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miércoles, 20 de diciembre de 2023

¿FULTON SHEEN UN HIJO DE LA TRADICIÓN O NO?

Traducción del artículo publicado por Daniele Adragna en RADIO SPADA.
   

El arzobispo estadounidense Fulton Sheen es uno de los pocos obispos del siglo pasado, entre los poquísimos posconciliares, y tal vez el único dotado de aura “profética” (si excluimos a Montini, a quien la lógica impondría reservarle mayores comillas) continuamente citado en los circuitos neoconservadores e incluso en blogs, perfiles y páginas de “tradicionalistas” y pretendidos como tal en las distintas redes sociales. Sus escritos son constantemente leídos y propuestos en tales ambientes como admirables y con profundos puntos de meditación. Su figura universalmente reconocida como telepredicador exitoso (Ah, Estados Unidos…) por la férrea doctrina y moral está colmada de estima y admiración envidiables, primero en su país, pero ahora también en esta parte del Atlántico y en el resto del Mundo. Todos lo aman, basta dar un vistazo alrededor.

¿Pero cuál era su opinión sobre el nefasto Concilio Vaticano II, evento símbolo de la deflagració  de la crisis en la Iglesia? Imprescindible saberlo, siendo sustancialmente el único medio seguro de discernimiento entre pastores de ovejas y de cabras, gracias al cual poder con-fiarse con la necesaria certeza de la Fe integral.

Como nosotros también se lo preguntaron de la otra parte de la barricada, entre los estultos conservadores apologetas del conciliábulo, y la respuesta no tarda en llegar, comenzando directamente por la biografía, publicada en la época de la asamblea vaticana, del obispo auxiliar de Nueva York y titular de Cesariana. Leamos:
«P: “¿Fulton Sheen ha sostenido el Vaticano II? Sheen es uno de los preferidos por aquellos que rechazan el Concilio, porque su propia declaración que cita su apoyo al Vaticano II sería muy útil para las discusiones con ellos”.
    
R: La autobiografía del arzobispo Fulton Sheen Tesoro en vasijas de barro, escrita poco antes de su muerte en el 1979 y publicada póstuma, dedica un capítulo completo a la experiemcia de Sheen en el Vaticano II. En sus memorias, Sheen consideró “brillante” el documento del Concilio Gáudium et spes (pág. 247); Recordó con cariño sus audiencias con papas anteriores al Vaticano II, como Pío XI y Pío XII, y con papas posteriores al Vaticano II, como el Beato Juan XXIII y Pablo VI. Un año después de la elección de Juan Pablo II, ya predecía que Juan Pablo II sería uno de los más grandes papas de la historia de la Iglesia (pág. 244).
     
Al abordar la agitación posconciliar en los años transcurridos desde la clausura del Concilio Vaticano II, Sheen dijo lo siguiente: “Las tensiones que se han desarrollado desde el Concilio no sorprenden a quienes conocen toda la historia de la Iglesia. Es un hecho histórico que siempre que hay un derramamiento del Espíritu Santo, como en un concilio general de la Iglesia, siempre hay una nueva demostración de fuerza por parte del anti-Espíritu o de lo demoníaco. Ya al ​​principio, inmediatamente después de Pentecostés y del descenso del Espíritu sobre los apóstoles, comenzó una persecución y el asesinato de Esteban. Si un concilio general no provocara el espíritu de turbulencia, casi se podría dudar de la acción de la tercera Persona de la Trinidad sobre la asamblea” (páginas 292–293)» [1].
En resumen, quienes se opusieron al Concilio tal vez fueron movidos por el «antiespíritu o lo demoníaco».
   
Corramos un velo piadoso, pero sigamos.
«En el espíritu del ecumenismo, Sheen buscó fusionar el seminario católico local con el Seminario Teológico Protestante de Rochester-Colgate, pero cuando los miembros del Grupo de Estudiantes Negros de Rochester-Colgate ocuparon un edificio del campus para protestar por la falta de profesores afroamericanos, Sheen retiró la propuesta de fusión.
    
El deseo de Sheen de buscar la justicia social a través de métodos verticales resultó fatal para su visión. En 1968, frustrado por su incapacidad para cerrar la brecha entre los católicos de los suburbios y el centro de Rochester, Sheen le presentó a Robert Weaver, secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano, una oferta extraordinaria: el obispo entregaría una parroquia entera, Santa Brígida, al gobierno, a cambio que el gobierno prometiera utilizar la propiedad para vivienda pública.
    
Fue el tipo de gesto dramático que uno esperaría de un showman consumado como Sheen. Pero no había consultado con el sacerdote y los feligreses de Santa Brígida antes de comprometerse a entregar su parroquia. No es sorprendente que respondieran con indignación, como lo hicieron muchos otros católicos de Rochester. Cientos de llamadas llegaron a la oficina del obispo, la mayoría de las cuales estigmatizaban la donación. La resistencia vino de sacerdotes y feligreses. Frustrados durante mucho tiempo con el estilo autocrático de Sheen, 22 sacerdotes firmaron una carta protestando por la donación.
     
Bajo presión, Sheen retiró su oferta. Marcó el final efectivo de su tiempo como obispo. El escándalo Santa Brígida sacudió la confianza de Sheen en sí mismo y en la comunidad de Rochester. Particularmente angustiosa fue la carta de los sacerdotes disidentes, que Sheen consideró nada menos que una traición. En octubre de 1969, Sheen renunció a su cargo para volver a su carrera mediática» [2].
…¿Os imagináis a un sucesor de los Apóstoles intentando fundar un seminario latitudinario o ceder al estado secularista de turno la superficie de un lugar de culto a Dios para que podamos construir viviendas públicas, tal vez con las habituales excusas de ecumenismo y ayuda a los pobres? Francamente, a nuestros oídos nos parece escuchar el último absurdo del cardenal Marx.
   
Prosigamos.
«[…] dijo el obispo Sheen. “El Concilio necesita ambas tendencias, y también la Iglesia. El grupo minoritario ha suavizado las ideas del grupo mayoritario en el Concilio, y esto le dará a este último equilibrio, hará que sus definiciones sean más precisas y evitará que tiren al bebé con el agua del baño. (…) Por otra parte, el grupo mayoritario dio un soplo de aire fresco al aire sofocante de siglos pasados, amplió los horizontes de quienes vivían cerca del Mediterráneo y les hizo tomar conciencia de que los hombres y mujeres fuera de la Iglesia no eran enemigos sino amigos”».
La Esposa de Cristo retratada como un partido de la Primera República, a merced de la lucha entre corrientes internas primero, y luego como una secta esotérica del sur de Europa con un complejo de cerco. Porque lo sabemos, los pueblos católicos del Mediterráneo nunca han evangelizado a nadie, ni fundado misiones en todo el mundo… El catolicismo llegó a sus States por el aire, como la gripe.
«Monseñor Hilary Franco, entonces experto conciliar y asistente personal de un joven Sheen presente en el Concilio como obispo de Nueva York, recuerda en una entrevista reciente cómo explicó con entusiasmo cómo “el Papa Juan hizo lo que hizo el Señor resucitado.  La Iglesia permaneció a puertas cerradas durante siglos. Él dijo: ‘¡Abrid las puertas! Hay un mundo esperando la salvación. ¡Entrad allí!’”. […] Y es interesante que algunas de las ideas que se debatieron en el Concilio las estábamos discutiendo en realidad durante el almuerzo, nosotros dos (…) Luego, más tarde me daría cuenta de que él era realmente, verdaderamente un profeta por derecho propio» [3].
Cuando se dice “profeta de desastre”.
«“Pero, el resultado podría ser un simple compromiso”, dijo este corresponsal.
   
Respondió el obispo Sheen: “A primera vista, puede parecer que hay un compromiso entre los dos, pero no lo hay. De hecho, hay un resumen. Tomemos como ejemplo la infalibilidad definida por el Concilio Vaticano I. Esa era sólo una cara de la Iglesia y las Escrituras. Era necesario combinarla con la doctrina de la colegialidad de los obispos, porque Pedro, el sumo pontífice, fue elegido entre los doce. En mi opinión, es maravilloso ver el equilibrio que está surgiendo de este concilio, a medida que construye su doctrina y práctica”.
     
“¿Qué tema destaca entre los que surgieron durante la tercera sesión del concilio?”, se le preguntó a Monseñor Sheen.
    
Dijo: “Creo, la única nota que sonó en el concilio fue que la Iglesia debe ser la Iglesia de los pobres. El magnífico gesto del Santo Padre al renunciar a su triple tiara lo simboliza. De hecho, el concilio ha descubierto otra presencia de Cristo. Además de la presencia eucarística en el sagrario, está también la presencia de Cristo en los pobres. 
   
Esto también concierne al sacerdocio. Los sacerdotes ya no serán como los encargados de las gasolineras que sólo atienden a los clientes habituales que vienen todas las semanas a repostar. También serán exploradores que descubrirán el Espíritu Santo en el alma de sus semejantes.  También afecta a las congregaciones religiosas, ya que las curará de la esclerosis organizacional, ya que comenzarán a hablar entre sí y a servir con los obispos para la gloria de toda la Iglesia.
    
Desde esta perspectiva, uno de los principales frutos del Concilio es la comprensión práctica de que todos somos células vivas del Cuerpo Místico de Cristo.
    
Los obispos de las diócesis más ricas se sintieron incómodos al ver a sus hermanos pobres en América Latina, África y Asia. Los obispos sin estudios han tomado conciencia de haber perdido gran parte de su vocación episcopal en la contabilidad y la administración. Por otra parte, los expertos del Concilio se dieron cuenta de lo lejos que a veces estaban del polvo de las vidas humanas.
     
Es realmente como un nuevo Pentecostés. Cada uno iba por su lado. Ahora tienen, como dicen los Hechos de los Apóstoles, ‘una sola mente y un solo corazón’”.
    
Una última pregunta surgió de este corresponsal: “¿este impacto del nuevo Pentecostés perdurará más allá del Concilio, una vez concluido?”.
    
Respondió el obispo Sheen: “De eso no tengo ninguna duda. El impulso es tan fuerte que está destinado a seguir siendo eficaz. Las diversas Conferencias Episcopales locales crecerán en importancia. Habrá iniciativas independientes que encajarán en el patrón general de esa renovación interior de la Iglesia que el Papa Juan inició y que el Papa Pablo [VI] está promoviendo ahora con las mejores intenciones. Las puertas se han abierto de golpe, demasiado para volver a cerrarlas”» [4].
La historia nos enseña pacíficamente que una vez abiertas las puertas conciliares nadie entró sino que muchos salieron, incluso en Estados Unidos. Esperemos que alguien haya hecho saber a Su Excelencia, antes de su muerte en el 79, las ya desastrosas estadísticas de nulidades matrimoniales declaradas, de asistencia a la misa dominical, de conversiones, de religiosos despojados de ambos sexos y de sacerdotes expulsados ​​gracias a tan queridos “Nuevos Pentecostés”, para reflexionar y, ojalá para él, arrepentirse.
   
En resumen, Sheen fue un modernista manifiesto e incansable –tanto en la teoría como en la práctica– como y más que otras figuras conocidas de la Revolución del Vaticano II. Citando al presidente Piergiorgio Seveso, se puede decir que Fulton Sheen fue «hasta los años ’50 apologeta a veces interesante y útil, aunque muy estadounidense, pero después del Concilio Vaticano II adherente a lo contrario, y por ende címbalo mudo».
  
FUENTES:
[4] Padre Placid Jordan OSB, corresponsal en Roma de North Carolina Wesleyan University News, https://vaticaniiat50.wordpress.com/2014/11/18/interview-with-bishop-fulton-sheen-on-councils-communionistic-revolution/

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Jorge Rondón Santos (Editor colaborador)