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Nuevo libro del P. Justo A. Lofeudo vinculando la Eucaristía y la Madre Santísima en las Apariciones Marianas, la mayoría de ellas aprobadas, y también tocando un aspecto particular en esas apariciones que es el aspecto escatológico del final de los tiempos.



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Se presenta con Casulla porque lo grabamos apenas terminada la Santa Misa


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María, la Eucaristía y el Fin de los Tiempos by Santiago Lanus on Scribd



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GRACIAS P. Justo Lofeudo por compartir este libro (gratuitamente) con todo el pueblo de María.

GRACIAS María Dolores Muñoz Blanco por la diagramación y edición del libro.

A.M.G.D  y la  B.V.M


EN AUDIOS

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MARÍA Y LA EUCARISTÍA 1

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MARÍA Y LA EUCARISTÍA 2

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SERIE DE AUDIOS SEPARADOS POR APARICIÓN:


INTRODUCCIÓN

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GUADALUPE

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EL PILAR

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LAUS

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MEDALLA MILAGROSA

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LA SALETTE

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LOURDES

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KNOCK

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FÁTIMA

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TRE FONTANE

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ÁMSTERDAM (MADRE DE TODOS LOS PUEBLOS)

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GARABANDAL 1

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GARABANDAL 2

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AKITA

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KIBEHO

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MEDJUGORJE 1

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MEDJUGORJE 2

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CIVITAVECCHIA 1

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CIVITAVECCHIA 2

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CONCLUSIÓN 1

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CONCLUSIÓN 2

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Gracias P. Justo Lofeudo por compartir éste trabajo con todo el pueblo de María para mayor Gloria de Dios y la Bienaventurada Virgen María y el provecho espiritual de nuestras almas.


PRÓLOGO DEL LIBRO “MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA 

por el P. Justo A. Lofeudo

 

ACERCA DE LAS APARICIONES EN GENERAL

 Muchas pueden ser las razones por las que una persona se interese en las apariciones de la Sma. Virgen: simple curiosidad, devoción particular a la Madre de Dios, denostarlas, deseos de acercarse a Dios…Muchas, pero es muy posible que detrás de todas esas razones haya algo mucho más importante e insospechado, un llamado personal de la misma Virgen a sus hijos. Amigo lector, no descartes anticipadamente esta posibilidad.

En este tema de las apariciones marianas, que algunos gustan llamarlas mariofanías o sea manifestaciones de María, hay algunas consideraciones que se imponen al análisis y la primera –como en el mismo libro se nos lo presenta- es la profusión de apariciones de la Sma. Virgen, que se vienen verificando en modo creciente y universal, a partir del siglo XIX. Ciertamente, aunque no todas han sido o son auténticas, no es posible negar, como lo reconociera el entonces Cardenal Ratzinger en “Informe sobre la fe”, ese fenómeno del gran aumento de manifestaciones al que él consideraba como un signo característico de este tiempo.

La segunda consideración es que tal profusión ha tenido como consecuencia un desbordamiento en el discernimiento y evaluación de la Iglesia acerca de la autenticidad de todas las pretendidas apariciones. El efecto de tal sobrecarga sería el de algún modo  impedir u obstaculizar el aprovechamiento de las gracias de las auténticas apariciones. Esa contrariedad podría remediarse si se considera que aún sin aprobación definitiva, en los casos donde no hubieran objeciones a la fe y la moral, algunas licencias de culto, por ejemplo, y el acompañamiento eclesial permitirían iguales o parecidos beneficios que en el caso de apariciones aprobadas. 

Sabemos que la Iglesia debe ser prudente sobre este tema que, aún cuando muchos parezcan ser los frutos y gracias, no deja de ser muchas veces controvertido. Especialmente prudente sobre todo si los videntes están en vida y si hay profecías acerca del futuro que se no hayan verificado. En estos casos no se puede pretender que la Iglesia emita un juicio definitivo. Sin embargo, reiterando lo dicho, en los casos de credibilidad es posible acompañar los acontecimientos con la vigilante y pastoral presencia de la Iglesia. Un caso típico y a la vez ejemplar en este sentido es el de San Nicolás, en Argentina.

Lo tercero es que por alguna parte del clero ha habido y hay desconfianza, indiferencia  cuando no desprecio hacia las apariciones. Lamentablemente es un hecho fácilmente comprobable y ello se explica por la nefasta influencia de la enseñanza de cierta teología y por el acendrado “racionalismo” en seminarios y hasta en universidades pontificias. Uno de los pretextos que se suelen esgrimir es que las apariciones pertenecen a la categoría de revelaciones privadas y que sólo la revelación pública -contenida esencialmente en los Evangelios y que se cierra con la muerte del último testigo de los acontecimientos salvíficos- es de obligación creer. Por tanto, se concluye, no vale la pena prestarles atención alguna. En su forma radical esta idea excluye cualquier manifestación de origen divino a partir de la muerte del último apóstol. La primera posición llega a tomar la actitud arrogante de “yo no necesito de esas cosas para vivir mi fe”, la segunda es absoluta negación, impidiendo al Cielo manifestarse. Sin embargo, cuando el Cielo se manifiesta es para decirle algo importante a nuestro tiempo, a cada uno de nosotros y en tal caso se impone la obediencia de la fe.

No podemos ser sordos a la palabra de Dios cuando ella se manifiesta a través de signos y menos aún cuando la autenticidad es probada por los acontecimientos posteriores o aprobada por la Iglesia. Nadie debería escudarse bajo el pretexto que la Iglesia, al no reconocerse un carisma de infalibilidad sobre ese tema, no obliga a nadie en creer ni siquiera en apariciones como Fátima o Lourdes. Las apariciones no sólo ayudan a renovar la fe sino que son portadoras de la gracia que hace de un agnóstico o un ateo un ferviente creyente. Las apariciones le dicen al hombre de hoy que Dios no se desentiende de él y lo abre a la esperanza. Las apariciones no son otra cosa que la misma Revelación en acto, que se manifiesta en un preciso momento histórico.

Además, en materia de apariciones, los términos pueden resultar equívocos porque a público no se opone privado, como se suele entender el término “privado”, ya que dentro de la revelación pública hay manifestaciones totalmente privadas como es el anuncio del Ángel a María o las apariciones del Señor a Pablo de Tarso. Habría que hablar más bien de apariciones bíblicas o extra bíblicas; reconociendo -como lo ha hecho en varios casos la Iglesia- que Dios, por medio especialmente de la  Sma. Virgen, se sigue manifestando a la humanidad, que no se ha llamado a silencio y que todo forma parte del desarrollo en el tiempo del plan de la única salvación obrada por Cristo.

 ACERCA DE LAS TRES APARICIONES DEL LIBRO

 En los casos concretos tratados en este libro, se muestra cómo la Sma. Virgen se anticipa a los acontecimientos viniendo a advertirnos de los peligros y ofreciéndonos los remedios y los medios de salvación. Así, en Fátima advierte acerca de Rusia y del comunismo y también del flagelo de la guerra que se pueden evitar con la consagración de Rusia a su Corazón Inmaculado y con la oración del Rosario y la penitencia. En Garabandal denuncia el mal dentro de la misma Iglesia con la indiferencia, el sacrilegio y desprecio por la Eucaristía, llamando al arrepentimiento y a la recuperación del reverente culto eucarístico y a la adoración. En Ámsterdam advierte lo que le espera al mundo en tribulaciones, guerras por el rechazo de la cruz y la búsqueda egoísta del propio placer. Anuncia que un nuevo y último dogma mariano ha de promulgar la Iglesia y que el mismo será el que pondrá fin a la tribulación. Para poner fin a las calamidades nos da una oración en la que se pide la venida del Espíritu Santo, como nuevo Pentecostés.

Las apariciones de la Virgen tratadas en este libro, Fátima, Ámsterdam y Garabandal son pruebas de la atención especial del Cielo sobre la humanidad y de la presencia de la Madre de Dios en momentos particulares de estos tiempos especiales y a la vez finales. Si buscáramos en las tres manifestaciones elegidas en este libro un común denominador éste, sin dudas, es el de la conversión. Y no sólo en estas apariciones sino en todas, el llamado es siempre a la conversión. Y ¿dónde está el núcleo, lo sustantivo de la conversión? En el arrepentimiento por el mal que se comete. Si no hay arrepentimiento y reconciliación con Dios, o sea pedido de perdón y reparación, la conversión no es verdadera y a lo más acabaría en expresiones y actitudes exteriores. ¿Qué se quiere decir con expresiones y actitudes exteriores? Pues, que así como se suele recurrir a Dios para que solucione una situación difícil para luego relegarlo en la vida de cada día, así también se suele entender la salvación como la liberación de un mal exterior y ajeno a la misma persona. Es decir, liberación del mal entendido única o principalmente como el que otros pueden infligirnos y como la acción del Maligno contra nosotros. Sin embargo, lo peor no es uno u otro mal sino el mal que hacemos a otros y la ofensa cometida al amor de Dios. “Ser salvados no quiere decir simplemente escapar del castigo sino ser liberados del mal que nos habita. No es el castigo el que debe ser eliminado sino el pecado, ese rechazo a Dios y del amor que lleva en sí el castigo” (Benedicto XVI).  

Por todo ello, la conversión a la que llama la Sma. Virgen en el “aquí y ahora” de cada uno es a la profunda conversión del corazón. Algo muy en lo hondo debe cambiar para que me decida seguir a Dios en mi vida y ponerlo a Él como meta de mi existencia. Y también por eso, a la conversión asocia en las tres apariciones la penitencia y el sacrificio. Muchos sacrificios, mucha penitencia, pide la Madre de Dios en el primer mensaje de Garabandal; penitencia, penitencia es la única palabra -como llamado urgente- que se dio a conocer de la revelación de la visión del tercer secreto de Fátima. La Señora de Todos los Pueblos revelada en Ámsterdam también habla de sacrificio y penitencia. Sacrificio es hacer algo sagrado ofreciéndolo a Dios. Algo que nos pertenece y lo damos a Dios en reconocimiento de su divina majestad, de su gloria y también de su amor. La penitencia, en cambio, es la respuesta al mal cometido en reconocimiento de ese mal y como reparación o resarcimiento del mismo, y es, por lo mismo, signo elocuente de conversión. En el Antiguo Testamento leemos cómo hasta reyes vestían de saco y echaban cenizas sobre sus cabezas en signo de penitencia. Los sacrificios y las penitencias son movimientos contrarios al hedonismo de la sociedad que sólo busca el placer del individuo. La Virgen Santísima en Ámsterdam dice que hasta que la cruz no se ponga en el centro del mundo y de la vida personal no habrá paz.  Con ello entiende la cruz de Cristo y la cruz del sacrificio de cada día que el mundo rechaza. Esas palabras, sacrificio y penitencia, son impronunciables en este mundo. Nadie quiere oírlas. Sin embargo, la Sma. Virgen, todavía busca hijos que la escuchen y respondan a su llamado de conversión y salvación.

Otro tema común a las tres apariciones es el de la Eucaristía. Es el tema fundamental, insoslayable y que a veces se lo ha relegado a un segundo plano. Pero rara vez se dice que hay un importantísimo mensaje eucarístico dado por el Ángel (ya desde su primera aparición y explícitamente en la tercera) de adoración y de reparación e intercesión ante el Santísimo por los pobres pecadores. Se suele pasar de largo el conocimiento infuso que tuvieron los niños ya el 13 de mayo de 1917, día de la primera aparición de Nuestra Señora cuando abrió sus manos y se vieron ellos envueltos en una luz sobrenatural. Relata la misma Sor Lucía: “…sabíamos de alguna forma que esa luz era Dios, y podíamos vernos abrazada por ella. Por un impulso interior de gracias caímos de rodillas, repitiendo en nuestros corazones: ‘Oh, Santísima Trinidad, te adoramos. Mi Dios, mi Dios, te amo en el Santísimo Sacramento”.

Y si en Fátima ya desde el comienzo se hace notoria la Eucaristía como presencia divina, en Ámsterdam es en la última visión en la que aparece una inmensa Hostia  y luego un cáliz por delante y más tarde el Señor, mientras Ida Pederman, la vidente, escucha una voz que dice: “El que coma mi Carne y beba mi Sangre tendrá la vida eterna (Cf. Jn 6:54ª) y recibirá el Verdadero Espíritu”.

En Garabandal los dos mensajes aluden a la Eucaristía. En el primero la exhortación a visitar el Santísimo. Se visita al Santísimo porque se reconoce la presencia verdadera, real de nuestro Señor Jesucristo en este sacramento y consecuentemente para adorarlo, reconociendo su gloria oculta pero evidente a la fe. Se lo visita para decirle que se lo ama, para alabar, bendecir y dar gracias por el don infinito de su sacrificio que nos salva y por su permanencia entre nosotros. También se lo visita, como fue enseñado en Fátima, para reparar por las ofensas cometidas contra su divinidad y todo lo que es santo e interceder por los pobres pecadores.

En el segundo mensaje advierte seriamente que cada vez se le da menos importancia a la Eucaristía. Lamentablemente la situación ha empeorado en estos más de cincuenta años. La devastación litúrgica de los setenta que perdura y en algunos casos se agrava, con la pérdida de comulgatorios y reclinatorios para impedir que las personas tengan un gesto de adoración arrodillándose en el momento de la Sagrada Comunión, el arrinconamiento de sagrarios, las calamitosas celebraciones sin reverencia alguna por el sacrificio eucarístico ni por la presencia sacramental del Señor, la falta de todo gesto de reverencia, la eliminación de la acción de gracias luego de la comunión, el desprecio por el culto de adoración fuera de la Misa, han provocado la destrucción de la misma fe. La banalización de la Eucaristía, la devastación litúrgica, es la principal razón, como lo advirtiera el Papa Benedicto XVI, de la pérdida de la fe en la Iglesia. Ya se lamentaba el Santo Padre Pablo VI en sus dias cuando decía que “la Iglesia se ha protestantizado”. Muchísimas personas comulgan sin las debidas disposiciones, totalmente ignorantes de la presencia real y substancial del Hijo de Dios en la especie consagrada.  Si hasta se intentó negar la adoración eucarística diciendo que la Eucaristía había sido dada para ser consumida y no adorada a lo que Pablo VI primero y luego Juan Pablo II y Benedicto XVI refutaron recordando las palabras, nada menos que, de san Agustín: “quien coma de esa Carne debe primero adorarla… porque si no la adorásemos pecaríamos”.

Definitivamente, el mensaje de Garabandal es ante todo eucarístico. Y no sólo porque la Sma. Virgen lo dijo expresamente en sus dos llamados públicos del 61 y del 65 sino también por los gestos de adoración y reverencia que les hacía hacer a las niñas, por las comuniones místicas –siempre de rodillas- que recibían del ángel y por el milagro del 18 de julio de 1962 en el que la sagrada Hostia, dada por el Arcángel san Miguel a Conchita, se hizo visible en su boca.

Pero, en mi opinión hay más que quizás pueda ahora pasar desapercibido por recientes acontecimientos. Me refiero al segundo mensaje donde se dice que “muchos sacerdotes, obispos y cardenales van por el camino de la perdición, llevando con ellos a muchas almas” y se lo vincula a los escándalos sobre todo sexuales y también de dinero que han salido a la luz y que eran totalmente desconocidos para la feligresía y también para muchísimos en el mismo clero. Evidentemente, la Sma. Virgen, una vez más, como en Fátima, como en Ámsterdam, había anticipado lo que ya se estaba gestando. Pero, hay algo más. Ese más es que se suele poner un punto aparte entre esa parte del mensaje y lo que viene a continuación, esto es: “Cada vez se la da menos importancia a la Eucaristía”. Y sigue el mensaje diciendo “debéis evitar la ira de Dios”. Si en cambio de poner puntos aparte lo conectamos todo, tendremos que la ira de Dios viene no sólo por los escándalos morales –que ciertamente son motivo serio- sino por el trato dado al mismo Dios en la Eucaristía por parte de quienes tienen que ser sus servidores y devotísimos de su culto. Y aquí está la otra gran tragedia porque se trata nada menos que la destrucción de la fe y la misma razón de ser de la Iglesia que vive y se nutre de la Eucaristía y cuya vida espiritual reconoce en la Eucaristía su fuente y su cúlmine.

 

EL LIBRO

 Creo no equivocarme al considerar este libro como parte del plan que la Madre de Dios está llevando a cabo. Leerlo significará recibir el estímulo para vivir lo que la Sma. Virgen nos pide, para alertarnos acerca de los peligros de este tiempo y para, acercándonos más a Dios, ayudarla, si así se puede decir, a completar la salvación de la humanidad y alcanzar así el triunfo de su Inmaculado Corazón.

Al recorrer las páginas encontrarán un excelente resumen de los principales acontecimientos y magníficamente presentados los mensajes, sobre todo los dos de Garabandal, a la luz del hoy que estamos viviendo y de las perspectivas futuras. Por ejemplo, me ha parecido que el capítulo dedicado a la “Panorámica de la situación del mundo” -particularmente en los apartados dedicados a la dictadura del relativismo- y luego el “Relativismo y crisis en la Iglesia” iluminan y actualizan los mensajes.

En definitiva, un libro para leer con atención, para no desprenderse de él sino atesorarlo y releerlo. Estoy seguro que aportará luz en estos tiempos de confusión y alentará a muchos para seguir el camino pedido por la Madre de Dios.

P. Justo Antonio Lofeudo


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