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De Ucrania a Roma, la confusión es grande. Notas sobre el ocaso de un pontificado Por Sandro Magister

El papa Francisco está furioso con quienes lo pusieron del lado de Putin. “Calumniadores” y “coprófilos” los definió en una carta autógrafa a un amigo periodista argentino. Pero luego, cuando el 8 de junio recibió en Santa Marta a un trío de ucranianos que le presentó otro argentino amigo suyo (ver foto), también se sintió reprendido por uno de ellos, Myroslav Marynovych, vicerrector de la Universidad Católica de Lviv, que sí, “en el Vaticano Ucrania ha sido vista durante demasiado tiempo a través del prisma ruso”. Esta vez encontró en el Papa “un oyente atento” y comprensivo, incluso dispuesto a admitir -un punto clave que casi siempre eludió- que el pueblo ucraniano “tiene derecho a la legítima defensa”, porque “de lo contrario, lo que suceda podría asemejarse a un suicidio”.

Lo malo es que, cuando habla, Francisco escapa hablando de todo. Con los hechos subsiguientes. Incluso en la conversación del 8 de junio con los tres ucranianos éstos le pidieron que aclarara si realmente no puede haber una guerra “justa”, como ha dicho en repetidas ocasiones, en contra de lo que está escrito en el Catecismo de la Iglesia Católica. A lo que el Papa respondió que “ya había dado instrucciones a algunos cardenales para profundizar este tema", con una de sus muchas decisiones personales, incluso disruptivas, tomada sin consultar a nadie y mucho menos dando noticias de ello.

Sobre la guerra en Ucrania, cada vez que Francisco habla libremente, sudan en la secretaría de Estado. El mismo día 14 de junio, en el que el arzobispo Paul Richard Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados de la Santa Sede, reiteró que “debemos resistir la tentación de aceptar compromisos sobre la integridad territorial de Ucrania”, que es lo más opuesto que haya a la afirmaciones de Moscú-, la revista de los jesuitas de Roma –La Civiltà Cattolica- hacía pública la transcripción de una conversación del Papa con los editores de esta y otras revistas europeas de la Compañía de Jesús, en la que Francisco volvió a sostener que “esta guerra fue quizás de alguna manera o provocada o no impedida”. ¿Y por quién? Por la OTAN, con sus “ladridos a las puertas de Rusia”.

Respecto a su memorable entrevista en el Corriere della Sera del 3 de mayo, en la que por primera vez lanzó esta imagen zoomorfa, esta vez el Papa reveló de quién, sin nombrarlo, había obtenido la imagen, presumiblemente del presidente socialdemócrata de Eslovenia, Borut Pahor, recibido en audiencia el pasado 7 de febrero: “Un par de meses antes del inicio de la guerra conocí a un jefe de Estado, un hombre sabio, que habla poco, realmente muy sabio. Y después de hablar sobre las cosas de las que quería hablar, me dijo que estaba muy preocupado por cómo se estaba moviendo la OTAN. Le pregunté por qué y me respondió: ‘Están ladrando a las puertas de Rusia. Y no entienden que los rusos son imperiales y no permiten que ninguna potencia extranjera se acerque a ellos’. Concluyó: 'La situación podría conducir a la guerra'. Esta fue su opinión. La guerra comenzó el 24 de febrero. Ese jefe de Estado supo leer las señales de lo que estaba aconteciendo”.

Con esta tesis del Papa, el arzobispo mayor de los greco-católicos de Ucrania, monseñor Sviatoslav Shevchuk, está en total desacuerdo. El 15 de junio, en su mensaje diario a los fieles, dijo que “cualquiera que piense que alguna causa externa ha provocado la agresión militar de Rusia está en las garras de la propaganda rusa o simplemente está engañando intencionalmente al mundo”.

Pero desde Moscú tienen un buen juego doblegando al Papa a sus propios intereses, por ejemplo, como hizo el 13 de junio Alexei Paramonov, director del Departamento de Asuntos Europeos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, con una nebulosa declaración de disposición al diálogo sobre “cuestiones humanitarias”. En realidad, Putin ni siquiera responde a las llamadas de Francisco, quien en cambio espera, al menos, encontrarse “en Kazajistán en septiembre” con su “monaguillo” Cirilo, el Patriarca ortodoxo de Moscú.

Si no hubiese estallado la guerra, el encuentro con Cirilo debería haberse realizado a mediados de junio en Jerusalén, al final de un viaje del Papa al Líbano que también fue cancelado.

Pero también está en duda el viaje a Kazajistán, al igual que el de Canadá todavía en la agenda para finales de julio. Por las mismas razones de salud por las que se canceló “in extremis” el viaje de principios de julio a la República Democrática del Congo y Sudán del Sur, para gran decepción del Papa que hasta el final se había empeñado en desobedecer a los médicos que le atienden.

Sus dolencias han reavivado los rumores de un cónclave no muy lejano. Que en realidad es el propio Francesco quien se acerca, con el ritmo sin aliento de sus jornadas, con su incesante desafío a sus límites físicos, con su temerario riesgo de morir repentinamente en primera línea, aplastado por su propio frenesí de decir y hacer todo, en sus propios términos, sin tregua.

Un ejemplo de su frenesí incontenible es que 13 de junio, el mismo día en el que un comunicado vaticano informaba que por motivos de salud no se celebraría con él ni la Misa ni la procesión de Corpus Christi, Francisco anunció que quería celebrar la Misa “con la comunidad congoleña romana” el domingo 3 de julio, “el día en el que habría tenido que celebrarla en Kinshasa”.

Incluso en esos ámbitos que por regla general deberían gozar de su propia soberanía, a Francisco le encanta entrometerse y mandar. Es el caso de la Orden de Malta, donde el Papa ha reclamado prácticamente todo para sí mismo y para su lugarteniente, el cardenal Silvano Tomasi, incluido el nombramiento, el 13 de junio, del nuevo Lugarteniente del Gran Maestre en sustitución de su antecesor prematuramente fallecido. En el decreto de nombramiento, en una especie de “excusatio non petita”, se mencionan tres nombramientos papales anteriores similares, en 1803, 1834 y 1879, evidentemente los tres únicos de este tipo anómalo encontrados en siglos de historia de la Orden.

Completamente en sus propios términos, casi siempre sin previo aviso ni siquiera para los directamente interesados, son también los nombramientos a los que Francisco tiene derecho en su totalidad, “ante todo” los de los nuevos cardenales. Los elegidos casi siempre se enterar por la televisión en vivo, cuando el Papa enumera sus nombres después del Ángelus o del Regina Caeli. Y cada vez los titulares de sedes históricas cardenalicias descubren que se quedan secos. En el siglo pasado, Milán y Venecia le han dado a la Iglesia cinco Papas, pero en el cónclave que elegirá al sucesor de Francisco no estarán sus obispos.

Pero también sucede que alguno, promovido al cardenalato por Francisco sin su conocimiento, renuncia. Como hizo el pasado 16 de junio el belga Lucas Van Looy, obispo emérito de Gante, de 81 años, al declararse indigno de la púrpura por haber encubierto en el pasado abusos cometidos por sacerdotes de su diócesis: una falta que evidentemente el Papa no había investigado.

Además de los nombramientos, existen también las expulsiones, realizadas o incluso solamente amenazadas, siempre según su voluntad. En la entrevista con los directores de las revistas de la Compañía de Jesús, así explica Francisco lo que está haciendo con la conflictiva diócesis de Colonia y con su cardenal Rainer Maria Woelki, de 66 años, por lo tanto, lejos de la edad de jubilación: “Le pedí al arzobispo que se fuera por seis meses, para que las cosas se calmaran y yo pudiera ver con claridad. Cuando regresó, le pedí que escribiera una carta de renuncia. Lo hizo y me la dio. Lo dejé en su lugar para ver qué pasaba, pero tengo su renuncia en la mano".

Y Francisco también sigue teniendo “en su mano” un gran número de promociones, licencias, traslados de la tan cacareada reforma de la curia romana, que entró en vigor el domingo de Pentecostés y por la que se convocó por primera vez al colegio cardenalicio para discutirla a finales de agosto, cuando las cosas estén hechas.

En ausencia de normas transitorias, un gran número de titulares de las antiguas Congregaciones quedan ahora como suspendidos en el vacío, no se sabe en qué rol. Mientras no se entiende quién está a cargo en los nuevos dicasterios que las han reemplazado.

Un ejemplo para todos es el del recién nacido Dicasterio de la Evangelización, que incluye a la extinta Congregación "De propaganda fide" y al igualmente extinto Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización.

El prefecto del nuevo dicasterio es el Papa. Mientras que los titulares de los dos cuerpos fusionados en él serían los pro-prefectos, al menos temporalmente. Pero pasan los días, y ni el cardenal Luis Antonio Gokim Tagle, ni el arzobispo Rino Fisichella han recibido hasta ahora confirmación alguna de su nuevo rol, luego de haber perdido el anterior.

Lo contrario sucede con el caso del cardenal Kevin J. Farrell. Además de Camarlengo, cargo clave en el interregno entre un Papa y otro, y prefecto confirmado del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, ahora también es presidente del neonato Comité para las Inversiones Financieras, cuyo nacimiento fue anunciado oficialmente el 7 de junio con una fórmula completamente insólita: “Quedó instituido… Está compuesto por…”, guardando curiosamente silencio sobre el sujeto de estos actos, el Papa.

En cuanto al aparato diplomático de la Santa Sede, también aquí las fallas están a la luz del día. Hay escasez de candidatos y ahora hay diecisiete nunciaturas vacantes, algunas de ellas importantes: Bosnia-Herzegovina, Emiratos Árabes Unidos, Eslovaquia, Jordania, Irlanda, Liberia, Malta, México, Nicaragua, Países Bajos, Senegal, Serbia, Suecia, Tanzania, Trinidad y Tobago, Unión Europea y Venezuela.
Y también está vacío el cargo de encargado de negocios "ad interim" en Taiwán, un rol notoriamente indigesto para las autoridades de Pekín, con quienes pende en el aire la renovación del acuerdo “provisional y secreto” para el nombramiento de obispos en China, un acuerdo del que incluso el cardenal secretario de Estado Pietro Parolin dijo estar insatisfecho.

En síntesis, en este ocaso de pontificado la confusión es grande bajo el cielo, tanto mayor cuanto más Francisco concentra en sí todos los poderes, como movido por el ansia incontenible de hacer él mismo, solo, lo que no hace la “institución” incapaz.

A un sacerdote argentino amigo suyo, reunido con él en Santa Marta en los últimos días, el Papa le confió que está leyendo el último libro del difunto cardenal y jesuita Carlo Maria Martini, "Conversaciones nocturnas en Jerusalén", y suscribe plenamente la tesis: “La Iglesia está 200 años atrasada”.

El anhelo de Francisco es colmar él estos dos siglos de atraso de la Iglesia en sus pocos años como Papa. Con los efectos que están a la vista para que todos los vean.

Publicado originalmente en italiano el 20 de junio de 2022, en Dall’Ucraina a Roma, la confusione è grande. Note sul tramonto di un pontificato

Traducción al español por: José Arturo Quarracino