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UN ESTADO DEL ALMA. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes (1 Jn 2) La juventud no es solamente un período de la vida, es un estado del alma... No es viejo el que vive un cierto número …Más
UN ESTADO DEL ALMA.

Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes
(1 Jn 2)

La juventud no es solamente un período de la vida,
es un estado del alma...
No es viejo el que vive un cierto número de años,
sino el que abandona sus ideales.
Los años arrugan la piel,
el renunciar a los ideales arruga el alma.

Es bien cierto que la verdadera juventud es, ante todo, un estado del alma. Todos hemos conocido gente ya mayor, con muchos años a la espalda, que tienen un espíritu joven, positivo y emprendedor. Me decía un buen sacerdote amigo el día que cumplía setenta años: «¡no te puedes imaginar lo joven que me encuentro!». Era verdad, y así sigue. Su alma traslucía esta juventud alegre por todos los poros del cuerpo. El Papa Juan Pablo II bromeaba en el encuentro con cientos de miles de jóvenes en Madrid, y les decía que él era un joven de 82 años. ¡Qué cierto era!
También, por desgracia, conocemos a chicos con veinte años que parecen, o están, envejecidos, sin ideales, sin valores que tiren de su vida hacia arriba.
«Ya sé yo –decía R. Tagore durante una conferencia– que estoy imponente con esta barba cana mía, mi pelo blanco y mi ropón indio. Los que solo me conocen por fuera creen equivocadamente que soy un viejo, y me dan el lugar mejor, y se me quedan a distancia en señal de respeto; pero si yo pudiera enseñaros mi corazón, veríais lo joven y vigoroso que es, tal vez más que el de algunos de vosotros».
El corazón es joven cuando ama, aunque pasen los años y estos se lleven consigo muchas cosas por delante. Si el amor permanece, la juventud perdura. Hay un cuadro que su autor, Marc Chagall, tituló El río del tiempo. Es un río en el que se ven, arrastrados por la corriente, los juguetes de la niñez, un violín, muebles inolvidables de la casa paterna... Todo perdido sin remedio. Pero en la orilla, al lado del torrente que se ha llevado tantas cosas, el artista pintó una pareja de enamorados. Chagall pensaba, con acierto, que el amor nos protege de los años y triunfa sobre el tiempo. Y el amor a Dios, mucho más. ¿Acaso no hemos conocido a personas santas, enamoradas de Dios, con una juventud increíble? Verdaderamente, como escribió santo Tomás1, «el amor ilumina el corazón», mientras que el pecado, el desamor (el humano y el sobrenatural), el egoísmo, lo oscurece y envejece. Lo hace duro, insensible, como la piedra.
El amor es la vida de la persona, su juventud, su fuerza. Es el que le permite mantener una actitud positiva y optimista ante el paso y el peso del tiempo y los avatares de la vida. Antes de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, la Misa comenzaba al pie del altar con un breve rito introductorio. El sacerdote comenzaba con este salmo: Introibo ad altare Dei (entraré al altar de Dios).
El que le ayudaba, respondía: ad Deum qui laetificat iuventutem meam (al Dios que alegra mi juventud). Estas palabras llenaban el corazón de san Josemaría, cuando las recitaba al comenzar el Santo Sacrificio, y pensaba que, si era fiel, siempre sería joven, con esa alegría que colmaba su juventud. «Entonces me encuentro joven –decía a sus hijos espirituales–, lleno de la juventud eterna de Dios, y siento agolparse en el corazón toda la sangre vigorosa y ardiente de los veinte años»2.
Permaneceremos jóvenes en cualquier edad de la vida si somos firmes en el amor, si mantenemos nuestros ideales, si no perdemos la esperanza.

1.- Santo Tomás de Aquino, Tratado sobre la caridad.
2.- Cf. A. Vázquez de Prada, l.c.

Cfr. El día que cambié mi vida

Para poder hablar de Dios, lo primero es Hablar con Dios y querer escucharle : Nueva Evangelización