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"La piedra que desecharon los arquitectos..." (Mt 21, 42)

José Luis Aberasturi, el 30.05.20 a las 7:00 PM

Esta es la crisis de Fe en/de la Iglesia, por obra y gracia de eclesiásticos de todo rango, pelaje y motivación, que de todo hay en la viña del Señor: han despreciado al mismo Jesucristo, la verdadera y única PIEDRA ANGULAR de la Iglesia y, por tanto, del mundo. Bien entendido este, como lugar teológico del encuentro del hombre con Dios. Y sin ninguna otra connotación.

Por descontado: no hay ningún otro sitio en el que buscar y presentarnos para este encuentro: porque ya nos ha puesto el Señor en él.

Como decía santa Teresa de Jesús a sus monjas: “El Señor está también entre los pucheros”. O, como afirmaba san Josemaría, Fundador del Opus Dei, con una rotundidad de Fe: “No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca”.

Ni que decir tiene, por supuesto, que Jesucristo es la piedra angular de todo hombre. Claro que primero hay que conocerlo y quererle. Para esto, tratarle. Y, nunca, arrojarlo lejos de nosotros.

Pero tal como están las cosas, ¿qué pasa? Pues que lees o escuchas las declaraciones más “motivadas” de los jerarcas más puestos al día, y… ¡es que ni nombran a Jesús! Un ejemplo: un señor obispo español larga: “En la Iglesia deberíamos mirar en primer lugar a los últimos”. No te digo…

Declarada que, aparte de no decir nada -excepto hacer poesía: sonar suena bien y además se lleva este género-, tampoco acaba de concretar nada eso sí: desdeña o, como mínimo, ningunea y “olvida” a Jesús -¿de intento? ¿lapsus?- como el primer lugar al que mirar en y desde la Iglesia. Y desde donde puedan mirar, y escuchar y hablar con Él, en la propia Iglesia. Y así nos va, y les va. ¡Es que ni se acuerdan de que existe!

Y mira que Jesús -ahí está toda la Biblia, también para los miembros de la Jerarquía Católica- es claro y rotundo al respecto. Copio: Jesús es la piedra que desechásteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos (Hch 4, 10-12).

Y esto no va como reproche, no: va como lo siguiente. Es lo que responde Pedro ante los principales de los sacerdotes judíos que pretendían prohibirles, a él y a todo el Colegio Apostólico, que siguiesen hablando de Jesús nada menos: del Señor su Dios.

No era nada nuevo en boca de Dios, porque ya el Salmo 117, decía lo mismo: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. E Isaías también lo había anunciado.

Lo que sucede es que todos los errores -todas las herejías- se repiten, porque están todos inventados. Se repiten por los que quieren hacerlo. Porque también podrían aprender de ahí, y rechazarlos.

Nuevo ejemplo, absolutamente real. En tantas instituciones eclesiales o de manifiesta orientación católica, se está “invitando” a dar conferencias, coloquios y tal, a personajillos que nadie invitaria ni a su casa, ni se los presentaría a sus hijos. De entrada, porque hacen y viven oficialmente como no-católicos, cuando no como anticatólicos, de lo que presumen. También cobran oficialmente, y de los buenistas de turno, o sea, de los que les invitan.

Esto, ¿a qué viene? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué pueden aportar a lo que en esas instituciones se pretende -o se ha pretendido hasta no hace mucho-, y como su mejor seña de identidad, hacia dentro y hacia fuera de ellas mismas? Precisamente por eso, son muchos los padres que envían ahí a sus hijos: porque presumen, y por eso les otorgan toda su confianza, que eso no les va a alcanzar a ellos.

Da la impresión de que los mandamases de esas “cosas", antes perfectamente perfiladas y defendidas como católicas, ahora prefieren el “antes malos, a que nos llamen tontos; y aunque nos lo llamen hipócritamente, o a ver si picamos y cedemos”. Me da que no esquivan ninguna de las dos cosas y se llevan las dos a la vez.

Pero, de este modo y con esa falta de coherencia, que hace traición a la bandera que hace años levantaron y a las familias que en ellas han confiado, se ponen ellos mismos la fecha de caducidad a sus medios y a sus fines: ¡ya han caducado” Ya han dejado de ser lo que habían sido. Aparte el “mal objetivo” que siembran en almas y conciencias con esos “buenismos” irracionales y anticatólicos.

Siempre ha habido voces que han alertado: la Voz del Señor no se ha empequeñecido. Ya en 1970, a los cinco años de acabado el Concilio -o sea: casi calentito todavía-, el cardenal J. Ratzinger ya advertía públicamente, viendo -e intuyendo también, con “vista larga": la de los santos-, la deriva que se empezaba a producir por y desde las altas esferas eclesiales:

“Esta [la Iglesia] vive como Iglesia en la medida en que renueva sin cesar su conversión al Señor, al evitar cerrarse en sí misma y en sus propias costumbres más queridas, tan fácilmente contrarias a la verdad.

>Cuando la reforma es arrancada de este contexto, del esfuerzo y el deseo de conversión, cuando se espera la salvación solamente del cambio de los demás, de la transformación de las estructuras, de formas siempre nuevas de adaptación a los tiempos, quizá se llegue de momento a cierta utilidad inmediata, pero en el conjunto la reforma se convierte en una caricatura de sí misma, capaz de cambiar únicamente las realidades secundarias y menos importantes de la Iglesia”
. ¡Admirablemente profético!

Todo esto es lo que ha pasado y pasa. Un ejemplo, tan absolutamente desgraciado como absolutamente real, lo tenemos en la Iglesia Católica de Alemania donde el chorreo de pérdida de fieles está en proporción directa a los dinerales que ha generado, y al “sínodo” que está cocinando.

Pero vamos: que sucede lo mismo, salvo pequeñas diferencias que no modifican casi nada ni los métodos ni el resultado, en casi todas las Diócesis del primer mundo: se han descristianizado, y a la carrera. “¡Tonto el último!", creo que es lo que gritaban. Como críos…

Tras el CV II, el “aggiornamento", la “apertura” y el “diálogo” con el mundo, sin siquiera definir o concretar qué significaba lo del “mundo": si se tomaba en la tradición de “los enemigos del hombre"; o si se trataba simpliciter de la “gente"; o si eran las flores, el aire y la amazonia…

Nada digamos de la tan traída y llevada “reforma litúrgica", o el famosísimo “ecumenismo", o el silencio sobre el marxismo y el modernismo… Todo eso, y alguna cosa más de menor importancia a mi juicio, se cargó lo mejor de la Iglesia, y se “infectó” de lo peor del mundo mundial.

Porque todos los “tics” de los gobiernos y de los políticos; todos los “mantras” de la kultura, todas las incertidumbres y las dudas, todos los vicios, todo el secularismo y la descristianización del mundo y de las gentes… están presentes, han echado raíces, se recogen tal cual en la Iglesia Católica a día de hoy, por personas, instituciones y documentos. Salvados todos los oasis que existen en Ella, tanto a nivel personal como institucional, que claro que los hay.

En mi opinión, es como si el Señor hubiese “permitido” [uso esta palabra con todas las cautelas que sean precisas; y todas son pocas] todo esto, todo este desmadre que ha saltado a la luz en los últimos siete años más o menos, para una sola cosa: para que cada uno, personalmente en muy primerísimo lugar, sin escudarse en Instituciones y estructuras -luego ya sí, claro: porque, purificadas, sirven como el aire para respirar-, se moje, se defina, se posicione, abandone lo católico-sociológico y el costumbrismo religioso, se forme a conciencia y la conciencia, y se decida a ir a por Jesucristo con todas las veras del alma. ¡Personalmente! Porque la santidad es personal. Y es vida interior: trato personal con el Señor.

Y con todos los medios que tenemos en la Iglesia, que los tenemos todos
.

Por tanto, este es el remedio de los remedios: mirar de nuevo a Jesucristo. Buscarle con hambre y con sed. Y no hay otro remedio, porque no puede haber otro. Mirarlo con nuestros ojos, leerle en los Santos Evangelios y en los Santos con nuestro corazón, hablarle con nuestra boca, escucharle con nuestros oídos… Ante el Sagrario siempre que nos sea posible; si no, desde cualquier lugar y con cualquier ocasión.

Para esto: acudir a las aguas limpias de la Escritura y del Magisterio perenne de la Iglesia Santa. Con DISCERNIMIENTO: para ser católico y vivir en católico, lo primero es “tener cabeza". Creo que hoy es más importante que nunca en la Vida y la Historia de la Iglesia Santa.

Luego, aspirar y luchar por “SER MAYORES de EDAD” en la Iglesia Católica: ¡ya está bien de esperar que todo nos lo den por el pasapuré y “de gratis” [es una broma la expresión, no la idea]: san Pablo nos animaba a ello…, esforzándonos personalmente en “ver, oír y entender” -es lo que nos dice Jesucristo-, además de empujarnos a ¡MOJARNOS! personalmente: “¡El que quiera entender, que entienda…!”, nos decía. El que te diga lo contrario…, tú mismo.

Además, hacernos muy rezadores, especialmente a nuestra Madre Santa María, acudiendo a su intercesión. Y a san José. Y a todas las devociones que tengamos, que todas serán siempre pocas.

Y, por último, pero es lo primero en sí mismo: frecuentar los Sacramentos. Muy en especial, la Confesión. Y la Confesión frecuente. Sin ella, nos quedaríamos sin la Comunión; y, por tanto, sin Jesucristo.

Pero siempre con esta “precaución” imprescindible: todo, antes/durante/después de una buena “cura de desintoxicación": ¡a fondo! ¡Hay que “resetearse"! [perdón por el palabro] Porque la cizaña lleva sembrada mucho tiempo en nuestras vidas, aunque no nos hayamos dado cuenta siquiera; y también echa sus semillas, que brotan nuevamente cada año y en más abundancia que el anterior. Y “lo católico” está ya muy desdibujado, cuando no viciado, en tantas almas de todo pelaje.

Para esto último, no nos puede faltar el buscarnos, y pedir al Señor la Gracia de encontrarlo, un “buen pastor”, que los hay: porque no todos valen. Máxime cuando nos jugamos la felicidad terrena y eterna. Más la de todos los nuestros.

Y está en juego la salud y el futuro de la Iglesia que, siendo fiel a Jesucristo, siempre descansa también en la santidad de sus hijos. La Iglesia, como buena Madre, solo tiene sentido para que “sus” hijos sean SANTOS.

Amén.

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victos santiago
Este sacerdote habla claro y directo, eso es difícil de encontrar y se agradece.