Gottlob
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Hacia el Sínodo de la Familia del 2015: Una mirada atenta ¿La suprema potestad magisterial del Romano Pontífice es ilimitada?

Ofrecemos a nuestros lectores un trabajo que un nuevo colaborador de esta casa (Adelante la fe), Carlos José González, ha realizado sobre toda la polémica originada en el Sínodo de la Familia. Se trata de unos de los trabajos más exhaustivos y precisos que hemos leído a este respecto. Debido a su extensión ofrecemos a continuación un artículo introductorio seguido de un enlace para poder descargarse en formato PDF el trabajo completo, cuya lectura recomendamos.

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Para los que pensamos que el Magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI dejó muy claro que la Iglesia no puede admitir a los divorciados vueltos a casar a la Comunión eucarística, el Sínodo de los Obispos sobre la Familia está siendo en este aspecto –cuando menos– desconcertante, pues vemos cómo los fieles están quedando muy confundidos al respecto. Parece que todo esto está suponiendo un retroceso, pues algo que ya había quedado claro se vuelve a oscurecer.

Ante ello, entre los que estamos acostumbrados –gracias a Dios– a amar mucho a la Iglesia y al Santo Padre, y a acoger de corazón su Magisterio, surge una respuesta espontánea, instintiva, que nos lleva casi a asegurar que el Papa Francisco no puede estar de acuerdo con aquellos que quieren cambiar la doctrina de sus predecesores en este punto. En efecto, frecuentemente se dice entre nosotros:

– «El Papa lo que quiere es manifestar que la Iglesia escucha a todos, que no es cerrada, pero al final aclarará la doctrina, ratificando la enseñanza de sus predecesores». Se afirma también: «El Santo Padre no quiere cambiar la enseñanza de sus predecesores, lo que quiere es poner en el centro de la mirada de la Iglesia y del mundo la Misericordia de Dios, pero él tiene claro que esto está unido a la verdad de la enseñanza moral de la Iglesia, y por tanto no admitirá un cambio en este punto. Son otros los que quieren ese cambio, pero no el Santo Padre».

– Otros dicen: «Puede ser que el Santo Padre, por su manera espontánea de ser y de hablar, no tenga la precisión doctrinal de Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero es imposible que el Espíritu Santo permita que cometa un error en esta u otras materias tocantes a la fe».

– Finalmente, encontramos la postura de los que afirman: «El Santo Padre posee la suprema autoridad en la Iglesia, y goza de una asistencia especial del Espíritu Santo, por el carisma de la infalibilidad. Si él considera necesario cambiar este punto de la enseñanza de la Iglesia, debemos aceptarlo, pues bajo la guía del Sucesor de Pedro estamos seguros de no errar en la fe».

Pensamos que, ante la gravedad de la situación, es necesario reflexionar bien sobre todas estas cuestiones. Hablamos de situación grave, porque estamos tocando doctrinas que afectan a la esencia de la fe, y, si se modificasen, la Iglesia podría estar negando gravemente lo más sagrado: la Revelación divina, la enseñanza del mismo Señor. La Iglesia corre el peligro de traicionar a su Dios y Señor con una «gravedad inaudita».

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