Gottlob
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Fanáticos

Seguramente mis lectores empatizarán conmigo si digo que estoy muy acostumbrado a que me llamen “fanático”. Es curioso como hoy en día casi cualquier persona con convicciones profundas merece este apelativo, al margen de cuales sean dichas convicciones. El católico que cree firmemente todo lo que la Iglesia siempre ha enseñado es colocado en la misma categoría que un chalado que afirma ser la reencarnación de no sé qué dios, o que un asesino que degolla a niños en nombre de Alá. Lo sensato para el mundo moderno e ilustrado es no creer en nada, al menos no con excesiva vehemencia. Lo sensato es el agnosticismo, el “todo depende”. Lo sensato es “no juzgar”, porque realmente no sabemos si lo nuestro es mejor que otras opciones. Una persona que dice conocer la Verdad (con mayúscula) y, sin pedir disculpas por quien le pueda ofender, predica esa Verdad a los demás, es un intolerante, un peligro para la sociedad, un fanático.
Naturalmente, no me preocupa demasiado que me llamen fanático, porque creo que nunca me han acusado realmente de fanatismo, tal y como yo entiendo la palabra, sino más bien en el sentido que acabo de explicar. Es decir, me acusan de creer a pies juntillas todo lo que Dios ha revelado a través de Su Hijo y a través de Su Santa Iglesia Católica. Más que un insulto, para mí eso es una medalla de gloria, por lo que suelo sonreír y dar gracias al Señor.
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