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Se desvela un texto profético de San Josemaría Escrivá. ‘La Tercera Campanada’: clérigos mundanizados, teólogos arrogantes, pastores mudos Editorial Rambla desvela el texto profético de San Josemaría …Más
Se desvela un texto profético de San Josemaría Escrivá.

‘La Tercera Campanada’: clérigos mundanizados, teólogos arrogantes, pastores mudos

Editorial Rambla desvela el texto profético de San Josemaría Escrivá de Balaguer
By Redacción
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Última actualización 18/10/2012@09:32:08 GMT+1

La Editorial Rambla publica el texto profético de San José María Escrivá de Balaguer denominado “La tercera campanada”. Una carta interna de 1974 dirigida a los miembros del Opus Dei en la que afirmaba ya que “toda una civilización se tambalea, impotente y sin recursos morales”. Por primera vez se ofrece uno de los textos más importantes del pensamiento cristiano del siglo XX a todo el público, con una descripción clarividente de las causas morales de la crisis de la civilización occidental. Reproducimos a continuación un extracto de “La tercera campanada” que acaba de ponerse a la venta.
La Editorial Rambla publica el texto profético de San José María Escrivá de Balaguer denominado “La tercera campanada”. Una carta interna de 1974 dirigida a los miembros del Opus Dei en la que afirmaba ya que “toda una civilización se tambalea, impotente y sin recursos morales”. Por primera vez se ofrece uno de los textos más importantes del pensamiento cristiano del siglo XX a todo el público, con una descripción clarividente de las causas morales de la crisis de la civilización occidental. Reproducimos un extracto de “La tercera campanada” que hoy se pone a la venta:

"10 Pero la humanidad actual, me diréis, no se presenta nada propicia para entender estos deseos de total dedicación a Dios. Efectivamente, el viento que corre, dentro y fuera de la Iglesia, parece muy ajeno a aceptar estos requerimientos divinos tan profundos. Personas alejadas de hecho de Jesucristo, porque carecen de fe, han ido fomentando un clima de renuncia a toda lucha, de concesiones en todos los frentes. Y así, cuando el mundo ha necesitado una fuerte medicina, no ha habido poder moral capaz de parar esta fiebre, esta organizada campaña de impudor y de violencia, que el marxismo explota tan hábilmente, para hundir aun más al hombre en la miseria.

Se escucha como un colosal non serviam! (Ierem. 11, 20) en la vida personal, en la vida familiar, en los ambientes de trabajo y en la vida pública. Las tres concupiscencias (cfr. 1 Ioann. 11, 16) son como tres fuerzas gigantescas que han desencadenado un vértigo imponente de lujuria, de engreimiento orgulloso de la criatura en sus propias fuerzas, y de afán de riquezas. Toda una civilización se tambalea, impotente y sin recursos morales.

No cargo las tintas, hijos míos, ni tengo gusto en dibujar malaventuras: basta abrir los ojos y, eso sí, no acostumbrarse al error y al pecado. Un lamentable modo de acostumbrarse ha ocasionado la petulancia de algunos eclesiásticos que —posiblemente para encubrir su esterilidad apostólica— llamaban signos de los tiempos a lo que, a veces, no era más que el fruto, en dimensiones universales, de esas concupiscencias personales. Con ese recurso, en lugar de imponerse el esfuerzo de averiguar la causa de los males para ofrecer el remedio más oportuno y luchar, prefieren claudicar estúpidamente: los signos de los tiempos componen la tapadera de este vergonzoso conformismo.

11 ¿Qué remedios emplearemos nosotros, cuando abunda tanta facilidad para desvariar? Hijos míos, inactivos no vamos a quedarnos. Equivaldría a desertar. El procedimiento primero se basa en la santidad individual. Es hora de exigencias en la conducta. Cada uno debe considerarse personalmente comprometido a responder con generosa fidelidad a la vocación recibida. No hemos de aflojar en el cumplimiento de nuestras Normas de piedad, si queremos aportar algún auxilio contra estos males. Hemos de luchar por guardar los sentidos, para que la presión de toda una sociedad cargada de erotismo no debilite la finura de nuestra vida casta; ni hemos de abrir la mano tampoco en las lecturas, aunque se lancen a diario, llenando kioskos y librerías, quintales de basura contra la fe y contra la moral.

Hay que pelear y resistir, hijos, no cabe más solución que ir contra la corriente, ayudándonos a mantenernos fieles y atribuyendo mucha importancia aun a lo más insignificante, en el ejercicio cotidiano de las virtudes. No existe nada de poca categoría: un abandono, en algo que se nos antoja de escasa monta, puede traer detrás una historia desagradable de traiciones. No os fiéis, pues, de vosotros mismos, aunque pasen los años. Mirad que lo que mancha a un chiquillo mancha también a un viejo.

Velad, para individuar con prontitud el menor síntoma de flojera en la lucha. Así no nos dejaremos dominar por una mentalidad y una norma de conducta ajenas a las enseñanzas de Jesucristo. Todo tiene su trascendencia. Mirad que el demonio pretende engañar y sugestiona, argumentando que tal o cual detalle no lesiona ni la fe ni el camino y, si uno se deslizara por esos pequeños abandonos, acabaría perdiendo el camino y la fe. Atentos, hijas e hijos de mi alma, que el diablo no para, y todos arrastramos concupiscencias y pasiones.

12 En esta última decena de años, muchos hombres de Iglesia se han apagado progresivamente en sus creencias. Personas con buena doctrina se apartan del criterio recto, poco a poco, hasta llegar a una lamentable confusión en las ideas y en las obras. Un desgraciado proceso, que partía de una embriaguez optimista por un modelo imaginario de cristianismo o de Iglesia que, en el fondo, coincidía con el esquema que ya había trazado el modernismo. El diablo ha utilizado todas sus artes para embaucar, con esas utopías heréticas, incluso a aquellos que, por su cargo y por su responsabilidad entre el clero, deberían haber sido un ejemplo de prudencia sobrenatural.

Resulta muy significativo que —quienes promovían todo este fenómeno de desmejoramiento— solían escamotear las exigencias cristianas de reforma personal, de conversión interior, de piedad; para abandonarse, con un obsesivo interés, a denunciar defectos de estructura. Entraban ganas de clamar, con el profeta, scindite corda vestra et non vestimenta vestra (Ioel II, 13): ¡basta de comedias hipócritas!: a confesar los propios pecados, a tratar de mejorar cada uno, a rezar, a ser mortificados, para ejercitar una auténtica caridad cristiana con todos.

Hijos míos, curaos en salud y no condescendáis. El demonio anda rondando tamquam leo rugiens circuit (I Petr. V, 8): como un león inquieto, y espera que hagáis la mínima concesión, para dar el asalto al alma: a la entereza de vuestra fe, a la delicadeza de vuestra pureza, al desprendimiento de vosotros mismos y de los bienes terrenales, al amor de las cosas pequeñas." (Roma, 14 de febrero de 1974).

La Tercera Campanada (Editorial Rambla)
Hispanidad, viernes, 19 de octubre de 2012

Enrique de Diego ha hecho un machada que a lo mejor no gusta mucho a la Dirección del Opus Dei: ha publicado La Tercera Campanada, un escrito interno enviado por el fundador, San Josémaría Escrivá, a los miembros del Opus Dei en febrero de 1974, un año antes de su muerte.
No les gustará porque supone la divulgación de un escrito interno y eso es lógico. Y no les gustará porque no parece que sea uno de los textos más recomendados del fundador entre los rectores actuales de la Obra -lo cual no es tan lógico-. Y es que La Tercera Campanada es un texto muy especial en la literatura de Escrivá, escrito en un tiempo, muy especial (1974). No especial por su dureza -era un santo recio; Escrivá nunca se andaba con melindres- sino por su descripción de la Iglesia y del mundo, perfecta como todas las suyas pero dura, tremendamente dura… tremendamente actual y pertinente casi 40 años después. No recuerdo ninguna definición tan certera, lo ves con los ojos, sobre el mundo y sobre la Iglesia, y la evolución del uno depende de la otra, no al revés.
El libro viene precedido de un prólogo, largo prólogo, del propio De Diego. Valioso por lo explicativo y que alude a un sentido apocalíptico de La Tercera Campanada. ¿Es apocalíptica La Tercera Campanada? Creo que sí, pero no porque relate el fin de los tiempos o la Segunda Venida, verdad de fe recogida en el Credo. No, lo que relata es el porqué de ese final profético y dogmático. O como subtitula De Diego, con palabras de Escrivá: “Toda una civilización se tambalea, impotente y sin recursos morales”. Acaso no es la forma de definir, en 1974, lo que hoy, en 2012, todos definimos con el tópico de “la ausencia de valores”.
Pero, mejor que glosar, dejemos hablar a Escrivá, quien asegura que en todo el mundo “se escucha un colosal ‘non serviam’ (no serviré). Las tres concupiscencias son como tres fuerzas gigantescas que han desencadenado un vértigo imponente de lujuria, de engreimiento orgulloso de la criatura en sus propias fuerzas y de afán de riquezas”.

Otra idea nuclear de La Tercera Campanada: “el plan bien, en general de aquellos eclesiásticos que constituyen como una fortaleza de clérigos mundanizados. Son individuos que han perdido, con la fe, la esperanza: sacerdotes que apenas rezan, teólogos engreídos y arrogantes, profesores de religión que explican porquerías, pastores mudos, agitadores de sacristías y conventos…”.

Son la “gente que ha hundido (que) parecen destinar todo su interés a que haya hombres que, sin guardar el evangelio de Cristo y su ley, se llamen cristianos y envueltos en oscuridad se crean que tienen luz: presentan la noche como día, la muerte como salud, la desesperación como esperanza, la perfidia como fidelidad, el anticristo con el nombre de Cristo”.
Escrivá asegura que el relativismo modernista ha renacido en el Neomodernismo y ha alcanzado aspectos de “epidemia generalizada”. Ojo a la genial descripción de San Josemaría: “Lo que inicialmente se mostraba sólo -aunque ya fuese muy grave, como la reducción de las Verdades dogmáticas a la simple experiencia subjetiva, conservando algún matiz espiritual, se ha degradado aún más: las hondas exigencias del alma -y aún las de la misma gracia divina- quedan disueltas en la …