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Nuevo libro del P. Justo A. Lofeudo vinculando la Eucaristía y la Madre Santísima en las Apariciones Marianas, la mayoría de ellas aprobadas, y también tocando un aspecto particular en esas apariciones que es el aspecto escatológico del final de los tiempos.
María, la Eucaristía y el Fin de los Tiempos by Santiago Lanus on Scribd
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MARÍA Y LA EUCARISTÍA 1
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MARÍA Y LA EUCARISTÍA 2
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ÁMSTERDAM (MADRE DE TODOS LOS PUEBLOS)
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GARABANDAL 1
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MEDJUGORJE 2
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CIVITAVECCHIA 1
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CIVITAVECCHIA 2
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CONCLUSIÓN 1
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CONCLUSIÓN 2
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Gracias P. Justo Lofeudo por compartir éste trabajo con todo el pueblo
de María para mayor Gloria de Dios y la Bienaventurada Virgen María y el
provecho espiritual de nuestras almas.
PRÓLOGO DEL LIBRO “MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA”
por el P. Justo A. Lofeudo
ACERCA
DE LAS APARICIONES EN GENERAL
En este tema de las
apariciones marianas, que algunos gustan llamarlas mariofanías o sea
manifestaciones de María, hay algunas consideraciones que se imponen al
análisis y la primera –como en el mismo libro se nos lo presenta- es la
profusión de apariciones de
La segunda consideración es
que tal profusión ha tenido como consecuencia un desbordamiento en el
discernimiento y evaluación de la Iglesia acerca de la autenticidad de
todas las pretendidas apariciones. El efecto de tal sobrecarga sería el
de algún modo impedir u obstaculizar el aprovechamiento de
las gracias de las auténticas apariciones. Esa contrariedad podría
remediarse si se considera que aún sin aprobación definitiva, en los
casos donde no hubieran objeciones a la fe y la moral, algunas licencias
de culto, por ejemplo, y el acompañamiento eclesial permitirían iguales
o parecidos beneficios que en el caso de apariciones aprobadas.
Sabemos que la Iglesia debe
ser prudente sobre este tema que, aún cuando muchos parezcan ser los
frutos y gracias, no deja de ser muchas veces controvertido.
Especialmente prudente sobre todo si los videntes están en vida y si hay
profecías acerca del futuro que se no hayan verificado. En estos casos
no se puede pretender que la Iglesia emita un juicio definitivo. Sin
embargo, reiterando lo dicho, en los casos de credibilidad es posible
acompañar los acontecimientos con la vigilante y pastoral presencia de
Lo tercero es que por alguna
parte del clero ha habido y hay desconfianza, indiferencia cuando
no desprecio hacia las apariciones. Lamentablemente es un hecho
fácilmente comprobable y ello se explica por la nefasta influencia de la
enseñanza de cierta teología y por el acendrado “racionalismo” en
seminarios y hasta en universidades pontificias. Uno de los pretextos
que se suelen esgrimir es que las apariciones pertenecen a la categoría
de revelaciones privadas y que sólo la revelación pública -contenida
esencialmente en los Evangelios y que se cierra con la muerte del último
testigo de los acontecimientos salvíficos- es de obligación creer. Por
tanto, se concluye, no vale la pena prestarles atención alguna. En su
forma radical esta idea excluye cualquier manifestación de origen divino
a partir de la muerte del último apóstol. La primera posición llega a
tomar la actitud arrogante de “yo no necesito de esas cosas para vivir
mi fe”, la segunda es absoluta negación, impidiendo al Cielo
manifestarse. Sin embargo, cuando el Cielo se manifiesta es para decirle
algo importante a nuestro tiempo, a cada uno de nosotros y en tal caso
se impone la obediencia de la fe.
No podemos ser sordos a la
palabra de Dios cuando ella se manifiesta a través de signos y menos aún
cuando la autenticidad es probada por los acontecimientos posteriores o
aprobada por
Además, en materia de
apariciones, los términos pueden resultar equívocos porque a público no
se opone privado, como se suele entender el término “privado”, ya que
dentro de la revelación pública hay manifestaciones totalmente privadas
como es el anuncio del Ángel a María o las apariciones del Señor a Pablo
de Tarso. Habría que hablar más bien de apariciones bíblicas o extra
bíblicas; reconociendo -como lo ha hecho en varios casos la Iglesia- que
Dios, por medio especialmente de
Las apariciones de la Virgen
tratadas en este libro, Fátima, Ámsterdam y Garabandal son pruebas de la
atención especial del Cielo sobre la humanidad y de la presencia de la
Madre de Dios en momentos particulares de estos tiempos especiales y a
la vez finales. Si buscáramos en las tres manifestaciones elegidas en
este libro un común denominador éste, sin dudas, es el de
Por todo ello, la conversión a
la que llama
Otro
tema común a las tres apariciones es el de la Eucaristía. Es el tema
fundamental, insoslayable y que a veces se lo ha relegado a un segundo
plano. Pero rara vez se dice que hay un importantísimo mensaje
eucarístico dado por el Ángel (ya desde su primera aparición y
explícitamente en la tercera) de adoración y de reparación e intercesión
ante el Santísimo por los pobres pecadores. Se suele pasar de largo el
conocimiento infuso que tuvieron los niños ya el 13 de mayo de 1917, día
de la primera aparición de Nuestra Señora cuando abrió sus manos y se
vieron ellos envueltos en una luz sobrenatural. Relata la misma Sor
Lucía: “…sabíamos de alguna forma que esa luz era Dios, y podíamos
vernos abrazada por ella. Por un impulso interior de gracias caímos de
rodillas, repitiendo en nuestros corazones: ‘Oh, Santísima Trinidad, te
adoramos. Mi Dios, mi Dios, te amo en el Santísimo Sacramento”.
Y si en
Fátima ya desde el comienzo se hace notoria la Eucaristía como presencia
divina, en Ámsterdam es en la última visión en la que aparece una
inmensa Hostia y luego un cáliz por delante y más tarde el
Señor, mientras Ida Pederman, la vidente, escucha una voz que dice: “El
que coma mi Carne y beba mi Sangre tendrá la vida eterna (Cf. Jn 6:54ª)
y recibirá el Verdadero Espíritu”.
En
Garabandal los dos mensajes aluden a la Eucaristía. En el primero la
exhortación a visitar el Santísimo. Se
visita al Santísimo porque se reconoce la presencia verdadera, real de
nuestro Señor Jesucristo en este sacramento y consecuentemente para
adorarlo, reconociendo su gloria oculta pero evidente a la fe. Se lo
visita para decirle que se lo ama, para alabar, bendecir y dar gracias
por el don infinito de su sacrificio que nos salva y por su permanencia
entre nosotros. También se lo visita, como fue enseñado en Fátima, para
reparar por las ofensas cometidas contra su divinidad y todo lo que es
santo e interceder por los pobres pecadores.
En el segundo mensaje advierte seriamente que cada vez se le da menos
importancia a la Eucaristía. Lamentablemente la situación ha empeorado
en estos más de cincuenta años. La devastación litúrgica de los setenta
que perdura y en algunos casos se agrava, con la pérdida de
comulgatorios y reclinatorios para impedir que las personas tengan un
gesto de adoración arrodillándose en el momento de la Sagrada Comunión,
el arrinconamiento de sagrarios, las calamitosas celebraciones sin
reverencia alguna por el sacrificio eucarístico ni por la presencia
sacramental del Señor, la falta de todo gesto de reverencia, la
eliminación de la acción de gracias luego de la comunión, el desprecio
por el culto de adoración fuera de la Misa, han provocado la destrucción
de la misma fe. La banalización de la Eucaristía, la devastación
litúrgica, es la principal razón, como lo advirtiera el Papa Benedicto
XVI, de la pérdida de la fe en la Iglesia. Ya se lamentaba el Santo
Padre Pablo VI en sus dias cuando decía que “la Iglesia se ha
protestantizado”. Muchísimas personas comulgan sin las debidas
disposiciones, totalmente ignorantes de la presencia real y substancial
del Hijo de Dios en la especie consagrada. Si hasta se
intentó negar la adoración eucarística diciendo que la Eucaristía había
sido dada para ser consumida y no adorada a lo que Pablo VI primero y
luego Juan Pablo II y Benedicto XVI refutaron recordando las palabras,
nada menos que, de san Agustín: “quien coma de esa Carne debe primero
adorarla… porque si no la adorásemos pecaríamos”.
Definitivamente, el mensaje de Garabandal es ante todo eucarístico. Y no
sólo porque la Sma. Virgen lo dijo expresamente en sus dos llamados
públicos del 61 y del 65 sino también por los gestos de adoración y
reverencia que les hacía hacer a las niñas, por las comuniones místicas
–siempre de rodillas- que recibían del ángel y por el milagro del 18 de
julio de 1962 en el que la sagrada Hostia, dada por el Arcángel san
Miguel a Conchita, se hizo visible en su boca.
Pero, en mi opinión hay más que quizás pueda ahora pasar desapercibido
por recientes acontecimientos. Me refiero al segundo mensaje donde se
dice que “muchos
sacerdotes, obispos y cardenales van por el camino de la perdición,
llevando con ellos a muchas almas” y
se lo vincula a los escándalos sobre todo sexuales y también de dinero
que han salido a la luz y que eran totalmente desconocidos para la
feligresía y también para muchísimos en el mismo clero. Evidentemente,
la Sma. Virgen, una vez más, como en Fátima, como en Ámsterdam, había
anticipado lo que ya se estaba gestando. Pero, hay algo más. Ese más es
que se suele poner un punto aparte entre esa parte del mensaje y lo que
viene a continuación, esto es: “Cada
vez se la da menos importancia a la Eucaristía”. Y
sigue el mensaje diciendo “debéis
evitar la ira de Dios”. Si
en cambio de poner puntos aparte lo conectamos todo, tendremos que la
ira de Dios viene no sólo por los escándalos morales –que ciertamente
son motivo serio- sino por el trato dado al mismo Dios en la Eucaristía
por parte de quienes tienen que ser sus servidores y devotísimos de su
culto. Y aquí está la otra gran tragedia porque se trata nada menos que
la destrucción de la fe y la misma razón de ser de la Iglesia que vive y
se nutre de la Eucaristía y cuya vida espiritual reconoce en la
Eucaristía su fuente y su cúlmine.
EL LIBRO
Al recorrer las páginas
encontrarán un excelente resumen de los principales acontecimientos y
magníficamente presentados los mensajes, sobre todo los dos de
Garabandal, a la luz del hoy que estamos viviendo y de las perspectivas
futuras. Por ejemplo, me ha parecido que el capítulo dedicado a la
“Panorámica de la situación del mundo” -particularmente en los apartados
dedicados a la dictadura del relativismo- y luego el “Relativismo y
crisis en la Iglesia” iluminan y actualizan los mensajes.
En definitiva, un libro para
leer con atención, para no desprenderse de él sino atesorarlo y
releerlo. Estoy seguro que aportará luz en estos tiempos de confusión y
alentará a muchos para seguir el camino pedido por la Madre de Dios.
P. Justo Antonio Lofeudo
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