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Los frutos del Espíritu Santo

Por: JOSÉ MANUEL OTAOLAURRUCHI | L.C. |
7:58 p.m. | 18 de Mayo del 2013

Monseñor Luis María Martínez llamaba al Espíritu Santo “el gran desconocido” y tenía mucha razón, porque se le conoce poco, y son menos los que lo invocan para beneficiarse de su acción santificadora. Este domingo, Solemnidad de Pentecostés, consideremos dos de sus múltiples dones para valorarlo mejor y acrecentar nuestra cercanía y confianza en él.

Del Espíritu Santo proceden todos los bienes materiales y espirituales que recibimos. San Cirilo de Jerusalén hace una hermosa comparación con el agua. El agua es condición necesaria para que haya vida, ¿cierto? La lluvia siendo siempre la misma, produce efectos muy diferentes dependiendo de quién la recibe. En una vid se convierte en uva y luego en vino; en un árbol frutal se convertirá en naranjo, en limón, en lima y dará un fruto exquisito. El agua siendo la misma produce diversidad de frutos. Así es Dios, siendo el mismo produce diversos frutos según la persona que lo recibe, pero siempre es Dios la fuente de donde nace todo bien. Como el agua hace germinar al árbol seco, así también el Espíritu Santo devuelve la vida de gracia a través del perdón de los pecados. Como el agua nutre al árbol sano para que a su tiempo produzca la cosecha, así el Espíritu Santo alimenta con la eucaristía para ayudarnos a perseverar en la confianza, en el bien y en la fe. Inaccesible por su naturaleza, se hace accesible por su bondad.

El Espíritu Santo es el artífice de nuestra santificación. Dios Padre fue el creador, Dios Hijo fue el redentor y Dios Espíritu Santo es el santificador. Él tiene la tarea de llevarnos al cielo. ¿De dónde nace por ejemplo el arrepentimiento? ¡De Dios! Incluso los malos escuchan su voz cuando los llama a la conversión. La conciencia es la misma voz de Dios en el corazón de los hombres. Llevamos a Dios grabado en lo más íntimo de nuestro ser. El deseo de buscar la dicha y la felicidad, el deseo de la justicia y de la verdad ¿de dónde provienen? ¡De Dios! Está presente en cada uno de los que quieren recibirlo. “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3,20).

Para concluir, quiero compartir la oración al Espíritu Santo que conviene rezar junto con el Padre Nuestro, el Ave María y la oración al Ángel de la Guarda: “Espíritu Santo, inspírame lo que debo pensar, lo que debo decir, lo que debo callar, lo que debo escribir, lo que debo hacer, cómo debo obrar para buscar el bien de los hombres y el cumplimiento de mi responsabilidad según mi estado de vida”. Amén.

José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
twitter.com/jmotaolaurruch

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