El Padre Pío y el Sacramento de la Confesión.

La Confesión era el principal trabajo diario del Padre Pío. Él hacía este trabajo mirando dentro de los penitentes. Por ello, no era posible mentirle al Padre Pío durante una confesión. El veía dentro del corazón de los hombres. A menudo, cuando los pecadores eran tímidos, el Padre Pío enumeraba sus pecados durante la confesión.
El Padre Pío invitaba a todos los fieles a confesarse al menos una vez por semana. Él decía: «Aunque una habitación quede cerrada, es necesario quitarle el polvo después de una semana.»
En el sacramento de la Confesión, el Padre Pío era muy exigente. Él no soportaba a los que iban a él sólo por curiosidad.
Un fraile contó: Un día el Padre Pío no dio la absolución a un penitente y luego le dijo : «Si tú vas a confesarte con otro sacerdote, tú te vas al infierno junto con el otro que te de la absolución». El entendía que el Sacramento de la Confesión era profanado por los hombres que no querían cambiar de vida. Ellos se hallan culpables frente Dios.
Antes de que se pronunciara palabra alguna, el Padre Pío sabía si el que se acercaba a él era sincero o no, si era un convencido o un simple curioso. Un médico entró cierta vez en la sacristía, pareció cambiar de idea y volvió a salir. ¿Quien es ése?, ya volverá, afirmó rotundamente el Padre. En efecto, el médico volvió bien pronto. Al instante le dijo el Padre Pío: Usted es un delincuente, y quiere eludir el Tribunal. Lea de una vez esa carta!. Se trataba de la recomendación de un amigo. El médico la leyó, palideció, cayó de rodillas a los pies del Padre, imploró perdón y lo obtuvo.
Más pecado
Un señor fue a confesarse con el Padre Pío, a San Giovanni Redondo, entre 1954 y 1955. Cuando acabó la acusación de los pecados, el Padre Pío le preguntó : «¿Tienes otro»? y él contestó: «no padre». El Padre repitió la pregunta: «¿tienes otro»?, «no, padre». Por tercera vez el Padre Pío le preguntó: «¿tienes otro»?. A la tercera respuesta negativa se acaloró el huracán. Con la voz del Espíritu Santo el Padre Pío gritó: «¡Calle! Calle! Porque tú no estás arrepentido de tus pecados! «.
El hombre quedó petrificado por la vergüenza que pasó frente a mucha gente. Luego trató de decir algo. Pero el Padre Pío le dijo: «Estás callado, cotilla, tú has hablado bastante; ahora yo quiero hablar: ¿Es verdadero que frecuentas las salas de fiestas»? – Usted, padre» – «¿Sabes tú que el baile es una invitación al pecado»?
El hombre se fue asombrado y no supo qué cosa decir ya que tenía el carné de socio de una sala de fiestas en su billetera. El hombre prometió no cometer otros pecados y después de mucho tiempo tuvo la absolución.
Otras anécdotas
Un joven complotaba matar a su mujer y simular que se trataba de un suicidio, para poder así continuar sin tropiezos una unión ilícita. A fin de apartar toda sospecha de culpabilidad, consintió en escoltar a su compañera a San Giovanni. No bien puso los pies en la Iglesia, ella se sintió atraída por una fuerza magnética hacia la sacristía, que se encuentra en el otro extremo de la Iglesia, detrás del altar mayor. El Padre Pío, desocupado en ese momento, se acercó para interrogarle. El hombre no había pronunciado una sola palabra, cuando sintió que lo tomaban del brazo y lo empujaban con violencia: «Sal , sal de aquí!, le gritaba el fraile. Miserable!, ¿ignoras que no tienes el derecho de manchar tus manos con la sangre de tu esposa?».
El hombre huyó como empujado por la tormenta. Durante dos días vagó sin rumbo. En la imposibilidad de recuperar la calma, volvió al monasterio, y el Padre Pío lo acogió como acogía Jesús a los grandes pecadores. Cuando el hombre hubo terminado su tremenda confesión, le dijo: «No teníais hijos y ambos deseabais uno. Vuelve a tu hogar, y vuestro deseo se cumplirá». Cuando su mujer, a quien nunca había visto el Padre Pío, vino un día a confesarse, a las primeras palabras que pronunció, oyó que el Padre le decía: «No temas nada ya, tu marido no te hará ningún mal». Después de años de esterilidad, ella dio a luz una criatura.
Leía el pensamiento
El padre capuchino leía también el pensamiento a la distancia, como lo prueba un número incalculable de hechos. He aquí uno como muestra:
Dos hermanas habían logrado a duras penas que su padre les permitiera ir a ver al Padre Pío, pero le habían prometido formalmente no besarle el guante, ese guante besado por tantos labios, por temor al contagio. Las jóvenes lo prometieron, pero cuando vieron entrar al capuchino a la iglesia, y a la gente apiñarse en torno suyo, no pudieron resistir la tentación. Entonces él las miró sonriendo: «¿Han olvidado su promesa? «.
Las mentiras
Un día, un señor le dijo al Padre Pío: «Padre, yo digo mentiras cuándo estoy con mis amigos. Lo hago para mantenerlos alegres «. Y el Padre Pío contestó: «Eh, ¿quieres tú ir al infierno bromeando?! “
Faltar a la Eucaristía
A los principios de los años ’50, un joven médico fue a confesarse con el Padre Pío. Él dijo sus pecados y luego se quedó en silencio. El Padre Pío le preguntó al joven médico si tenía algún pecado que añadir pero el médico le respondió que no. Entonces el Padre Pío le dijo al médico: «recuerda que en los días festivos no se puede faltar tampoco a una sola Misa, porque ello es pecado mortal». En aquel momento el joven recordó haber «faltado» a una cita dominical con la Misa, un mes antes.