Gottlob
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La resistencia filial de San Bruno de Segni al Papa Pascual II-De Mattei

Entre los más ilustres protagonistas de la reforma de la Iglesia en los siglos XI y XII, destaca la figura de San Bruno, obispo de Segni y abad de Montecassino*.
Bruno nació en torno al año 1045 en Solero, cerca de Asti, en el Piamonte. Tras estudiar en Bolonia, fue ordenado sacerdote en Roma y se adhirió entusiásticamente a la reforma gregoriana. El Papa Gregorio VII (1073-1085) lo nombró obispo de Segni y lo contó entre sus más fieles colaboradores. Igualmente sus sucesores Víctor III (1086-1087) y Urbano II (1088-1089) se beneficiaron de la ayuda del obispo de Segni, que a su fervor por el estudio aunó un intrépido apostolado en defensa del primado romano.
Bruno participó en los concilios de Piacenza y Clermont, en los cuales Urbano II proclamó la primera Cruzada, y en los años que siguieron fue legado de la Santa Sede en Francia y Sicilia. En 1107, bajo el nuevo Pontífice Pascual II (1099-1118), se convirtió en abad de Montecassino, cargo que lo convirtió en una de las más autorizadas personalidades eclesiásticas de su tiempo. Gran teólogo y exegeta, destacó por su doctrina, según escribe en sus Anales el cardenal Baronio (tomo XI, año 1079), y está considerado uno de los más grandes comentadores de la Sagrada Escritura del Medioevo (Réginald Grégoire, Bruno de Segni, exégète médiéval et théologien monastique, Centro italiano di Studi sull’Alto Medioevo, Spoleto 1965).
Era una época de desencuentros políticos y de profunda crisis espiritual y moral. En su obra De Simoniacis, Bruno nos presenta una imagen dramática de la Iglesia estragada de su tiempo. Ya durante el reinado del papa San León IX (1049-1054) “Mundus totus in maligno positus erat: ya no había santidad; la justicia se había corrompido y la verdad estaba olvidada. Reinaba la iniquidad, dominaba la avaricia; Simón Mago se había adueñado de la Iglesia, obispos y sacerdotes estaban entregados a la voluptuosidad y la fornicación. Los clérigos no se avergonzaban de casarse: celebraban abiertamente sus propias nupcias y contraían matrimonios nefandos. (…) Así estaba la Iglesia, así eran los prelados y sacerdotes, y así fueron algunos romanos pontífices” (S. Leonis papae Vita en Patrologia Latina (= PL), vol. 165, col. 110).
Aparte de problemas como la simonía y el concubinato de los sacerdotes, la crisis se centraba en la cuestión de las investiduras episcopales. El Dictatus Papae con el que en 1075 San Gregorio VII había reafirmado los derechos de la Iglesia contra las pretensiones imperiales constituyó la carta magna que invocaron Víctor III y Urbano II, pero Pascual II abandonó la postura intransigente de sus predecesores y procuró por todos los medios llegar a un acuerdo con el futuro emperador Enrique V. A principios de febrero de 1111, en Sutri, pidió al soberano alemán que renunciase al derecho de investidura, ofreciéndole a cambio la renuncia por parte de la Iglesia a todo derecho y bien temporal.
Las negociaciones no dieron resultado y, cediendo a las intimidaciones del monarca teutón, Pascual II aceptó una transacción humillante que se firmó en Ponte Mammolo el 12 de abril de 1111. El Papa concedía a Enrique V el privilegio de la investidura de obispos antes de la consagración pontificia de éstos, con el anillo y el báculo que simbolizaban a la vez el poder temporal y el espiritual, prometiendo al soberano no excomulgarlo jamás. Más tarde, Pascual coronó a Enrique emperador en San Pedro.
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