jamacor
26

Orwell y la anticoncepción

Jorge Soley, el 17.01.19 a las 10:33 AM

George Orwell consideraba la anticoncepción como algo perverso, una mentira, una trampa, un modo de dominación que pervierte la capacidad de gozar de lo que la vida nos regala. Es lo que nos recuerda Dan Hitchens en un artículo recientemente publicado en First Things.

Orwell no era un teólogo moral y menos aún un católico, pero tenía una deslumbrante capacidad para captar en profundidad los elementos más perversos del mundo moderno y, de este modo, presentarse en sorprendente armonía con lo que la Iglesia enseña, en este caso podemos aventurar que la discutida Humanae Vitae no le hubiera desagradado.

Fue Christopher Hollis, uno de los amigos más íntimos de Orwell, quien, recordando a su amigo recientemente fallecido (y de modo prematuro, por culpa de una tuberculosis), afirmó que «una de las convicciones más interesantes y profundas de Orwell era su convencimiento sobre el profundo mal que era la anticoncepción». Y añadía que Orwell pensaba que «esa gente que quiere tener sexo sin niños son culpables de una profunda falta de fe en la vida, y que una generación que tiende a pensar que ese deseo es legítimo está inevitablemente condenada».

Aunque ese rechazo a la anticoncepción se puede encontrar en diversos lugares de la obra de Orwell, no se suele hablar mucho de él. Es un rechazo que encontramos, por ejemplo, en el poema «Día de San Andrés, 1935», un poema sobre el que los críticos discuten si incluye la primera referencia a un condón en una poesía en lengua inglesa. El poema empieza así:

The lord of all, the money-god,
Who rules us blood and hand and brain,
Who gives the roof that stops the wind,
And, giving, takes away again.

que yo, sin mayores pretensiones y al modo pedestre, traduzco así:

El señor de todo, el dios-dinero
Que gobierna nuestra sangre y manos y mente
Que da el techo que detiene el viento
Y, dando, quita de nuevo.

El poema continúa describiendo cómo el dios-dinero priva a la vida de lo que tiene de más valioso y acaba con esta estrofa (también traducida por mí sin mayores pretensiones literarias):

Who binds with chains the poet’s wit,
The navvy’s strength, the soldier’s pride,
And lays the sleek, estranging shield
Between the lover and his bride.
Que encadena el genio del poeta,
La fuerza del peón, el orgullo del soldado,
Y extiende el liso, distanciante escudo
Entre el amante y su novia.

Ese escudo que distancia y tiene una apariencia lisa, ese condón que detiene la vida, se nos quiere presentar como algo defensivo, pero, señala Hitchens, el escudo es algo que uno lleva a la batalla, cuando se ataca a algo. Orwell, sigue Hitchens, estaba tan orgulloso de esta estrofa que hace que el personaje principal de su tercera novela, «Que no muera la aspidistra», Gordon Constock, aparezca como escribiéndola tras un gran esfuerzo. Es el mismo Gordon quien afirma: «¡Este negocio del control de nacimientos! Es solo otra manera que han encontrado de abusar de nosotros».

Y esto lo escribía Orwell en tiempos de Margaret Sanger, Marie Stopes y en pleno auge del eugenismo. Una escena de su última obra, «1984», expresa también este rechazo a la anticoncepción. Winston observa a una mujer, pobre y con muchos hijos, una paria despreciada por el Partido, y escucha cómo canta mientras tiende la colada. Y se da cuenta de que esa mujer, cincuentona y rellenita, despreciable según las directrices del Partido, es bella. Esa mujer, esa madre que canta, dos actitudes (maternidad y canto) contrarias a lo que ordena el Partido, encarna la esperanza en ese opresivo mundo. Exclama Winston: «Si hay alguna esperanza, ¡está en la prole!». Y así una mujer, pobre y con muchos hijos, se convierte en el símbolo de que hay algo en la vida mucho mayor que el Gran Hermano.

Fuente