Viganò responde a un lector



-Excelencia, ¿no le parece que decir que la vacunación representa una especie de bautismo satánico puede sonar un poco fuerte para muchos católicos que se han dejado convencer, de buena fe, para recibir la vacuna?

-Gracias por hacerme esta pregunta, que me permite aclarar mi pensamiento y animar a los fieles que, por diversas razones, se han vacunado.


Mi afirmación sobre el simbolismo satánico de la vacuna y el hecho de que pueda representar una "marca de la Bestia" se refiere a las intenciones de quienes han decidido crear una pandemia para utilizarla maliciosamente como pretexto para la realización del Gran Reajuste en preparación del establecimiento del Nuevo Orden Mundial. Es la élite luciferina la que da esta connotación casi esotérica a la vacuna, al igual que atribuye rasgos rituales y litúrgicos a toda la pandemia. Se trata de una hipérbole que pretende resaltar los aspectos más inquietantes de toda la farsa de la pandemia.


Por otro lado, los simples fieles que, incluso por consejo de su párroco o director espiritual, o por presión de los medios de comunicación y de las instituciones sanitarias, se dejan convencer para inocularse, no tienen la culpa, ni se les puede culpar de querer, con esa vacuna, apostatar de la Fe católica y ser marcados con la "marca de la Bestia". También hay que recordar que -como ha ocurrido también con personas que conozco y con algunos de mis familiares- la administración del suero genético se imponía a menudo con chantajes o coacciones, condicionando a las personas a poder utilizar determinados servicios, a acceder a determinados lugares o incluso -como ocurre hoy en día en Italia- a poder trabajar sólo si se tiene el pasaporte sanitario y si se ha recibido la llamada vacuna. Incluso muchos sacerdotes, para poder ejercer su ministerio y tener acceso a hospitales u hospicios para administrar los sacramentos, se han visto obligados a vacunarse, a menudo por orden de su obispo.


Resulta desconcertante que la Congregación para la Doctrina de la Fe se haya prestado a actuar como caja de resonancia de la Iglesia profunda y de su líder (Bergoglio), en un momento en el que hubiera sido necesaria y precisa una intervención clarificadora e inequívoca. En cambio, vemos la prisa con la que la CDF se ha apresurado a dar legitimidad moral a medicamentos experimentales sin conocer siquiera sus componentes, ya que están cubiertos por el secreto industrial; con qué despreocupación ha declarado moralmente aceptable el uso de líneas celulares derivadas de abortos, distorsionando la enseñanza católica con el único objetivo de complacer a Bergoglio y a la narrativa de la pandemia. 


"Muchas herejías morales de nuestro tiempo contienen también citas de Santo Tomás y de otros Doctores de la Iglesia", observó acertadamente Monseñor Athanasius Schneider en un reciente discurso. Esta precipitación -en perfecta sincronía con el clima de emergencia que ha legitimado incluso en las autoridades civiles decisiones imprudentes, bajo la presión de la industria farmacéutica- ha hecho que la Nota de la Congregación sea omisa e incompleta, porque no tiene en cuenta los graves efectos secundarios del suero genético, a corto y largo plazo. La Congregación guarda silencio sobre los abortos inducidos en las madres embarazadas, que han aumentado de forma desorbitada; guarda silencio sobre el riesgo de esterilidad inducido por el suero; guarda silencio sobre las graves patologías y muertes que provoca en niños y jóvenes, que además son los menos expuestos al riesgo de hospitalización por Covid. Por último, la nueva tecnología de ARNm utilizada por primera vez por los sueros disponibles hace que no se pueda hablar realmente de "vacunas", sino de medicamentos o terapias, que además son claramente perjudiciales e ineficaces; y nadie puede decir qué cambios genéticos provocará la inoculación. La ineficacia demostrada de las vacunas las priva de la legitimidad inicialmente reconocida por la Congregación, ya que el peligro al que se somete al paciente es desproporcionado con respecto al beneficio -mínimo o inexistente- que inicialmente debían asegurar. A pesar de todos estos argumentos, Bergoglio se ha convertido en un testimonio activo de las vacunas, demostrando con su aval el vínculo intrínseco entre la iglesia profunda y el estado profundo. Es necesario que la Congregación para la Doctrina de la Fe, si no quiere perder totalmente su autoridad, se pronuncie de nuevo, a la luz de los datos ahora disponibles y de las pruebas científicas ahora reconocidas por la comunidad científica, aunque sean censuradas por los medios de comunicación.




Las implicaciones del suero genético son esencialmente morales, y como tales no pueden considerarse marginales, aunque de ellas dependa el ejercicio normal de las actividades cotidianas de las personas o la capacidad de los sacerdotes para ejercer su ministerio. Monseñor Schneider dice: "El rechazo inflexible e inequívoco de cualquier colaboración con la industria fetal es análogo al rechazo inflexible de cualquier colaboración con el culto a los ídolos o a la estatua del Emperador por parte de los cristianos de los primeros siglos". Pero, ¿qué clase de intransigencia podemos esperar cuando Bergoglio acusa de rigidez y fundamentalismo a quienes quieren permanecer fieles al Magisterio, y no pierde ocasión de burlarse e insultar a quienes no aceptan las desviaciones que él impone con odioso autoritarismo?


Sin embargo, me gustaría recordar a quienes se han vacunado que, cuando no se conoce la naturaleza del suero genético experimental o cuando se ha confiado de buena fe en la autoridad civil y eclesiástica, creo que en ningún caso los fieles deben sentirse "culpables" de haberse vacunado. De hecho, la doctrina nos enseña que cualquier acto realizado sin plena advertencia y consentimiento deliberado no puede considerarse moralmente pecaminoso: esto también es cierto en el caso concreto de las llamadas vacunas.


Queda la gravísima responsabilidad moral de quienes tienen autoridad y han presionado a sus súbditos -tanto civiles como eclesiásticos- para que se sometan a la vacunación. Las consecuencias para la salud de todos, incluyendo muertes e incapacidades permanentes, pesan como pedruscos en la conciencia de las autoridades sanitarias y más aún en la de la jerarquía eclesiástica, que tendrá que responder ante Dios por sus propios pecados y por los que han hecho cometer a sus súbditos.


Oremos para que el Señor preserve a sus hijos del daño que se ha causado, con frivolidad culpable o, peor aún, con complicidad criminal, a tantas personas inocentes que han confiado en la autoridad y en la palabra de los responsables de proteger la salud del alma y del cuerpo.


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