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El Vía Crucis, por Fabrice Hadjadj

Por INFOVATICANA | 19 abril, 2019

Les ofrecemos en este triste día el Via Crucis escrito para MAGNIFICAT por el escritor francés Fabrice Hadjadj. Reproducimos el mismo con la autorización de la citada publicación.

El autor es escritor y filósofo francés judío, convertido al catolicismo. Es director del Instituto Philanthropos (Friburgo, Suiza). Sus principales libros están dedicados al análisis de la tecnología y la corporeidad humana. Está casado con la actriz Siffreine Michel. Tienen cuatro hijas y dos hijos. En 2014, fue nombrado miembro del Consejo Pontificio para los Laicos. Por encargo de Magnificat escribió este Vía Crucis y el libro Resurrección. Experiencia de vida en Cristo resucitado(BAC, Madrid 22018), ambos publicados también en inglés y francés. Si bibliografía es abundantísima en varias lenguas.

Traducido del original francés por Pablo Cervera Barranco

Revisión de Sol Corcuera Urandurraga


Este Vía Crucis no está programado.

Lo que está programado son los drones militares, las autopistas de la información y posiblemente los paseos de salud con el Apple Watch que indican vuestro esfuerzo. En cuanto al Vía Crucis, es evidente que se trata más bien de un callejón sin salida: no una señal que indique la entrada, pero al final de todo está la, bien visible, directo hacia la boca del lobo… Este es el límite para nuestro crecimiento ilimitado. El dron se para por la potencia tradicional (ni siquiera un poste eléctrico). La información se ve superada por el Verbo que expira dando un grito. La salud es desgarrada por la muerte del Salvador y, si aún se le puede hacer un brindis en verdad, es con una copa llena de sangre.

Pero me diréis que el Vía Crucis se inscribe en el calendario paralitúrgico ——, con lo que también responde a una planificación. Además existe este libro Magnificat, etc.
El calendario litúrgico, con todo lo que le rodea, está ahí para recordarnos lo que no se puede programar. Es la memoria de los acontecimientos irreductibles y, por lo tanto, el regreso de una vida que escapa a todo cálculo.
¡Bien! Pero, a pesar de todo, conocemos yaesta historia y sabemos que termina bien, con la resurrección de nuestro Señor…
Error también. La resurrección no suprime el Vía Crucis: lo completa, lo agrava. La fe en Jesús resucitado nos hace descubrir que quien fue condenado no era un malhechor ni una simple víctima inocente: era el Hijo de Dios, lo que hace que el crimen sea infinitamente más terrible.

Por otra parte, ¿cuál es la cruz que lleva Cristo? Es la cruz de nuestros pecados y nuestra salvación, de nuestra propia historia, la mía, la tuya, querido lector. Por tanto tú no eres espectador. No estás leyendo, sino que estás siendo leído. Y cada año, no debes encontrar aquí una actualización externa, como pasa con los dispositivos que te rodean y te ahogan, sino una renovación interior de lo inédito en lo ya dicho: Vía Crucis, del invierno abismal a una primavera sobrenatural, la ruta de los hebreos en medio del mar, el patíbulo que se convierte en árbol de la vida… Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? (Is 43, 18).

Para poder entrever esta novedad bastante nueva de asumir lo que es antiguo, he elegido un Vía Crucis muy antiguo y muy contemporáneo al mismo tiempo. Muy antiguo, porque sus catorce estaciones siguen más los Evangelios (son las que propuso san Juan Pablo II y se recogen en su Vía Crucis del Coliseo). Más contemporáneo, porque sus pinturas son de un artista actual, Patrick Marqués, que las ha realizado para la iglesia de Brignais, situada en la región de Lyon.

Esta obra tiene dos cualidades inestimables. En una representación desbordante, acoge todas las aportaciones más modernas, especialmente las de la abstracción. Muestra el misterio divino tal como se reverbera sobre los rostros que podrían ser los de nuestros seres queridos. Esto era necesario para ver hasta qué punto este camino es el nuestro, que siempre nos mira, sobre todo cuando ya no vemos nada en él.

I. Jesús en Getsemaní
II. Jesús es traicionado por judas
III. Jesús condenado por el sanedrín
IV. Jesús es negado por Pedro
V. Jesús es juzgado por Pilatos
VI. Jesús es azotado y coronado de espinas
VII. Jesús es cargado con la cruz
VIII. Jesús es ayudado por Simón de Cirene
IX. Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
X. Jesús es clavado en la cruz
XI. Jesús promete su reino al buen ladrón
XII. Jesús confía su Madre a Juan
XIII. Jesús muere en la cruz
XIV. Jesús es puesto en el sepulcro
I. Jesús en Getsemaní

Y, adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y decía: «¡Abba!, Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres».

Marcos 14,35-36

Si entramos en este vía crucis sin ninguna objeción, si llegamos a esta primera estación sin irritarnos, es que estamos aún durmiendo y no velamos con Jesús. Porque él se niega, se irrita y confiesa su resistencia. Cae a tierra nada más entrar en el Huerto de los Olivos ya. Suplica que se aleje de él ese cáliz. Y eso no funciona, no, eso no funciona. Esa copa, la va a beber hasta las heces.

Entonces, la oración de Cristo, ¿no tiene ninguna eficacia? Sí tiene una, y es la más fuerte. Pero no es una eficacia técnica, de funcionamiento, sino de ofrenda. No es una eficacia de resultado, sino de encuentro: No lo que yo quiero, sino lo que tú… Antes de obtener según mi solicitud, se trata de estar «ante ti». Antes de llegar a algo, se trata de ser alguien, de encontrar al Padre creador y redentor y, a través de él, a todas sus criaturas heridas. Renunciar a las propias opiniones para dejarse tomar por el otro: ahí se encuentra la agonía, el combate de la oración, la lucha del amor.

Señor Jesús, no sabemos orar: enséñanos. Haz que, como tú en Getsemaní, no tengamos miedo de pedir ni incluso de gritar que no queremos la Cruz, sino que siempre, para nuestra comodidad, prefiramos la comunión contigo.
II. Jesús es traicionado por judas

Todavía estaba hablando, cuando apareció una turba; iba a la cabeza el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?».

Lucas 22,47-48

No podemos pensar en la traición. Nos decimos que el traidor debía de ser malvado desde el principio, que mamaba odio en la leche de su madre. Pero si fuera ese el caso, entonces no sería realmente traidor. Para ser adúltero, primero es necesario ser esposo. Para dar una puñalada en el corazón, primero es necesario ser amigo, como quien tiene la costumbre de abrazar a Jesús, le besa en la boca y recibe de su propia mano la primera comunión de su cuerpo.

Sólo los fieles pueden traicionar. Y nosotrossomos fieles, ¿no es así? Incluso cuando alcanzamos la dignidad de Apóstol, seríamos como Judas, al estar en la mejor posición para cometer la más alta perfidia. De ahí esta figura de la que una cuarta parte se esconde, con una ya tuerta y el ojo que le queda brilla a la vez por el problema de la conciencia y por el maligno placer de haberse convertido a sí mismo, con los labios muy prietos, en su propio maestro. Nuestro ojo puede parecer brillante e interior, siendo su brillo el del dinero, y su interioridad, la del orgullo.

Señor Jesús, en esta segunda estación, hemos venido a abrazarte y descubrimos que estamos exactamente en situación de traicionarte: no nos dejes acercarnos un hermano, una mujer, un pariente o un niño apenas lo suficiente para golpearlos en la espalda; líbranos de nuestras medias fidelidades.
III. Jesús condenado por el sanedrín

Pero él callaba, sin dar respuesta. De nuevo le preguntó el sumo sacerdote: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?». Jesús contestó: «Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene entre las nubes del cielo». El sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras, dice: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?». Y todos lo declararon reo de muerte.

Marcos 14, 61-64

El Mesías es rechazado por los sacerdotes que predicaban su venida. Dios es condenado como blasfemo. Nosotros también podemos preguntarnos si nuestras alabanzas no son vanagloria, si nuestra justicia no es vanidad… Porque la injusticia no viene del rechazo de toda justicia, sino de nuestra prisa por adoptar el papel justicieros. Viene de nuestro traje de indignación, que se contenta con rasgar las vestiduras. De este amargo conocimiento del bien y del mal en que consiste toda la defensa del primer pecador: «No soy yo, es la mujer que has puesto ante mí…». Por eso, la Anunciación no puede ser antes de nada una denuncia. Jesús no viene para juzgar al mundo, sino para salvarlo (Jn 12, 47). Lo que quiere decir que no basta con no juzgar: también hay que aceptar dejarse juzgar, condenar erróneamente, mostrando que se ha cometido una equivocación para que se ponga de manifiesto la debilidad de cualquier tribunal humano (incluido el suyo), y que todos puedan volverse hacia la justicia del Padre.

Señor Jesús, concédenos no ser religiosos de etiqueta: ayúdanos a rasgar nuestros corazones, no nuestras vestiduras (cf. Jl 2, 13), y a buscar siempre tu justicia, no la nuestra.
IV. Jesús es negado por Pedro

Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se lo quedó mirando y dijo: «También este estaba con él». Pero él lo negó, diciendo: «No lo conozco, mujer». Poco después, lo vio otro y le dijo: «Tú también eres uno de ellos». Pero Pedro replicó: «Hombre, no lo soy». Y pasada cosa de una hora, otro insistía diciendo: «Sin duda, este también estaba con él, porque es galileo». Pedro dijo: «Hombre, no sé de qué me hablas». Y enseguida, estando todavía él hablando, cantó un gallo.

Lucas 22,56-60

Las manos de Pedro ya no pueden estirarse ni unirse. Ha puesto su rostro en medio de sus manos para que le lastimen, le oculten, mientras que sus ojos abiertos se asustan ante el miedo de poder ser reconocido…

Había jurado pocas horas antes: ¡Señor, contigo, estoy dispuesto a ir a la cárcel y a la muerte! Ahora se desinfla ante una esclava que el evangelista se complace en calificar de pequeña.

Del mismo modo, nos decimos dispuestos al martirio y huimos ante la más pequeña contrariedad. Nos preparamos para grandes proezas y nos hundimos ante el menor esfuerzo. Durante la noche, hemos jugado a hacernos los gallitos, pero en cuanto canta el gallo verdadero y nuestras fanfarronadas desaparecen como un sueño y la realidad aparece ante nosotros como una pesadilla… pero es entonces, cuando uno se descubre impotente y condenado, cuando la obra de la gracia puede realizarse.

Señor Jesús, cúranos de nuestras «caridades imaginarias», haznos comprender que es aquí y ahora, a través de nuestras desgracias, y no en un mundo más favorable, donde tenemos que dar testimonio de ti.
V. Jesús es juzgado por Pilatos

Por tercera vez les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían.

Lucas 23,22-24

Pilatos es el garante del orden público. Quiere la paz. No ignora que esta paz no consiste en una mera ausencia de problemas. Es la obra de la justicia (Is 32,17). Por este motivo, empieza formulando la siguiente pregunta: ¿Qué mal ha hecho? Pero teme los excesos de la multitud ahí abajo que le dice: Si lo sueltas, no eres amigo de César (Jn 19,12) y teme la sanción de sus superiores ahí arriba, con lo que acepta hacer crucificar al inocente… ¿Qué es la verdad?, dijo a Jesús (Jn 18,38). ¿Qué importancia tiene esta noción en política? ¿No se trata más bien de componer con relaciones de fuerza, equilibrar la oferta y la demanda, contentar a todos?

Pilatos no es como el sumo sacerdote que pretende poseer la verdad: él es un liberal, un tolerante, un curioso, abierto a todo viento de doctrina (Ef 4,14). Por lo tanto, cuando la verdad se presenta, para él se trata tan sólo de un nombre entre otros, un nombre que podrá ser aplastado por el número.

Señor Jesús, presérvanos de ser artesanos de la paz mundana: que quienes gobiernan practiquen una justicia que no sacrifique la verdad acomodándola a valores impersonales.
VI. Jesús es azotado y coronado de espinas

Lo visten de púrpura, le ponen una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: «¡Salve, rey de los judíos!». Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él.

Marcos 15,17-19

He aquí nuestro Rey en su poder, por eso podemos jugar con él como con un muñeco. Aquí está en su autoridad, por eso nos burlamos de él. Su soberanía es tal que por adelantado es una ironía. Los soldados romanos lo saludan como rey de los judíos, pero no creen lo que dicen. Se arrodillan, pero no creen lo que hacen. Ni siquiera al esculpirle encima ya que su saliva le es más valiosa que todos los ungüentos. En esta figura humillada está la omnipotencia. No una potencia que aplasta, una potencia de este mundo que se opone a otras potencias de este mundo, sino la Potencia creadora, la que crea a esos soldados, les da la fuerza y la palabra, da paso a su libertad desvaneciéndose ella misma en su generosidad infinita. Y la grandes de esta libertad que usan para el mal consiste en que no hace disminuir su responsabilidad, sino que toma sobre ella ese mal y un día les manifestará hasta qué punto se han cegado.

Señor Jesús, has querido que cualquier injuria hecha a tus criaturas caiga sobre tu rostro. Abre nuestros ojos, haznos reconocer tu rostro en los más pequeños, en los pobres, los despreciados, para que sepamos que tu trono no está sólo en los palacios, sino en todas partes, hasta en los bajos fondos.
VII. Jesús es cargado con la cruz

Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacan para crucificarlo.

Marcos 15, 20

Al inicio, Dios plantó árboles para que el hombre y la mujer los cultivaran, cogieran sus frutos e incluso los imitaran, ya que Fructificad (Gén 1,22) es el primer mandato de Dios al hombre. Y la construcción de madera servirá también para acoger esta fructificación humana: en el hebreo bíblico, «tener una posteridad» y «construir una casa» se dicen con las mismas palabras. El Verbo sabe del tema, ya que se hizo carpintero. Le gusta la madera. Ha llevado vigas para construir casas.

Pero he aquí que sobre sus hombros, la madera de fecundidad y de hospitalidad se ha convertido en madera de expulsión y crimen. Ya no se trata de la vigueta que llevaba ligeramente para hacer un techo: es la traviesa mal adaptada, que grava todo su peso sobre su nuca y cuyas astillas se clavan en sus manos .

¿Qué hemos hecho, pues, de los árboles creados para gritar de alegría (1 Cron 16,33)? ¿Por qué hemos tallado en el árbol de vida un instrumento de tortura? Pero el que lleva aquí su última viga como un cielo caído sobre su cabeza, sigue siendo el carpintero divino. Con esta madera, construye también una casa —su Iglesia— que reúne para el Padre a todos sus hijos extraviados.

Señor Jesús, hemos vuelto tus dones contra ti mismo, hemos utilizado la creación para la destrucción y hemos cambiado los vergeles en leñeras. Dígnate, pues, hacer que a la inversa, al llevar nuestra cruz, reencontremos la fecundidad del árbol de vida.
VIII. Jesús es ayudado por Simón de Cirene

Pasaba uno que volvía del campo, Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo; y lo obligan a llevar la cruz

Marcos 15, 21

Es un tipo cualquiera, un padre de familia que vuelve del trabajo. Regresa a su casa, sin duda sin reflexionar sobre ello, retoma, el camino que le lleva de los campos a su casa, una vía mil veces recorrida en ambos sentidos, sobre la cual sus pies le llevan solos, mientras que su cabeza sigue estando en sus pensamientos: la carretera rutinaria, sin tumbos, sin sorpresas. Y he aquí que esta ruta diaria desemboca en el vía crucis. Este Simón «X», que no es ni siquiera Simón Pedro, se encuentra a su pesar en el Alfa y la Omega de la historia. Su nombre, destinado a desaparecer, se encuentra de repente inscrito en los Evangelios, su paso anecdótico es apresado en la divina tragedia de la Redención…

Jesús habría podido llevar su cruz hasta el final. Pero quiso ser ayudado por otro, sin importar quién, para que el que pasaba entrara en su Pascua. El no salva a los hombres como objetos preciosos que se arrancan a la casa en llamas. Quiere hacerlos partícipes de su obra. En el gran drama eterno, no hay ningún figurante. Nadie se puede evadir. Y cuando sólo querríamos ser curiosos o indiferentes, es preciso que seamos protagonistas, pero, ¿quién? ¿Caifás o Cefas? ¿Judas, Pilato o Simón de Cirene?

Señor Jesús, nuestra vida es demasiado corta para ser estrecha: haznos comprender, cuando queramos permanecer en nuestras pequeñas comedias, que todos estamos llamados al gran drama del amor crucificado.
IX. Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos,

Lucas 23, 27-28

Evidentemente, hizo venir a las plañideras, las profesionales de la compasión. Donde María permanece sin voz, ellas muestran gestos y acentos desgarradores. ¡Lo tienen por oficio! ¡Cuánto trabajo cuesta tener la lágrima brillante y el sollozo vibrante! Por una módica suma, estas artistas del duelo pueden dar a un linchamiento toda la emoción que permite hacer de él una bella salida colectiva. Pero ahora repentinamente, en medio de su gran escena, el torturado se recupera: No lloréis por mí. Llorad por vosotras y por vuestros hijos. Vosotras les habéis dado la vida para que crezcan y sean felices. Sin embargo, recordad lo que se dijo a esta madre que quería sentar a sus hijos a la derecha y a la izquierda del Salvador: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber? (Mt 20, 22).

Así que, o bien vuestros hijos beben esta copa y vosotras podéis llorar al verles sufrir por amor, siguiendo a Jesús, podéis llorar y alegraros profundamente; o bien si siguen paladeando sus cócteles, entonces deberéis llorar por verlos pudrirse en su autocomplacencia.

Señor Jesús, aleja de nosotros esta compasión que no actúa para el bien, sino que se hace cómplice del mal al cambiarla en entretenimiento, o al pretender acortar sus sufrimientos. Haznos lo suficientemente fuertes para poder seguirte.
X. Jesús es clavado en la cruz

Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.

Lucas 23,33-34

Cuántas cosas hacemos con nuestras manos. Sabemos agarrar, sostener, lanzar, golpear, acariciar, levantar el puño, apuntar con el dedo… Son la herramienta de las herramientas. Vienen en auxilio de nuestra desnudez y se convierten en garras, zarpas, cuernos, cosen ropa, levantan muros, abren las puertas, tocan la guitarra, escriben libros. Pulsan botones y pretenden ejercer un dominio completo sobre el mundo. Sobre todo en el Calvario, a la hora de la acción suprema, se sirven con habilidad del martillo y los clavos para fijar otras dos manos definitivamente abiertas, desarmadas, que ya no pueden coger nada…

Casi todo lo que hacemos lo tenemos en nuestras manos, ya que manejamos, maniobramos, manipulamos y maquinamos de todas las maneras posibles. Pero no sabemos lo que hacemos. Hacen falta las manos de Cristo para manifestarlo. Hacen falta esas manos clavadas, desprendidas para siempre de todos los regalos y de todos los instrumentos, impotentes coger y todopoderosas para perdonar. Estas manos nos enseñan por último que nuestras manos no son en primer lugar órganos de agarre, sino órganos de receptividad, hechas para acoger hasta llegar a ser heridas.

Señor Jesús, mientras a ti te traspasan las manos y vas a entregar tu Espíritu en manos del Padre, haz que tiremos todo lo que nos estorba y nos crispe y que nuestras manos florezcan de nuevo para la bendición.
XI. Jesús promete su reino al buen ladrón

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Lucas 23, 39-43.

No sólo está la cruz de Cristo. También Están las de los malhechores. A la izquierda, aprendemos que puede que un crucificado no sea una víctima. De hecho, sucede que los verdugos ejecutan a los criminales, o que los criminales se matan entre ellos. Se muere entonces de muerte violenta: es justo. Y entonces. el sufrimiento no hace de ti necesariamente un hombre mejor. Hace falta que haya arrepentimiento.

Esto es lo que se revela a la derecha: un malhechor es el primero en entrar en el Paraíso. Éste había hecho todo lo posible para huir del Señor. Había despreciado sus mandamientos, se había apostado en lugares poco seguros. Y he aquí que todo ese esfuerzo por apartarse de Dios le lleva a este lugar, a este momento, exactamente a la derecha de Dios, en el momento en que se realiza la salvación.

El Eterno no lo ha vuelto a poner en el recto camino. En su misericordia, y por su arrepentimiento, lo ha tomado con su historia y ha cambiado sus descarríos y sus desviaciones en un camino real.

Señor Jesús, no nos dejes dárnoslas de víctimas, sino haz que nos acerquemos a ti con valentía y confianza, reconociendo nuestras faltas, ya que ni los bellos ni los miserables personajes que nos inventamos son los que entran en tu reino, sino nuestras personas reales.
XII. Jesús confía su Madre a Juan

Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.

Juan 19, 26-27

Aquí está, sin duda, el mayor dolor, pero también la mayor alegría.

Una cosa es tener mal, en efecto; otra, ver que su mal se repercute en el rostro de su madre y le traspasa el corazón (Lc 2,35). Entonces, dos compasiones se hacen frente como dos espejos, y el dolor entra en el abismo, se ensancha hasta el infinito… La madre puede decir: «Soy yo, quien al darle la carne, le di al Hijo de Dios la capacidad de sufrir. Soy yo, la causa de la cruz. Sin mi fiat en la Anunciación, no habrían podido torturar al Verbo eterno… ».

Pero he aquí el testamento. He aquí las últimas voluntades de Jesús, pronunciadas desde el cadalso. Como buen Hijo, piensa en su mamá, que va a quedarse sola, y la confía a su discípulo. Mediante estas pocas palabras, revela el sentido profundo de su Pasión.

La muerte parece triunfar, pero actúa Vida. Esta pena de muerte es una creación divina. Estos dolores insoportables son dolores de parto. María es la mujer en acción. Pierde al Hijo, pero el Hijo le descubre que en verdad, aquí, al pie de la Cruz, se convierte en Madre, nuestra Madre en la gracia.

Señor Jesús, ya que tu amor cambia lo peor en puerta de salvación; haz que ningún duelo nos esterilice, sino que, por intercesión de María, estemos siempre abiertos a la sorpresa de la Vida.
XIII. Jesús muere en la cruz

Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios, diciendo: «Realmente, este hombre era justo».

Lucas 23,44-47

He aquí el momento en el que la Cruz coincide con la gloria. Es el eclipse solar y al mismo tiempo el gran mediodía. Es la ruptura del velo y al mismo tiempo la revelación del santuario. Es Jesús que muere y al mismo tiempo la manifestación de la vida. Porque Cristo muere con un gran grito, pero este grito es la articulación eterna, no una palabra entre otras, sino la Palabra misma que está en lo más alto de los cielos.., ¿Que hace el Hijo único en el seno de la Trinidad, en un acto siempre antiguo y siempre nuevo, en una ofrenda que contiene y reinventa todos los mundos reales y posibles? Entrega al Padre su Espíritu. Da el amor recibido del Padre. Y ahora que ha tomado carne, asume en este amor, en el movimiento mismo de la Vida divina, la creación devastada por el pecado.

El primero en ser cautivado, el primero en manifestar este vuelco de la cruz en la gloria, es un pagano, un centurión romano. El mismo que hunde su lanza hasta reventar el Sagrado Corazón, siente repentinamente, en su propio corazón, que fluye el agua viva.

Señor Jesús, une nuestra muerte a la tuya, que nuestro último aliento sea el lugar de la ofrenda suprema.
XIV. Jesús es puesto en el sepulcro

Había un hombre, llamado José, que era miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo (este no había dado su asentimiento ni a la decisión ni a la actuación de ellos); era natural de Arimatea, ciudad de los judíos, y aguardaba el reino de Dios. Este acudió a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía. Era el día de la Preparación y estaba para empezar el sábado.

Lucas 23,50-54

A quienes todavía quisieran encontrar chivos expiatorios y cayeran exactamente en lo que denuncian en los demás, atención: el que cuida del cuerpo de Jesús es un judío, y es rico e incluso es miembro del sanedrín… Con el centurión, hemos aprendido que un soldado del César puede acoger la fe de Israel. Ahora nos enteramos de que entre quienes pronunciaron la condena se encontraban también los que esperan el Reino.

Como por casualidad, éste lleva el nombre de José, el nombre del esposo de María, el nombre del padre terreno de Jesús. Ésta es también la última ternura del padre que aflora aquí, envolviendo el cuerpo del hijo muerto, concediéndole la sepultura que debería haber sido para sí mismo… Pero ya no hay nada que ver. El vía crucis termina aquí, ante la piedra corrida sobre la tumba. Dios ha muerto. Es cierto. Pero es para que ahora nuestros muertos puedan participar de su vida y que a partir de este punto muerto abramos con él, verticales, nuestros propios caminos.

Señor Jesús, por tu shabbat en la tumba, haz que, como tú, gracias a tu Espíritu, donde ya no haya camino, nosotros seamos el camino; donde ya no haya verdad, nosotros seamos la verdad; donde ya no haya más que muerte, nosotros seamos la resurrección.

Publicado en Magnificat.