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A Ashley Bridges, una joven de 24 años, le detectaron un cáncer cuando estaba embarazada de diez semanas. Pospuso la quimioterapia porque creía que como madre tenía que proteger la vida de su hijo.
Ashley Bridges es una joven estadounidense de 24 años que vive felizmente con su marido y sus dos hijos en su hogar de California. Su historia podría parecer completamente normal si no fuera porque a Ashley le diagnosticaron cáncer de hueso cuando se encontraba en la décima semana del embarazo de su segundo hijo. Los médicos le dijeron que necesitaba con urgencia un tratamiento que requería que previamente abortara a su bebé y ella se negó.
Hoy la pequeña Paisley tiene seis meses y ríe en brazos de su madre, a la que los médicos han pronosticado tan solo unos pocos meses más de vida. “Su vida es tan importante como la mía, si no es que más. Me refiero a que como madre mi trabajo es proteger a mis hijos”, declaró Ashley a los reporteros de la CNN que quisieron entrevistarla al conocer su historia.
Con 23 años y toda la vida por delante, esta joven madre nunca se planteó “matar a un bebé saludable porque yo estoy enferma”, tal y como declaró a los médicos que la atendían. Ashley tiene otro hijo pequeño llamado Braiden y hace tan sólo tres meses se casó con con su novio Jonathan Caughey. Guarda las fotografías de su boda como un tesoro porque son el recuerdo que tendrán sus hijos y su marido de ella para siempre.
Su batalla contra el cáncer comenzó en 2013, cuando un intenso dolor en la rodilla la obligó a ir al hospital. Allí le comunicaron que tenía cáncer de hueso. Fue un golpe totalmente inesperado: “¿quién piensa que cuando te duele la rodilla tienes cáncer de hueso?”, recuerda Ashley que se preguntó al conocer su enfermedad. Entonces fue cuando le propusieron comenzar el tratamiento que la obligaría a abortar y que ella rechazó con firmeza.
No es que Ashley no fuera consciente de lo que pasaría si no seguía el tratamiento, que dejaría solo a su novio, con el que ya estaba prometida, y huérfano a su hijo. Pero no se le planteó ningún dilema moral porque, simplemente, no podía matar a su hija que aún no había nacido: “No era una elección para mí. Fue como ‘esto es lo que se tiene que hacer’. Ella está primero”.
En julio de 2014 dio a luz a Paisley. Sin embargo, uno de los momentos más felices de su vida quedó empañado por el resultado de un examen médico que reveló que el cáncer se había extendido hasta llegar al cerebro. Durante una semana estuvo completamente hundida, sabiendo que el final estaba cerca. Un día miró a su hija recién nacida y supo que debía seguir luchando y que su vida todavía no había acabado.
Hoy Ashley vive al día, marcándose pequeñas metas y haciendo planes para el futuro. “Realmente estoy esforzándome para llegar al primer cumpleaños de Paisley. Esto es lo que hago”, asegura la joven con una fortaleza y una entereza que no dejan indiferente a nadie.
Cuando le preguntan de dónde saca tanto valor y la fuerza para seguir luchando cuando los médicos lo dan todo por perdido, ella responde con sencillez: “Quiero que mis hijos sepan cuánto los quiero y cuánto luché por ellos”.
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