el triunfo del amor de Dios, el triunfo del amor del Verbo encarnado por el que fueron creadas todas las cosas -también Adán y Eva-, con el triunfo de ese amor para una humanidad -que es la Iglesia- que le ha sido fiel a lo largo historia, que ha sido conducida por el amor, contra la cual nada pudo ni la muerte ni el demonio de la acedia, el demonio de la tristeza por el bien.

Esa boda gozosa del cordero, al fin de los tiempos, es el triunfo del amor, Dios triunfa. A pesar que toda la oposición que el demonio triste de la acedia le pueda hacer a lo largo de la historia, Dios siempre triunfa, el bien es mayor que el mal y triunfa sobre el mal. Si nosotros en nuestra vida cristiana, que como hemos dicho en alguno de estos capítulos de la acedia es una lucha, también vimos en ese capítulo que se nos promete una victoria sobre el espíritu de la acedia, “no temáis, yo he vencido al mundo” nos dice Nuestro Señor Jesucristo.

Vamos ahora a detenernos un poquito en esos tres actos del drama de la creación, del designio divino sobre el hombre y la mujer, como los crea, y después como el demonio trata de pervertir la obra de Dios, intentando de que fracase esa obra, tratando de que el hombre no cumpla con el designio que tiene Dios sobre el varón, y tratando que la mujer tampoco cumpla con el designio que Dios tiene sobre ella.

¿Cuál es el designio que tiene Dios sobre el hombre y la mujer?, vemos en el primer acto de este drama, que es una especie de obra teológica en forma dramática, en forma de narración, también en forma simbólica, como se expresa la Escritura, en un lenguaje que pueden entender los niños pero que no es infantil, que no es menospreciable como algo que el catequista puede contarle a los niños pero que no tiene nada que decirle a los grandes, no de ninguna manera, es una revelación divina plena de sabiduría, que no es sólo para los orígenes de la humanidad, sino que nos ilumina a lo largo de …
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