jamacor
65

Diccionario de la crisis personalista -I: ¿norma general en lugar de ley?

Diccionario de la crisis personalista -I: ¿norma general en lugar de ley?

Alonso Gracián, el 13.12.17 a las 10:27 PM
La crisis actual de fe que agobia a la Iglesia es la crisis del modelo personalista. Un modelo que no da más de sí y que colapsó.

Con la expresión modelo personalista englobamos los dos personalismos, el explícitamente heterodoxo, como por ejemplo el de Bernhard Häring o Teilhard de Chardin; y el pretendidamente ortodoxo, como el de Bernhard Häring en su primera época, las justificaciones de Teilhard de Chardin por de Lubac, o todo el conjunto de obras divulgativas que reinterpretan la doctrina católica en clave personalista.

En este último grupo incluyo manuales y libros de divulgación usados para la formación del clero y del laicado.

No dudo en calificar la crisis actual de fe como crisis personalista. Para obtener un conocimiento exacto del problema, es preciso conocer en profundidad los sutiles desenfoques doctrinales con que el personalismo teológico recontextualiza la doctrina católica, aun con voluntad de ortodoxia.

Realizamos esta labor analizando los términos, conscientes de la importancia de clarificar nociones y conceptos para enfocar con claridad los males que nos aquejan. Tras la glosa del concepto incluyo algunas citas de obras de divulgación personalista, para que las distintas acepciones sean localizadas en sus contextos.

* * *

NORMA (en lugar de ley)


Es el término con que el personalismo teológico se suele referir en general a la ley moral, sea la ley natural, la ley eterna, la eclesiástica o la civil, indistintamente. Con este vocablo se proporciona a la noción de ley un sabor inmanente, axiológico, ideal, arbitrario y convencional, más adecuado para resaltar la primacía de la persona particular sobre lo abstracto y general. De alguna manera, utilizando norma en lugar de ley moral se produce una nivelación de lo divino y lo humano, de lo inmutable y lo mutable. A menudo va asociada en plural al calificativo generales, “normas generales", para hacer alusión a los preceptos universales, y crear así una falsa dicotomía entre lo particular (lo concreto y personal) y lo general (lo abstracto y universal)

Contextos:

—«En efecto, muchos manuales de esa época [la anterior al Concilio] han sido tachados de exponer una teología moral juridiscista, en la que la norma era el canon exclusivo para juzgar la moralidad de un acto. Tal orientación conllevó una moral “casuista", tan poco animada por el espíritu del Evangelio. De hecho, la manualística de la primera mitad del siglo XX se fundamentaba en dos supuestos: la ley natural y la norma canónica» (AURELIO FERNANDEZ, Pensar el futuro. Apostar por la verdad y el bien en el siglo XXI, Palabra, Madrid 2003,p.140-141)

«la teología moral, en efecto, había cristalizado en una doctrina excesivamente rígida, que insistía de modo desmesurado en cuestiones como el pecado, la ley, el deber o las normas, lo cual conducía a ver la moral como algo extrínseco a la persona, como un mero conjunto de leyes y deberes promulgados por Dios, o por la Iglesia que se imponían desde fuera de la conciencia […] Ante esta situación algunos vieron en los principios personalistas una posibilidad de salir de esta situación » (JUAN MANUEL BURGOS, El personalismo, Palabra, Madrid 2000, p.165)

«La moral tiene mucho más de deliberación, interrogación, paradoja, búsqueda o discernimiento que de demostración o mecánica de aplicación de principios y normas para resolver los dilemas de la existencia» (JULIO LUIS MARTÍNEZ S.I., Discernimiento y Moral en el Magisterio del Papa Francisco, Revista Medellín 168 / Mayo - Agosto 2017, p. 378)

«El tipo puro de moral religiosa es el “responsivo", el dialogal, en que el obrar moral es entendido como contestación a la llamada de una persona santa y absoluta. El arquetipo de la moral arreligiosa es la moral monologal, en la que todas las tareas éticas, todas las normas y leyes encuentran su centro de convergencia y su sentido en el yo humano y en su perfección. Toda ética religiosa que de un modo u otro presente todavía este rasgo, podrá, a lo sumo, pasar por una moral dotada de una super-estructura religiosa. » (BERNHARD HÄRING, La ley de Cristo, Herder - Barcelona 1961
Págs. 81)
«¿Existe una conciencia creativa? A mi parecer, la respuesta puede ser solamente un claro sí. Notando enseguida que la conciencia de aquél que está totalmente aferrado a preceptos rígidos y a normas prohibitivas no puede ser creativamente activa. Esta se aferrará literal y escrupulosamente, en la medida en que podrá, a las normas consideradas como algo inflexible.» (BERNHARD HÄRING, Norma y conciencia creativa, Il Regno, Attualità, 34, n. 615 (1989) 177-181)
«El que mide su relación con Dios en base a normas inflexibles entendidas de manera estática estará totalmente aferrado a la voluntad de obedecer a la letra hasta el punto de no ser capaz de cumplir espontáneamente las obras que nacen de la grandeza de corazón. […] Una vida completamente prisionera de rígidos preceptos y de prohibiciones termina siendo irremediablemente estéril, es decir, lo contrario de creativa. La conciencia, que está frente a conflictos normativos de preceptos que aquí y ahora se contradicen, que no parecen admitir ninguna flexibilidad y ninguna excepción, llegará a ser inevitablemente enferma con reflejos devastadores en la relación con el Dios legislador.» (BERNHARD HÄRING, Norma y conciencia creativa, Il Regno (Attualità), 34, n. 615 (1989) 177-181

* * *

En Amoris laetitia se usa a menudo el concepto personalista de norma general como oposición a existencia concreta y situación particular. Por ejemplo aquí:

«Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano.» (Amoris laetitia 304)

Rodrigo Guerra en su justificación personalista de Amoris laetitia utiliza el vocablo en el mismo sentido, oponiendo lo general (universal) a lo particular, y negando con ello la universalidad de la ley moral:

«Quien quisiera que la norma moral se aplicara del mismo modo, de manera unívoca y directa, a todos los casos y circunstancias, prescinde tanto del método de la Encarnación como de la estructura de la reflexión moral que implica siempre una deliberación prudencial. No es más seguro, como algunos parecen insinuar, que la aplicación de las normas morales se realice de manera más o menos mecánica sin atender a las circunstancia concretas. La comprensión intelectual de la norma es necesaria pero no suficiente. Francisco, por eso, insiste:
Es verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares” (Amoris laetitia 304). (RODRIGO GUERRA, Para comprender Amoris Laetitia. Premisas y argumentos, respuesta a dudas. Revista medellín, 168 / Mayo - Agosto 2017, p.424)
.

USO CORRECTO Y CATÓLICO DE LA PALABRA NORMA

La palabra norma puede tener un uso correcto, como cuando nos referimos a la normatividad y obligatoriedad de la ley. Ciertamente, la ley es norma en cuanto «prescribe al hombre los caminos, las reglas de conducta que llevan a la bienaventuranza prometida; proscribe los caminos del mal que apartan de Dios y de su amor. »(Catecismo 1950). La ley moral es normativa, sin duda, en cuanto que «los diez mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves.» (Catecismo 2072)

Pero el personalismo teológico, en su aplicación a la teología moral, usa la palabra norma de manera ambigua, produciendo confusión. Para referirse a la universalidad de la ley, por ejemplo, utiliza la expresión normas generales, desenfocando notoriamente el sentido de la universalidad, opiniéndolo a lo particular, como si la ley moral no abarcara todos los casos particulares. La doctrina de la Iglesia, sin embargo, enseña que es una falsa dicotomía oponer la “generalidad” a la particularidad de la persona singular, pues «la ley moral comprende necesaria e intencionalmente todos los casos particulares, en los que se verifican sus conceptos.» (PÍO XII, Discurso sobre la moral de situación 1952). Más correcto y católico que la palabra “general” es el calificativo universal.

La ley moral natural no ha de verse como una simple norma o costumbre o convención arbitraria intercambiable por otra a voluntad de quien manda (como opina el nominalismo); ni como una regla utilitaria, basada en historicismos o costumbrismos; ni en un pacto institucional, o una mera imposición autoritaria; no debe tampoco considerarse un constructo humano o institucional, a la manera de la norma de un club, una asociación o un partido político; antes bien, la ley moral, más que una norma desvinculada de la naturaleza humana, es la misma sabiduría de Dios dada al hombre, recibida por el hombre, mandada al hombre, conocida por su razón y por la revelación. Como advierte Veritatis splendor, alertando del uso inmanentista de la noción de ley:

«En efecto, la fuerza de la ley reside en su autoridad de imponer unos deberes, otorgar unos derechos y sancionar ciertos comportamientos: “Ahora bien, todo esto no podría darse en el hombre si fuese él mismo quien, como legislador supremo, se diera la norma de sus acciones". Y concluye: “De ello se deduce que la ley natural es la misma ley eterna, ínsita en los seres dotados de razón, que los inclina al acto y al fin que les conviene; es la misma razón eterna del Creador y gobernador del universo”» (S JUAN PABLO II, Veritais splendor, 44, citando LEÓN XIII, Libertas praestantissimum1888)

El personalismo teológico profesa la centralidad de la libertad humana. Es por ello que prefiere evitar hablar demandamentos que obedecer, y prefiere hablar de norma, como si la norma surgiera de la condición ética propia. Es por esto que en lugar de hablar de naturaleza, en la que están inscritos los mandamientos dados por Dios, prefiere hablar de eticidad de la condicion humana, para resaltar la centralidad existencial de la persona

Son desenfoques sutiles, que producen confusiones sutiles, aun con buena voluntad. Toda expresión desenfocada produce confusión.

Son desenfoques sutiles, pero dañinos. Aun de apariencia menuda, trastornan y lesionan. Si la verdad moral es transmitida sin nitidez, el enemigo se hace fuerte, y utiliza la distorsión para distorsionar.

Por ello es vital concentrar el fuego, batir la ráfaga sobre el punto confuso, realizar la incisión donde es preciso, para extirpar los errores y sanar el Cuerpo. Y es que en el catolicismo la importancia de la palabra es total. Porque el más mínimo desenfoque doctrinal induce a error. Y no es voluntad de Dios que el hombre yerre, sino que conozca la verdad y se salve.

David G. Alonso Gracián