La humildad: medios para adquirirla

MEDIOS PARA ADQUIRIR LA HUMILDAD

Los graves males de que es origen el orgullo, las formas cada vez más sutiles bajo las cuales se disimula, deben crear en el espiritual un temor saludable y como una obsesión del orgullo, mientras que las riquezas divinas que atrae la humildad la hacen soberanamente deseable. ¿Cómo adquirir esta virtud? No podemos más que tratar brevemente este problema práctico que, por otra parte, hemos abordado en repetidas ocasiones.

Desde las primeras moradas santa Teresa ha advertido que el alma debe establecer los fundamentos de la humildad sobre el conocimiento de sí. El examen de conciencia debe suministrar los datos de este conocimiento de sí.

No obstante, la Santa nos advierte desde el principio que el conocimiento más profundo de sí no se adquiere por una introspección directa, sino por la mirada sobre las perfecciones de Dios. Nos pone en guardia contra las falsas humildades alimentadas por el demonio, que por mucho tiempo hacen inútil el repliegue sobre sí, producen fastidio en la acción y, finalmente, originan desánimo 1.

Por otra parte, el examen de conciencia no podría producir más que la humildad razonable. Ahora bien, es de la humildad ferviente de la que tiene necesidad el alma en las regiones de la vida espiritual donde hemos llegado.

1. Esta humildad ferviente es el fruto de la luz de Dios sobre el alma. Sería inútil, pues, pretender adquirirla por sus propios esfuerzos.

Además, el orgullo es un enemigo sutil, que parece esquivar cualquier ataque, pues siempre huye más lejos a las regiones más profundas del alma. Surge más peligroso bajo los golpes que se le dirigen, gloriándose de los triunfos de la humildad que creía haberlo abatido. Sin embargo, aunque los mismos actos de humildad no hayan tenido más que una eficacia relativa, son un testimonio de nuestra buena voluntad que Dios acepta y que recompensa con gracias eficaces.

Escribe santa Teresa:

«Si queréis... libraros más presto de la tentación –del orgullo– pidáis a la prelada que os mande hacer algún oficio bajo o, como pudiereis, lo hagáis vos, y andéis estudiando en esto cómo doblar vuestra voluntad en cosas contrarias, que el Señor os las descubrirá, y con esto durará poco la tentación» 2.

No es raro, en efecto, que la gracia fluya abundante en gestos y actitudes de humildad que querrían ser sinceras y en las que se expresaran, sobre todo, deseos de verdad y de luz.

2. La oración es el medio recomendado por nuestro Señor para adquirir los favores divinos:

«Pues ¿qué remedio, hermanas? El que a mí me parece mejor es lo que nos enseña nuestro Maestro: oración y suplicar al Padre eterno que no permita que andemos en tentación» 3.

El pobre, consciente de su miseria, tiende la mano. El orgulloso que ve su orgullo debe convertirse en mendigo de la luz de verdad que crea la humildad, y su oración ha de ser tanto más insistente cuanto el orgullo es mayor y la humildad es el fundamento y la condición de todo progreso espiritual. Frecuentemente pone la Iglesia en labios del religioso la fervorosa súplica del Miserere: petición de perdón y de luz para el pecado; el orgulloso, consciente de su pecado que Dios ha maldecido, debe colocarse constantemente en el último lugar, entre los pecadores, para atraer sobre sí una mirada de la misericordia divina. El orgulloso que ha adquirido la costumbre de suplicar, humildemente hace brotar de sí mismo una fuente de luz y de vida 4.

3. Es necesario pedir la luz de la humildad. Es importante, asimismo, recibirla bien. Cuando el alma vive bajo esta luz, a la vez purificadora y humillante, que le descubre el mal que hay en ella,

«vese claro indignísima, porque en pieza adonde entra mucho sol no hay telaraña escondida; ve su miseria. Va tan fuera la vanagloria, que no le parece la podría tener» 5;

debe agradecer a Dios: con efusión esta luz y mantener encarecidamente la convicción, sabrosa que ella le reporta. Es ésta una respuesta a la oración.

4. Hay otra respuesta divina, menos sabrosa en ocasiones, pero que se debe aceptar con el mismo reconocimiento: es la misma humillación.

Las humillaciones que nos ocasionan nuestras deficiencias, nuestras tendencias tal vez ya retractadas, nuestras derrotas o, incluso, los errores, cuando no la malquerencia del prójimo, son preciosos testimonios de la solicitud de Dios, que para la formación de las almas se sirve de todos los recursos de su poder y de su sabiduría. ¿Cómo juzgarlas de otro modo cuando se ve que toda gracia brota de la humillación como de su normal espacio? Aceptarlas es un deber; dar gracias a Dios por ellas indica que se ha comprendido su valor; pedirlas con san Juan de la Cruz es ya estar muy dentro en las profundidades de la sabiduría divina.

Dice santa Teresa del Niño Jesús:

«Coloquémonos humildemente entre los imperfectos; estimémonos como almas pequeñas a las que Dios tiene que sostener en todo momento... Es suficiente humillarse, soportar con dulzura sus imperfecciones; he ahí la verdadera santidad» 6.

«Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón», proclama Jesús 7. La humildad y la dulzura son sus virtudes características, el perfume personal de su alma, el que él deja a su paso y que indica los lugares en que él reina.

La humildad de Cristo Jesús, humildad ferviente por excelencia, procede de la luz del Verbo que habita corporalmente en él y le abruma con su trascendencia. Porque entre la naturaleza divina y la humana de Jesucristo, unida por los lazos de la unión hipostática, subsiste la distancia del Infinito... Este Infinito abruma la humanidad y la sumerge en abismos de adoración y de humildad, donde ningún otro podría seguirle, porque nadie ha contemplado tan de cerca y tan profundamente el Infinito: Pero este Infinito es amor que se da, unción que se derrama. De ahí que el anonadamiento que produce sea suave, apacible y gozoso. Jesucristo es tan manso como humilde.

Humildad y mansedumbre, fuerza y suavidad, perfume de Cristo 8 y también perfume de la humildad ferviente, son ya el signo auténtico de los contactos divinos y una llamada discreta, pero apremiante, a nuevas visitas de la misericordia de Dios.

1. Cfr. Perspectivas, c. 3: Conocimiento de sí: medios de adquirirlo.

2. Camino... 12, 7.

3. Camino... 38, 5.

4. Santa Teresa del Niño Jesús compuso una «Oración para obtener la humildad» (Poesías y oraciones, EDE, Madrid, 1996, pp. 204-206).

5. Vida 19, 2.

6. Carta 243 (a sor Genoveva, 7 de junio de 1897).

7. Mt 11, 9.

8. Con mucha perspicacia el abate Huvelin, director del P. de Foucauld, decía que el cristianismo está todo él en la humildad.
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Fuente: P. María Eugenio del Niño Jesús (beato). Quiero ver a Dios, 5ª Ed. 2016. Editorial de espiritualidad. Págs. 414-417.
adilucely nicte zagal garnica shares this
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Jose Rafael RH shares this
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Interesantes.
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Claudia2019 shares this
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LA HUMILDAD.
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LA HUMILDAD.

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un reto para nuestra vida; la humildad