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Daniel Marín Arribas: “El liberalismo es tiranía”

Daniel Marín Arribas: “El liberalismo es tiranía”

Javier Navascués, el 3.05.21 a las 8:00 AM

Hablamos brevemente sobre liberalismo con Daniel Marín Arribas, uno de los más relevantes expertos y estudiosos del tema en la actualidad.

Daniel Marín es docente universitario y economista profesional en ejercicio. Asimismo colabora en diferentes medios de comunicación y es miembro de AEDOS (Asociación para el Estudio de la Doctrina Social de la Iglesia Católica). En sus titulaciones avanzadas se encuentra el ser Máster en escuela austríaca de Economía y Máster en Doctrina Social de la Iglesia, además de máster en Psicología y Técnico Superior en control de Gestión por el Colegio de economistas de Madrid.

Académicamente destaca por ser un estudioso experto en la Escuela de Salamanca y el Magisterio de la Iglesia, y conocer en profundidad el pensamiento liberal, de donde nace y crece su labor divulgativa y apostolados católicos. Destacamos su último libro Juan de Mariana y la Defensa de la Cristiandad Hispana.

Para aquellos que no lo conozcan, ¿Cómo se podría explicar brevemente el liberalismo?


El liberalismo es la ideología o esa manera de pensamiento que en resumidas cuentas actualiza el pecado original; por un motivo muy sencillo, porque pone como primacía absoluta de todo a la libertad. Además, no solo la libertad en sí misma en su sentido más original, la libertad rectamente entendida en su sentido pleno, sino la libertad entendida de una manera equivocada, a la manera nominalista.

Quiere decir esto que ellos ponen la voluntad por encima del intelecto y niegan la naturaleza en las cosas, niegan que las potencias del alma tiendan hacia un fin. Niegan que el intelecto tienda hacia la verdad y la voluntad hacia el bien. Para ellos las potencias del alma pueden tender hacia cualquier cosa y esto lo extrapolan a una cuestión jurídica, moral etc. donde la voluntad puede tender al bien y al mal. En esto son como los antiguos nominalistas.

De ahí inducen que esa tendencia tanto al bien como al mal es legítima. He ahí el liberalismo. En resumidas cuentas, como la voluntad está por encima del intelecto, que conoce la verdad sobre lo bueno, y como la voluntad puede hacer el bien y puede hacer el mal, actualiza el pecado original. Colocarse en el mejor de los casos entre el bien y el mal, y en el peor, directamente el mal triunfando sobre el bien, sobre el orden querido por Dios. El primer pecado de Adán y Eva no fue probar del fruto prohibido, sino empezar a dialogar sobre probarlo, colocando el bien al mismo nivel que el mal, el mandato divino al mismo nivel que a la prohibición divina.

¿Cómo explicarlo de manera más sencilla?

El liberalismo no exalta la libertad sino la licencia, como decía el Papa León XIII, o dicho de una manera más actual, el libertinaje. El liberalismo da o tiene potencialidad de dar derechos a todos los males cualesquiera que sean, en virtud de aquella primacía absoluta de la voluntad. De tal manera actualiza el pecado original del cual viene el mundo caído, que lo que provoca a la postre es la apertura de todo tipo de iniquidades, y esto evidentemente tiene consecuencias graves.

¿Dónde reside la maldad del liberalismo?

Es una maldad que no solo se manifiesta por sus consecuencias, sino que es una maldad intrínseca, es el primer pecado del ángel y de Adán y Eva, que es el non serviam. Para esta postura, ya sea en la teoría, pero como mínimo en la práctica, no se reconoce un orden creado, sino que el orden lo crea cada uno con su propia voluntad, y esa es su maldad. Por eso decía el padre Sardá Salvany que el liberalismo es pecado. Yo casi diría que el liberalismo es el pecado, es propiamente el pecado.

¿Cuáles son por tanto las razones de su malicia?

Hay muchas, pero la fundante es la apertura total y absoluta a cualquier tipo de maldad, que eso ya de por sí es una maldad suma; es colectora de todas las maldades porque no tiene resortes para evitar cualquier tipo de mal en cualquier tipo de ámbito.

¿Podría exponer algún ejemplo de las razones de su maldad en diferentes campos?

Por ejemplo, en el ámbito médico, la legalización del aborto o el uso de seres humanos como cobayas de laboratorio, en el ámbito jurídico, la legalización de partidos que apoyan y enaltecen el terrorismo, en el ámbito económico la explotación del hombre, la usura, dar rienda suelta a la crematística, no respetar los deberes dominicales de descanso y devoción etc., en el ámbito político, el que el voto del 50 % +1 permita perpetrar cualquier atrocidad. Lo vemos en la historia con el tema de la esclavitud, pero lo podemos ver en la actualidad, con otras tantas cuestiones. Un liberal capitalista no te perdonaría una subida de impuestos, mientras calla o acepta el genocidio de bebés no nacidos…

¿Y qué podría decir de la lucha de clases?

El liberalismo individualista la crea, y el liberalismo colectivista la promueve. El liberalismo acaba sometiendo a los hombres a la encarnizada hostilidad, porque la armonía entre los seres humanos se debe crear en torno al bien. Pero cuando se discute, en base a esa libertad absoluta, qué es el bien, y en el caso de que tengamos una noción adecuada sobre lo bueno no podamos hacerla efectiva, condena al hombre a ser un lobo para el hombre, a estar en constante desarmonía porque cada uno sigue sus caprichos. Y evidentemente, cuando todos son dioses, manda aquel que más fuerza tiene. El liberalismo es el poder de la fuerza, el poder de la arbitrariedad. Mientras que en un sentido recto de derecho natural prima la armonía en torno al bien. De ahí que se afirme por nuestra escolástica católica, que el bien común nunca se puede contraponer al bien particular.

¿Cómo se ha visto en la historia este último punto que usted indica?

Lo podemos ver fácilmente en el caso de la conquista de los españoles en América, donde primaba la noción de bien y de derecho contra el manifiesto y objetivo poder militar y económico del ejército español frente a los indígenas. Como entre los hispanos había algo mucho más superior que el capricho, Carlos V, en las famosas Juntas de Valladolid, paró la conquista hasta saber qué era lo correcto hacer con esas gentes. De esta manera, el hombre se sujeta a derecho, pero no en un sentido liberal que el derecho es la propia ley emanada del capricho de la muchedumbre, sino el derecho entendido clásicamente como lo justo. Ese es el problema del liberalismo, que condena a la sociedad a la decrepitud, a la decadencia y a estar en constante conflicto entre los hombres. El liberalismo impide algo que es básico para la convivencia social, incluso entre dos amigos, que es el bien común. El liberalismo no entiende de bien común sino de intereses generales, que no dejan de ser al final los intereses particulares del tirano.

¿Podría darnos una última sugerencia?

“Cristiano es mi nombre, y Católico mi apellido. El primero me denomina, mientras que el otro me instituye específicamente”, decía San Paciano de Barcelona en el año 375 d.C. Sugiero a ciertos católicos dejar de colgarse el condenado por la Iglesia y título luciferino de liberal, y ser cristiano católico a secas. Estudiar con nuestros maestros, nuestra doctrina, que tiene toda la riqueza que se puede encontrar fuera, pero mayor y sin error.

Javier Navascués

Categorías : Entrevistas

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