La inquebrantable Roca de Pedro

PABLO VI, AUDIENCIA GENERAL, 3 de abril de 1968.

El testimonio de Pedro a través de los siglos.


EL FUNDAMENTO DE INCOMPARABLE SEGURIDAD

Amados hijos e hijas.

En primer lugar: a vosotros, queridos estudiantes que hoy ocupáis los primeros puestos en esta gran audiencia, se dirige nuestro pensamiento, que tendría muchas cosas que deciros, y nuestra palabra, que en cambio quiere ser sencilla y breve pero importante para vuestra formación intelectual, como para la de cualquiera de nuestros oyentes.

Os haremos una pregunta: ¿habéis comprendido el significado del nombre simbólico de Pedro, dado por Jesús a su discípulo principal Simón, hijo de Jonás: «Yo te digo que te llamarás Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt.16, 18), es decir, la sociedad de aquellos que creen en mí y están reunidos en mi nombre, fundada sobre ti? Es claro el concepto que Jesús quiso expresar, aunque bien mirado sea tan complejo y profundo, el concepto de solidez, de fijación, de permanencia, digamos de inmovilidad. Jesús, al dar a Simón hijo de Jonás -un buen hombre, pero por lo que sabemos de él, un hombre entusiasta y mudable, generoso y tímido- el título, o más bien el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener, como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco, asoció el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio.

LA VOLUBLE INESTABILIDAD DE LA CULTURA MODERNA

Pensadlo bien. Nos encontramos ahora sobre la tumba de Simón convertido en Pedro. Recordamos y experimentamos la verdad de la palabra fundadora de Jesús: aquí esa piedra (también imagen y procedencia de esa otra piedra, la piedra angular, el centro, la base, la fuerza de todo el cristianismo, que es el mismo Cristo), esa piedra, decimos, sigue siendo sólida, firme, segura. Es un prodigio histórico, psicológico y teológico maravilloso. Es una prueba, que podríamos decir experimental, de otra palabra profética y solemne de Jesús: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt. 24, 35). Y este hecho singular reviste una particular importancia precisamente para vosotros, queridos hijos, que como estudiantes, y para todos vosotros como estudiosos, bajo el aspecto pedagógico e ideológico, sois buscadores de la verdad. ¿Qué es el estudio si no una búsqueda de muchas bellas y maravillosas verdades? ¿Pero qué os dice al respecto la mentalidad moderna, sin excluir la científica? Os dice que la verdad no es inmóvil, no es definitiva, no es segura; tanto es así que hoy se define la escuela más como búsqueda de la verdad, que como posesión y conquista de la verdad. De hecho: todo cambia, todo progresa, todo se transforma; el pensamiento humano se caracteriza por su movimiento, por su proceso histórico, por el llamado historicismo, erigido en sistema hasta hacer del tiempo el generador y devorador de las verdades que la escuela va paulatinamente enseñando; la «cronolatría» domina la cultura, con este resultado, que nada es seguro, nada estable, nada digno de ser aceptado y creído como valor al que se pueda confiar la guía y el sentido de la vida.

LÍMPIDA Y GENUINA SEA LA ENSEÑANZA RELIGIOSA

Este fenómeno invade también el campo religioso, que muchos quisieran someter a una revisión radical, tratando de despojarlo de aquellos dogmas, es decir, de aquellas enseñanzas, que parecen anticuadas y superadas por el progreso científico, e incomprensibles al pensamiento moderno. En un intento de dar a la religión católica una expresión más acorde con el lenguaje moderno y la mentalidad corriente, es decir, de «aggiornar» [=actualizar] la enseñanza religiosa, a menudo, por desgracia, se subvierte su íntima realidad, y se intenta hacerla «comprensible» cambiando primero las fórmulas que la Iglesia-Maestra ha cubierto y cuasi sellado para que atraviese los siglos conservando celosamente su identidad, y alterar luego el contenido mismo de la doctrina tradicional, sometiéndola a la ley dominante del historicismo transformador. De forma que la palabra de Cristo no es ya la Verdad, que no cambia y que permanece siempre idéntica e igual a si misma, siempre viva, siempre luminosa, siempre fecunda, aunque con frecuencia superior a nuestra comprensión racional; sino que se reduce a una verdad parcial como las otras, que la mente mide y modela dentro de sus propias fronteras, dispuesta en la siguiente generación, a darle otra expresión, conforme a un libre examen, que la vacíe de toda autoridad objetiva y trascendente.

EL CONCILIO NOS PRESENTA LA VOZ INFALIBLE DE JESÚS EN EL SUCESOR DE PEDRO

Se dirá que el Concilio ha iniciado y autorizado tal tratamiento de la enseñanza tradicional. Nada más falso, si queremos remitirnos a las palabras magistrales del papa Juan, nuestro venerable predecesor, e inventor, si es lícito expresarnos así, de aquel «aggiornamento» [=actualización], en nombre del cual no pocos se atreven a someter el dogma católico a peligrosas y a veces temerarias interpretaciones y deformaciones. El papa Juan proclamó, en el famoso discurso inaugural del Concilio Ecuménico Vaticano II, que el Concilio tenía que reafirmar toda la doctrina católica «nulla parte inde detracta», sin detrimento de ninguna parte, y también debía buscar el modo mejor y más conforme a la madurez de los estudios modernos para darle una expresión nueva, más adecuada y profunda (cf. A. A. S. 1963,791-79). Así pues la fidelidad al Concilio nos exhorta, por un lado, a un nuevo y sagaz estudio de las verdades de la fe, por otro, nos remite a aquel testimonio inequívoco, perenne y consolador de Pedro, que Jesús quiso fuera su voz infalible en el seno de su Iglesia, como garantía de la estabilidad de la fe y casi como desafío contra la capacidad arbitraria y consumidora del tiempo.

Por lo tanto, queridos hijos e hijas, que venís a declarar sobre la tumba de la piedra inquebrantable el acto confiado y filial de vuestra adhesión a la verdadera fe católica, sentís, al mismo tiempo, la fuerza que emana de su estabilidad y que sostiene, también para nuestro siglo, la vitalidad siempre fecunda y gozosa de la palabra de Cristo. Y para que ninguno os perdáis esta maravillosa doble experiencia espiritual, os damos de todo corazón nuestra bendición apostólica.

Fuente: w2.vatican.va/…/hf_p-vi_aud_196…

Traducción por Corazón Católico.
eucarandal
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Padre, perdónalos porque no saben lo que dicen
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