JESUCRISTO, REY: EL PROYECTO DE DIOS

Esta solemnidad cierra el año cristiano y el próximo domingo comenzaremos el nuevo año con la llegada del Adviento. Las lecturas de hoy nos ayudan muchísimo a saber interpretar el sentido de esta fiesta del Señor: Que Jesucristo es la meta de nuestra existencia; es más, Jesucristo es también el origen, pues es la Palabra creadora; y aún más, Jesucristo es el camino que hemos de recorrer: En él vivimos, nos movemos y existimos.

Sin Jesucristo, este mundo no hubiera tenido un final feliz. Él está en el origen de todo lo que vive y existe, pues por medio de él fueron creadas todas las cosas y todo se mantiene en él. Aún más: Todo fue creado por él para él. Solo que el pecado contaminó ese plan de Dios. Dios había dado libertad a los seres creados, pero no contó con la desobediencia, con su rebelión; en definitiva, con el pecado. Por el pecado vino la frustración, vino la infelicidad, vino el alejamiento de Dios y el olvido del amor para el que fuimos creados. Entonces Dios tomó la iniciativa y decidió poner remedio a ello. Para lograr ese fin, necesitaba una humanidad nueva, purificada, como en tiempos del diluvio. Pero esta vez Dios no iba a destruir a la humanidad; decidió que destruiría el pecado volviendo la humanidad hacia él, haciendo surgir una humanidad obediente. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros; y nosotros hemos conocido su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Así, naciendo a nuestra carne, Dios hizo a su Palabra creadora humanidad. Y fue obediente hasta ofrecer su vida en el altar de la cruz. Y, en su obediencia, toda la humanidad -asumida en Jesús- es ahora obediente a Dios. Y en su resurrección nos ha dado la vida eterna. Y envió el Espíritu Santo a que convocara a los redimidos por Jesucristo, a los que creen en él, para que hagan aquí realidad lo que un día será llevado a la plenitud: el reino de Dios. Sobre los que creemos en Jesús, Dios ha puesto la responsabilidad de hacer llegar a toda la humanidad este plan de Dios, de llevar este conocimiento de la obra de Jesús a todos los hombres de todo tiempo y lugar, pues es la buena noticia de que Dios los sigue amando, la esperanza de superar todos sus males, la certeza de que la muerte no acaba con nuestra existencia sino que la perfecciona.

El reino de Dios ya venía anunciado en los profetas: Los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan y a los pobres se les anuncia la buena noticia. En esto consiste el reino de Dios y esto es lo que Jesús nos ha traído. En nuestra vida temporal, estos casos se dan como primicias; Jesús curó a unos cuantos como inicio de que el reino ya ha venido con él, pero la naturaleza propia del reino de Dios es realizarse plenamente para todos. Y es eso, precisamente, lo que celebra esta fiesta de hoy: Jesucristo, Rey del Universo.
Cristo es el hombre nuevo, la humanidad obediente, la humanidad renovada. Es el que ha muerto y ha resucitado. El que ha dado su vida, voluntariamente, por amor y el que ahora vive, glorioso, junto al Padre y al Espíritu Santo. El reino se mueve en el tiempo entre su inicio, logrado por Jesucristo, su construcción permanente, que depende de nosotros, y su culminación el día glorioso de su segunda venida. En teología se expresa como el “ya, pero todavía no”; o sea, el “ya está aquí” porque Cristo lo inició y nos enseñó a construirlo, pero “todavía no se ha realizado en su plenitud”. A este acontecimiento del día en que el reino de Dios llegue a su plena realización lo llamamos “la Parusía”, la plena manifestación de Dios. Dicho de otro modo: lo que ya ha acontecido en la persona de Jesús, debe acontecer en toda la historia y en toda la humanidad: la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte. Por eso, todo tiende a Cristo, pues él es primicia y, por tanto, el punto de llegada; referente para esta vida y llegada para toda nuestra existencia.

Notemos, pues, que el término “reino” ni está referido al ajercicio de poder alguno ni de sistema político alguno. Es un concepto religioso que parte de la función de ser guía del pueblo. La tradición bíblica lo personaliza en David, pastor y rey al mismo tiempo, en el Mesías prometido (de la propia dinastía del belenita) y, finalmente, en Jesús como origen y meta de nuestra existencia. Él es el Rey del Universo porque ha llevado a cabo la misión encomendada por Dios de reconciliar consigo a la humanidad. Y lo ha hecho mediante su sacrificio en la cruz. Jesús no es el rey que domina ni esclaviza ni tiraniza, sino el que da la vida por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.

P. JUAN SEGURA