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El coronavirus nos llama a la conversión

El coronavirus nos llama a la conversión

Por INFOVATICANA | 10 abril, 2020
“El confinamiento para detener la triunfal marcha del coronavirus nos está regalando tiempo, un tiempo valioso”.

(First Things)- Entre los radios de la rueda de hiperactividad del mundo, de repente, se ha introducido un palo llamado coronavirus y ha detenido la vida pública. Desplazamientos, comercio, deportes, escuelas, universidades, guarderías, eventos públicos e incluso el culto: todo ha sido prohibido por el estado. La Open Society está confinada, y todos los países, uno tras otro, van poniendo a su población bajo arresto domiciliario.

Los ciudadanos aceptan sin oponer resistencia todas las medidas excepcionales tomadas por los gobiernos. Además, cuanto más severas las medidas, más responsable el gobierno. En Shanghai, la vida pública sólo continúa gracias a un código de barras que cada ciudadano lleva en la muñeca y que puede ser escaneado en cualquier momento para recibir instrucciones sobre cómo y dónde se puede ir, ya sea para trabajar o para estar en cuarentena. En Alemania, el sistema de telecomunicaciones está proporcionando información sobre los movimientos de los usuarios de los teléfonos móviles al Instituto Robert Koch.

Hasta ahora hemos estado haciendo todo lo que se nos ha indicado: quedarnos en casa y lavarnos las manos después de cada potencial contacto con el enemigo invisible. Comunicarnos casi exclusivamente en línea, nunca en persona, y siempre de manera intangible, una dirección hacia la que -de todos modos- ya nos dirigíamos.

¿Cuánto durará este parón obligado? Nadie lo sabe. Los expertos no saben si, una vez que alguien contagiado se haya recuperado, su sistema inmunitario será resistente. El objetivo inmediato es evitar el colapso del sistema sanitario. Por eso se tolera el probable colapso de la economía globalizada.

En el aire se respiran angustia y un constante estado de vigilancia. Todos lo perciben. ¿Está el consumo global construido sobre arena? ¿Aguantará cuando llegue la tormenta? La economía de todo el mundo se tensa bajo el cierre. El cierre comporta un desplome, el desplome comporta pérdida de empleos, desalojos de viviendas y falta de lo esencial para vivir. O eso tememos. ¿Los gobiernos sacan de la chistera miles de millones de dólares para evitar el desplome o simplemente para acelerarlo?

De repente, desaparece el interés por el calentamiento global. Ahora solo se habla de “reconstruir la economía”. ¿Podrán (o querrán) los países de la Unión Europea -especialmente Alemania- traer a millones de migrantes cuando su propia existencia se ve amenazada? Incluso los Verdes y otros partidos de izquierda tal vez decidan ahora que lo “nuestro” es más importante.

El mundo entero es como una persona que acaba de recibir un diagnóstico de cáncer. Se vuelven a barajar las cartas. Una de esas cartas es negra, y la Muerte sonríe. Todo es incierto. Sí, todos sabíamos que teníamos que morir en algún momento, pero en un momento que hubiéramos preferido elegir. El Miércoles de Ceniza 2020, el Tribunal Constitucional Federal de Alemania eliminó todos los obstáculos legales para una nueva línea de negocio: la asistencia al suicidio. Pero, ¿tener que morir incluso si no lo hemos decidido? Para muchos, esto es como asomarse al abismo.

¿Qué hace una persona cuando le diagnostican un cáncer? ¡Elimina el estrés laboral! De repente, hay tiempo para preguntas más profundas: ¿cómo he estado viviendo? ¿Qué hay de mis relaciones, en las que debería fluir el amor, pero no lo hace? ¿Y mis seres queridos? ¿Dios? ¿Qué pasa si realmente tengo que morir? ¿Entonces qué?

El confinamiento para detener la triunfal marcha del coronavirus nos está regalando tiempo, un tiempo valioso. Pero también pone en peligro el tiempo, porque nuestra capacidad de previsión es a muy corto plazo. De repente, tenemos tiempo para estar en familia. Los niños pequeños, de repente, están donde deben, con sus madres. Los papás están en casa. Las parejas casadas tienen tiempo para hablar. Las personas se reúnen en la mesa familiar, y los niños incluso desayunan de verdad. De repente, la escuela es en casa. En lugar de pasar el día entero en el colegio, estamos en casa las 24 horas, ¡así, de la noche a la mañana! Pero, ¿saben los padres qué tienen que hacer? Durante más de diez años se les ha lavado el cerebro para que creyeran que sólo formados cuidadores externos podían criar adecuadamente a los más pequeños. En muchas familias, las pantallas probablemente reemplazarán el cuidado de los padres. Pero este momento es también una gran oportunidad para reencontrarse como familia.

Cuando, repentinamente, recibimos esa carta negra de la Muerte, las preguntas invariablemente van más allá del ámbito de lo visible. La conciencia se despierta. La cuestión de Dios había sido amortiguada por la abundancia, pero ahora no es tan fácil ignorarla. Existe un impulso interior para que nos relacionemos de manera correcta, especialmente con Dios. Y no sólo de forma individual, sino para toda la sociedad. La Biblia nos habla del ciclo que siempre se repite: la llamada de Dios, la aceptación gozosa de la gente, el florecer de la comunidad, la victoria sobre los enemigos, la prosperidad, la tentación, la decadencia, la catástrofe, la disipación y nuevamente la llamada profética, la conversión, el florecimiento, la victoria, la prosperidad, la decadencia … Lean la oración penitencial de Nehemías (9, 26-29).

Este ciclo se repite generación tras generación, de cultura a cultura. En nuestro momento histórico, nos encontramos en la fase de decadencia, donde el ataque repentino de un enemigo nos ha pillado por sorpresa.

El coronavirus nos está regalando tiempo para reflexionar. Lo nuevo de nuestra situación es que, por primera vez en la historia del mundo, la economía está globalizada y el coronavirus también. No hay una salida de emergencia, y no hay un Nuevo Mundo al que poder escapar. Pero existe la oportunidad de volver a una relación con Dios y seguir su ejemplo a través del desierto de la crisis actual.

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Esta es la hora de la Iglesia. Lo que necesitamos ahora son personas de Dios -santos sacerdotes, religiosos y laicos-, que puedan ser un ejemplo de fe, esperanza y amor, y nos instruyan en el uso del rico tesoro espiritual que nos pertenece como católicos: los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía, la Unción de los Enfermos, la Palabra de Dios, el agua bendita y el incienso, la invocación de Nuestra Señora y San José, el rosario, las Estaciones de la Cruz, la abundancia de oraciones, la conexión con los ángeles, con nuestro ángel de la guarda, con los santos, los mártires y las almas pobres, la veneración de las reliquias de los santos, que están en todas las iglesias, testimonios de santos que han vivido una virtud heroica y el -casi olvidado- poder del exorcismo.

Sin embargo, para adaptarse al espíritu de la época, y por los graves pecados cometidos por sacerdotes y obispos, la Iglesia ha perdido su autoridad. Podrá recuperarla sólo a través del arrepentimiento. Durante décadas, se nos ha enseñado un evangelio de medias tintas, que saca cada vez a menos creyentes de la acogedora somnolencia de la abundancia. La catequesis sobre temas controvertidos y cotidianos, sobre el plan de Dios para hombres y mujeres, sobre la sexualidad, la familia, lo sagrado de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, están condenados al fracaso. El mea culpa en la Santa Misa está pasado de moda. Ahora sólo tenemos al Dios misericordioso, “que acepta”, y no al justo y santo.

Vosotros, los que mezcláis agua y vino en la Eucaristía, ¿os habéis fijado que vuestras palabras han perdido resonancia en el corazón de los creyentes? ¿A quién se dirige realmente el Señor con sus duras palabras hacia los escribas y los fariseos (Mt 23, 1-39)? ¿El “camino sinodal” no es descabellado y superfluo? ¡Deshaceos de eso! Reconoced que era el camino equivocado, una apostasía manipuladora y organizada contra la fe Católica. Si “la cuestión de la mujer” es el mayor desafío para un obispo, entonces no tiene nada que decirle a quienes necesitan ayuda. ¡La orden del día es el arrepentimiento! Si algún obispo confesara no haber tenido, antes de que el virus nos abriera los ojos a lo que realmente importa, el valor de enfrentarse al espíritu de los tiempos y de asumir el sufrimiento de Jesús, se vería colmado de gratitud y respeto. Se convertiría en líder de un verdadero movimiento de renovación. Hildegarda de Bingen escribió sobre el “remordimiento y el arrepentimiento como poder de renovación para el mundo”.

Quizá los “reformadores” de la Iglesia que han predicado la adaptación en lugar del arrepentimiento pensaban que la disolución del orden divino continuaría para siempre: el asesinato de millones de niños no nacidos, la rebelión contra la identidad masculina y femenina, la ruptura de la familia, la desvinculación entre sexualidad y moral, la legitimación del “matrimonio” homosexual, la adicción global a la pornografía, la desatención general de niños y jóvenes, el “perfeccionamiento” del hombre gracias al transhumanismo. La oposición de la Iglesia en estas coyunturas ha sido débil, y los creyentes no han recibido instrucciones de sus pastores para resistir a la manipulación forzada de la conciencia de masa. Según tenían pensado los “reformadores”, la Iglesia necesitaba subirse al carro para no perder consenso. Las ovejas han ido escapando en masa, pero eso no ha llevado a ninguna reflexión, porque todavía había dinero en la caja. Ahora el coronavirus ha detenido la marcha y no sabemos hasta cuándo. Es un preludio, una propuesta. ¿Alguien piensa que después (y ¿qué significa después?) volveremos al trabajo como antes?

¡Menudo mensaje: la Basílica de San Pedro, el corazón de la Iglesia, ahora está cerrada! Los obispos han sido los primeros -en obediencia anticipada- en abolir los servicios religiosos sin reemplazarlos. ¿Por qué no tomar medidas de precaución sensatas para reducir la afluencia de fieles (como han hecho los obispos en Polonia), pidiendo que se queden en casa sólo los grupos de alto riesgo? ¿No es este el momento de llamar a los menores de 60 años a recibir los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía? Imagínense si el tercer domingo de Cuaresma el papa, en vez de caminar por las calles de Roma solo, lo hubiera hecho con una fila interminable de personas (respetando la distancia de seguridad entre ellos), haciendo una peregrinación a las siete iglesias de Roma, como hizo una vez san Felipe Neri. Ahora la Iglesia en Alemania y en otros lugares ya no tiene otra opción. Los gobiernos han prohibido acudir a iglesias, mezquitas, sinagogas y otras comunidades religiosas.

¿No deberíamos estar implorando al cielo ahora? Todavía no lo hacemos, no de rodillas. Pensamos que podemos controlar nuestro destino evitando todo contacto humano. ¿Para qué debemos rezar? ¿Para que desaparezca el coronavirus y todo vuelva a ser como antes? ¿No es mucho más necesario orar por la conversión, para que se nos quite la venda de los ojos, para que podamos reconocer y confesar en qué punto nosotros, como individuos y como sociedad, nos hemos rebelado contra Dios y su creación? No nos detengamos en si el coronavirus es un castigo de Dios. Si Dios ama a su creación, entonces no nos permitirá pisotear indefinidamente sus Diez Mandamientos y destruirnos a nosotros mismos. Él nos dio los Diez Mandamientos para que pudiéramos elegir el camino de la vida, y no el de la muerte (Dt 30, 19).

El coronavirus ha estallado durante la Cuaresma. En los Evangelios y las lecturas, estamos llamados al arrepentimiento todos los días. Dios advierte de las consecuencias si no atendemos la llamada al arrepentimiento. ¿Estamos escuchando la llamada?

Bajo la luz de la adversidad, nuestra escandalosa presunción de determinar nosotros el comienzo y el final de la vida, de querer elegir nuestro propio género, de matar al niño no deseado, o de desear cruzar a los humanos con animales o máquinas, será reconocida como un crimen. No somos los dueños de la vida y la muerte. Ni siquiera somos dueños de un pequeño virus. Imagínense cuán seguros estaríamos si los políticos que tienen que tomar decisiones extremadamente difíciles se unieran en oración para buscar cordura. Indudablemente, el poder del virus puede ser contenido a través de medidas radicales de aislamiento. Sin embargo, puede ser que el sufrimiento del colapso económico global sea mucho mayor que el de cualquier colapso del sistema sanitario. Necesitamos que el Espíritu Santo nos ayude a tomar las decisiones correctas con nuestra perspectiva limitada. El hombre, que se ha alejado de Dios y se engaña a sí mismo al pensar que es autónomo, ha perdido la humildad. Necesitamos volver a encontrarla.

Ya están apareciendo destellos de esperanza y misericordia. Sentimos que todos estamos en el mismo barco. Todos hemos bajado de ese gran caballo desde donde declarábamos: “Sí, puedo”. Las personas cantan de balcón en balcón para estar juntas. Nos necesitamos los unos a los otros. Médicos y cuidadores realizan actos heroicos. Los sacerdotes arriesgan y pierden la vida para estar al lado de los enfermos. En Italia, más de cincuenta sacerdotes han muerto. Mil luces de pastores creyentes, sacerdotes y laicos se encienden en Internet. Quienes buscan sal y alimento los encuentran. El sonido de las verdaderas campanas de la iglesia tañendo para la misa, aunque no podamos asistir, despiertan el anhelo adormecido de nuestra fe y rituales, tan valiosos. El papa llama al mundo a la oración. Nos conectamos virtualmente en la oración y en la Santa Misa y recibimos la comunión espiritual.

Dios no nos ha abandonado. Ya que somos personas bautizadas, Jesucristo vive en nuestros corazones y desea que lo encontremos allí, porque “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20).

Publicado por Gabriele Kuby en First Things.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.
DEFENSA DE LA FE
QUE HERMOSA EXPLICACION DE LO QUE VIVIMO A LA LUZ DE NUESTRA RELIGION CATOLICA QUE BONITO ESCRIBE GABRIELE KURBI. LA MEJOR EXPLICACION DEL CORONAVIRUS Y LA SOLUCION LA ORACION Y VOLVER A DIOS.