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San Bernardo de Corleone 12 de enero. DIOCESISTV on Jan 7, 2009 (1605-1667) Hermano profeso capuchino que, aun cuando no pendenciero, fue violento en su juventud, a la vez que se sentía comprometido …Más
San Bernardo de Corleone 12 de enero.

DIOCESISTV on Jan 7, 2009 (1605-1667) Hermano profeso capuchino que, aun cuando no pendenciero, fue violento en su juventud, a la vez que se sentía comprometido con los pobres y los oprimidos. A la edad de 27 años ingresó en religión, y fueron características de su vida la entrega a la oración, la devoción a la Eucaristía, a Cristo crucificado y a la Virgen María, y el amor a los hermanos, todo ello impregnado del mejor talante siciliano. Murió en Palermo, y fue beatificado por Clemente XIII en 1768.
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San Bernardo: Un buen testimonio de entrega a los demás y al Amor de Dios.
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Santos del 12 de enero
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San Arcadio. mártir, patrono de Osuna, 259. Nada seguro se dice en las actas que poseemos sobre el, sobre el tiempo y el lugar de su martirio. Entre los cronistas, unos suponen que tuvo lugar en tiempo de Valeriano, hacia el 268; otros, probablemente, en la persecución de Diocleciano, hacia él 304. Por otra parte, algunos martirologios …Más
Santos del 12 de enero
www.oremosjuntos.com/Santoral/Enero12.html
San Arcadio. mártir, patrono de Osuna, 259. Nada seguro se dice en las actas que poseemos sobre el, sobre el tiempo y el lugar de su martirio. Entre los cronistas, unos suponen que tuvo lugar en tiempo de Valeriano, hacia el 268; otros, probablemente, en la persecución de Diocleciano, hacia él 304. Por otra parte, algunos martirologios antiguos colocan su nombre entre los mártires del África, y los historiadores modernos señalan en particular Cesarea de Mauretania, como el lugar de su martirio. Hacia el año 304, ardía en el África la persecución de Diocleciano, que tantas víctimas costó a la Iglesia. Bastaba la menor sospecha para que los esbirros del gobernador de la Mauretania penetraran en las moradas particulares, y si daban con algún cristiano, saciaban en él desde el primer momento el odio que profesaban al nombre de Cristo, lo cargaban de cadenas y conducían inmediatamente delante del gobernador. Diariamente eran apresadas nuevas víctimas, a las que se obligaba a asistir a los sacrificios públicos ofrecidos a los dioses y a ofrecer incienso a los ídolos. En medio de estos razonamientos, Arcadio entregó dulcemente su alma a Dios. Sin discutir uno de estos tormentos y las palabras que dirigió al juez y a los circunstantes, lo que consta es la constancia del mártir, que sin ablandarse por los mas fascinadores halagos, sin desfallecer ante los más atroces sufrimientos, derramó su sangre en defensa de su fe. Es el ejemplo sublime del mártir para los cristianos de todos los tiempos, que debemos estar siempre dispuestos a sufrir toda clase de penalidades en defensa de nuestra fe cristiana, y aun en la vida ordinaria, debemos arrostrar las mayores molestias por no ofender a Dios.

-San Antonio María Pucci († 1892). Uno de los siete hermanos de la humilde familia de Agustín y María Pucci, de Poggiole, pueblecito acostado en las laderas preapenínicas toscanas, en la provincia del Dante, no ha llamado la atención de los conocedores del arte y de la cultura italiana. El párroco de Viareggio, diócesis de Lucca, pertenece a otra página de la historia de este pueblo armónicamente paradójico, capaz de ser a la vez garibaldino y rezador, papista y anticlerical, de honda cristiandad de Catacumbas y de atisbos de romanidad pagana. Es la historia de una generación de hombres santos, sacerdotes santificados en contacto con el pueblo fiel, a través de una labor pastoral desde Juan Leonardo y Felipe Neri al Papa Sarto y Juan Bosco. El padre Pucci fue beatificado 60 años después de su muerte por Pío XII, en 1952, y en su haber de santo cuenta extraordinariamente una cosa: cuarenta y cinco años de párroco y religioso servita ejemplar. No obstante la heroicidad de sus virtudes, los trazos elementales de su biografía traen al recuerdo tantas vidas paralelas de seminaristas y sacerdotes, compañeros de estudios unos, conocidos otros tal vez en la propia parroquia. Ya durante su vida el padre Pucci se hizo tan familiar e intimo a sus feligreses, que cariñosamente le llamaban, "el Curatino". Una de estas figuras de párroco, que ha visto nacer y morir casi toda una generación y ahonda en el corazón del pueblo, como una institución patriarcal. Se durmió en los brazos del señor a los setenta y tres años. Testigos oculares hablan de éxtasis y de hechos milagrosos en su vida. A pesar de todo, prevalece la venerable figura del anciano párroco, pobre y sacrificado, fervoroso y organizador, consumido en la tarea ordinaria de apostolado. El párroco enraizado en su pueblo fiel, a quien edificó constantemente y para el que aún después de la beatificación continúa siendo sencillamente, "el Curatino santo", Eustaquio Pucci, nacido en la aldea de Poggiole. Finalmente fue canonizado el nueve de diciembre de 1992.

-San Tigre o Tigrio, obispo, y San Eutrapio, lector, que sufrieron en Constantinopla, en tiempo del emperador Arcadio, 404. La última edición del Martirologio Romano hace una larga alabanza de estos mártires en los siguientes términos: "En Constantinopla, la conmemoración de los santos Tigrio, sacerdote, y Eutropio, lector, quienes, en tiempos del emperador Arcadio, habiendo sido acusados falsamente de haber provocado el incendio que consumió la catedral y el senado, como un acto de venganza por el destierro de San Juan Crisóstomo, sufrieron el martirio bajo Optato, prefecto de la ciudad, quien practicaba supersticiosamente la adoración de los falsos ídolos y era acerbo enemigo de la religión cristiana". Esto parece suponer que los dos santos murieron juntos. En realidad, si bien es seguro que Eutropio, joven de gran apostura y de vida irreprochable, perdió la vida en la brutal tortura a la que ambos fueron condenados, parece que el sacerdote Tigrio sobrevivió a ella. El "Diálogo" comunmente atribuido a Paladio, nos informa que Tigrio fue después desterrado a Mesopotamia. Tigrio era un eunuco y antiguo esclavo, a quien San Juan Crisóstomo amaba mucho por su bondad y caridad. El objeto de la tortura, en la que, además de la flagelación y el potro, se aplicaron antorchas encendidas a las partes más sensibles del cuerpo de las víctimas, era obtener informaciones sobre los autores del incendio; pero ninguno de los mártires pronunció una sola palabra que pudiera comprometer a otros.

-San Benito Biscop, abad y fundador de varios monasterios en Inglaterra, s. Vlll. Es uno de los apóstoles que más contribuyeron en el siglo VII a llevar a feliz término la obra de cristianización y organización de la Gran Bretaña, iniciada por San Gregorio Magno (590 - 604) y San Agustín de Cantorbery. Nacido hacia el año 629, pertenecía a una noble familia de la corte de Oswy, rey de Northumbria y fue desde su primera juventud muy estimado por el rey. Sin embargo, a los veinticinco años, sintiéndose movido por Dios hacia la vida de retiro, dio el adiós al mundo, se dirigió por vez primera a Roma con el objeto de cimentar bien su piedad, visitando las tumbas de los Príncipes de los Apóstoles y empapándose íntimamente en las verdades de la fe y en los principios de la perfección cristiana y, a su vuelta, se entregó de lleno al estudio de la Biblia y a la práctica de la piedad. Particularmente digno de mención es su constante esfuerzo por mantener la presencia de Dios, de donde brotaban aquellas ardientes exhortaciones que dirigía de cuando en cuando a sus discípulos: "No consideréis como cosa mía las constituciones que yo os he dado. Después de visitar diecisiete monasterios, que vivían en la mejor observancia, procuré hacer una síntesis de las reglas y prácticas religiosas que me parecieron mejores, y esto es lo que os he dado a vosotros. Tal es mi testamento. "De esta manera, después de recibir con admirable fervor el Santo Viático, descansó dulcemente en el Señor el 12 de enero del año 690. Las dos abadías de Wearmouth y de Jarrow conservaron su memoria con gran veneración hasta que desaparecieron por efecto del cisma anglicano promovido por Enrique VIII.

-Santa Margarita de Bourgeoys, fundadora, Canadá, 1700. Era la sexta hija de los doce del matrimonio de Abraham Bourgeoys y Guillermina Garnier. Nació en Troyes (Francia), el 17 de abril de 1620. A los 20 años quiso ingresar con las carmelitas y las clarisas, sin ser aceptada. El padre Gendret, al ver que los dos conventos la rechazaron, vio la señal para fundar una congregación sin clausura, pero dicha fundación también fracasó. En 1652 el gobernador de la pequeña colonia francesa Villa María, en Canadá, la invitó como maestra. Troyes, París, Orléans, Nantes fueron las primeras etapas de su viaje a Canadá. Salió del puerto de San Nazario y, después de 4 meses, el 16 de noviembre de 1653, llegó a Canadá y, al mes, a Villa María, la pequeña colonia que luego se convertiría en la ciudad de Montreal, y que en ese momento se reducía a un fuerte en el que habitaban unas dos mil personas, con un pequeño hospital y una capilla atendida ocasionalmente por algún misionero. Ahí Margarita enseñaba el catecismo, curaba enfermos, socorría a los soldados heridos y ayudaba a los necesitados. Hizo restaurar la gran cruz de Montreal que había sido destruida por los indios iroqueses y se las arregló para construir una nueva capilla dedicada a Nuestra Señora en 1667. Al año siguiente inauguró la primer escuela de Montreal en un antiguo establo con una docena de alumnos. Los años siguientes fueron agitados y difíciles a causa de la guerra contra los iroqueses. Al terminar la guerra, Montreal se convirtió en una verdadera ciudad. En su escuela Margarita acogió también a los hijos de los indios. Viajó 8 veces a Francia para buscar a jóvenes que quisieran ayudarle en la tarea de la educación. En esas ocasiones llevaba consigo a muchachas huérfanas campesinas que deseaban educarse en el Nuevo Mundo y formar más tarde su hogar, pues había muchos soldados y comerciantes pero las hijas de los colonos eran pocas y no se podían formar hogares cristianos. Cuando estuvo en Francia de 1670 a 1672 consiguió la aprobación del rey Luis XIV para sus planes de fundación de la Congregación de Nuestra Señora, el año 1676. En 1683 el convento se incendió y dos hermanas murieron, entre ellas su sobrina. Fue entonces cuando Monseñor Laval quiso fusionarlas con las ursulinas ya que era difícil aceptar la idea de una comunidad religiosa misionera sin clausura. Finalmente el año 1698 las 24 hermanas pudieron hacer la profesión religiosa. Desde el momento en que Margarita renunció al cargo de Superiora a los setenta y tres años, su salud comenzó a declinar. Pero el fin llegó de una manera inesperada. El último día del año 1699 la fundadora ofreció su vida para salvar la de una religiosa que estaba gravemente enferma. Habiendo recobrado ella la salud, la madre murió el 12 de enero de 1700. Algunos años más tarde, en 1768, en un nuevo incendio se quemó la capilla donde se conservaba el corazón de la madre Margarita y, al rescatarlo de las llamas, notaron que salía sangre. Fue beatificada por el Papa Pío XII el 12 de noviembre de 1950 y canonizada por el Papa Juan Pablo II el 31 de octubre de 1982.

-Santa Cesárea o Cesaria, virgen, hermana de San Cesáreo de Arlés, 540. San Cesario, obispo de Arlés, fundó hacia el año 512 un gran convento de vírgenes y viudas, y nombró abadesa a su hermana Cesaria. La comunidad contó pronto con doscientos miembros, que se consagraban a toda clase de buenas obras, especialmente a la protección e instrucción de la juventud, al socorro delos pobres y al cuidado de los enfermos. Las religiosas confeccionaban sus propios vestidos y pasaban buena parte de su tiempo en la costura y el tejido, ya que les estaba permitido bordar, lavar y remendar la ropa de personas ajenas al convento. Los ornamentos de la iglesia eran simplemente de lana o de lino, sin bordados. Algunas de las religiosas se ocupaban en la transcripción de libros. Todas estudiaban dos horas diarias, y una de ellas leía a las otras, durante el tiempo de trabajo. La carne estaba prohibida excepto para las enfermas, y la regla imponía el baño, pero haciendo notar que este se debía a motivos de higiene y no de placer. Sólo la abadesa y su ayudante estaban exceptuadas de los trabajos domésticos. La clausura era permanente y completa. San Gregorio de Tours califica a la abadesa de "santa y bienaventurada", y Venancio Fortunato habla más de una vez de ella, en sus versos, en términos encomiásticos. Santa Cesaria debió morir hacia el año 529, probablemente el 12 de enero.

-San Nazario, confesor, de Origen Español, (Enero 12). El bienaventurado, san Nazario fue español de nacionalidad. Siendo de edad competente, como echase de ver el engaño del mundo, determinó dejarlo; y en efecto lo hizo, tomando el hábito religioso de san Benito en el monasterio de San Miguel de Cuxán, que estaba en el antiguo obispado de Elna, que ahora es el de Perpiñán. Hecho monje, se entregó al estudio de la perfección de tal manera, que siendo aún novicio, comenzó a resplandecer con clarísimos rayos de todas las virtudes. Era el primero en el coro, en su oración y contemplación derramaba dulces lágrimas y era visitado por el Señor con soberanos regalos y consuelos; afligía su cuerpo con ásperas disciplinas y continuos ayunos, y vivía como ángel revestido de carne humana. Pero una de las virtudes en que más se señaló fue su grande caridad con los pobres de Cristo. Porque teniendo en el monasterio el cargo de hospedar y alimentar a los que se llegaban a sus puertas, se mostraba con ellos tan misericordioso y liberal, que no pocas veces se quitaba de su necesario sustento para darles de comer. Curaba a los enfermos, vestía a los desnudos, consolaba a los tristes, y con blandas y persuasivas exhortaciones les administraba al mismo tiempo el sustento del alma, despertando los pecadores a penitencia y encendiendo a todos más y más y en el temor y amor santo de Dios. Creció la fama de su santidad y derramóse por todos los pueblos de Cataluña cuando e1 Señor comenzó a obrar por él grandes milagros. Fue uno de ellos, que habiéndose prendido fuego el monasterio con tanta vehemencia, que amenazaba devorarlo, el santo apagó aquel incendio, con sólo echar en medio de las llamas su hábito religioso, el cual se halló después, con grande asombro de todos, entero y sin la menor lesión del fuego. Hizo este gran siervo de Dios vida santísima en aquel convento; y aunque llegó a la cumbre de la perfección, teníase en ninguna estima a sus propios ojos, y como el último de sus hermanos, sirviéndoles en los oficios más bajos y humildes. Finalmente, lleno de méritos y virtudes, quiso morir tendido en el suelo con profundísima humildad; y así entregó su bendita alma al Señor en este día 12 de enero, en el cual se celebra su festividad en dicho monasterio, donde se conserva su cadáver sagrado con grande veneración.

-San Bernardo de Corleone, religioso, Italia, 1667. Filippo Latini, que así se llamaba de seglar nuestro santo, nació en Corleone (Sicilia, Italia), el 6 de febrero de 1605. De joven ejerció el oficio de zapatero. Su casa era conocida como "la casa de los santos", porque tanto su padre como sus hermanos eran muy caritativos y virtuosos. Por ello, recibió una buena formación religiosa y moral. Era muy devoto de Cristo crucificado y de la santísima Virgen. Sin embargo, tenía un carácter muy fuerte. En cierta ocasión, tuvo un enfrentamiento con otro joven; después de las palabras pasaron a las manos: ambos desenfundaron la espada y, tras un breve duelo, el otro quedó gravemente herido. Al huir de la justicia humana, buscó refugio en una iglesia, invocando el derecho de asilo, pero, aunque se libró de la justicia humana, no pudo escapar de su conciencia. En la soledad y en la meditación reflexionó largamente sobre el delito cometido y sobre toda su vida, desperdiciada, inútil y disipada, odiosa a los demás y dañina para su alma, lo más precioso que el hombre posee. Se arrepintió, invocó el perdón de Dios y de los hombres e hizo áspera penitencia. Para reparar sus pecados, con vestidos de penitente decidió tomar el sayal de los Hermanos Menores Capuchinos. Abandonó Corleone, que le recordaba su pasado, y llamó a la puerta del convento de Caltanissetta, en Sicilia, donde fue admitido y tomó el nombre de Bernardo. Como laico profeso de la orden de los Frailes Menores Capuchinos, fue en verdad un hombre nuevo, decidido a alcanzar una perfección cada vez más alta, con humildad, obediencia y austeridad. En el convento ejerció casi siempre el oficio de cocinero o ayudante de cocina. Además, atendía a los enfermos y realizaba una gran cantidad de trabajos complementarios, con el deseo de ser útil a todos, a los hermanos sobrecargados de trabajo y a los sacerdotes, a los que lavaba la ropa y prestaba otros servicios. Dormía en el suelo, no más de tres horas diarias, y multiplicaba sus ayunos. Aunque inculto e iletrado, alcanzó las alturas de la contemplación, conoció los más profundos misterios, curó enfermos, distribuyó consuelos y consejos, intercedió con su oración para alcanzar de Dios abundantes gracias para los demás. Esto lo realizó durante treinta y cinco años, hasta su muerte. Su oración asidua, su caridad ferviente, su filial devoción a la Virgen Inmaculada y su acendrada devoción a la Eucaristía -a pesar de las costumbres de aquellos tiempos, recibía la comunión diariamente-, fueron el secreto de su santidad. Se preocupó por conformarse a Cristo crucificado. Tomó en serio el Evangelio y trató siempre de vivirlo con todas sus consecuencias. Murió el 12 de enero de 1667 en Palermo. Tenía 62 años. El papa Clemente XIII lo beatificó el 15 de mayo de 1768, y Juan Pablo II lo canonizó el 10 de junio del 2001.

-Beato Nicolás Bunkerd Kitbamrung, sacerdote tailandés, mártir, Tailandia, 1944. Nació el veintiocho de febrero de mil ochocientos noventa y cinco en Sham Phran, Nakhon Pathom (Tailandia). Uno de seis niños. Sus padres eran convertidos, y lo criaron como cristiano. Entró en el seminario menor de Hang Xan a la edad de trece años, y el seminario principal de Penang, Malasia en 1920. Ordenado en Bangkok, Tailandia en mil novecientos veintiséis. Pastor en la explosión Nok Khneuk y Phitsanulok. Misionario al Norte de Vietnam a partir de mil novecientos treinta a mil novecientos treinta y siete, trabajando para traer detrás a los católicos que habían caído de su práctica debido a la pobreza. Cuando la guerra explotó entre Francia e Indochina, acusaron a Nicolás de espiar para el francés. En mil novecientos cuarenta y uno lo arrestaron y fue condenado a diez años en la prisión. Allí él contrajo la tuberculosis que, con las dificultades de la prisión, de asesinatos eventuales, pero no antes de que él pasó dos años que traían la fe a sus presos de compañeros, bautizando por lo menos sesenta y ocho presos. Murió el doce de enero de mil novecientos cuarenta y cuatro de la misma enfermedad de tuberculosis en Bangkok, (Tailandia). Primer sacerdote mártir del Tailandia. Su proceso de beatificación fue iniciado el siete de marzo de mil novecientos noventa y cinco, su martirio fue reconocido por su Santidad el Papa Juan Pablo II, el veintisiete de enero de dos mil, su martirio se lee en latín: ex aerumnis carceris, que en español se traduce como: Muerto por las heridas físicas y morales, influidas en el durante su encarcelamiento, fue beatificado el cinco de marzo de dos mil por Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro, junto con otros cuarenta y tres mártires asesinados por odio a la fe, en latín se traduce: in odium fidei, porque un mártir para ser beatificado no se necesita un milagro, si no aprobar su muerte.

-Beato Pedro Francisco Jamet, sacerdote, Francia, 1845. Sacerdote nacido en Frenes (diócesis de Sées) en mil setecientos sesenta y dos, muerto en mil ochocientos cuarenta y cinco. Beatificado el diez de mayo de mil novecientos ochenta y siente por el Papa Juan Pablo II en Roma. El padre Jamet hizo sus estudios en Caen y era pedido ser sacerdote en mil setecientos ochenta y siete. Después de la revolución francesa de mil setecientos ochenta y nueve, rechaza el juramento en la constitución y siente bien al sacerdocio refractario. Permanece sin embargo en Normandía, a pesar de los grandes peligros en el país. Es en aquella época que vuelve la toma de refugio en Frenes. Restaura entonces y funda el Instituto de las Hermanas del Buen Pastor de Caen para la gente perjudicada física y mentalmente. Lo que da una segunda respiración, él se mira como el segundo fundador de esta congregación fundada en mil setecientos diecisiete. Él se hace rector de la universidad de Caen de mil ochocientos veintidós a mil ochocientos treinta. Su proceso de beatificación fue iniciado el dieciséis de enero de mil novecientos setenta y cinco. La heroicidad de sus virtudes fue aprobada el veintiuno de marzo de mil novecientos ochenta y cinco. Causa: 93 rue Caponière, B.P. 6, 14012 Caen CEDEX, Francia.

-San Victoriano, abad de Asán, provincia de Huerca, 580. Si bien la existencia histórica de San Victoriano se prestaba a dudas, la cuestión quedó zanjada en 1900, con la publicación que hizo Hübner de una inscripción. Victoriano parece haber nacido en Italia y vivido algún tiempo en Francia. Lo que es seguro es que fue abad de Asán, en Aragón, donde dirigió muchos años una vigorosa y devota comunidad. Unos treinta o cuarenta años después de su muerte, Venancio Fortunato escribió un epitafio en el que alaba sus virtudes, sus milagros y su gran fama de maestro de la observancia monástica. Ha llegado hasta nosotros una biografía latina que data probablemente del siglo VIII, o poco después. Está ya probado que San Victoriano murió en 558.

-Beato Antonio Fournier, Padre de Familia, mártir, Francia, 1794. Nació el veinticéis de enero de mil setecientos treinta y seis en La Poitevinière en el Departamento de Maine-et-Loire (Francia) Laico conjugado y padre de Familia, trabajó como artesano en la escuela particular de maestros del arte. Fué fusilado por su fe a la Iglesia el doce de enero de mil setecientos noventa y cuatro cerca de Avrillé. El Papa Juan Pablo II a beatificado a Antoine Fournier el diecinueve de febrero de mil novecientos ochenta y cuatro unido a un grupo completo de noventa y nueve mártires -incluyendo a Antonio- de la diócesis de Angers, capitán del Sacerdote Guillermo Repin, víctima de la misma Persecución.

-San Aelredo o Etelredo, abad de Rielvaux o Rieval, en la provincia de York, 1109-1166. Nacido en Hexham, Inglaterra, en el año 1109, era un hombre refinado a quien le gustaba leer a Cicerón. Trabajaba con éxito en la corte del rey David de Escocia. Dejó todo y a los 26 años ingresó como cisterciense en Rievaulx. No tardó mucho en ser elegido abad y gobernó el monasterio hasta su muerte.
Dirigió con sabiduría y con bondad a sus 600 monjes, quienes le respondían con fidelidad. Su breve tratado sobre la amistad espiritual es delicioso. Fue uno de los grandes escritores ascéticos cistercienses. Entre sus obras, además de numerosos sermones, hay que citar El espejo de caridad, El tratado de la amistad espiritual, y El libro acerca del Niño Jesús a los doce años. Son también interesantes sus libros de historia de Inglaterra, sus vidas de santos ingleses y su rica colección epistolar.

-Santa Taziana, mártir, Roma, 226. Mártir, en Roma, la cual en tiempo del Emperador Alejandro fue degollada con uñas y garfios de hierro, echada a las bestias, y después en una hoguera; y saliendo de todo esto ilesa, fue degollada, y pasó a la gloria eterna.
-San Sátiro, mártir, Acaya, 267. Mártir, en Acaya, quien pasando por delante de un ídolo, soplando contra él, y haciéndose la señal de la cruz en la frente, cayó inmediatamente el ídolo; por lo cual fue degollado.

-Venerable, Juan Merlini, Roma, 1873. Nació en Espoleto (Perugia, Italia el veintiocho de agosto de mil setecientos noventa y cinco. Él era un compañero preferido de Santo Gaspar del Búfalo, el fundador de los misionarios (as) de la Preciosísima Sangre (C.PP.S). Merlini era el tercer asesor que el general (por todo el mundo superior) de C.PP.S. El jugó un papel importante donde está estableciendo a las Hermanas Adoratrices de la Preciosísima Sangre (ASC) con Santa María De Mattias. La vida de Merlini no estuvo marcada por cualquier momento crucial o acontecimiento dramático, pero era una vida de la virtud que él lo hizo. Qué fue recordado de mayoría sobre Merlín, que era la manera que él realizó cosas ordinarias de extraordinario bien. Muere en Roma (Italia) el doce de enero de mil ochocientos setenta y tres, a los setenta y siete años de edad. Mucha de la vida de Merlini actualmente se está traduciendo de italiano a inglés. Su proceso de beatificación fue iniciado el veintiséis de enero de mil novecientos veintisiete. Su vida virtuosa fue reconocida por la iglesia católica como siendo digno de veneración, siendo "declarado venerable," y su causa para ser Santo está actualmente en curso. Causa: Missionari del Preziosissimo Sangue, Viale di Porta Ardeantina, 66, 00154 Roma, Italia.

-Venerable, José Pesci (de Jesús y María), Italia, 1929. Anteriormente se llamaba Vicente Francisco Pesci, nació el trece de septiembre de mil ochocientos cincuenta y tres en Filettino, Frosinone (Italia) entra a la Congegación de los sacerdotes Pasionistas, murió el doce de enero en Pontecorvo, Frosinone (Italia) a los setenta y cinco años de edad. Su proceso de Beatificación fue iniciado el once de septiembre de mil novecientos ochenta, la Congregación para las Causas de los Santos le otorgo como número de protocolo el setecientos cincuenta y cuatro, Su Santidad el Papa Juan Pablo II aprobó la heroicidad de sus virtudes y lo declaró "Venerable" a José Pesci solo hace falta un milagro para ser beatificado, todo milagro, favor o gracia especial atribuido por este Venerable Siervo de Dios, comunicarlo a: Pp. Passionisti, Contrada Farnete, 5, 03037 Pontecorvo (FR), Italia.

-Santos Zótico, Rogato, Modesto y Cástulo, con cuarenta legionarios, mártires, Africa.

-San Zótico, m., Tivoli, 126.

-Cuarenta y dos monjes martirizados en Efeso por defender el culto de las sagradas imágenes, bajo Constantino Coprónimo, 741-775.

-San Juan, obispo de Ravena, s. VI.

-San Probo, obispo de Verona. 236.

-San Ferreolo, Obispo y mártir, ?.

-San Martín de León, (de Santa Cruz), sacerdote, 1203.
Irapuato
Jueves de la primera semana del tiempo ordinario
Primer Libro de Samuel 4,1-11.

Y la palabra de Samuel llegó a todo Israel. En aquellos días, los filisteos se reunieron para combatir contra Israel. Israel les salió al encuentro para el combate, y acamparon en Eben Ezer, mientras los filisteos acampaban en Afec.
Los filisteos se alinearon en orden de batalla frente a Israel, y se entabló un duro …Más
Jueves de la primera semana del tiempo ordinario

Primer Libro de Samuel 4,1-11.

Y la palabra de Samuel llegó a todo Israel. En aquellos días, los filisteos se reunieron para combatir contra Israel. Israel les salió al encuentro para el combate, y acamparon en Eben Ezer, mientras los filisteos acampaban en Afec.
Los filisteos se alinearon en orden de batalla frente a Israel, y se entabló un duro combate. Israel cayó derrotado delante de los filisteos, y unos cuatro mil hombres fueron muertos en el frente de batalla, en campo abierto.
Cuando el pueblo regresó al campamento, los ancianos de Israel dijeron: "¿Por qué el Señor nos ha derrotado hoy delante de los filisteos? Vayamos a buscar a Silo el Arca de la Alianza del Señor: que ella esté presente en medio de nosotros y nos salve de la mano de nuestros enemigos".
El pueblo envió unos hombres a Silo, y trajeron de allí el Arca de la Alianza del Señor de los ejércitos, que tiene su trono sobre los querubines. Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí, acompañaban el Arca.
Cuando el Arca de la Alianza del Señor llegó al campamento, todos los israelitas lanzaron una gran ovación y tembló la tierra.
Los filisteos oyeron el estruendo de la ovación y dijeron: "¿Qué significa esa estruendosa ovación en el campamento de los hebreos?". Al saber que el Arca del Señor había llegado al campamento,
los filisteos sintieron temor, porque decían: "Un dios ha llegado al campamento". Y exclamaron: "¡Ay de nosotros, porque nada de esto había sucedido antes!
¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de este dios poderoso? Este es el dios que castigó a los egipcios con toda clase de plagas en el desierto.
¡Tengan valor y sean hombres, filisteos, para no ser esclavizados por los hebreos, como ellos lo fueron por ustedes! ¡Sean hombres y luchen!"
Los filisteos libraron batalla. Israel fue derrotado y cada uno huyó a sus campamentos. La derrota fue muy grande, y cayeron entre los israelitas treinta mil hombres de a pie.
El Arca del Señor fue capturada, y murieron Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí.

Salmo 44(43),10-11.14-15.24-25.
Pero ahora nos rechazaste y humillaste:
dejaste de salir con nuestro ejército,
nos hiciste retroceder ante el enemigo
y nuestros adversarios nos saquearon.

Nos expusiste a la burla de nuestros vecinos,
a la risa y al escarnio de los que nos rodean;
hiciste proverbial nuestra desgracia
y los pueblos nos hacen gestos de sarcasmo.

¡Despierta, Señor! ¿Por qué duermes?
¡Levántate, no nos rechaces para siempre!
¿Por qué ocultas tu rostro
y te olvidas de nuestra desgracia y opresión?

Evangelio según San Marcos 1,40-45.
Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme".
Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado".
En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente:
"No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.

Leer el comentario del Evangelio por : Beata Teresa de Calcuta
www.dailygospel.org
Un comentario más de Irapuato
Irapuato
12 de enero SAN BERNARDO DE CORLEONE (1605-1667)
por Giovanni Spagnolo, o.f.m.cap.

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www.franciscanos.org/santoral/bernardocorleone.html
Hermano profeso capuchino que, aun cuando no pendenciero, fue violento en su juventud, a la vez que se sentía comprometido con los pobres y los oprimidos. A la edad de 27 años ingresó en religión, y fueron características de su vida la entrega a la oración, la …Más
12 de enero SAN BERNARDO DE CORLEONE (1605-1667)
por Giovanni Spagnolo, o.f.m.cap.

.
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Hermano profeso capuchino que, aun cuando no pendenciero, fue violento en su juventud, a la vez que se sentía comprometido con los pobres y los oprimidos. A la edad de 27 años ingresó en religión, y fueron características de su vida la entrega a la oración, la devoción a la Eucaristía, a Cristo crucificado y a la Virgen María, y el amor a los hermanos, todo ello impregnado del mejor talante siciliano. Murió en Palermo, y fue beatificado por Clemente XIII en 1768.
La literatura y el cine contemporáneos han contribuido a hacer de Corleone, lugar de la provincia de Palermo (Sicilia), la tierra santa de la lupara y de la P. 38. Sin embargo, pocos saben que la ciudad de Corleone tiene una tradición religiosa que resiste el proceso secularizador extendido por todas partes. Corleone, recordada por la dulzura de su paisaje y el carácter fuerte de sus habitantes, vio nacer en ella a Filippo Latino, es decir, al fraile capuchino Bernardo, hoy «beato».
Una juventud comprometida
La ciudad de Corleone, en la que Filippo Latino nació el 6 de febrero de 1605 y vivió durante su juventud, estaba dentro del contexto de las ciudades sicilianas con una tradición de ferocidad. La vida ciudadana, que transcurría bajo la dominación española, estaba llena de fermentos políticos y religiosos, de tal manera que Corleone mereció el título de «animosa civitas», como se puede ver en los primeros papeles de los procesos de beatificación del capuchino corleonense. El escudo de la ciudad, un león que desgarra un corazón, es muy emblemático y denso de significados.
Hay que decir que los corleonenses tuvieron siempre vivo el sentimiento de una ciudad que quería huir de la resignación y del papel del país dominado. Corleone tenía, como Lecco en I Promessi Sposi de Manzoni, «el honor de albergar un comandante, y la ventaja de poseer una guarnición estable de soldados españoles, que enseñaban la modestia a las muchachas y a las mujeres del país, acariciaban de tiempo en tiempo las espaldas de algún marido o padre; y, al terminar el verano, no dejaban nunca de hacer acto de presencia en los viñedos, para aclarar las uvas, y quitarles a los campesinos el trabajo de la vendimia».
Esta situación influyó bastante en el carácter de Filippo Latino y le dio la ocasión de manifestar la energía de su carácter generoso en favor de los oprimidos.
La familia de Filippo era conocida en el pueblo como la «casa de los santos». La hermana, Domenica, decía de su madre que «era de vida pura e inocente». El padre, Leonardo, «maestro consarioto» (zapatero y artesano en peletería), tenía una gran caridad con los pobres y era capaz, cuando encontraba algún andrajoso, de llevarlo a casa, lavarlo y darle vestidos limpios y de comer.
Los procesos de beatificación hablan de otros dos hermanos de Filippo: Giuliano, sacerdote diocesano, muerto en fama de santidad, y Lucas, ciudadano ejemplarísimo, «virgen», al decir del mismo Filippo; además de dos hermanas, una de las cuales, Domenica, era considerada por sus paisanos como «sierva de Dios». En un ambiente familiar tan favorable, es fácil imaginar como le era sencillo a Filippo vivir su vida religiosa con coherencia.
Sobre la integridad religiosa y moral del joven Filippo no existían dudas. Consta que era muy devoto del Crucifijo y de la Virgen, a la que todos los sábados le rendía el homenaje de una lámpara votiva. Frecuentaba mucho los sacramentos y no se avergonzaba de que lo encontraran en oración en las iglesias del pueblo y, según el testimonio de Giuseppe Lupo, «cada vez que tenía algún disgusto o pena, iba inmediatamente a confesarse».
A esta religiosidad «vertical» correspondía la prueba de una religiosidad «horizontal», hecha de obras y verdad, lo que hacía de Filippo Latino un «joven comprometido» en todos los sentidos. Son muchos los que testificaron haber visto al joven «yendo con los bártulos al cuello pidiendo limosna por la ciudad, en tiempo de invierno, para los pobres encarcelados» y esto «sin avergonzarse». El maestro Filippo, cuando después dirigió un taller de zapatero, trataba bien a sus dependientes.
A quien le hablaba de matrimonio, el maestro Filippo le mostraba, enfadado, el cordón franciscano que habitualmente tenía en el taller y «respondía que su esposa era el cordón de san Francisco».
Cuando se trataba de defender a los pobres y oprimidos, Filippo no dudaba en servirse de su habilidad en manejar la espada. Así, defendió a una muchacha acosada por dos soldadotes y protegió a los segadores y vendimiadores a los que la soldadesca estacionada en Corleone les había robado el fruto de su trabajo, después de una jornada de sudores.
El manejo de la espada ha contribuido a mitificar las empresas juveniles de Filippo Latino, habiéndolo convertido en un pendenciero de plaza. Ello es falso.
Que el maestro Filippo se encendía como una cerilla, si lo provocaban, no era un secreto en Corleone. Dos testigos precisaron en los procesos que «no habían notado ningún defecto, a excepción del calor con que echaba mano de la espada cuando era provocado».
Este «calor» produjo no pocas preocupaciones y temores a los padres de Filippo. Con todo, los testigos fueron concordes en decir que cuando el maestro Filippo echaba mano de la espada era «para defender cualquier vejación del prójimo» y «para ayudar a alguna persona». En todo caso, «no provocó nunca a nadie, sino que siempre fue provocado», «cuando era hostigado por alguno, entonces cogía la espada».
El episodio del duelo con Vito Canino fue ciertamente decisivo en la juventud del beato Bernardo, aunque haya sido coloreado con detalles novelescos. No han faltado intentos por identificar con Filippo Latino el espadachín Lodovico de I Promessi Sposi, conocido en la literatura como el padre Cristóforo, capuchino defensor de los pobres y oprimidos.
Antes del encuentro fatal con Vito Canino, que tuvo una amplia resonancia popular, el maestro Filippo había tenido escaramuzas con uno no tan identificado, «Vinuiacitu», a quien hirió en dos dedos.
Vito Canino, el «comisario», venido de Palermo a Corleone para quitar al maestro Filippo la primacía de la esgrima, era en realidad un matón mandado por «Vinuiacitu» con el fin de asesinar al zapatero y vengarse de la humillación sufrida.
Fray Bernardino de Corleone, testigo ocular del duelo, lo contó en los procesos con detalles tan precisos que casi le hacen a uno asistir al choque. Al tiempo del duelo Filippo tenía alrededor de 19 años y debía hacer mucho calor aquel día, ya que estaba en su taller «spitturinatu», cuando llegó el provocador:
-- ¿Sois vos el maestro Filippo?
-- ¿Por qué me buscáis?
-- Te busco para bien: si eres hombre de bien, ve, coge la espada.
-- Yo no he tenido nada con vuestra señoría: ¿qué motivo tengo para tomar la espada?
Canino continuó provocándole, y debió caer en vulgaridades, porque finalmente el maestro Filippo montó en cólera: «¡Contigo no tengo necesidad de espada!» Y salió fuera sólo con el puñal. El duelo se desarrolló en dos tiempos. Canino se esforzaba por eliminar al maestro Filippo, porque «atacaba ante todo a la cabeza».
Fue entonces cuando el zapatero volvió al taller y se armó como debía, para combatir contra un sicario; desenvainó la espada, mutilando para siempre el brazo de Canino, dejándolo inútil. No obstante que el maestro Filippo había actuado en legítima defensa, sintió un grandísimo dolor y disgusto por haber herido a Canino. La «primera espada de Sicilia» pidió perdón al herido y, aun después de ser capuchino, ayudó a Canino económicamente, a través de los bienhechores, y moralmente, convirtiéndose en íntimos amigos.
La dolorosa experiencia del duelo influyó muchísimo en la crisis existencial que maduró en el maestro Filippo la vocación capuchina. Fray Bernardino admitió: «El arrepentimiento del hecho fue causa determinante de que fray Bernardo se hiciese capuchino, como él mismo me dijo en Conigliuni». Y Giuseppe Castelli refirió recordar «que, hablando un día con el siervo de Dios, le dijo semejantes palabras: "cuando herí a aquel pobrecillo me retiré a la iglesia y, pensando en mis cosas, resolví hacerme capuchino", lo que sucedió cuando tenía unos 27 años de edad». Su vocación fue, pues, madurada largamente y no una iluminación en el camino de Damasco.
Hacerse capuchino podía significar también para Filippo Latino una opción de clase, adecuada a su recio carácter sensible a las necesidades y a las esperanzas de las clases populares. Antes de marchar al noviciado capuchino de Caltanissetta, Filippo pidió la bendición materna y el beneplácito a los hermanos y hermanas, una de las cuales, Domenica, refirió el episodio en los procesos.
Cristiano verdadero y capuchino bueno
El 13 de diciembre de 1631 el ex-espadachín, junto con el sayal capuchino, recibió un nombre nuevo que significaba la nueva vida abrazada con libertad y madurez. Se llamó fray Bernardo de Corleone.
Emitida la profesión religiosa, fray Bernardo se orientó expeditamente por el camino de la perfección cristiana. Por lo demás, era consciente de que la elección de la vida capuchina llevaba consigo el asumir un empeño ascético riguroso.
Los hermanos que vivían con él notaban el ansia religiosa del hombre comprometido. Tienen su valor testimonios como éstos: «Siempre hizo una vida de cristiano y continuamente iba perfeccionándose»; «Siempre llevó una vida cristiana». La coherencia era lo que le empujaba a «llevar una vida cristiana» y a comportarse «como buen capuchino». Sin tener la pretensión de dar lecciones, fray Bernardo, que «decía ser el asno de la religión y de los hermanos» y se preocupaba «por lavar los platos y por ayudar misas», quería abarcar todo el camino hacia la salvación a través del amor.
A fray Hilario de Palermo el capuchino de Corleone le explicaba los motivos más profundos de la vida religiosa: «Procuremos salvarnos y amar a Dios, porque para eso hemos venido a la religión»; y concluía: «Todos debemos salvarnos».
A fray Pacífico de Marsala, fray Bernardo le recordaba: «Hagamos penitencia si queremos salvarnos». El padre Ilarione de Palermo refería: «Siempre nos exhortaba a amar a Dios y a hacer penitencia por nuestros pecados».
Justamente fray Bernardo, aún «viviendo como buen cristiano, quiso hacerse capuchino como medio más fuerte para conseguir la bienaventuranza».
No por casualidad, pues, el maestro Filippo había escogido la Orden de los capuchinos.
En oración y penitencia
En la oración aparecía la imagen más bella y auténtica de fray Bernardo de Corleone. «Quien lo veía -depuso el padre Salvador de Castelvetrano-, juzgaba con seguridad que había conversado con Dios dirigiéndole los pensamientos y afectos, y, al mismo tiempo, se le veía misericordioso con todos y pacífico; solitario y callado, su vida aparecía como un servicio continuo a Dios».
Por testimonio unánime, fray Bernardo «estaba siempre atento en la oración», no cesaba de orar, «oraba de continuo».
Los frailes advertían que el Señor comunicaba a fray Bernardo «el espíritu de la verdadera devoción», tan «iluminado por Dios» aparecía.
Con todo, aun «consumiendo la mayor parte del tiempo en la oración», «no estaba contento», y así muchas veces «pasaba las noches enteras en la iglesia sin dormir, para meditar las cosas de arriba y los misterios que enseña nuestra santa fe».
Fray Bernardo ponía así en práctica el deseo de las Constituciones de Albacina, de los primeros capuchinos: «Mas los hermanos devotos y fervorosos no se contenten con una, ni con dos o tres horas, más bien empleen todo el tiempo en orar, meditar y contemplar».
Al padre Biagio de Caltanissetta, que fue confesor de fray Bernardo, no le pasó desapercibido el aspecto 'convivial' de la oración del capuchino corleonense: «Cuando iba a la iglesia, banqueteaba laudatoriamente en la oración y unión divina».
Sabedor de que los verdaderos contemplativos adoran al Padre «en espíritu y verdad», fray Bernardo aseguraba que «cuantas veces un religioso llegaba a unirse con el Creador, todos los lugares del mundo eran para él iglesias y oratorios...».
Sensible a la nostalgia de los orígenes, fray Bernardo sentía profundamente la fascinación de la vida eremítica, como los primeros capuchinos. Por eso se le veía con frecuencia «ir al bosque, a la ermita de la Virgen, a hacer oración».
También dentro del convento fray Bernardo conseguía crearse un ambiente aislado para orar, incluso al lado de la cocina, que era su oficina. Entonces preparaba un altarcito, dedicado frecuentemente a la Virgen, y, en los recortes de tiempo libre que su tarea de cocinero le dejaba, se escapaba allí para tener unos momentos intensísimos de oración.
La oración de fray Bernardo seguía la tradición cristiana y abrazaba franciscanamente al Niño, la Madre, la mesa eucarística y la cruz.
La devoción al misterio de la Encarnación llenaba de ternura el corazón del ex-espadachín. Más de un fraile sabía que el «picciruddu» que fray Bernardo estrechaba entre sus brazos, era el «niño Jesús».
Hacia la Virgen santa fray Bernardo sentía un amor filial. Por eso la llamaba «madre». El fraile alto y robusto, de rudos rasgos y manos callosas, que antes había manejado la espada y el trinchete de zapatero, preparaba en su celda un altarcito a la Madre de Dios. Puntualmente lo adornaba «con flores y hierbas olorosas no sólo en las fiestas de la Virgen, sino también los sábados, como si quisiese con aquellos olores recrear a su santísima madre».
Cuando rezaba a la Virgen, fray Bernardo se dejaba ir de alegría, dando a su oración el calor de la devoción siciliana, hecha de fantasía y festividad. Así, una vez, mientras recitaba en la celda la letanía mariana, a la invocación 'Santa María', «disparaba los cohetes con la boca en señal de solemnidad» (es decir, simulaba los juegos pirotécnicos). Hay que decir que los frailes que lo oían, reían divertidos, diciendo: «Fray Bernardo hace como los "piccirilli"».
Fray Bernardino de Corleone recordaba haber visto a su paisano «casi siempre con el rosario en la mano».
Con razón, pues, y con la más grande convicción, fray Bernardo podía exhortar a religiosos y laicos: «Recemos a la Virgen santísima, que tenemos necesidad de ello».
Que la Virgen santísima se le apareciera muchas veces a fray Bernardo, era convicción general, tanto dentro como fuera del convento.
En el misterio eucarístico fray Bernardo probaba la alegría liberadora de la comunión, como señal de amistad y alianza con el Señor de la vida.
Todos los días, fray Bernardo recibía la eucaristía, y era el momento en que se sentía «totalmente» unido a Dios. Se apenaba porque el viernes santo, según la liturgia del tiempo, no podría comulgar, y decía: «Pobre alma mía, esta mañana te quedas en ayunas del pan de los ángeles». Inútil decir que ayudaba todas las misas que se celebraban en la iglesia del convento, e, imitando a san Francisco, rodeaba de veneración todo lo relacionado con el altar, además, naturalmente, «de la reverencia humilde y continuada que tenía por los sacerdotes».
Absorto en la meditación, fray Bernardo olvidaba a veces el correr de las horas. Le parecía que no podía hacer otra cosa que «estar presente con Jesucristo sacramentado». Después de los maitines de medianoche, fray Bernardo se quedaba en la iglesia porque, como explicó una vez a fray Querubín de Palermo, «no estaba bien dejar el santísimo sacramento solo»; por ello, «le hacía compañía hasta que llegaban los demás frailes».
Frecuentemente, aun estando en la cocina, fray Bernardo saludaba a los hermanos con un «Alabado sea el santísimo Sacramento», y a veces le añadía: «Y viva la Virgen santísima concebida sin pecado original». De esta manera, «demostraba tener un gran fuego en el corazón».
Fray Bernardo «tenía un amor entrañable a la pasión de Jesucristo nuestro Señor». Y en el Crucifijo, como cristiano auténtico, fray Bernardo leía el modelo de su trayectoria existencial, el arquetipo de su autorealización. A quien le exhortaba a aprender a leer, fray Bernardo le respondía: «Las llagas de Cristo nuestro Señor, esto es lo que tenemos que estudiar».
Los conventos cuya iglesia custodiaba un «bello Crucifijo» eran los preferidos de fray Bernardo; esto no era un secreto para nadie: «Estaba gustoso de familia en los lugares o en la iglesia que tenía la imagen del santísimo crucifijo». Decía a los frailes: «Cuando tenéis en el convento un hermoso y devoto crucifijo, no tenéis más que desear». A muchos de los frailes fray Bernardo les aconsejaba recitar el Oficio de las cinco llagas de Cristo, compuesto por san Buenaventura. A fray Lorenzo de Caltanissetta, que fue testigo ocular de un éxtasis del fraile corleonense ante el crucifijo de la escuela flamenca de la iglesia de los capuchinos de Palermo, fray Bernardo le hizo la observación de que llamase al padre guardián, el cual, como era previsible, interrumpió el éxtasis.
A través de la meditación continua fray Bernardo había llegado a la conclusión de que «la pasión del Señor es un mar sin fondo, porque contiene una gran multitud de misterios, los cuales mueven el alma al amor de Dios».
No era infrecuente el caso en que, todavía inmerso en la meditación y en la oración, al entrar en la cocina o al encontrarse con un hermano, fray Bernardo exclamaba: «¡Tiene una cara más alegre que de ordinario!», «¡Paraíso, paraíso!».
Para sus contemporáneos, fray Bernardo en oración, con «el capucho echado hacia la cara», era signo de las realidades eternas. Así, por ejemplo, todos «se admiraban de que un fraile lego discurriera tan profundamente sobre el misterio de la Santísima Trinidad».
El diálogo interpersonal que fray Bernardo tenía con los hombres surgía de su oración. Giuseppe Giacón y Narayes, consejero del rey, refirió lo siguiente: «No había persona que fuese a hablar con él y que no quedara consolado en su alma, enmendado en sus costumbres, aficionado a la confesión y a cambiar de vida... por eso iban a él no solamente los seglares, sino también los sacerdotes, para oírlo hablar de Dios y sacar provecho para el alma». Giuseppe Castelli, cuando se encontraba frente a su amigo fray Bernardo, encontraba en el corazón «una compunción tal y un cambio de vida, que temía acercarse al siervo de Dios aun en pecado venial».
Ciertamente, la oración de fray Bernardo estaba favorecida, además, por una vida muy austera, que aparecía a sus contemporáneos como «la más desesperada vida»; del mismo modo había aparecido la de los primeros capuchinos.
Todos admitían que la vida de fray Bernardo «era más admirable que imitable».
Los mismos frailes capuchinos se asombraban de sus penitencias. Con respecto a su cuerpo fray Bernardo usaba una estrategia de combate, por la supremacía del espíritu.
Las penitencias, las renuncias, las flagelaciones (con frecuencia hasta la sangre), unidas a la pasión del Señor, conseguían el justo valor y la dimensión más auténtica.
Sin embargo, no obstante su vida 'desesperada', fray Bernardo estaba «siempre contento y alegre». Disuadiendo a sus hermanos de la imitación de su tenor de vida, fray Bernardo les decía: «Dejadme a mí hacer penitencia, vosotros estad en alegría».
Sabedor del carácter colérico que llevaba dentro, fray Bernardo era capaz del autocontrol más grande, hasta el punto de ser intransigente consigo mismo cuando se equivocaba. Así, una vez, al dejar escapar una palabra en defensa suya, lo que juzgó dictado por el amor propio, se restregó sobre sus labios un tizón ardiendo, como refirió, aterrorizado, el padre Pacífico de Mesina.
De la austeridad brotaba, purísima, la castidad. «Los dolores -decía a menudo- pasan pronto, pero la pureza del corazón y las virtudes religiosas son los verdaderos adornos del alma».
La pobreza «era su alegría» y la amaba «por amor de Cristo nuestro Señor», llamándola «mi esposa y mi madre». Por eso «vestía ropa vieja, deteriorada y remendada», con «una cuerda más gruesa y burda que las que usaban los demás frailes»; «por amor de Cristo amaba y sostenía con alegría toda clase de penurias».
Era total en la santa obediencia, hasta el punto que el padre Salvatore de Castelvetrano, superior del convento, «estimaba entonces no haber fraile en toda la familia, de alrededor de un centenar, más obediente que este siervo de Dios».
Fray Bernardo y los demás
Aunque vivía retirado en la humildad y el silencio, fray Bernardo vivía plenamente las vicisitudes de los hombres y llevaba, como todo capuchino, los estigmas de la popularidad.
El amor de fray Bernardo por el prójimo comenzaba ante todo en el convento, «estimándose siervo y sirviendo a todos, particularmente ayudando al hermano en las más diversas tareas del convento, como lavar los platos, barrer la cocina...».
En las relaciones fraternas, nunca se le vio «airado con alguien, lamentarse o murmurar del prójimo», ni nunca habló mal de nadie, al contrario, «no conocía nunca defecto alguno en los demás». Cuando llegaban al convento frailes forasteros, fray Bernardo los abrazaba y se apresuraba a lavarles los pies para restablecerles del cansancio del viaje. Diciendo siempre con la más grande alegría: «Por amor de Dios, por amor de Dios».
Una vez, en el refectorio de Palermo, un fraile «de una provincia forastera» había sido castigado, no se sabe por qué motivo. Fray Bernardo abrazó al fraile humillado con tanto afecto, que lo hizo llorar de ternura.
Era sabido que, cuando «alguno tenía alguna tribulación, fray Bernardo lo consolaba».
Abierto al amor universal, fray Bernardo «era caritativo con todos». Cuando podía servir «a los enfermos seglares», «era admirable en confortarlos».
El capuchino de Corleone era buscado a la puerta del convento por todas las categorías de personas, a veces para consejos espirituales, a veces también por curiosidad. Entonces, cuando sospechaba el peligro de exponerse a la disipación, fray Bernardo desaparecía completamente. Al hermano portero, sin embargo, le decía fray Bernardo que «cuando viniesen pobres preguntando por él, lo llamase enseguida».
Entonces, el fraile austero, consumido por las penitencias y absorto en la contemplación, mostraba una ternura maternal, como cuando preparaba aparte la sopa para los pobres, «con gran gusto».
Era feliz cuando podía ayudar a los demás. Así, aseguraba a Giuseppe Giacón que su mujer daría a luz «un hermoso hijo varón», y a Giambattista Massa, preocupado por su mujer que tenía un embarazo difícil, fray Bernardo le daba por cierto el nacimiento de una niña: «La llamará Ana».
A una bienhechora ilustre del convento de capuchinos de Castronovo, doña Virginia, le dijo Bernardo, en señal de amistad, que, si él moría antes, ella distribuiría una «gran cantidad de panes a los pobres». Por lo demás, cuando residía en Castronovo, iba «con un caldero a las espaldas» por las calles para «repartir la sopa a los pobres».
Parafraseando las Constituciones capuchinas que recordaban a los frailes: «Somos peregrinos y comemos los pecados del pueblo», fray Bernardo repetía: «Comemos su sangre», refiriéndose obviamente a las limosnas recibidas.
Sentimientos de fraternidad ligaban a fray Bernardo con los acontecimientos de la ciudad de Palermo, llena de inquietudes sociales, y de su Corleone, la animosa civitas.
Así, una vez fue sorprendido rezando, «con los brazos abiertos y el rostro en tierra ante el altar mayor», por la ciudad de Palermo, sobre la que pendía un pesado castigo. Por lo demás, era archiconocido que el capuchino «lloraba los pecados de la ciudad», como también «oraba y lloraba» por Corleone y sus habitantes: «Rogaba a Dios que los perdonase».
Dos meses antes de morir, fray Bernardo le comunicaba a su amigo fray Antonino de Partana: «Esta mañana he comulgado y cada día me parecen cien años para ir a gozar con Dios». Cada vez exclamaba con más frecuencia: «Paraíso, paraíso, pronto nos veremos en el paraíso», y lo decía con «extraordinaria alegría».
Sólo tenía un temor y no lo escondía: «En la muerte no me asusto de nada más que del padre san Francisco»; pero después se consolaba: «Quien teme y espera en Dios, teniendo una conciencia buena, no teme a nadie».
Con esta profunda convicción la hermana muerte encontró a fray Bernardo en la enfermería de los capuchinos de Palermo. Era el 12 de enero de 1667.
Una multitud de gente, «tanto nobles, como plebeyos y eclesiásticos», corrió a ver por última vez al hermano bueno, y el llanto por la desaparición del capuchino fue general, «principalmente en Corleone».
Los arzobispos de Palermo y Monreale impartieron la absolución al capuchino, y los nobles de la ciudad, escoltados por los «alabarderos de su excelencia», entre un gentío enorme del pueblo, acompañaron el cuerpo del humilde hermano a la iglesia del convento donde se celebraron los funerales.
La Iglesia reconoció la autenticidad de la vida cristiana y religiosa de fray Bernardo de Corleone el 15 de mayo de 1768, cuando Clemente XIII lo declaró «beato».
Con todos sus valores humanos y religiosos, Bernardo de Corleone aparece como figura de capuchino empeñado en aquel siglo XVII religioso italiano que, juzgado injustamente como «insincero, formalístico y constreñido dentro de normas sin vida», estuvo sin embargo influido por una auténtica vena de espiritualidad, de ascetismo sufrido, como también de un potente soplo de mística especulativa y vivida que no olvidaba a los hermanos.
Totalmente comprometido en una vida religiosa coherente, vivió plenamente el carisma de la espiritualidad capuchina que es «la búsqueda del rostro de Dios en Cristo y el descubrimiento del rostro de Dios en san Francisco, para tener a Cristo en el corazón», y todo en favor del pueblo santo de Dios, porque «habitar en Cristo quiere decir habitar en la Iglesia y, por tanto, con los demás».
Giovanni Spagnolo, O.F.M.Cap., Beato Bernardo de Corleone. Generosidad y expiación en la vida, en AA.VV., «... el Señor me dio hermanos...». Biografías de santos, beatos y venerables capuchinos. Tomo I. Sevilla, Conferencia Ibérica de Capuchinos, 1993, págs. 237-250.
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