25:38
jamacor
12,5 mil
«La belleza salvará al mundo»:La Edad de Oro de la pintura holandesa y flamenca. La « Belleza » que salva La Edad de Oro de la pintura holandesa y flamenca 16. Ya en los umbrales del tercer milenio, …Más
«La belleza salvará al mundo»:La Edad de Oro de la pintura holandesa y flamenca.

La « Belleza » que salva La Edad de Oro de la pintura holandesa y flamenca
16. Ya en los umbrales del tercer milenio, deseo a todos vosotros, queridos artistas, que os lleguen con particular intensidad estas inspiraciones creativas. Que la belleza que transmitáis a las generaciones del mañana provoque asombro en ellas. Ante la sacralidad de la vida y del ser humano, ante las maravillas del universo, la única actitud apropiada es el asombro.
De esto, desde el asombro, podrá surgir aquel entusiasmo del que habla Norwid en el poema al que me refería al comienzo. Los hombres de hoy y de mañana tienen necesidad de este entusiasmo para afrontar y superar los desafíos cruciales que se avistan en el horizonte. Gracias a él la humanidad, después de cada momento de extravío, podrá ponerse en pie y reanudar su camino. Precisamente en este sentido se ha dicho, con profunda intuición, que «la belleza salvará al mundo»[25].
La belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente. Es una invitación a gustar la vida y a soñar el futuro. Por eso la belleza de las cosas creadas no puede saciar del todo y suscita esa arcana nostalgia de Dios que un enamorado de la belleza como san Agustín ha sabido interpretar de manera inigualable: «¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!»[26].

« Dios vio cuanto había hecho, y todo estaba muy bien » (Gn1, 31)

El artista, imagen de Dios Creador
1. Nadie mejor que vosotros, artistas, geniales constructores de belleza, puede intuir algo delpathos con el que Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos. Un eco de aquel sentimiento se ha reflejado infinitas veces en la mirada con que vosotros, al igual que los artistas de todos los tiempos, atraídos por el asombro del ancestral poder de los sonidos y de las palabras, de los colores y de las formas, habéis admirado la obra de vuestra inspiración, descubriendo en ella como la resonancia de aquel misterio de la creación a la que Dios, único creador de todas las cosas, ha querido en cierto modo asociaros.
Por esto me ha parecido que no hay palabras más apropiadas que las del Génesis para comenzar esta Carta dirigida a vosotros, a quienes me siento unido por experiencias que se remontan muy atrás en el tiempo y han marcado de modo indeleble mi vida. Con este texto quiero situarme en el camino del fecundo diálogo de la Iglesia con los artistas que en dos mil años de historia no se ha interrumpido nunca, y que se presenta también rico de perspectivas de futuro en el umbral del tercer milenio.
En realidad, se trata de un diálogo no solamente motivado por circunstancias históricas o por razones funcionales, sino basado en la esencia misma tanto de la experiencia religiosa como de la creación artística. La página inicial de la Biblia nos presenta a Dios casi como el modelo ejemplar de cada persona que produce una obra: en el hombre artífice se refleja su imagen de Creador. Esta relación se pone en evidencia en la lengua polaca, gracias al parecido en el léxico entre las palabrasstwórca (creador) y twórca(artífice).
¿Cuál es la diferencia entre « creador » y « artífice »? El que creada el ser mismo, saca alguna cosa de la nada —ex nihilo sui et subiecti, se dice en latín— y esto, en sentido estricto, es el modo de proceder exclusivo del Omnipotente. El artífice, por el contrario, utiliza algo ya existente, dándole forma y significado. Este modo de actuar es propio del hombre en cuanto imagen de Dios. En efecto, después de haber dicho que Dios creó el hombre y la mujer « a imagen suya » (cf. Gn 1, 27), la Biblia añade que les confió la tarea de dominar la tierra (cf. Gn 1, 28). Fue en el último día de la creación (cf. Gn 1, 28-31). En los días precedentes, como marcando el ritmo de la evolución cósmica, el Señor había creado el universo. Al final creó al hombre, el fruto más noble de su proyecto, al cual sometió el mundo visible como un inmenso campo donde expresar su capacidad creadora.
Así pues, Dios ha llamado al hombre a la existencia, transmitiéndole la tarea de ser artífice. En la «creación artística» el hombre se revela más que nunca «imagen de Dios» y lleva a cabo esta tarea ante todo plasmando la estupenda « materia » de la propia humanidad y, después, ejerciendo un dominio creativo sobre el universo que le rodea. El Artista divino, con admirable condescendencia, trasmite al artista humano un destello de su sabiduría trascendente, llamándolo a compartir su potencia creadora. Obviamente, es una participación que deja intacta la distancia infinita entre el Creador y la criatura, como señalaba el Cardenal Nicolás de Cusa: «El arte creador, que el alma tiene la suerte de alojar, no se identifica con aquel arte por esencia que es Dios, sino que es solamente una comunicación y una participación del mismo»[1].
Por esto el artista, cuanto más consciente es de su «don», tanto más se siente movido a mirar hacia sí mismo y hacia toda la creación con ojos capaces de contemplar y de agradecer, elevando a Dios su himno de alabanza. Sólo así puede comprenderse a fondo a sí mismo, su propia vocación y misión.
CARTA
DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ARTISTAS


Estas pinturas fueron creadas, por lo general, para la exitosa élite de mercaderes protestantes y de clase media de Holanda, y se correspondían con el gusto de los coleccionistas de la ciudad de Frankfurt, cuyos fondos serían finalmente donados -total o parcialmente- al Städel.
En las décadas posteriores a la sublevación holandesa de 1568 contra el reinado de los Habsburgo, las Provincias Unidas del norte de Holanda mantuvieron su terreno ante los intentos de Felipe II y sus sucesores de restaurar su gobierno, logrando establecerse como potencia comercial mundial en el siglo XVII. Con tal telón de fondo, un sentimiento de identidad y orgullo nacional fue creándose en la sociedad y reflejándose en las obras de los pintores holandeses de la Edad de Oro. La élite comercial, en su mayoría protestante y burguesa, que logró amasar grandes fortunas en aquellas décadas, deseaba reconocer sus ideales y conceptos morales en pinturas que colgaban en sus residencias y salones.
Esta excepcional selección de pintura holandesa y flamenca de la Edad de Oro del Städel Museum muestra el panorama del arte de la época, a través de obras maestras de Gerard ter Borch, Adriaen Brouwer, Gerrit Dou, Jan van Goyen, Frans Hals, Cornelis de Heem, Willem Kalf, Adriaen van Ostade, Rembrandt van Rijn, Jacob van Ruisdael y Jan Vermeer. La muestra también hace evidente la forma en que los gustos e ideales concretos de la élite holandesa se reflejaron en la pintura histórica y el retrato, en las escenas de género, en bodegones y paisajes.
*Primavera
Muchas gracias jamacor