DOMINGO 25 ORDINARIO C 2013. Reflexión

Dios habla por el profeta Amós y se dirige a los que exprimís al pobre y despojáis a los miserables, a los que compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias. El Señor desenmascara sus trampas y sus fraudes contra los más desfavorecidos y sentencia que no olvidará nunca vuestras acciones. Nuestro Dios es un Dios de los pobres. Es el defensor de los que no tienen defensa; es el Padre de los que son marginados y excluidos, el valedor de los que son rechazados. El Señor ama a todos sus hijos, pero no soporta al que se aprovecha del pobre, al que le hace sufrir, al que comete contra él una injusticia. ¿Acaso no son los intereses personales, la ambición, la avaricia las que condenan a la pobreza a tantos seres humanos? La denuncia del profeta Amós está escrita desde hace milenios, pero en el mundo actual sigue ocurriendo lo mismo que en su tiempo. Se podría decir que no hemos avanzado nada en este tema; si acaso, hemos ido a peor porque ahora hay más medios, más trampas, más herramientas para la injusticia y el fraude; tan solo hace falta estar vivo para poder darse cuenta.

La crisis económica actual es el fruto de una grave crisis de valores, de ética y de moral. Comenzó en el mundo de las finanzas. Los grandes poderes económicos decidieron un día que el dinero de las bases (la gente trabajadora y las clases medias) ascendiera a sus niveles en la pirámide. ¿Cómo? Con un crédito insoportable que nunca pudieran pagar. De esta manera, se hacen con el dinero de los pagos y con los bienes embargados. Despojan a los pobres y el dinero asciende a los niveles donde están ellos. Con esta decisión –ellos lo sabían- descapitalizan la base de la pirámide para enriquecimiento de sus cuentas y sus superestructuras. Los efectos no se dejan esperar. En primer lugar, los financieros; el pánico en las bolsas descapitaliza a no pocas empresas, que deben despedir a sus trabajadores y cerrar. De ahí, los efectos en la economía real: ruina de pequeñas y medianas empresas, destrucción de empleo, niveles de paro impredecibles... y lo que es aún peor, la destrucción del tejido de producción y el control absoluto del crédito y de la economía. No ha importado la suerte de tanta gente humilde; han jugado con los medios de vida de tantas personas, y se han enriquecido a costa de ellas, a costa, incluso, de destruir la red que permite alimentar la dinámica de la producción, la economía de mercado, basada en la oferta y la demanda. Tanto el dinero como los medios de producción (a través del crédito selectivo) están en manos de los poderes económicos, ignorado todo criterio de justicia, de igualdad, de solidaridad, de ética... Pues el Señor les dice también hoy que “no olvidará nunca vuestras acciones”.

Ya el salmo nos anunciaba que el Señor alza de la basura al pobre, pero es Jesús quien nos recuerda en el evangelio de hoy que esta vida dura lo que un suspiro y que el dinero o los bienes materiales no nos van a servir para la eternidad. Jesús quiere que pongamos encima de nuestra escala de valores los bienes eternos y que pongamos los bienes de esta vida temporal al servicio de ellos. Jesús llama “injusto” al dinero y nos recomienda que lo usemos no con ambición y avaricia, sino como medio de ganarnos a los que puedan testificar a favor nuestro el día en que seamos juzgados para la vida eterna. Aunque, sobre todo, nos previene del riesgo de pasar la vida esclavos del dinero y de las riquezas. En ese sentido, nos recuerda que nuestra vida debe estar al servicio de Dios, y no hace del dinero el dueño de nuestros pensamientos, el dueño de nuestro obrar, el amo a quien servir. Concluyendo: Vivir para Dios es el verdadero sentido de la vida; vivir para el dinero es pura idolatría. Vivir para el dios dinero es negar al verdadero Dios.

P. JUAN SEGURA