Gottlob
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La corriente caudalosa de las aguas

El salmo dice que a causa de la oración del santo en el tiempo oportuno, «la corriente caudalosa de las aguas no lo alcanzará», in diluvio aquarum multarum, ad eum non approximabunt (31, 6). Es la lección que, referida a los apuros de la Iglesia remanente, repite en otros términos el Apocalipsis (12, 15): a la Mujer le serán otorgadas dos alas como de águila para volar al desierto, fuera del alcance del dragón, quien soltará de su boca un caudal de agua como un río para anegarla. Por lo demás, es presumible que la relación entre apostasía y catástrofes naturales no se limite a la mera alegoría, y aunque la contemporaneidad de ambos fenómenos no será nunca comprobable según el criterio de las ciencias empíricas (ante todo, el método desecha las ecuaciones expresadas en términos pertenecientes a dos órdenes distintos de realidad), la historia bíblica y la profecía sugieren acabadamente esa relación: las plagas se abatieron sobre Egipto en el momento en que el pueblo elegido sufría mayor opresión, y las plagas que anuncia el vidente de Patmos (Ap 16) corresponden a un tiempo de acrecida maldad entre los hombres («y blasfemaron contra el Dios del cielo a causa de sus dolores», y otras expresiones afines). De hecho, cunde hoy una vaga conciencia -mal expresada y peor argumentada- de que los desórdenes naturales tienen al hombre por responsable: aunque esto sea obviamente así desde la Caída, puede agravarse con el agravarse del pecado. Y difícilmente podamos suponer peor pecado que la apostasía.

Adivinando quizás el advenimiento lejano de tiempos tan dramáticos, en los que entre católicos -como entre inundados- cunde comprensible incertidumbre, san Vicente de Lérins supo proponer el remedio más adecuado, aparte del siempre oportuno de la oración incesante: «si algún contagio nuevo se esforzara en envenenar, no ya una pequeña parte de la Iglesia, sino incluso toda la Iglesia entera, entonces el deber mayor del católico será permanecer adherido a la antigüedad, que obviamente no puede ya ser seducida por ninguna novedad, por atractiva que ésta fuere». Ésta es la clave de cómo pararnos ante el aluvión que no cesa.

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