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Tomo I Capítulo 15 a 16: MÍSTICA CIUDAD DE DIOS.

CAPITULO 15

Persevera María Santísima con el niño Dios en el portal del nacimiento hasta la venida de los Reyes.

540. Por la ciencia infusa que nuestra gran Reina tenía de las divinas Escrituras y tan altas y soberanas revelaciones, sabía que los Reyes magos del oriente vendrían a reconocer y adorar a su Hijo santísimo por verdadero Dios. Y en especial estaba de próximo capaz de este misterio por la noticia que se les envió con el ángel del nacimiento del Verbo humanado, como arriba se dijo en el capítulo 2, número 492; que todo lo conoció la Madre Virgen. San José no tuvo noticia de este sacramento, porque no se le había revelado, ni la prudentísima esposa le había informado de su secreto, porque en todo era sabia y advertida y aguardaba que obrase en estos misterios la divina voluntad con su disposición suave1 y oportuna. Por esto el santo esposo, celebrada la circuncisión, propuso a la Señora del cielo que le parecía necesario dejar aquel lugar desamparado y pobre, por la incomodidad que en él había para el abrigo del niño Dios y de ella misma, y que ya en Belén se hallaría posada desocupada, donde podrían recogerse mientras llegaba el tiempo de llevar el niño a presentarle en el templo de Jerusalén. Esto propuso el fidelísimo y cuidadoso esposo, solícito de que con su pobreza no le faltase la abundancia ni regalos que deseaba para servir a Hijo y Madre, y en todo se remitía a la voluntad de su divina esposa.

541. Respondióle la humilde Reina sin manifestarle el misterio, y le dijo: Esposo y Señor mío, yo estoy rendida a vuestra obediencia y a donde fuere vuestra voluntad os seguiré con mucho gusto; disponer lo que mejor os pareciere. – Tenía la divina Señora algún cariño a la cueva por la humildad y pobreza del lugar y por haberla consagrado el Verbo humanado con los misterios de su nacimiento y circuncisión, y con el que esperaba de los Reyes, aunque no sabía el tiempo, ni cuándo llegarían. Piadoso era este afecto y lleno de devoción y veneración, mas con todo eso antepuso la obediencia de su esposo a su particular afecto y se resignó en ella para ser en todo ejemplar y dechado de perfección altísima. Puso esta dejación e igualdad a san José en mayor duda y cuidado, porque deseaba que su esposa determinase lo que debía hacer. Y estando en esta conferencia, respondió el Señor por los dos santos príncipes Miguel y Gabriel, que asistían corporalmente al servicio de su Dios y Señor y a la gran Reina, y dijeron: La voluntad divina ha ordenado que en este mismo lugar adoren al Verbo divino humanado los tres Reyes de la tierra que vienen en busca del Rey del cielo del oriente. Diez días hace que caminan, porque tuvieron luego aviso del santo nacimiento y al punto se pusieron en camino y llegarán aquí con brevedad, y se cumplirán los vaticinios de los profetas, como muy de lejos lo conocieron y profetizaron.

542. Con este nuevo aviso quedó san José gozoso e informado de la voluntad del Señor, y su esposa María santísima le dijo: Señor mío, este lugar escogido por el Altísimo para tan magníficos misterios, aunque es pobre y desacomodado a los ojos del mundo, mas en los de su sabiduría es rico, precioso y estimable y el mejor de la tierra, pues el Señor de los cielos se ha pagado de él, consagrándole con su real presencia. Poderoso es para que en este sitio, que es verdadera tierra de promisión, gocemos de su vista. Y si fuere voluntad suya, nos dará algún alivio y abrigo contra los rigores del tiempo los pocos días que aquí estaremos. – Consolóse san José y se alentó mucho con todas estas razones de la prudentísima Reina, y le respondió que, pues el niño Dios cumpliría con la ley de la presentación al templo, como lo había hecho con la de la circuncisión, hasta que llegase el día se podían estar en aquel lugar sagrado sin volver primero a Nazaret, por estar lejos y el tiempo trabajoso. Y si acaso el rigor los obligase a retirar a la ciudad por huir de él, lo podían hacer, pues de Belén a Jerusalén estaban solas dos leguas.

543. En todo se conformó María santísima con la voluntad de su cuidadoso esposo, inclinándose siempre su deseo a no desamparar aquel sagrado tabernáculo, más santo y venerable que el Sancta Sanctorum del templo, mientras llegaba el tiempo de presentar en él a su Unigénito, para quien previno todo el abrigo posible, con que le defendiese de los fríos y rigores del tiempo. Previno también el portal para la llegada de los Reyes, limpiándole de nuevo, lo que permitía su natural desaliño y pobreza humilde del sitio. Pero la mayor diligencia y prevención que hizo para el niño Dios fue tenerle siempre en sus brazos, cuando no era forzoso dejarle. Y sobre todo usó de la potestad de Señora y Reina de todas las criaturas, cuando se enfurecían las inclemencias del invierno, porque mandaba al frío y a los vientos, nieves y heladas, que no ofendiesen a su Criador, sino que con ella sola usasen de sus rigores y ásperas influencias que como elementos enviaban. Decía la divina Señora: Detened vuestra ira con vuestro mismo Criador, Autor, Dueño y Conservador, que os dio el ser y la virtud y operación. Advertid, criaturas de mi Amado, que vuestro rigor le recibisteis por la culpa y se encamina a castigar2 la inobediencia del primer Adán y su prosapia. Pero con el segundo, que viene a reparar aquella caída, y no pudo tener en ella parte, habéis de ser corteses, respetando y no ofendiendo a quien debéis obsequio y rendimiento. Yo os lo mando en nombre suyo, y que no le deis ninguna molestia ni desagrado.

544. Digna era de nuestra admiración e imitación la pronta obediencia de las criaturas irracionales a la voluntad divina, intimada por la Madre del mismo Dios; porque sucedía, cuando ella lo mandaba, que la nieve ni agua no llegaba a ella por más de diez varas de distancia, y los vientos se detenían, y el aire ambiente se templaba y mudaba en un templado calor. A esta maravilla se juntaba otra: que al mismo tiempo que el niño Dios en sus brazos recibía este obsequio de los elementos sintiendo algún abrigo, la Madre Virgen experimentaba y le hería el frío y aspereza de las inclemencias en el punto y grado que le podían causar con su fuerza natural. Y esto sucedía porque en todo la obedecían, y ella no quería excusar para sí misma el trabajo de que reservaba a su tierno niño y Dios magnífico, como Madre amorosa y Señora de las criaturas, sobre quien imperaba. Al santo y dichoso José llegaba el privilegio que al dulce infante y conocía la mudanza de la inclemencia en clemencia, pero no sabía que aquellos efectos fuesen por mandado de su divina esposa y obras de su potencia; porque ella no le manifestaba este privilegio, que no tenía orden del Altísimo para hacerlo.

545. El gobierno y modo que guardaba la gran Reina del cielo en alimentar a su niño Jesús, era dándole su virginal leche tres veces al día, y siempre con tanta reverencia, que le pedía licencia y que la perdonase la indignidad, humillándose y reconociéndose inferior. Y muchos tiempos, cuando le tenía en sus brazos, estaba de rodillas adorándole; y si era necesario asentarse le pedía siempre licencia. Con la misma reverencia se le daba a san José y le recibía, como dije arriba3. Muchas veces le besaba los pies, y cuando había de hacer lo mismo en el rostro le pedía interiormente su benevolencia y consentimiento. Correspondíae a estas caricias de madre su dulcísimo Hijo, no sólo con el semblante agradable que las recibía, sin dejar la majestad, pero con otras acciones que hacía al modo de los otros niños, aunque con diferente serenidad y peso. Lo más ordinario era reclinarse amorosamente en el pecho de la purísima Madre y otras en el hombro, cogiéndole con sus bracitos divinos el cuello. Y en estas caricias era tan atenta y advertida la emperatriz María, que ni con parvuleces, como otras madres, le solicitaba, ni con temor le retiraba. En todo era prudentísima y perfecta, sin defecto ni exceso reprensible; y el mayor amor del Hijo santísimo y la manifestación de él la pegaba más con el polvo y la dejaba con profunda reverencia, la cual medía sus afectos y les daba mayores realces de magnificencia.

546. Otro más alto linaje de caricias tenían el niño Dios y la Madre Virgen; porque a más de conocer ella siempre con la luz divina los actos interiores del alma santísima de su Unigénito, como queda dicho4 , sucedía muchas veces, teniéndole en sus brazos, que con otro nuevo beneficio se le manifestaba la humanidad como un viril cristalino, y por ella o en ella miraba la unión hipostática y el alma del mismo niño Dios y todas las operaciones que obraba, orando al eterno Padre por el linaje humano. Y estas obras y peticiones iba imitando la divina Señora, quedando toda absorta y transformada en su mismo Hijo. Y Su Majestad la miraba con accidental gozo y delicias, como recreándose en la pureza de tal criatura y gozándose de haberla criado, y haberse humanado la divinidad para formar tan viva imagen de ella y de la humanidad que de su virginal sustancia había tomado. En este misterio,se me ofreció lo que dijeron a Holofernes sus capitanes, cuando vieron a la hermosa Judit en los campos de Betulia 5: ¿Quién despreciará el pueblo de los hebreos y no juzgará por muy acertada la guerra contra ellos, teniendo tan agraciadas mujeres? Misteriosa y verdadera parece esta razón en el Verbo humanado, pues él pudo decir a su eterno Padre y a todo el resto de las criaturas lo mismo con más justa causa: ¿Quién no dará por bien empleado y puesto en razón haber yo venido del cielo a tomar carne humana en la tierra y degollar al demonio, mundo y carne, venciéndolos y aniquilándolos, si entre los hijos de Adán se halla tal mujer como mi Madre? ¡Oh dulce amor mío, virtud de mi virtud y vida de mi alma, Jesús amoroso, mirad que es sola María santísima la que hay con tal hermosura en la naturaleza humana! Pero es única y electa 6 y tan perfecta para vuestro agrado, Dueño y Señor mío, que no sólo equivale pero excede sin término ni límite a todo el resto de vuestro pueblo, y ella sola recompensa la fealdad de todo el linaje de Adán.

547. Sentía la dulce Madre tales efectos entre estas delicias de su unigénito niño Dios verdadero, que la dejaban toda espiritualizada y deificada de nuevo. Y en los vuelos que padecía su espíritu purísimo, muchas veces rompiera las ataduras del cuerpo terreno y le hubiera desamparado su alma con el incendio de su amor, resolviéndose la vida, si milagrosamente no fuera confortada y preservada. Hablaba con su Hijo santísimo interior y exteriormente palabras tan dignas y ponderosas, que no caben en nuestro grosero lenguaje. Todo lo que yo pueda referir será muy desigual, según lo que se me ha manifestado. Decíale: ¡Oh amor mío, dulce vida de mi alma! ¿Quién sois vos y quién soy yo? ¿Qué queréis hacer de mí, humanándose tanto vuestra magnificencia a favorecer al inútil polvo? ¿Qué hará vuestra esclava por vuestro amor y por la deuda que os reconoce? ¿Qué os retribuiré por lo mucho que me habéis dado7 Mi ser, mi vida, potencias y sentidos, mis deseos y ansias, todo es vuestro. Consolad a esta sierva y Madre vuestra para que no desfallezca en el afecto de serviros, a la vista de su insuficiencia, y porque no muere por amaros. ¡Oh qué limitada es la capacidad humana! ¡Qué coartado el poder! ¡Qué limitados los afectos, pues no pueden llegar a satisfacer con equidad a vuestro amor! Pero siempre habéis de vencer en ser magnifico y misericordioso con vuestras criaturas y cantar victorias y triunfos de amor, y nosotras reconocidas debemos rendirnos y darnos por vencidas en vuestro poder. Quedaremos humillados y pegados con el polvo y vuestra grandeza magnificada y ensalzada por todas las eternidades.––Conocía la divina Señora en la ciencia de su Hijo santísimo algunas veces las almas que en el discurso de la nueva ley de gracia se habían de señalar en el amor divino, las obras que habían de hacer, los martirios que habían de padecer por la imitación del mismo Señor; y con esta ciencia era inflamada en emulación de amor tan fuerte, que era mayor martirio el del deseo de la Reina que todos los que ha habido de obra. Y le sucedía lo que dijo el Esposo en los Cantares8 , que la emulación del amor era fuerte como la muerte y dura como el infierno. A estos afectos que tenía la amorosa Madre de morir porque no moría, la respondió el Hijo santísimo las palabras que allí se refieren9: ponme por señal o por sello en tu corazón y en tu brazo, dándole el efecto y la inteligencia juntamente. Con este divino martirio fue María santísima mártir antes que todos los mártires. Y entre estos lirios y azucenas10 lo se apacentaba el cordero mansísimo Jesús, mientras aspiraba el día de la gracia y se inclinaban las sombras de la ley antigua.

548. No comió el niño Dios cosa alguna mientras recibió el pecho virginal de su Madre santísima, porque sólo con la leche se alimentó, y ésta era tan suave, dulce y sustancial, como engendrada en cuerpo tan puro, perfecto y de complexión acendradísima, y medida con calidades sin desorden ni desigualdad. Ningún otro cuerpo y salud fue semejante a él; y la sagrada leche, aunque se guardara mucho tiempo, se preservara de corrupción por sus mismas calidades, y por especial privilegio, nunca se alterara ni se corrompiera, siendo así que la leche de otras mujeres luego se tuerce e inmuta, como la experiencia lo enseña.

549. El felicísimo esposo José no sólo gozaba de los favores y caricias del niño Dios, como testigo de vista de lo que tenían Hijo y Madre santísimos, pero también fue digno de recibirlos del mismo Jesús inmediatamente, porque muchas veces se le ponía la divina Esposa en sus brazos, cuando era necesario hacer ella alguna obra en que no le pudiese tener consigo, como aderezar la comida, aliñar los fajos del niño y barrer la casa; en estas ocasiones le tenía san José y siempre sentía efectos divinos en su alma. Y exteriormente el mismo niño Jesús le mostraba agradable semblante y se reclinaba en el pecho del santo y con el peso y majestad de Rey le hacía algunas caricias con demostración de afecto, como suelen los infantes con los demás padres, aunque con san José no era esto tan de ordinario, ni con tanta caricia como con la verdadera Madre y Virgen. Y cuando ella lo dejaba, tenía la reliquia de la circuncisión, la cual traía consigo de ordinario el glorioso san José, para que le sirviese de consuelo. Estaban siempre los dos divinos esposos enriquecidos: ella con el Hijo santísimo y él con su sagrada sangre y carne deificada. Teníanla en un pomito de cristal, como dejo dicho11 que buscó san José y le compró con el dinero que les envió santa Isabel; y en él cerró la gran Señora el prepucio y la sangre que se vertió en la circuncisión, cortándole del lienzo que sirvió en este ministerio. Y para más asegurarlo todo, estando el pomillo guarnecido con plata por la boca, la cerró la poderosa Reina con sólo su imperio; con el cual se juntaron y soldaron los labios del brocal de plata, mejor que si los ajustara el artífice que los hizo. Y en esta forma guardó toda la vida la prudente Madre estas reliquias; y después entregó tan precioso tesoro a los apóstoles, y se le dejó como vinculado en la santa Iglesia. En el mar inmenso de estos misterios me hallo tan anegada e imposibilitada con la ignorancia de mujer y limitados términos para explicarlos, que remito muchos a la fe y piedad cristiana.

Doctrina que me dio la Reina Santísima María.

550. Hija mía, advertida quedas en el capítulo pasado12 para no inquirir por orden sobrenatural cosa alguna del Señor, ni por aliviarte del padecer, ni por natural inclinación y menos por vana curiosidad. Ahora te advierto que tampoco por ninguno de estos motivos has de dar lugar a tus afectos para codiciar ni ejecutar cosa alguna natural o exterior; porque en todas las operaciones de tus potencias y obras de los sentidos has de moderar y rendir tus inclinaciones, sin darles lo que piden, aunque sea con color aparente de virtud o piedad. No tenía yo peligro de exceder en estos afectos, por mi inculpable inocencia, ni tampoco le faltaba piedad al deseo que tenía de asistir al portal donde mi Hijo santísimo había nacido y recibido la circuncisión; mas con todo eso no quise manifestar mi deseo, aun siendo preguntada de mi esposo, porque antepuse la obediencia a esta piedad y conocí era más seguro para las almas y de mayor agrado al Señor buscar su santa voluntad por consejo y parecer ajeno que por la inclinación propia. En mí fue esto mayor mérito y perfección; pero en ti y en las demás almas, que tenéis peligro de errar por el dictamen propio, ha de ser esta ley más rigurosa para prevenirle y desviarle con discreción y diligencia; porque la criatura ignorante y de corazón tan limitado arrímase fácilmente con sus afectos y párvulas inclinaciones a cosas pequeñas, y tal vez se ocupa toda con lo poco como con lo mucho, y lo que es nada le parece algo, y todo esto la inhabilita y priva de grandes bienes espirituales, de gracia, luz y merecimiento.

551. Esta doctrina, con toda la que te he de dar, escribirás en tu corazón y .procura hacer en él un memorial de todo lo que yo obraba, para que como lo conoces lo entiendas y ejecutes. Y atiende a la reverencia, amor y cuidado, al temor santo y circunspecto con que yo trataba a mi Hijo santísimo. Y aunque siempre viví con este desvelo, pero depués que le concebí en mi vientre, jamás le perdí de vista, ni me retardé en el amor que entonces me comunicó Su Alteza. Y con este ardor de más agradarle, no descansaba mi corazón, hasta que unida y absorta en la participación de aquel sumo bien y último fin, me quietaba a tiempos como en mi centro; pero luego volvía a mi continua solicitud, como quien prosigue su camino, sin detenerse en lo que no le ayudaba y le retarda su deseo. Tan lejos estaba mi corazón de apegarse a cosa alguna de las de la tierra, ni seguir inclinación sensible, que en esto vivía como si no fuera de la común naturaleza terrena. Y si las demás criaturas no están libres de las pasiones, o no las vencen en el grado que pueden, no se querellen de la naturaleza sino de su misma voluntad; que antes la naturaleza flaca se puede quejar de ellas, porque podían con el imperio de la razón regirla y encaminarla y no lo hacen, antes la dejan seguir sus desórdenes y la ayudan con la voluntad libre y con el entendimiento le buscan más objetos, peligros y ocasiones en que se pierda. Por estos precipicios que ofrece la vida humana te advierto, carísima mía, que ninguna cosa visible, aunque sea necesaria y al parecer muy justa, ni la apetezcas ni la busques. Y de todo lo que usas por necesidad, la celda, el vestido y sustento y lo demás, sea por obediencia con beneplácito de los prelados; porque el Señor lo quiere y yo lo apruebo, para que uses de ello en servicio del Todopoderoso. Por tantos registros como los que te he insinuado ha de pasar todo lo que obrares.

CAPITULO 16

Continúase la infancia de María Santísima en el templo; previénela el Señor para trabajos, y muere su padre san Joaquín.

660. Dejamos a nuestra soberana princesa María santísima, mediando los años de su infancia en el templo, y divirtiendo el discurso para dar alguna noticia de las virtudes, dones y revelaciones divinas que, niña en los años pero adulta en suma sabiduría, recibía de la mano del Altísimo y ejercitaba con sus potencias. Crecía la santísima niña en edad y gracia acerca de Dios y de los hombres; pero con tal correspondencia, que siempre la devoción era sobre la naturaleza y nunca la gracia se midió con la edad, pero con el divino beneplácito y con los altos fines adonde la destinaba el impetuoso corriente de la divinidad, que se iba a represar y sosegar en esta ciudad de Dios. Continuaba el Altísimo sus dones y favores renovando cada hora las maravillas de su brazo poderoso, como si para sola María santísima estuviera reservado. Y correspondía Su Alteza en aquella tierna edad llenando el corazón del mismo Señor de perfecto y adecuado beneplácito, y a los santos ángeles del cielo de grande admiración. Era manifiesta a los espíritus celestiales entre el Altísimo y la Princesa niña una como porfía y competencia admirable; porque el poder divino, para enriquecerla, sacaba cada día de sus tesoros nuevos y antiguos beneficios1 reservados para sola María purísima; y como era tierra bendita, no sólo no se malograba en ella la semilla de la palabra eterna y sus dones y favores, ni sólo daba ciento por uno2 como el mayor de los santos, pero con admiración del cielo una tierna niña sobreexcedía en amor, agradecimiento, alabanza y todas las virtudes posibles a los más supremos y ardientes serafines, sin perder tiempo, lugar, ocasión, ni ministerio en que no obrase lo sumo, entonces posible, de la perfección.

661. En los tiernos años de su infancia, que ya era manifiesta su capacidad para leer las Escrituras, leía muy de ordinario en ellas; y como estaba llena de sabiduría, confería en su corazón lo que por las divinas revelaciones sabía con lo que en las Escrituras estaba revelado para todos; y en esta lección y conferencias ocultas hacía peticiones y oraciones continuas y fervorosas por la redención del linaje humano y encarnación del Verbo divino. Leía más de ordinario las profecías de Isaías y Jeremías y los salmos, por estar más expresos y repetidos en estos profetas los misterios del Mesías y de la ley de gracia; y sobre lo que de ellos entendía y comprendía, preguntaba y proponía cuestiones a los santos ángeles altísimas y admirables; y muchas veces del misterio de la humanidad santísima del Verbo hablaba con incomparable ternura, y de que había de ser niño, nacer, criarse como los demás hombres y que había de nacer de madre virgen, crecer, padecer y morir por todos los hijos de Adán.

662. A estas conferencias y preguntas le respondían sus ángeles y serafines, ilustrándola de nuevo, confirmándola y caldeando su ardiente y virginal corazón en nuevas llamas de divino amor; pero ocultándole siempre su dignidad altísima, aunque ella se ofrecía con humildad profundísima muchas veces por esclava del Señor y de la feliz Madre que había de elegir para nacer en el mundo. Otras veces, preguntando a los ángeles santos, decía con admiración: Príncipes y señores míos ¿es posible que el mismo Criador ha de nacer de una criatura y la ha de tener por Madre? ¿Que el Omnipotente e Infinito, el que fabricó los cielos y no cabe en ellos, ha de encerrarse en el vientre de una mujer y se ha de vestir de una breve naturaleza terrena? El que viste de hermosura los elementos, los cielos y a los mismos ángeles ¿se ha de hacer pasible? ¿Y que ha de haber mujer de nuestra misma naturaleza humana, que sea tan dichosa que pueda llamar Hijo al mismo que de nada la hizo, y que ella se ha de oír llamar Madre del que es increado y criador de todo el universo? ¡Oh milagro inaudito! Si el mismo Autor no le manifestara, ¿cómo podía la capacidad terrena hacer concepto tan magnífico? ¡Oh maravilla de sus maravillas! ¡Oh felices y bienaventurados los ojos que le vieren y los siglos que le merecieren! A estos afectos y exclamaciones amorosas le respondían los santos ángeles, declarándole los sacramentos divinos, fuera de lo que a ella le tocaba y pertenecía.

663. Cualquiera de los altos, humildes y encendidos afectos de la niña María eran aquel cabello de la Esposa que hería el corazón de Dios3 Con tan dulce flecha de amor, que, si no fuera conveniente aguardar la edad competente y oportuna para concebir y parir al Verbo humanado, no pudiera –a nuestro modo de entender– contenerse el agrado del Altísimo, sin tomar luego nuestra humanidad en sus entrañas; pero no lo hizo, aunque desde su niñez en la gracia y merecimientos estaba ya capaz, porque se disimulara mejor y ocultara el sacramento de la encarnación, y la honra de su Madre santísima estuviera también más oculta y más segura, correspondiendo su virginal parto a la edad natural de otras mujeres; y esta dilación entretenía el Señor con los afectos y cánticos agradables que –a nuestro entender– escuchaba atento en su Hija y Esposa, que luego había de ser Madre digna del eterno Verbo. Y fueron tantos y tan altos los cánticos y salmos que hizo nuestra Reina y Señora que –según la luz que de esto se me ha dado– si quedaran escritos, tuviera la santa Iglesia muchos más que de todos los profetas y santos, porque María purísima dijo y comprendió todo lo que ellos escribieron; y sobre eso entendió y dijo mucho más que ellos no alcanzaron. Pero ordenó el Altísimo que su Iglesia militante tuviese en las Escrituras de los apóstoles y profetas todo lo necesario con superabundancia; y lo que reveló a su Madre santísima, reservó escrito en su mente divina, para que en la Iglesia triunfante se manifieste lo que fuere conveniente a la gloria accidental de los bienaventurados.

664. A más de esto, la divina dignación condescendió con la voluntad santísima de María Señora nuestra que, para engrandecer su prudentísima humildad y dejar a los mortales este raro ejemplar en tan excelentes virtudes, siempre quiso ocultar el sacramento del Rey 4; y cuando fue necesario revelarle en algo para el obsequio de Su Majestad y beneficio de la Iglesia, procedió María purísima con tan divina prudencia, que siendo maestra no dejó de ser siempre humildísima díscípula. En su niñez consultaba a los ángeles santos y seguía su consejo; después que nació el Verbo humanado tuvo a su Unigénito por maestro y ejemplar en todas sus acciones; y al fin de sus misterios y subida a los cielos obedecía la gran Reina de todo el universo a los apóstoles, como en el discurso de esta Historia diremos. Y esta fue una de las razones por que san Juan evangelista, los misterios que escribió de esta Señora en el Apocalipsis, los encubrió con tantos enigmas, que se pudiesen entender de toda la Iglesia militante o triunfante.

665. Determinó el Altísimo que la plenitud de gracias y virtudes de la princesa María anticipasen el colmo de merecimientos, extendiéndose a las obras arduas y magnánimas en el modo posible a sus tiernos años. Y en una de las visiones que se le manifestó Su Majestad, la dijo: Esposa y paloma mía, yo te amo con amor infinito, y de ti quiero lo más agradable a mis ojos y la satisfacción entera de mi deseo. No ignoras, hija mía, el tesoro oculto que encierran los trabajos y penalidades que la ciega ignorancia de los mortales aborrece y que mi Unigénito, cuando se vista de la naturaleza humana, enseñará el camino de la cruz con ejemplo y con doctrina, dejándola por herencia a sus escogidos, como él mismo la elegirá para sí, y establecerá la ley de gracia, fundando su firmeza y excelencia en la humildad y paciencia de la cruz y penalidades; porque así lo pide la condición de la misma naturaleza de los hombres y mucho más después que por el pecado quedó depravada y mal inclinada. Y también es conforme a mi equidad y providencia, que los mortales alcancen y granjeen la corona de la gloria por medio de los trabajos y cruz, por donde se la ha de merece mi Hijo unigénito humanado. Por esta razón entenderás, Esposa mía, que habiéndote elegido con mi diestra para mis delicias y habiéndote enriquecido de mis dones, no será justo que mi gracia esté ociosa en tu corazón, ni tu amor carezca de su fruto, ni te falte la herencia de mis escogidos; y así quiero que te dispongas a padecer tribulaciones y penalidades por mi amor.

666. A esta proposición del Altísimo respondió la invencible María con más constante corazón que todos los santos y mártires han tenido en el mundo, y dijo a Su Majestad: Señor Dios mío y Rey altísimo, todas mis operaciones y potencias y el mismo ser que de vuestra bondad infinita he recibido, tengo dedicado a vuestro divino beneplácito, para que en todo se cumpla según la elección de vuestra infinita sabiduría y bondad. Y si me dais licencia para que yo haga elección de alguna cosa, sólo quiero hacerla del padecer por vuestro amor hasta la muerte; y suplicaros, bien mío, hagáis de esta esclava vuestra un sacrificio y holocausto de paciencia aceptable en vuestros ojos. Yo confieso, Señor y Dios poderoso y liberalísimo, mi deuda, y que ninguna de las criaturas debe tan grande retribución, ni todas juntas están tan empeñadas como yo sola, la más insuficiente para el descargo que deseo dar a vuestra magnificencia; pero si el padecer por vos admitís por alguna retribución, vengan sobre mí todas las tribulaciones y dolores de la muerte; sólo pido vuestra divina protección y postrada ante el trono real de Vuestra Majestad infinita os suplico no me desamparéis. Acordaos, Señor mío, de las promesas fieles que por nuestros antiguos padres y profetas tenéis hechas a vuestros fieles de favorecer al justo, estar con el atribulado, consolar al afligido y hacerle sombra y defenderle en el conflicto de la tribulación; verdaderas son vuestras palabras, infalibles y ciertas vuestras promesas; primero faltará el cielo y la tierra que falten ellas; no podrá la malicia de la criatura extinguir vuestra caridad al que esperare en vuestra misericordia; hágase en mí vuestra voluntad perfecta y santa.

667. Recibió el Altísimo este sacrificio matutino de la tierna esposa y niña María santísima, y con agradable semblante la dijo: Hermosa eres en tus pensamientos, hija del Príncipe, paloma mía y dilecta mía; yo admito tus deseos agradables a mis ojos y quiero que en su cumplimiento entiendas se llega el tiempo en que, por mi divina disposición, tu padre Joaquín ha de pasar de la vida mortal para la inmortal y eterna; su muerte será muy breve y luego descansará en paz y será puesto con los santos en el limbo, aguardando la redención de todo el linaje humano.–Este aviso del Señor no turbó ni alteró el pecho real de la Princesa del cielo María; pero como el amor de los hijos a los padres es deuda justa de la misma naturaleza, y en la santísima niña tenía este amor toda su perfección, no se podía excusar el natural dolor de carecer de su santísimo padre Joaquín, a quien santamente amaba como hija. Sintió la tierna y dulce niña María este doloroso movimiento compatible con la serenidad de su magnánimo corazón, y obrando en todo con grandeza, dando el punto a la gracia y a la naturaleza, hizo una ferviente oración por su padre Joaquín. Pidió al Señor le mirase como poderoso y Dios verdadero en el tránsito de su dichosa muerte y le defendiese del demonio, singularmente en aquella hora, y le conservase y constituyese en el número de sus electos, pues en su vida había confesado y engrandecido su santo y admirable nombre; y para obligar más a Su Majestad, se ofreció la fidelísima hija a padecer por su padre santísimo Joaquín todo lo que el Señor ordenase.

668. Aceptó Su Majestad esta petición y consoló a la divina niña, asegurándola que asistiría a su padre como misericordioso y piadoso remunerador de los que le aman y sirven y que le colocaría entre los patriarcas Abrahán, Isaac y Jacob; y la previno de nuevo para recibir y padecer otros trabajos. Ocho días antes de la muerte del santo patriarca Joaquín tuvo María santísima otro nuevo aviso del Señor, declarándole el día y hora en que había de morir, como en efecto sucedió, habiendo pasado sólo seis meses después que nuestra Reina entró a vivir en el templo. Después que Su Alteza tuvo estos avisos del Señor, pidió a los doce ángeles –que arriba he dicho5 eran los que nombra san Juan en el Apocalipsis6 – asistiesen a su padre Joaquín en su enfermedad y le confortasen y consolasen en ella; y así lo hicieron. Y para la última hora de su tránsito envió a todos los de su guarda y pidió al Señor se los manifestase a su padre para mayor consuelo suyo. Concediólo el Altísimo, y en todo confirmó el deseo de su electa, única y perfecta; y el gran patriarca y dichoso Joaquín vio a los mil ángeles santos que guardaban a su hija María, a cuyas peticiones y votos sobreabundó la gracia del Todopoderoso; y por su mandado dijeron los ángeles a Joaquín estas razones:

669. Varón de Dios, sea el Altísimo y poderoso tu salud eterna y envíete de su lugar santo el auxilio necesario y oponuno para tu alma. María, tu hija, nos envía para asistir contigo en esta hora que has de pagar a tu Criador la deuda de la muerte natural. Ella es fidelísima y poderosa intercesora tuya con el Altísimo, en cuyo nombre y paz parte de este mundo consolado y alegre, porque te hizo padre de tan bendita hija. Y aunque Su Majestad incomprensible, por sus ocultos juicios, no te ha manifestado hasta ahora el sacramento y dignidad en que ha de constituir a tu hija, quiere que lo conozcas ahora, para que le magnifiques y alabes y juntes el júbilo de tu espíritu con tal nueva al dolor y tristeza natural de la muerte. María, tu hija y nuestra Reina, es la escogida por el brazo del Omnipotente para que en sus entrañas se vista de carne y forma humana el Verbo divino. Ella ha de ser la feliz Madre del Mesías y la bendita entre las mujeres, la superior a todas las criaturas y sólo al mismo Dios inferior. Tu hija dichosísima ha de ser la reparadora de lo que perdió el linaje humano por la primera culpa y el monte alto donde se ha de formar y establecer la nueva ley de gracia; y si dejas ya en el mundo su restauradora y una hija por quien le prepara Dios el remedio oportuno, parte de él con júbilo de tu alma, y bendígate el Señor desde Sión7 y te constituya entre la parte de los santos, para que llegues a la vista y gozo de la feliz Jerusalén.

670. Cuando los ángeles santos hablaron a san Joaquín estas palabras, estaba su esposa santa Ana presente, asistiendo a la cabecera de su lecho, y las oyó y entendió por divina disposición; y al mismo punto el santo partiarca Joaquín perdió el habla y, entrando en la vereda común de toda carne, comenzó a agonizar con una lucha maravillosa entre el júbilo de tan alegre nueva y el dolor de su muerte. En este conflicto con las potencias interiores hizo muchos y fervorosos actos de amor divino, de fe, de admiración, de alabanza, de agradecimiento y humillación, y otras virtudes ejercitó heroicamente; y así absorto en el nuevo conocimiento de tan divino misterio, llegó al término de la vida natural con la preciosa muerte de los santos8 Su alma santísima fue llevada por los ángeles al limbo de los santos padres y justos; y para nuevo consuelo y luz de la prolija noche con que vivían, ordenó el Altísimo que el alma del santo patriarca Joaquín fuese el nuevo paraninfo y legado de su gran Majestad, que diese parte a toda aquella congregación de justos cómo amanecía ya el día de la eterna luz y era nacida el alba María purísima, hija de Joaquín y de Ana, de quien nacería el sol de la divinidad, Cristo reparador de todo el linaje humano. Estas nuevas oyeron los santos padres y justos del limbo, y con el júbilo que recibieron, hicieron nuevos cánticos de alabanza al Altísimo.

671. Sucedió esta feliz muerte del patriarca san Joaquín medio año –como dije arriba9 – después que su hija María santísima entró en el templo, que eran tres y medio de su tierna edad, cuando quedó sin padre natural en la tierra; y de la edad del patriarca eran sesenta y nueve años, partidos y divididos en esta forma: de cuarenta y seis años recibió a santa Ana por esposa, a los veinte años del matrimonio tuvieron a María santísima, y tres y medio que Su Alteza tenía, hacen los sesenta y nueve y medio, día más o menos.

672. Difunto el santo patriarca y padre de nuestra Reina, volvieron luego a su presencia los santos ángeles de su custodia, que la dieron noticia de todo lo sucedido en el tránsito de su padre; y luego la prudentísima niña solicitó con oraciones el consuelo de su madre santa Ana, pidiendo al Señor la gobernase y asistiese como padre en la soledad que la dejaba la falta de su esposo Joaquín. Envióle también la misma santa Ana el aviso de la muerte, y diéronsele primero a la maestra de nuestra divina Princesa, para que dándole noticia de ello la consolase. Hízolo así la maestra, y la niña sapientísima la oyó con disimulación y agrado, pero con paciencia y modestia de reina, y que no ignoraba el suceso que la refería su maestra por nuevo. Pero como en todo era perfectísima, se fue luego al templo repitiendo el sacrificio de alabanza, humildad, paciencia y otras virtudes y oraciones, procediendo siempre con pasos tan acelerados como hermosos10 en los ojos del Muy Alto. Y para el colmo de estas acciones, como de las demás, pedía a los santos ángeles concurriesen con ella y la ayudasen a bendecirle y alabarle.

Doctrina que me dio la Reina del cielo.

673. Hija mía, repite muchas veces en tu secreto el aprecio que debes hacer del beneficio de los trabajos, que la oculta providencia dispensa con justificación a los mortales. Estos son los juicios justificados en sí mismos, y más estimables que las preciosas piedras y el oro, y más dulces que el panal de miel11, para quien tiene concertado el gusto de la razón. Quiero, alma, que adviertas que padecer y ser trabajada la criatura sin culpa, o no, por ellas, es beneficio de que no puede ser digna sin grande misericordia del Atlísimo; y el dar a padecer por sus culpas, aunque es misericordia, tiene mucho de justicia. Conforme a esto advierte ahora la común insania de los hijos de Adán, que todos quieren y apetecen regalos, beneficios y favores de su gusto sensibles, y se desvelan y trabajan por arrojar de sí lo penoso y prevenir que no les toque el dolor de los trabajos; y siendo así que su mayor dicha fuera buscarlos con diligencia sin merecerlos, la ponen toda en desviar lo que merecen, y sin lo que no pueden ser dichosos ni bienaventurados.

674. Si el oro huye de la hornaza, el hierro de la lima, el grano del molino y del trillo, las uvas de la prensa, todos serán inútiles y no se conseguirá el fin para que fueron criados. Pues ¿cómo se dejan engañar los mortales, suponiendo que estando llenos de feos vicios y abominaciones de culpas, sin la hornaza y sin la lima de los trabajos, han de salir puros y dignos de gozar de Dios eternamente? Si cuando fueran inocentes no eran aptos ni beneméritos de conseguir el bien infinito y eterno por premio y por corona ¿cómo lo serán estando en tinieblas y en desgracia del mismo Dios? Y sobre todo esto los hijos de la perdición emplean todo su desvelo en conservarse indignos y enemigos de Dios y en arrojar de sí la cruz de los trabajos, que son el camino para volver al mismo Dios, la luz del entendimiento, desengaño de lo aparente, alimento de los justos, medio único de la gracia, precio de la gloria y sobre tódo herencia legítima de mi Hijo y mi Señor que eligió para sí y para sus electos, naciendo y viviendo siempre en trabajos y muriendo en cruz.

675. Por aquí, hija mía, has de medir el precio del padecer, que los mundanos no alcanzan; porque son indignos de esta ciencia divina, y como la ignoran la desprecian. Alégrate y consuélate en las tribulaciones, y cuando el Altísimo se dignare de enviarte alguna, procura tú salirle al encuentro, para recibirla como bendición suya y prenda de su amor y gloria. Dilata tu corazón con la magnanimidad y constancia, para que en la ocasión del padecer seas igual y la misma que eres en lo próspero y en los propósitos; y no cumplas con tristeza lo que prometes con alegría12 ; porque el Señor ama a quien es el mismo en dar y en ofrecer. Sacrifica, pues, tu corazón y potencias en holocausto de paciencia y cantarás con cánticos nuevos de alegría y alabanza las justificaciones del Altísimo, cuando en el lugar de tu peregrinación te señalare y tratare como suya con la señal de su amistad, que son los trabajos y cruz de las tribulaciones.

676. Advierte, carísima, que mi Hijo santísimo y yo deseamos tener entre las criaturas alguna alma de las que han llegado al camino de la cruz, a quien pudiésemos enseñar ordenadamente esta divina ciencia, y desviarla de la sabiduría mundana y diabólica, en que los hijos de Adán con ciega porfía se quieren adelantar y arrojar de sí la, saludable disciplina de los trabajos. Si quieres ser nuestra discípula entra en esta escuela, donde sólo se enseña la doctrina de la cruz., y busca en ella el descanso y las delicias verdaderas. Con esta sabiduría no se compadece el amor terreno de los deleites sensibles y riquezas; no la vana ostentación y pompa que fascina los flacos ojos de los mundanos, codiciosos de la honra vana, de lo precioso y grande que lleva tras de sí la admiración de los ignorantes. Tú, hija mía, ama y elige para ti la mejor parte y ser de las ocultas y olvidadas del mundo. Madre era yo del mismo Dios humanado y Señora por esta parte de todo lo criado con mi Hijo santísimo, pero fui poco conocida, y Su Majestad muy despreciado de los hombres; y si no fuera esta doctrina la más estimable y segura, no la enseñáramos con ejemplo y con palabras: ésta es la luz que luce en las tinieblas13 , amada de los escogidos y aborrecida de los réprobos.