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“Gracias, Señor, por el regalo de tu Eucaristía”

Festividad del Corpus Christi

junio 18, 2019 10:14
Antonio Rivero

Espiritualidad y oración

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO
Ciclo C
Textos: Gn 14, 18-20; 1 Co 11, 23-26; Lc 9, 11-17


Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.

Idea principal: La Iglesia vive de la Eucaristía y también nosotros. La Eucaristía es alimento para los hambrientos y cansados, y consuelo para los tristes. Es uno de los gestos más sublimes de misericordia de Dios con nosotros.

Síntesis del mensaje: Esta fiesta nos hace centrar nuestra atención agradecida en la Eucaristía como sacramento en el que Cristo Jesús ha pensado dársenos como alimento para el camino, haciéndonos comulgar con su propia Persona, con su Cuerpo y Sangre, bajo la forma del pan y del vino. Y así, también nosotros podamos ser para nuestros hermanos eucaristías vivas, es decir, sacrificio, compañía, consuelo y alimento para ellos.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, al igual que Abrahán que vino cansado de la expedición (1ª lectura), al igual que esa multitud hambrienta que seguía a Jesús (evangelio), nosotros con frecuencia también experimentamos el cansancio y el polvo del camino y nos podemos sentir exhaustos por las dificultades de la vida personal, matrimonial, profesional. Cansancios físicos, muchos, por los mil trabajos que tenemos. Cansancios afectivos y psicológicos, a veces, pues la convivencia con la familia y los demás desgasta. Cansancios espirituales, también, porque parece que Dios no nos escucha ni nos hace caso. Dios, en su infinita misericordia, salió a nuestro paso para darnos descanso y alimento para el camino. Y no cualquier vianda, sino el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesucristo, como alimento y viático para el camino de la vida terrena. Señor, gracias por tanta delicadeza con nosotros.

En segundo lugar, la Iglesia vive de la Eucaristía, como bien escribió san Juan Pablo II en su encíclica sobre este gran misterio. La Eucaristía es fuente de toda la vida cristiana. El Concilio Vaticano II dice “la Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia”. ¿Quién es el bien espiritual de la Iglesia? No son los cuadros de arte, ni las catedrales, no los copones de oro, ni las vestimentas bordadas. El bien espiritual es “Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo” (Concilio Vaticano II, Presbyterorum Ordinis, n.5). Una Iglesia, podría tener todo el arte sacro más bello del mundo, pero si no tiene la presencia viva de Cristo Eucaristía, ¿de qué sirve ese arte? ¡Sólo sería un museo y relicario! El arte sacro está al servicio y para gloria de Cristo Eucaristía. Una Iglesia podría carecer de estatuas, vitraux, órgano… pero si tiene la presencia viva de Cristo Eucaristía, lo tiene todo, pues las estatuas, el vitraux, el órgano, deben estar siempre al servicio y para gloria de Cristo Eucaristía. ¡Oh, la Eucaristía!: “Sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual Cristo es nuestra comida, el alma se llena de gracia futura” (Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 47).

Finalmente, el culto a Cristo Eucaristía nos debería llevar: primero, a la asistencia y la participación atenta, consciente y fervorosa a la Santa Misa, cada domingo y si es posible, todos los días. ¡Dios nos salva en cada Misa! Segundo, a la adoración a Cristo Eucaristía, solemnemente expuesto sobre el Altar, en Horas Santas, momentos de oración delante del Santísimo Sacramento. Tercero, a la visita eucarística que deberíamos hacer durante el día, entrando en una iglesia y dialogando con ese Dios Compañero y Amigo que quiso quedarse en los Sagrarios para ser confidente del hombre. Cuarto, al respeto, decoro a cuanto rodea este misterio: templo, cálices, copones, manteles, nuestra manera de vestir en la iglesia, nuestra manera de estar, de rezar de leer las lecturas de la Misa, de guiar, de servir como ministros de la Sagrada Comunión, de celebrar la Santa Misa por parte del sacerdote. Y quinto, en la catequesis, este tema de la Eucaristía debe ser prioritario, explicado con unción, con amor, con fervor y extensamente. La Eucaristía es el Sacramento más sublime, porque en él no sólo recibimos la gracia de Cristo, sino al autor de la gracia, en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad.

Para reflexionar: cuando hablamos de la Eucaristía, estamos lanzando un gran compromiso a todos. No sólo a estar agradecidos eternamente por este incomparable regalo de la Eucaristía, preludio y pregustación del cielo, sino, sobre todo, a hacernos también nosotros Eucaristía, es decir, inmolación y sacrificio; alimento y nutrición; presencia y compañía para todos aquellos hermanos nuestros que caminan en esta vida desfallecidos, con la mirada baja y triste, desesperanzados y desilusionados. Debemos hacernos pan, repartir el pan de nuestra fe, esperanza y caridad, y lograr con ellos una fraternidad hasta lograr la paz, la unión y la armonía en el mundo. A todo esto nos compromete la Eucaristía. Pidamos a Cristo Eucaristía que nos acreciente la fe en este gran misterio, para que nunca nos acostumbremos al asombro eucarístico, sino que caigamos siempre de rodillas ante él, agradeciendo, adorando, amando.

Para rezar: ¡Qué hermosa la oración que la Iglesia viene rezando ya desde hace siglos!:

– ¡Oh Sagrado convivio, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!
– Les diste Pan del cielo.
– Que contiene en sí todo deleite.


Hagamos esta oración a San Manuel González, sevillano y apóstol y obispo de los sagrarios abandonados: “Tú, que enamorado de la eucaristía y de la presencia real de Dios encarnado en todos los tabernáculos del mundo; y ante la indiferencia, ingratitud y olvido por parte de los hombres de acompañar en amor e intimidad al Santísimo Sacramento, te ofreciste como reparador y amante del Dios escondido hasta la muerte; y pediste ser enterrado junto a un sagrario para que tus huesos gritaran: “¡ahí está Jesús! ¡Ahí está! No le dejéis abandonado”. Enséñanos a tener esa intimidad con Cristo sacramentado para que nuestras almas locas de amor por Él se entreguen como hostias vivas para la salvación del mundo. Amén”.

San Manuel González. Ruega por nosotros.


Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org