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Adviento PRIMER DOMINGO 2016 Día 27 I Domingo de Adviento ¡Qué cierto es que la muerte nos puede sorprender! Aunque en muchas ocasiones no sucede así y hasta es posible que los médicos se aventuren …Más
Adviento PRIMER DOMINGO 2016

Día 27 I Domingo de Adviento ¡Qué cierto es que la muerte nos puede sorprender! Aunque en muchas ocasiones no sucede así y hasta es posible que los médicos se aventuren a pronosticar cuánto tiempo de vida le queda a un enfermo y lo más frecuente en nuestros días es que la muerte sobrevenga a partir de una edad ya avanzada. A nadie le admira, sin embargo, la noticia del fallecimiento inesperado de personas jóvenes o de mediana edad, por accidente, por ejemplo, y también por enfermedad. Quizá sea ésta una de las manifestaciones más claras e innegables de que no somos señores de nuestra existencia. Jesús parte de esta realidad, que es evidente para todos, y estimula a la vigilancia. Ese momento –el de la muerte– debe encontrarnos preparados, pues es para cada uno el momento de encuentro con el Señor como Juez de nuestros actos. No es la vida del hombre tan sólo una ocasión, más o menos larga y más o menos grata, de desarrollo de las propias capacidades. Ni se trata de un tiempo nuestro, de nuestra propiedad, como si a nadie debiéramos dar cuenta de su aprovechamiento. Las palabras de Jesús indican, por el contrario, que al terminar esta vida habremos de responder de ella y que ese momento se puede presentar de improviso. Velad, aconseja el Señor. Así hacemos cuando queremos asegurar la buena marcha de cualquier negocio. Lo hacemos todos para garantizar la eficacia de lo que nos traemos entre manos: en el trabajo, en la vida familiar y social, en la diversión...; sí, hasta en nuestros juegos. Nos interesa evaluar esfuerzos, tiempo empleado, gastos... Luego, a la vista del resultado obtenido, quizá advertimos que todo va bien o, por el contrario, que es preciso modificar de algún modo nuestra pauta. Y así hacernos, entonces, como consecuencia. Si actuamos de este modo en casi todas nuestras ocupaciones, aunque sean de poca importancia, con mayor razón haremos en las importantes y, sobre todo, en lo que se refiere al sentido y razón de ser de nuestra existencia. Querremos vivir permanentemente vigilantes, calibrando si nuestro quehacer contribuye al desarrollo de la vida en Dios a la que Él nos llama. Será preciso, pues –al igual que para lo menos importante, y como aconseja la experiencia–, dedicar algunos tiempos a ese examen vigilante.