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Juan de Mariana y la monarquía en la Iglesia

Juan de Mariana y la monarquía en la Iglesia

Francisco José Delgado, el 23.11.17 a las 7:43 PM

Ne quid nimis (μηδὲν ἄγαν): «nada en exceso». Estas palabras completaban las dos famosas sentencias esculpidas en el templo de Apolo en Delfos, de las cuales la primera («conócete a ti mismo») es mucho más conocida. La huida del exceso estaba tan presente en la cultura griega que cuando Aristóteles tiene que definir la virtud en el segundo libro de su Ética Nicomaquea, dará por supuesto que ella tiene que constituir un medio, porque tanto el exceso como el defecto destruyen necesariamente el bien. Esto no supone un elogio de la mediocridad, pues el mismo Aristóteles aclarará que «de acuerdo con su entidad y con la definición que establece su esencia, la virtud es un término medio, pero, con respecto a lo mejor y al bien, es un extremo». La falta de virtud, en cambio, se manifiesta en el desorden, en la falta de razón, que hará que la acción tienda al defecto o al exceso, apartándose del bien que está en el medio apropiado al sujeto prudente.

Aristóteles dice también que «el verdadero político se esfuerza en ocuparse, sobre todo, de la virtud». Aquí «político» ha de entenderse en el sentido de gobernante, lo que de alguna manera da por supuesto que la actividad de gobierno debe ser en sí misma también virtuosa. Aunque la virtud propia del político parece ser la prudencia, podemos hablar también de una moderación virtuosa en el ejercicio del propio gobierno, que lo haría equilibrado. Y este equilibrio, necesario para la vida social de la polis lo es también, quizá en mayor medida, para el gobierno de la Iglesia.

En la Iglesia conviven las tres formas buenas de gobierno: la monarquía, la aristocracia y la policía o timocracia. Pero la base de todas ellas es, sin duda, la primera, que es la más excelente y da una mayor unidad. El episcopado monárquico, de institución apostólica, es una realidad irrenunciable en la Iglesia. Y éste se hace especialmente visible en el Ministerio Petrino, que establece un Primado del Obispo de Roma, confiriéndole una potestad única y, por tanto, monárquica sobre toda la Iglesia.

En 1998, como conclusión de un empeño de estudio de la figura del Primado del Romano Pontífice, originado por la sugerencia de San Juan Pablo II en Ut unum sint, 95, la Congregación Para la Doctrina de la Fe emitía un documento con unas consideraciones tituladas El Primado del Sucesor de Pedro en el Misterio de la Iglesia. En este documento, junto con afirmaciones precisas y valiosas, se realiza una advertencia que, en mi opinión, es algo desafortunada. Pretendiendo aclarar la modalidad concreta del ejercicio del Primado se dice que éste no «puede concebirse como una monarquía de tipo político».

Es difícil precisar qué entienden los autores del documento por «una monarquía de tipo político». Efectivamente, si echamos un vistazo a las ideas actuales sobre la monarquía, parece claro que el Primado Petrino tiene muy poco que ver con una monarquía parlamentaria en la que el Rey reina, pero no gobierna, que es el sistema actual en países como España. La tradición hispana, de hecho, negaría el título de Rey a alguien con ese tipo de gobierno, puesto que, como recuerda San Isidoro en sus Etimologías: «los reyes toman su nombre de regir» (reges a regendo vocati). Por otro lado, la imagen de la monarquía que ha quedado tras la terrible Revolución Francesa ha sido la del rey absoluto, que tampoco merecería ser llamado rey, sino más bien tirano, pues se pone a sí mismo y a su voluntad como origen de la ley y del bien. Que el Papa no puede ser un monarca absoluto (tampoco puede serlo, cabalmente, ningún rey católico) ya lo dice el mismo documento de la CDF, y lo repitió, más recientemente, el Papa Benedicto XVI:

El Papa no es un soberano absoluto, cuyo pensamiento y voluntad son ley. Al contrario: el ministerio del Papa es garantía de la obediencia a Cristo y a su Palabra (Homilía del papa Benedicto XVI en la Misa de toma de posesión de su cátedra, 7 de mayo de 2005)

Sin embargo, una vez purificada la monarquía política de las desviaciones históricas actuales, extrañas a la tradición católica, podría ayudar mucho a esclarecer cuál debería ser el ejercicio virtuoso del gobierno monárquico en la Iglesia, que podría ser una enorme fuente de reforma en el Espíritu de Cristo, como lo ha sido otras veces. Esta idea no es mía, sino que la tomo prestada del gran teórico hispano de la monarquía política, que es el P. Juan de Mariana, S.I. (Talavera de la Reina, 1536 - Toledo, 1624), que la utilizó no para hablar de un caso muy concreto de gobierno monárquico: el del General de la Compañía de Jesús.

Discurso sobre las cosas de la Compañía

El Discurso de las enfermedades de la Compañía de Jesús o Discurso sobre las cosas de la Compañía es un texto escrito por el P. Mariana en torno a 1605 y que no fue publicado sino hasta 1768, en el contexto de la polémica antijesuítica en España y en Europa. Se publicó y difundió con la intención de atacar a la Compañía de Jesús, que acababa de ser expulsada del Imperio Español, y que sería disuelta por el Papa posteriormente. Sin embargo, la intención del autor es, como se puede adivinar, la de señalar los errores en el gobierno de su Congregación, tratando de buscar los medios para remediarlos. Esta tarea de crítica y autocrítica, tan típicamente española en aquella época, sólo puede llevarse a cabo cuando uno pone el bien común por encima del bien personal y no teme enfrentar las consecuencias que puede acarrear dejarse llevar por el amor a la Iglesia. De esto podrían hablar, sin duda, los miembros sobrevivientes de un notorio grupo de cuatro cardenales, dos de los cuales esperamos que gocen, por la Misericordia de Dios, de sus merecidas recompensas.

En el capítulo X de este tratadito, según la edición de la Biblioteca de Autores Españoles de 1854, Mariana llega a lo que él considera «la fuente de los desórdenes y de los disgustos que experimentamos». Gran defensor de la monarquía como más excelente forma de gobierno — así lo consideraba en su obra De rege et regis institutione —, ahora tiene que reconocer, refiriéndose al gobierno de la Compañía, que «esta monarquía nos atierra, no por ser monarquía, sino por no estar bien templada». Este «estar bien templado» hace clara referencia a la moderación virtuosa que debe acompañar al ejercicio de gobierno y que, al parecer, no estaba presente en el gobierno del General Aquaviva, cuyas particularidades no podemos entretenernos en comentar.

El mal gobierno en la Iglesia

Es evidente que no se puede comparar el gobierno de una congregación religiosa con el de una Diócesis o el de la Iglesia Universal. Sin embargo, cada vez que leo las líneas que Mariana dedica al gobierno de su General más me parece que, aplicadas analógicamente, podrían ser consejos valiosísimos para los que han de ejercer el gobierno pastoral en la Iglesia de cualquier forma, desde un párroco hasta el mismo Romano Pontífice.

Y cómo a mí me parece que las palabras de Mariana son bastante inteligibles y mensuradas, y cada uno tiene suficiente inteligencia como para sacar de ellas provecho, me limito a citarlas. Eso sí, recuerdo una vez más que han de aplicarse analógicamente al gobierno eclesial, que no es igual que el civil, porque creo que (a diferencia de lo que parece sugerir el documento de la CDF antes citado) pueden iluminarse mutuamente. Y con mucho provecho, como la historia ha mostrado. Además, aclaro que la aplicación que puede hacerse aquí es únicamente al gobierno ordinario de la Iglesia, no a la función magisterial solemne, que viene asistida por un carisma extraordinario que no depende de las virtudes del Papa.

Sin más, el P. Mariana:

Grandes disputas hay entre filósofos sobre qué género de gobierno es el mejor, si el de uno o el de muchos. Hay razones por la una parte y por la otra. Por el gobierno de uno, que llamamos monarquía, la paz, la fuerza, que es mayor cuando está más unida. Por el de muchos, la prudencia, que ven más cuatro que uno; menos pasión, que es más difícil sobornar a muchos que a uno, ni alterarse ellos con aficiones, que es la peste en todo gobierno. Concluyen que la monarquía es mejor gobierno, a tal que se ayude con el de muchos en lo que le hace ventaja. Así, que el consejo, la determinación ha de ser de muchos, pues sobrepujan en entereza y en prudencia; la ejecución de uno, porque tiene más fuerza y más unión.

Conforme a esto, si el monarca, sea quien fuere, que no saco ninguno, se resolviere por su cabeza, sin acudir a su consejo, o contra el parecer de sus consejeros, por lo que le dijere el que tiene a su lado o por lo que él mismo juzga, aunque acierte en su resolución, por exceder los términos del buen gobierno, sale del oficio de buen monarca y entra en los términos de tiranía, de que están llenas las historias, y se podrían traer muy claros ejemplos, que se dejan por ser la razón tan clara; de suerte que la monarquía para que no degenere no ha de ir tan suelta como va la nuestra al presente, sino atada, que es loco el poder y mando, y más de uno; lo primero con leyes en lo que se pudiere comprehender debajo de ley, y en las cosas particulares y temporales con consejo.

Digo pues que la raíz, de donde proceden grandes yerros en el gobierno y tantos disgustos como quedan dichos, sospecho que es de no estar bien templada esta monarquía, porque dado que las leyes que tenemos son muchas en demasía, el general no se gobierna por leyes ni en dar los oficios, profesiones, fundar colegios, con otra infinidad de cosas; que si hay leyes, en todas o casi todas puede dispensar y dispensa. Lo que toca al consejo, es cosa miserable lo que se dice, que todo en cada provincia pasa por lo que el provincial y dos o tres confidentes escriben, sin hacer caso de los demás, aunque sean más aventajados en todo.
Roma está lejos, el general no conoce las personas ni los hechos, a lo menos con todas las circunstancias que tienen, de que depende el acierto. Los de acá dicen que gobiernan por aficiones, como no es maravilla. El gobierno es muy particular. Pues ¿cómo puede ir bien enderezado el gobierno particular sin noticia de todo y de todos? Forzoso es que se caiga en yerros muchos y graves y por ellos se disguste la gente y menosprecie gobierno tan ciego. Concluyo, que es forzoso templar y atar esta monarquía […]

Los males que vienen de este mal gobierno

Mariana, además, señala seis males que vienen de una monarquía mal templada, en el caso particular de la Compañía. Los presentamos aquí en forma resumida y general, porque creemos que justifica la aplicación de la tesis de nuestro autor a un ámbito más universal que el de su Congregación.

El primer mal o daño sería que esta forma de gobierno no sólo afecta a la cabeza, sino que se extiende a las autoridades que derivan de la primera. De tal forma que todos tienden al actuar despótico, lo que lleva al descontento de la comunidad.

El segundo, que el gobierno no es uniforme. Como cada uno gobierna según su parecer, lo que uno hace hoy, el otro lo deshace mañana.

El tercero, que no se pone en los oficios a los más dignos, sino a la gente menuda. Esto no es necesariamente malo, si no fuera por la enfermiza necesidad de hacer que los más capaces se pierdan, fundamentalmente porque estorban al tirano.

El cuarto daño, dice Mariana, es «el poco nervio en el gobierno». Un gobierno tal no puede reformar nada, porque se ve incapaz de combatir a los malos. Incluso cuando se pretende acentuar el poder de esta monarquía, al hacerlo en exceso y, por tanto, de modo no virtuoso, se le quitan las fuerzas.

El quinto daño que hace esta forma desordenada de monarquía, y consecuencia del anterior, es la falta de castigo. Vamos, como dice D. Jorge, que aquí nunca pasa nada.

El sexto, y éste lo entenderán muchos, es que los mismos se perpetúan en los oficios. Y no porque no los haya mejores, sino porque se tienen que ganar la confianza de la autoridad. Y aquí entra el vicio de la adulación, por el que prosperan muchos en este mal gobierno.

Creo que es indudable que estos seis daños se están produciendo en la Iglesia con bastante intensidad. Mariana opina, para el caso concreto de la Compañía a inicios del s. XVII, que vienen de un gobierno monárquico mal templado, es decir, poco virtuoso. Puede ser discutible si esta aplicación puede hacerse de manera general al gobierno de la Iglesia en todos sus niveles, pero lo que me parece seguro es que los cristianos tenemos la grave obligación de poner los medios sobrenaturales para que Dios conceda a los gobernantes de la Iglesia, que son los pastores, las virtudes necesarias para que realicen su misión.

Quien quiera leer el tratado completo del P. Mariana, puede descargarlo aquí.