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La profunda reflexión de un cómico: la confesión no sustituye la terapia... pero al revés tampoco

Jeremy McLellan es un divertido monologuista católico

La profunda reflexión de un cómico: la confesión no sustituye la terapia... pero al revés tampoco

Jeremy McLellan, en uno de sus shows. Foto: Youtube, Students for Liberty, 2016.

ReL

23 octubre 2020
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Superación personal
Sacramentos de la Iglesia

Jeremy McLellan, 35 años, creció en Charleston (Carolina del Sur) en una familia presbiteriana, pasó un tiempo en El Arca conviviendo con personas con discapacidad intelectual, y al terminar sus estudios empezó a triunfar como monologuista cómico en bares y encuentros de la ciudad.

Posteriormente converso al catolicismo, Jeremy ha tenido mucho éxito sin embargo en círculos musulmanes e hizo una gira por Pakistán. Se ha ido labrando así un buennombre profesional que le llevó a recibir muy buenas críticas en el Festival Internacional de la Comedia Just for Laughs celebrado en Montreal (Canadá) en 2017.

En Catholic Herald ha publicado una interesante reflexión, con sus toques de humor, sobre las diferencias entre la confesión sacramental y la terapia psicológica, en ocasiones, sostiene, indebidamente relacionadas (los ladillos son de ReL):

La confesión no es un sustituto de la terapia (o viceversa)

Cada pocas semanas veo el mismo tuit. El último sirve de ejemplo típico: "No vayas a terapia; confiésate. Serás mucho más feliz".

Bien, una persona caritativa puede interpretar esto en el sentido de que mucha de nuestra infelicidad es resultado del pecado humano, que la terapia sin arrepentimiento solo tiene como resultado más tristeza. Y tendría razón.

Por desgracia, no soy una persona caritativa. Seguramente me confesaré de ello.

Porque lo que sugiere este tuit no es solo confusión sobre los distintos papeles del terapeuta y el sacerdote, sino confusión sobre los conceptos de salud mental y pecado, una confusión que, me temo, es demasiado habitual en la Iglesia hoy en día.

Me gustaría aclararlo. Pero antes de hacerlo, debería usted saber que no soy ni terapeuta ni sacerdote. Soy un cómico, lo que significa que soy ambas cosas, un enfermo mental y un pecador, por lo que tengo amplia experiencia con terapeutas y sacerdotes. Lo que sé es que, con el enfoque que planteo más adelante, ambas prácticas pueden reforzarse mutuamente.

En busca de un buen terapeuta

El mejor modo de pensar en la terapia es que entrena la virtud de la prudencia. Josef Pieper define la prudencia como la habilidad de percibir la realidad de manera objetiva y de actuar de acuerdo con dicha realidad. Es sinónimo de salud mental. La enfermedad mental, por otra parte, es la incapacidad de percibir la realidad y actuar adecuadamente. Muchos factores, a saber: los traumas pasados, las distorsiones cognitivas, los malos hábitos, un razonamiento errado, la genética, el abuso de sustancias, etc., pueden inhibir la propia capacidad para comprender el mundo y moverse en él.

Tratar esto le hará feliz. Pero primero tiene que encontrar a un buen terapeuta. La terapia no funcionará a no ser que su terapeuta sea excepcionalmente prudente, a no ser que vea el mundo correctamente y le ayude a navegar en él.

Encontrar uno puede ser difícil. En una ocasión yo estaba intentando ahorrar dinero, por lo que fui a una escuela psiquiátrica donde pueden hacer prácticas contigo (esto no funciona con la confesión). Mi terapeuta en formación era más joven que yo y me preguntó sobre mi madre. Le hablé de ella. Entonces ella empezó a hablar sobre su madre durante treinta minutos, tras lo cual la sesión terminó. Salí confuso. ¿Consigo créditos universitarios por eso? ¿Soy ya un terapeuta?

Woody Allen en el psicoanalista, en "Bananas" (1971), dirigida por él mismo.

Por consiguiente, ¿qué es lo que está usted buscando? Para los católicos, lo más importante en un terapeuta es que no piense que las creencias religiosas son un mero epifenómeno de las cuestiones psicológicas. Es una cualidad rara entre los terapeutas que no son religiosos, pero marca una gran diferencia. No que ambas cosas no estén relacionadas. Puede ser verdad que usted crea en un Dios afectuoso porque su padre no lo era. Pero también se podría decir que los padres deben ser afectuosos porque Dios lo es. Asimismo, mi devoción por María puede ser el resultado de un trauma infantil, pero si lo que afirmo sobre la realidad es verdad, entonces soy exactamente el tipo de persona a quien María, con razón, consolaría.

Mi terapeuta lo entiende. Conozco a otras personas con las que puedo hablar, pero no es lo mismo. De hecho, he llegado a creer que un terapeuta es alguien a quien le pagas cien dólares a la hora para que hable contigo sin que esté mirando su móvil.

Por consiguiente, ¿cómo funciona la terapia? La prudencia es imposible sin una buena memoria. Al contarle a tu terapeuta tus historias importantes y al investigarlas por partes que cree que están distorsionadas, aprendes a recordar de manera más veraz. Los hechos traumáticos tienen un modo de cerrar el propio acceso a la realidad porque sentimos la necesidad de protegernos. Al disponer de un lugar seguro donde poder hablar sobre hechos y sentimientos incómodos, aprendes a ser más abierto de mente sobre el modo de ser de las cosas y cómo deben ser. La ansiedad por el futuro no desaparece, pero ya no te impide tomar decisiones.

En qué ayuda la confesión

Esto no solo te hace mejor persona, sino que te hace mejor católico. Ser más prudente ayuda en el ejercicio de las otras virtudes y te mantiene alejado del pecado. Un sacerdote puede absolverte de tus pecados, pero no puede arreglar las distorsiones cognitivas que dan lugar a las ocasiones de pecado.

Hay otras diferencias, también. La confesión es breve porque los pecados son aburridos. La terapia es larga porque tus pecados son interesantes. En la confesión, el sacerdote actúa in persona Christi. En la terapia, el terapeuta actúa "in persona de tu madre/tu padre/el acosador del instituto". La terapia cuesta cien dólares. La confesión cuesta unos diez Ave Marías, lo que son unos diez dólares per María.

Para mí la confesión es terapéutica en un sentido. En nuestra cultura no faltan personas que quieren que te sientas bien por el pecado y mal por cosas que no son culpa tuya. Pero al confesar tus pecados de manera objetiva, no solo aprendes a sentirte culpable por los pecados, sino que aprendes a no sentirte culpable por cosas que no son pecado.

Espero que haya encontrado todo esto útil. Espero que si usted siente que no es capaz de ver el mundo claramente y actuar con virtud en él, vaya a terapia. Cuando fracase, espero que se confiese. Pero lo más importante, espero que le diga al Herald que debo seguir escribiendo cosas como esta para poder seguir pagándome la terapia.

Traducido por Elena Faccia Serrano.