Las "lecciones baratas" de Francisco
por Xosé Luis Barreiro Rivas
23 de febrero de 2015.
Tras la audiencia de Francisco a Angela Merkel, y recordando las dos tardes que pedía Jordi Sevilla para explicarle economía a Zapatero, me ofrecí a Francisco para darle unas charlas de Ciencia Política. Y lo haré «a mantido», que es como se dice en Forcarei «trabajar por la comida». Porque solo pretendo que Francisco, en vez gastar tiempo y saliva en decir banalidades, use con rigor su trascendente magisterio.
Angela Merkel había entrado al Vaticano por la Via della Conciliazione. Y, en medio de la columnata de Bernini, mirando hacia la basílica y la cúpula de Miguel Ángel, había pensado que la Alemania que ella gobierna solo es, frente al poder de la Iglesia católica, un juguete. A la vista de los palacios vaticanos, se atrevió a calcular que en aquella magnificencia asoballante cabían todos los sin techo de Italia y Francia. Pero no dijo nada. Y, tras el saludo de honor de la Guardia Suiza, inició su ascensión por la interminable Scala Regia del arquitecto Sangallo, en la que, ofuscada por la soberbia de los hombres y por el síndrome de Stendhal, estuvo a punto de desmayarse.Con algo de ayuda logró llegar a la sala de audiencias. Y, cuando empezaba a reponerse, va Francisco y le espeta: «Creo que el trabajo de los jefes de Estado es proteger a los pobres».
Y solo en ese momento se dio cuenta de que Francisco no sabe que es jefe de Estado, que para los pobres del mundo forma parte de la misma casta que Merkel o el rey de Arabia, y que la política y el Kempis, siendo dos cosas admirables, no sirven para lo mismo.
El trabajo de los jefes de Estado, querido Francisco, es la buena gestión de la democracia. Y la democracia no puede reducir la sociedad a un solo hecho, aunque sea la pobreza, y olvidar los difíciles consensos que permiten, por ejemplo, conservar los templos y subvencionar al clero. También hay que defender la paz, abrir escuelas y hospitales, conservar la naturaleza, generar energía, impulsar la investigación, mantener la seguridad y activar la economía. Y atender a los pobres, claro. Porque, si los jefes de Estado primasen la atención a los pobres, desaparecerían las Merkel para hacer sitio a los Hugo Chávez, y todos los millones de pobres sobrevenidos tendríamos que ir de okupas al Vaticano.
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