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Santidad, hable con ellos

Por Carlos Esteban | 14 noviembre, 2019

¿Quién -sobre todo, qué cristiano- puede estar contra la misericordia, que todos necesitamos como el comer? ¿Quién puede ponerle pegas al diálogo, así, en abstracto? ¿Quién se opondrá a una escucha atenta?

Son las expresiones fetiche de este pontificado y, concluye el guardián de la revolución, quien tiene un ‘pero’ que oponer a la revolución pastoral de este pontificado es enemigo de todas esas cosas maravillosas. Es un cerril, con el corazón cerrado y, muy probablemente, con “graves problemas” (léase: enfermo mental).

Y esa presunción absurda de que las palabras son hechos, de que las palabras crean la realidad, tiene a unos y otros enzarzados en el debate más idiota de lo que llevamos de siglo, unos defendiendo la primacía de la misericordia y los otros recordando que debe haber justicia; unos pidiendo que se escuche a todo el mundo y los otros advirtiendo que ningún diálogo puede poner en peligro la Verdad Revelada.

Es un error de bulto. No ya de estrategia, porque los primeros han elegido el terreno, sino de pura y simple verdad. Yo no estoy por ponerle pegas a tanta misericordia, ni por contraponerla a la justicia: pido solo que sea real y universal; no recelo del diálogo que se anuncia tanto como recelo del no diálogo que tengo delante de los ojos; no voy a recordar ya más que la ‘escucha atenta’ debe estar precedida por el anuncio de la Buena Nueva, porque no veo en absoluto que se escuche atentamente.

Es decir, no me opongo tanto a sus mantras como pido que los apliquen, que los hagan reales, que los vivan con quien de verdad espera esa misericordia y no la obtiene, con quienes no se dialoga, con aquellos a los que no solo no se les escucha atentamente, sino de ninguna manera.

Cuatro cardenales plantearon al Papa dudas muy concretas sobre la exhortación Amoris Laetitia en la forma establecida y del modo más respetuoso; un arzobispo curial, antiguo nuncio en Estados Unidos, hizo públicas gravísimas acusaciones sobre encubrimiento de abusos sexuales en la Iglesia; más de sesenta pensadores, teólogos y opinadores católicos presentaron una ‘correctio filialis’, también sobre la exhortación citada; recientemente, un grupo de laicos y sacerdotes han protestado en una carta pública colectiva ante los «actos sacrílegos» durante el Sínodo.

No pretendo de ninguna manera que Su Santidad dé la razón a ninguna de estas peticiones. No espero del Santo Padre que rectifique o se arrepienta ante las acusaciones. Espero solo, exclusivamente, lo que predica: misericordia, diálogo, escucha atenta.

Aplicar la ‘misericordia’ a quien se inclina en la dirección que favoreces no es misericordia en absoluto. Dialogar con quien te da la razón no es dialogar, es un monólogo a dos. Escuchar atentamente a quien va a repetir tu mismo mensaje en términos generales es, sin más, una farsa.

Si los cristianos no debemos juzgar, y menos aún del misterio insondable del corazón humano, imploro a Su Santidad que no juzgue a un clérigo por su exterior, y diga que llevar sotana negra es “síntoma de graves problemas”. Hable con él, dialogue con ellos, con todos los fieles angustiados por la confusión, al menos. No tiene por qué cambiar nada, ni un punto. Pero parecerá real lo que predica.

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