El infierno

EL INFIERNO

1. Hay también ahora quienes niegan la existencia del infierno, o la eternidad de sus penas, o evitan hablar de él en la predicación, en la catequesis, etc...

2. Son diversas las motivaciones teóricas de, esa negación o de esa omisión, que en muchos casos parecen responder al deseo práctico de hacer fácil la vida cristiana, eliminando todo lo que se opone a una conducta poco recta. Algunos argumentan diciendo que la existencia del infierno (o al menos la eternidad de sus penas) es incompatible con la Infinita Misericordia de Dios, que ama incondicionalmente al hombre y a todo lo que del hombre procede. Otros dicen que aceptar la existencia de una condenación eterna sería vaciar de contenido la Redención de todo lo humano realizada por Cristo; que sería aceptar una contradicción en Dios, que quiere que todos los hombres se salven; etc.

3. Con frecuencia también, se considera el infierno como una posibilidad que de hecho no se hará realidad para nadie. Y así, en virtud de un cristianismo-adulto, propugnan suprimirlo de la predicación y de la catequesis: hablar del infierno -dicen- tenía sentido en un cristianismo infantil, pero no actualmente (como al niño pequeño puede incitársele a obrar bien por miedo a un castigo, pero no a un hijo adulto, para quien sólo tiene sentido la responsabilidad positiva, el amor...).

4. Ante esas ideas y actitudes que se van difundiendo, en estrecha relación con errores sobre la naturaleza del pecado -cfr. ref avH 10/70, nº 12-, conviene recordar que la existencia del infierno y la eternidad de sus penas es un dogma de fe, y por tanto no puede considerarse como una motivación infantil. Son innumerables los lugares de la Sagrada Escritura en que se habla expresamente de la condenación eterna: cfr. Mt. 5, 22; 8, 12; 25, 41; Mc. 9, 42-43; Io. 3, 36; II Cor. 15, 16; I Tim. 5, 6; II Tim. 2, 12-20; Iud. 6, 13; Apoc 21, 8; etc.
También el Magisterio solemne y ordinario de la Iglesia ha declarado muchas veces la existencia y la eternidad del infierno. Además de los primitivos Símbolos de la Fe (cfr. Dz. 16, 40), pueden citarse, entre otros, los siguientes documentos:

-Si alguno afirma o piensa que el suplicio de los demonios y de los hombres impíos es temporal y que tendrá fin en el futuro, y que, por tanto, habrá una rehabilitación moral de los demonios y de los impíos, sea anatema (Papa Virgilio, Anatematismos contra Orígenes, can. 9: Dz. 211).

-Los réprobos tendrán con el diablo una pena eterna (Conc. Lateranense IV, definición contra los albigenses y cátaros; Dz. 429)

-Si alguno muere sin haberse arrepentido, será sin duda atormentado para siempre con el fuego de la gehenna eterna (Inocencio IV, Ep.Sub catholicae professione: Dz. 457).

-Definimos que según la disposición general de Dios, las almas de los que mueren en pecado mortal descienden, después de su muerte, al infierno, donde son atormentadas con penas eternas Benedicto XII, Const.Benedictus Deus: Dz. 531).

-Dado, que ignoramos el día y la hora, es necesario, como nos amonesta el Señor, que vigilemos asiduamente, para que, al terminar, nuestra vida terrena (cfr. Hebr. 9, 27],merezcamos entrar con Él en el banquete nupcial y ser contados entre los bienaventurados (cfr. Mt. 25, 31-46), y no se nos mande, como a siervos malos y perezosos(cfr. Mt. 25, 26), que vayamos al fuego eterno, (cfr. Mt. 25, 41), a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes (Mt. 22, 13; 25, 30) (Conc. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 48).

5. Por otra parte, las argumentaciones que se enuncian contra este dogma no son nuevas, y responden generalmente a una visión humana, a una pérdida radical del sentido de lo divino, que sitúa a Dios y al hombre en un mismo plano, queriendo resolver el misterio a base de eliminar completamente una a una todas sus exigencias.

6. Eso no quiere decir que no pueda intentarse una mayor comprensión racional de las verdades de fe. De hecho, toda la tradición de la Iglesia ha meditado sobre la realidad del infierno en su relación, por ejemplo, con la Infinita Misericordia divina, pero partiendo siempre de la plena y sumisa aceptación de ambas verdades de fe. Y así, el pensamiento del infierno lleva a considerar elmysterium iniquitatis: es el hombre quienlibremente elige apartarse de Dios, y cuando esa elección se mantiene hasta la muerte se hace invariable, resultando que ese total alejamiento definitivo de Dios -que es la esencia del infierno- es el mismo hombre quien lo ha escogido voluntariamente. Dios respeta, permite, esa libertad: en ese sentido ama incondicionalmente a la criatura, tal como es: libre; después de haberle dado todos los medios necesarios para que libremente se arrepintiera de su pecado.

7. Aunque el tema del infierno no sea primario entre las motivaciones para obrar rectamente, no debe silenciarse en la predicación, en la catequesis, ni en el apostolado personal. Dios quiere que el hombre obre el bien por amor, pero dada la debilidad humana -secuela del pecado original- ha querido manifestar también a dónde conduce el pecado para que, quien no le ame suficientemente, al menos se aparte del mal por temor al castigo: Hay infierno. -Una afirmación que, para ti, tiene visos de perogrullada. -Te la voy a repetir: ¡hay infierno! Hazme tú eco, oportunamente, al oído de aquel compañero… y de aquel otro (Camino, n. 749).

8. Cfr. Catecismo del Concilio de Trento, parte I, capítulo V; Catecismo Mayor de San Pío X, parte I, capítulos XII y XIII; Obras VIII-63, pp. 5 ss. y II-68, pp. 4 ss.
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