La historia de Jesús reescrita por un gran historiador. No contra, sino “junto” al Jesús de la fe
La historia de Jesús reescrita por un gran historiador. No contra, sino “junto” al Jesús de la fe
Por Sandro Magister | 22 marzo, 2019
Hay libros que hacen historia, o sea, constituyen un giro sustancial en su respectivo campo de estudios. El último ensayo de Giorgio Jossa, docente di Historia de la Iglesia antigua en la Universidad Federico II de Nápoles e investigador de primer nivel de la figura de Jesús, es uno de estos libros:
En este ensayo suyo, Jossa intenta dar una respuesta fundamentada históricamente a la pregunta que Juan el Bautista dirigió a Jesús – “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” – y que el mismo Jesús planteó a sus discípulos: “¿Pero ustedes quien dicen que soy yo?”.
La respuesta que dan los Evangelios es la de la fe. Pero Jossa quiere responder, precisamente, como historiador. Y es aquí que él se enfrenta con ese problema que Joseph Ratzinger, en el prólogo a su libro “Jesús de Nazareth”, ha definido como “dramático”: es el corte entre el “Jesús histórico” y el “Cristo de la fe”, corte que se ha tornado cada vez más profundo en la gran cantidad de estudios de las últimas décadas.
El perfil de Jesús que resulta de estos estudios históricos, en efecto, es “muy demacrado” e incluso “decepcionante”, hace notar Jossa. Es impresionante, por ejemplo, la distancia entre la imponente vastedad del “repensamiento del Jesús histórico” en los cinco gruesos volúmenes publicados hasta ahora por John P. Meier y el esquelético retrato de Jesús – ”Un judío marginal”, título de toda la obra – que es el resultado.
De aquí los recientes intentos de algunos eruditos creyentes de dar mayor consistencia histórica al relato de los Evangelios. Jossa cita entre ellos al biblista inglés James D.G. Dunn y al mismo Ratzinger. Pero confiesa que no comparte su preocupación.
A juicio de Jossa la diversidad entre el Jesús histórico y el Cristo de los Evangelios no es de por sí “dramática” para la fe: “Lo que no se puede aceptar desde la fe, en efecto, es solamente que el Jesús histórico, que es el intento legítimo de conocer a Jesús sin el auxilio de la fe, pretenda ser el criterio de verdad del Cristo de la fe”.
El Jesús histórico – sostiene Jossa – no es antitético al Cristo de los Evangelios. Más bien “se coloca primero y junto al Cristo de la fe, como su interpretación diferente, no es una prueba, sino un signo, un signo ambivalente de su identidad mesiánica: una pregunta inquietante que exige una respuesta, la cual puede ser de fe o de incredulidad”.
Es la misma pregunta inquietante que Jesús planteó a sus discípulos y que da el título al libro, pero que antes también Juan el Bautista había planteado a Jesús, pregunta que Jesús había respondido de este modo: “Vayan a contar a Juan lo que escuchan y ven: los ciegos recuperan la vista, los rengos caminan, los leprosos son purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia la buena noticia a los pobres”.
Comenta Jossa:
“Jesús no afirma que es el Mesías, ni tampoco lo niega. Por el contrario, afirma que están todos los signos que según la profecía acompañan la venida del reino de Dios. No son pruebas, sino signos, signos no evidentes que deben ser interpretados. Está en Juan el Bautista decidir si él es Mesías, y no sabemos si Juan lo ha hecho”.
Pero la gran novedad del ensayo de Jossa no está solamente en esta recomposición del nexo entre el Jesús histórico, “judío”, y el Jesús de la fe, “cristiano”, sino también en una nueva reconstrucción histórica de la experiencia pública de Jesús.
Respecto a la casi totalidad de los expertos que se han abocado antes que él a esta tarea, cada uno de los cuales ha trazado un perfil fijo y unitario del Jesús histórico – de revolucionario antirromano o de dócil moralista o de cualquier otra cosa – Jossa ha captado en la vida pública de Jesús un desarrollo dinámico, una historia con desarrollos sustanciales.
Este libro suyo es un recorrido original, documentadísimo e irresistible en el descubrimiento de esta evolución terrena de Jesús, de una etapa a la otra, entre éxitos y fracasos, hasta el epílogo del proceso y condena.
Un libro para leer en su totalidad. Y del que esta página conclusiva es una muestra, con las etapas principales de la vida pública de Jesús reconstruida con los criterios de la historia y sintetizadas aquí como en un índice.
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(Del capítulo final: “Conclusión. Un perfil histórico esencial de Jesús”, pp. 332-333)
Jesús ha comenzado su misión pública como discípulo y colaborador de Juan el Bautista en Judea. Compartió entonces al comienzo las posiciones escatológicas y apocalípticas sobre el juicio inminente de Dios y la necesidad de la penitencia y del bautismo, y probablemente también la espera de una figura mesiánica encargada del juicio.
Pero en el arresto de Juan, o quizás ya antes, dio vida en Galilea a un ministerio autónomo muy diferente del ministerio del Bautista, centrado en el anuncio de la venida inminente del reino (terrenal) de Dios y acompañado de una intensa actividad taumatúrgica.
El éxito inicial de esta actividad lo convenció que la venida del Reino está realmente cerca y que su acción constituía el comienzo misterioso.
Esto lo impulsó a asumir posiciones muy personales y radicales respecto a la ley mosaica y a presentarse como el último y decisivo enviado de Dios antes del advenimiento de su Reino.
Después de un casi un año de predicación en Galilea concluido con un fracaso insustancial, decidió entonces ir a Jerusalén para enfrentarse directamente con las autoridades judías.
Pero en Jerusalén se precipitaron los eventos. A las críticas religiosas de los fariseos se agregaron las críticas, ahora también políticas, de los sumos sacerdotes, y Jesús comprendió que el advenimiento del Reino de Dios no estaba tan próximo como había esperado y que Dios quería que antes él experimentara la muerte.
Por ese motivo retomó la predicación del Bautista sobre el juicio y la conversión, con referencia a la figura apocalíptica del Hijo del hombre.
En la última cena celebrada con los discípulos en la vigilia de la Pascua reafirmó su fe en el advenimiento del Reino (celestial) de Dios y señaló en la nueva alianza de Dios con su pueblo, rubricada con su sangre, el valor teológico de su muerte inminente.
Y en el proceso frente al Sanedrín judío habló de su venida gloriosa como Hijo del hombre, testigo decisivo en el juicio de Dios.