Los testigos

Muchas personas escriben y hablan sobre las apariciones de San Sebastián de Garabandal. Eso es una buena señal, porque muestra el gran interés que siguen suscitando los hechos allí ocurridos. Pero, ante cualquier acontecimiento, a quien queremos escuchar es a los testigos, a los que vieron en primera persona lo que pasó, a los que conocieron de primera mano a sus protagonistas. Eso mismo nos sucede en Garabandal: queremos escuchar a los que lo vivieron; queremos saber qué pruebas recibieron para creer que la Virgen estaba allí; queremos escuchar sus reflexiones y también sus argumentos.Y también queremos saber qué frutos está dando Garabandal: queremos escuchar a esos otros testigos que afirman que la vida les cambió en Garabandal porque recibieron allí una gracia de conversión, de sanación espiritual o incluso física, de crecimiento en la fe, de consuelo interior. Con esta sección están invitados a contribuir todos los que se experimenten —de una forma o de otra— testigos de las apariciones de Garabandal. Quien lo desee, puede enviar su testimonio a través del correo electrónico: press@peliculagarabandal.com

San Pío de Pietrelcina y Garabandal

padrepioSan Pío de Pietrelcina es uno de los santos más conocidos del siglo XX. Sus fenómenos místicos, el don de leer en las almas y los milagros que hacía, movieron a miles de personas a atravesar, no solo Italia, sino el mundo entero para encontrarlo. El P. Pío creyó en los fenómenos de Garabandal, mantuvo relación epistolar con las videntes e incluso recibió a una de ellas, Conchita González, en su convento de San Giovanni Rotondo. Varios hijos espirituales del P. Pío refieren que él les habló de Garabandal o les invitó a conocer lo que estaba pasando allí, asegurándoles ser cierto que la Virgen se aparecía a las cuatro niñas.

Para profundizar en este tema, les ofrecemos en este artículo un extracto del libro «Garabandal, mensaje de Esperanza» —tesis de licenciatura del P. José Luis Saavedra— en el que se estudia la particular relación del P. Pío con los fenómenos de Garabandal.

En marzo de 1962 llega a Garabandal una misteriosa carta. Viene dirigida a las cuatro videntes, pero no está́ firmada. Menciona, eso sí́, una comunicación sobrenatural del remitente acerca de Garabandal y está escrita en italiano, con fecha de 3 de marzo de 1962. La identidad del remitente no tardará en ser descubierta, dando lugar a un trato cercano con las videntes, que en alguna ocasión llegarán a visitarlo. Es San Pío de Pietrelcina (1887-1968). Fue Conchita quien abrió́ la carta y Félix López, un seminarista de Bilbao que estaba presente, se la tradujo:

«Queridas niñas: a las nueve horas de esta mañana, la Santa Virgen me ha dicho que os diga: “¡Oh benditas muchachas de San Sebastián de Garabandal! Yo os prometo que estaré́ con vosotras hasta el fin de los tiempos, y vosotras estaréis conmigo en el fin del mundo. Y después, unidas a mí en la gloria del paraíso”. Os mando copia del santo rosario de Fátima, que la Virgen me ha ordenado os mande. Este rosario ha sido dictado por la Santa Virgen y debe ser propagado para salvación de los pecadores y preservación de la humanidad de los peores castigos con que el buen Dios está amenazando. Solo os doy un consejo: rezad y haced rezar, porque el mundo está sobre el comienzo de la perdición. No creen en vosotras, ni en vuestros coloquios con la blanca Señora... Creerán cuando sea demasiado tarde».

En el breve texto de la carta se acumulan las referencias a pasajes de las apariciones: la cercanía de la Virgen, la importancia de la oración... Aunque quizá́ lo más sorprendente es la cita casi textual de una reiterada respuesta de la Señora, cuando las niñas le piden pruebas para que la gente crea. «Ya creerán» responde siempre la Señora. «Creerán –escribe ahora el capuchino– cuando sea demasiado tarde».

En febrero de 1975, en una entrevista para la revista Needles —después Garabandal Journal—, Conchita relata su impresión ante esta carta:

«Yo quedé extrañada de lo que decía y, como venía sin firma, la guardé en mi bolsillo hasta el momento de la aparición. Cuando apareció nuestra Santa Madre, yo le enseñé la carta y le pregunté de quien era. Nuestra Santa Madre contestó que venía de parte del Padre Pío. Yo no sabía entonces quien era el Padre Pío, y no se me ocurrió́ preguntar más.

Después de la aparición estuvimos comentando lo de la carta. Entonces, un seminarista que estaba allí (Félix López) me explicó quién era el P. Pío y dónde vivía. Yo le escribí diciéndole que, cuando hiciera alguna visita a mi país, me gustaría mucho verle... Me contestó con una breve carta en que decía: “¿Crees tú que yo puedo salir y entrar por las chimeneas?”. A mis doce años, yo no tenía ni idea de lo que podía ser un monasterio».

«¿Conserva usted esas dos cartas?»

«Sí».

En febrero de 1966 Conchita viaja a Roma. Ha sido llamada por el Pro-prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Cardenal Ottaviani. La joven se pone en camino acompañada por su madre Aniceta, Luis J. Luna (Párroco de Garabandal en sustitución de don Valentín el verano anterior) y una ilustre señora, Cecilia De Borbón-Parma, miembro de la familia real carlista y «artífice del éxito que el viaje tuvo». En este viaje, uno de los contactos de la pequeña expedición es el Dr. Enrico Medi, amigo y médico personal del Beato Pablo VI. Medi sugiere aprovechar su viaje para visitar San Giovanni Rotondo y ver al Padre Pío. A Conchita le alegra mucho esta posibilidad, pues recuerda vivamente el mensaje que el capuchino les había transmitido en su carta de parte de la Señora: «Os prometo que estaréis unidas a mí en la gloria del paraíso».

Conchita misma es quien relata la escena: «Llegamos como a las nueve de la noche y nos dijeron que no podríamos ver al Padre Pío hasta la mañana siguiente en su misa de cinco. Antes de misa, el Padre Luna y el profesor [Medi] fueron a la sacristía. El profesor me contó más tarde lo que ocurrió allí. Dijo que el Padre Luna había dicho al Padre Pío que la Princesa de España estaba allí́ para verle (Cecilia De Borbón-Parma). El Padre Pío dijo entonces al Padre Luna: “No me siento bien y no podré verla hasta más tarde hoy”. El profesor Medi dijo entonces: “Hay otra persona que quiere verlo también. Conchita quiere hablar con usted”. Padre Pío dijo entonces: “¿Conchita de Garabandal? Vengan a las ocho de la mañana”.

Al llegar, fuimos conducidos a un pequeño cuarto, una celda, que tenía una cama, una silla y una pequeña mesita... Recuerdo que [yo] tenía el crucifijo besado por Nuestra Señora, y que dije al Padre Pío: “Esta es la Cruz besada por la Santísima Virgen. ¿Quisiera besarla?” Padre Pío tomó entonces el Cristo y lo colocó en la palma de su mano izquierda, sobre el estigma. Tomó entonces mi mano, que colocó sobre el crucifijo... bendijo mi mano y la cruz... mientras me hablaba”».

La joven —tiene 16 años—, entre la emoción y los nervios, no logrará recordar lo que le dice entonces el santo de los estigmas. Sin embargo, datos de sobra prueban la benevolencia y cariño con que el capuchino miraba los fenómenos de Garabandal, cosa que, además, manifestará en más ocasiones.

De hecho, son varios los testimonios de personas que han sido dirigidos hacia Garabandal por el estigmatizado del Gargano. Destaca Joachim Bouflet, doctor y profesor de filosofía en la Universidad de la Sorbona de París y consultor de la Congregación para las Causas de los Santos en Roma. Bouflet, la tarde del 23 de agosto de 1968, tras confesarse con el Padre Pío en el claustro del convento de San Giovanni Rotondo, habló algunos instantes con él. Al terminar la confesión, el padre le dijo: «Reza a la Madonna. Conságrate a la Virgen del Carmelo que se apareció en Garabandal». Bouflet quedó confuso, por lo que el padre insistió: «Conságrate a la Virgen del Carmelo que se apareció́ en Garabandal». Al fin, el francés le preguntó: «¿Las apariciones de Garabandal...? ¿Entonces es cierto?». A lo que el capuchino respondió con viveza «Certo è vero!». Así de efusivamente —¡Claro que es verdad!— el Padre Pío muestra su aprecio por Garabandal. Por eso anima a sus dirigidos a acercarse a las apariciones.

Otros santos han mostrado interés en los fenómenos de Garabandal. Pero la forma en que el Padre Pío se involucró́ es del todo singular. Conchita cita su nombre en su Diario, anunciando que —según la aparición— él, desde donde esté, verá el milagro. Por eso, cuando el capuchino muere, en 1968, Conchita quedó perpleja. Sin embargo, un mes más tarde de la muerte del santo, el 16 de octubre de 1968, la joven recibe un telegrama de Lourdes. En él se le pedía acudir allí para recibir una carta que el Padre Pío había dejado para ella. Dos franceses que están en Garabandal, el Padre Alfred Combe y Bernard L’Huillier, se ofrecen a llevar a Conchita y a su madre a Lourdes. Se ponen en marcha esa misma noche. En Lourdes les espera el Padre Bernardino Cennamo, O.F.M. Cennamo explica a la joven que el Padre Pellegrino, sacerdote al cuidado del Padre Pío durante sus últimos años, había transcrito una nota para ella dictada por el santo.

El Padre Cennamo reconoce no haber creído en Garabandal al principio, pero confiesa a Conchita que cuando el Padre Pío le pidió́ dar a Conchita el velo que cubriría su rostro después de su muerte, cambió de parecer. En Lourdes, ese día, «el velo y la carta fueron entregados a Conchita». Pero a ella le interesaba aún más otra cuestión. Y enseguida la presentó al Padre Cennamo: «¿Por qué la Virgen me dijo que el Padre Pío iba a ver el milagro y él ha muerto?» A lo que el capuchino responde: «Él vio el milagro antes de morir. Me lo dijo él mismo». Si esto fue así, el santo de los estigmas entra con ello en el estrecho círculo de los protagonistas de Garabandal al ver, poco antes de su muerte, el gran milagro anunciado. Vincula Padre Pío a Garabandal, pues, mucho más que un piadoso interés espiritual por su mensaje, al anticipar sobrenaturalmente la visión del milagro que ni las mismas videntes han tenido