torrededavid
22

Madres de mártires

por Amigos de Irak | diciembre 22, 2018 |

(ADI).- Es de todos conocida la situación de los cristianos en Medio Oriente, especialmente en estos últimos años. La realidad de nuestros hermanos mártires y de tantos confesores de la fe que sufren persecución y muerte por el sólo hecho de ser cristianos. Son los Nazarenos perseguidos.

Es el caso, por ejemplo, de aquellos 21 héroes de la fe, uno de Ghana y el resto de Egipto que fueron raptados por el Estado Islámico en Libia en el 2015, para luego ser decapitados. Miembros de la “hostil Iglesia de Egipto” fue el título que pusieron a su condena.

La valentía de estos jóvenes quedó filmada por los mismos asesinos, y si bien el objetivo original del video fue el de infundir terror, como Dios se ríe de los que planean contra Él (Sal. 2,4), fueron esas mismas imágenes las que provocaron en los cristianos un mayor amor a la cruz y el santo deseo de morir por Cristo, si El lo pidiera.

Todos fuimos testigos del sacrificio y del amor extremo de aquello jóvenes, pero no todos conocen el heroísmo de sus familiares, de sus padres, madres y hermanos, como el caso de la Sra. Izis Gathhas Dawood, madre de Bishoy y Samuel, dos de los mártires coptos.

Su familia, como las demás, estuvo con gran angustia durante los 45 días del secuestro, porque se ignoraba la suerte de sus hijos. Durante ese tiempo se intensificaron las oraciones por ellos. Más tarde, cuando el hijo mayor de la Sra. Izis viajó al Cairo para buscar más información sobre sus hermanos, le dijeron que Bishoy y Samuel habían sido martirizados, junto a Mina, un primo segundo y uno de sus cuñados, Milad.

¿Cuál fue la reacción de esta madre?:“En ese momento – dijo la Sra. Izis – nos sentimos aliviados porque fueron fieles a su fe. No les hicieron nada, fueron fieles a su fe”.

Alguno podría preguntarse, ¿Cómo que no les hicieron nada? Fueron humillados y asesinados con gran crueldad… Si, es así, pero para esta madre allí no terminaba todo…

En su mente y corazón, el Estado Islámico “no pudo hacerles nada” a sus hijos, sencillamente porque al permanecer fieles a su fe, al dar testimonio de Jesucristo y no renegar de su fe; ni el Daesh ni el Diablo, pudo tocar sus almas, y por ello, se ganaron el Cielo.

Sus hijos junto a los demás compañeros, arrodillados en la arena instantes antes de ser decapitados, aparentemente vencidos e impotentes, invocaron al Señor pidiendo su gracia (así se puede escuchar con claridad en el video), por eso fueron más fuertes que sus verdugos, porque confiaron en las promesas del Hijo de Dios que dijo: “Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32-33).

¡Cuán dolorosa y agradable a Dios debe haber sido la oración de las madres de estos mártires durante esos días en que sus hijos permanecieron en cautiverio! ¡Cuántas lágrimas derramadas por ellos, para que fueran liberados y regresaran a casa; y para que si les llegaba el momento de dar testimonio de su fe, se mantuvieran fieles y no renegaran de Nuestro Señor!

Y Dios escuchó esos gemidos maternales, quizá en honor de la Madre del Mártir del Calvario, que estuvo de pie ante la cruz, ofreciéndose junto con su Divino Hijo aquel Viernes Santo, para que otras madres pudieran estar de pie, junto a la cruz de sus hijos fortaleciéndolos con sus oraciones y lágrimas.

Dios escuchó las plegarias que subían desde el corazón de estas madres sencillas y al mismo tiempo tan doctas en su fe; de estas madres tan ardientes en su amor, que ellas mismas hubieran estado dispuestas a dar la vida por Cristo junto a sus hijos en aquel trágico momento.

La madre de Bishoy y Samuel, no sólo estaba orgullosa de sus hijos sino que perdonó a sus asesinos. Cuando le preguntaron qué haría si llegaran miembros del ISIS, respondió que los haría pasar a su casa, les ofrecería té y rogaría al Señor para que abra sus mentes y sus corazones. Y cuando le preguntaron: “¿No tiene miedo de que vengan miembros del Estado Islámico y le hagan lo mismo que le hicieron a sus hijos? Respondió con toda serenidad y convicción: ¡No! ¿Por qué? Si mis hijos no temieron, por qué habría de temer yo?”. Ésta es la fe y el temple heroico de nuestros hermanos perseguidos en Medio Oriente.

Bien se podría aplicar a esta mujer, como a tantas otras que están en la misma situación, el elogio que hace la Sagrada Escritura a la Madre de los Macabeos, que sufrió el martirio de sus siete hijos y fue animando uno a uno para que se mantuvieron fieles a la ley del Señor, aun sabiendo la suerte terrible que les esperaba; hasta que ella misma entregó su vida junto a ellos.

Dice así, el texto sagrado: “Admirable de todo punto y digna de glorioso recuerdo fue aquella madre que, al ver morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día, sufría con valor porque tenía la esperanza puesta en el Señor. Animaba a cada uno de ellos en su lenguaje patrio y, llena de generosos sentimientos y estimulando con ardor varonil sus reflexiones de mujer, les decía: “Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes” (II Macabeos, 7, 20-23).

Ni siquiera flaqueó ante el hijo más pequeño, cuando instada por el Rey para que lo convenciera de transgredir la ley de Dios, se inclinó sobre él y burlándose del cruel tirano, le dijo en su lengua materna:

“Hijo, ten compasión de mí que te llevé en el seno por nueve meses, te amamanté por tres años, te crié y te eduqué hasta la edad que tienes (y te alimenté). Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia. No temas a este verdugo, antes bien, mostrándote digno de tus hermanos, acepta la muerte, para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en la misericordia” (II Macabeos 7, 27-29).

Pero estas madres heroicas no sólo se encuentran en Medio Oriente. Hoy existe un gran ejército de mujeres que ofrecen sus oraciones y sacrificios por la perseverancia y santidad de sus hijos religiosos y sacerdotes, y por el aumento de las vocaciones.

Bien se las puede comparar a las madres de esos mártires, porque los hijos de ellas fueron elegidos por Dios para dar la vida cruentamente en un momento; y estas mujeres que forman hoy el grupo de oración de las 40 horas, son madres de quienes fueron llamados por Dios para ofrecer su vida en holocausto día a día, porque en virtud de los votos religiosos se entrega a Dios todo lo que uno posee, sin reservarse nada: por el voto de castidad, el bien propio del cuerpo y su corazón; por el voto de pobreza, los bienes externos; y los bienes del alma por el voto de obediencia.

Y todo esto no en un sentido negativo, sino como respuesta a un Amor supremo, como afirmaba S. Juan Pablo II: “La experiencia del amor gratuito de Dios es hasta tal punto íntima y fuerte que la persona experimenta que debe responder con la entrega incondicional de su vida, consagrando todo, presente y futuro en sus manos. Precisamente por esto, siguiendo a Santo Tomás, se puede comprender la identidad de la persona consagrada a partir de la totalidad de su entrega, equiparable a un auténtico holocausto”[1]

Quiera Dios darnos santas mujeres que uniendo un temple viril a su ternura femenina, sepan animar a sus hijos sacerdotes y religiosos, por medio de sus oraciones y sacrificios, no a vivir su consagración de un modo mediocre, sino a ser santos, porque el mundo necesita santos y mártires que den testimonio del infinito Amor del Corazón de Jesús, que estén dispuestos a consolarlo y dar la vida por Él a cada instante… Y ¿por qué no? a derramar su sangre como sus testigos, si el Señor les concediera este privilegio.

Difundamos este hermoso Proyecto de las 40 horas, con la esperanza puesta en la promesa del Señor: “Si permanecéis en Mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará” (Jn 15,7). Recordemos que la oración también puede ofrecerse al Señor por medio de una obra de caridad o un trabajo ofrecido en ese horario con esta intención: el aumento, santidad y perseverancia de las vocaciones sacerdotales y religiosas.

Que la Santísima Virgen, Reina de los mártires, Madre de los sacerdotes y de las vocaciones consagradas, nos conceda la gracia de continuar difundiendo esta hermosa obra para el bien de las almas y la mayor gloria de Dios.

[1] S. Juan Pablo II, Vita Consecrata, N° 17.