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Libano
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CARNE Y ESPÍRITU SEGÚN PAVEL FLORENSKY _ 46 EI hombre no es sólo deseo oscuro, sino también figura luminosa; no es sólo presión elemental, sino aquel que hace transparentarse en la realidad su propio …Más
CARNE Y ESPÍRITU SEGÚN PAVEL FLORENSKY _ 46

EI hombre no es sólo deseo oscuro, sino también figura luminosa; no es sólo presión elemental, sino aquel que hace transparentarse en la realidad su propio rostro, rostro humano que ha sido claramente anticipado en los santos, y mostrado artísticamente en el icono. EI rostro es, en un sentido amplio y también literal: "la mirada del hombre"; significa que el Hombre no es sólo ser, sino también derecho (pravda), no es sólo vida, sino también verdad (istina), no es solo potencia, sino también razón, no es sólo carne, sino también espíritu».
En Dios, continua Florenskij, «se da la armonía de la ousía y de la hipóstasis. La Persona de Dios expresa completamente su propia Esencia, su Esencia expresa completamente su Persona». Diversa es la situación de la ontología humana:
"en el hombre, por el contrario, la antinomia de estos polos no se encuentra en armonía; el oscuro cimiento del ser se rebela contra el rostro, exigiendo de él la realización; el rostro subyuga la voluntad elemental, queriendo obtener de ella sus propios derechos. En el hombre se dan dos verdades: la imagen de Dios y la semejanza de Dios, la verdad del ser (bytie) y la verdad del sentido (smysl). ( ... ) Y, al no ser coincidentes, se contraponen la una a la otra: el espíritu combate contra la carne y la carne combate contra el espíritu. Pero se trata precisamente de dos verdades»:".

La verdad es antinómica, y no puedo no serlo. En el caso de la contraposición de estas dos verdades, que da lugar al conflicto afectivo radical del hombre, es necesario buscar la síntesis espiritual en la forja y el temple más firmes de la antinomia:
«Su unidad no puede ser alcanzada por la vía de las concesiones mutuas. Infinitas en sus tendencias y aspiraciones, ambos principios del ser humano exigen la infinidad de su desarrollo, exigen la propia afirmación extrema. No en la limitación de cada una de ellas por la otra, sino sólo en el mutuo reconocimiento de su verdad incondicional, -la verdad de su carácter infinito, semejante a Dios-, puede ser realizada su armonía, es decir, la integridad humana. En un reconocimiento mutuo que no es, sin embargo, un reconocimiento inmediato de cada una de ellas en sí misma, sino sólo en sus límites absolutos. Sólo de este modo, realizando hasta el límite sus posibilidades infinitas, pueden encontrarse la una a la otra. Todo esfuerzo por detenerlas en su propio camino es un engaño. Ha de ser llevada hasta el final la búsqueda de la autenticidad del ser, hasta alcanzar la autenticidad última del ser divino; ha de ser llevada hasta el final la búsqueda del sentido, hasta alcanzar el último sentido divino; no puede satisfacerse de otro modo la exigencia de los dos principios del hombre. Alcanzando sus límites en Dios por un camino diverso, divergiendo completamente en la vía, ambos principios del hombre llegan al Único en Quien, desde toda la etrnidad, coinciden toda la plenitud de la realidad con toda la plenitud del sentido: en Dios».