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SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO 2018 Día 9 II Domingo de Adviento Metidos ya de lleno en el Adviento, la Iglesia nos recuerda, con las palabras del Bautista, que es necesario quitar de la vida personal …Más
SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO 2018

Día 9 II Domingo de Adviento Metidos ya de lleno en el Adviento, la Iglesia nos recuerda, con las palabras del Bautista, que es necesario quitar de la vida personal todo obstáculo para la vida que Dios quiere vivir en el hombre. Juan, como precursor del Mesías, ejemplificaba al pueblo escogido con imágenes que todos podían entender fácilmente. El Salvador vendría como por un camino, que debía ser andadero para que su salvación no se hiciera esperar. Pero bien sabemos que no siempre los caminos son así. No pocas veces, al caminar, uno se encuentra con obstáculos que parecen insuperables: un monte, por ejemplo. Entonces, si se trata de continuar, hay que rodearlo. Así procedemos de ordinario en los caminos de este mundo. Juan el Bautista, conocedor de los modos habituales humanos, reclama para el Señor que se avecina un modo muy distinto de actuar. Para Dios que llega, no es suficiente con acomodar en cierta medida la conducta en su apariencia externa. Eso equivaldría sin más a sortear obstáculos pero, en el fondo, haciéndolos compatibles con la conducta de siempre. Se supone que así Dios tendría cabida en nuestra vida, aunque evidentemente fuera a costa de ajustarse Él a los obstáculos, que no queremos quitar. ¿No es cierto que a veces sentimos la tentación de continuar con nuestros apegos caprichosos cuando pensamos en amar a Dios sobre todas las cosas? No es el Evangelio –no es Dios– quien debe ajustarse a nuestra vida, sino al revés. Debemos pedir luz, claridad en nuestra mente, para reconocer que Él es el Señor, que –siendo Padre amoroso– es también nuestro Dios, nuestro Creador, y ha dispuesto para nuestro bien que podamos servirle, aunque para hacerlo, más de una vez debamos rectificar algo en nuestra vida, grande o pequeño. Examinemos nuestra conciencia, pues con frecuencia la primera tendencia interior ante los requerimientos divinos para ser más santos, no es una respuesta afirmativa, incondicionada, generosa. No pocas veces tratamos de cumplir con Dios, pero en el sentido más estrecho de esta expresión: para quitarnos el cuidado de encima. Intentamos en ocasiones cumplir su voluntad, pero acoplándola a nuestra vida, a nuestra jornada habitual, a nuestra organización ya establecida y decididamente inamovible. Acogemos el querer divino en la vida forzado, como con calzador y, en esas circunstancias, se nos hacen patentes aquellas palabras del Señor: no se puede servir a dos señores...