seculorum
296

LA PRUEBA DE FUEGO DE LA FE. SEUNDO DE PASCUA. A. 2014

La Iglesia, exultante de gozo por la victoria de su Señor, celebra la resurrección de Jesucristo y hoy es el domingo de la octava de la Pascua, una prolongación del propio Domingo de Resurrección que dura ocho días, hasta el domingo siguiente, hasta hoy.

Al comentar las lecturas de la liturgia de hoy casi siempre nos pasa que ponemos nuestra atención en la narración de las apariciones de Jesús en el texto de San Juan y en la duda y la confesión posterior de Tomás. Eso hace que pasemos por alto otras riquezas que se nos brindan. Por ejemplo, una idea que recoge la cita de la carta de Pedro en la segunda lectura. El primero de los apóstoles nos habla de la prueba de la fe y la compara con el oro, que es valioso pero lo aquilatan a fuego. Esa fe, nos dice, la custodia Dios para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. La finalidad es que pueda llegar a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo.

La fe, pues, pasa por momentos, por períodos de prueba, de prueba de fuego. Hay épocas de la vida en que la fe se ve más fuerte y otras en que se vuelve más vulnerable, baja en intensidad y en no pocas personas llega a extinguirse como una llama que se queda sin gas. Muchas personas, incluso consagradas, pueden confundir la fe con sus sentimientos, pensando que si tienen la emoción más viva su fe también es más viva, mientras que si sus emociones están más quietas su fe ha decrecido. Nada que ver lo uno con lo otro. El fervor no es la fe; la fe es serena, es tranquila. La fe es el deseo firme de confianza, de fidelidad por ambas partes: la de Dios y la mía. La fe es mantenerse en la esperanza con la cabeza fría. La fe es saber que yo soy de Dios porque Dios es de mí. Y no digo "mío", sino "de mí", pues Dios es de todos y de cada uno. La fidelidad de Dios depende de él, pero la mía depende solo de mí. San Pedro nos aclara que Dios actúa como custodio de nuestra fe, que la mantiene y fortalece. Pero la responsabilidad entonces es mía, no de él. Solo yo soy responsable de si pierdo la esperanza, de si decido no seguir adelante con el compromiso de fe; porque la fe es ese compromiso: me compromete a vivir en la fidelidad, en la confianza y en la esperanza. Si me alejo, lo decido yo; no puedo culpar a las circunstancias, a la coyuntura, a los acontecimientos de mi vida... La propia fe afirma que es entonces cuando sale fortalecida de la prueba. Son abundantes los casos que nos presentan las vidas de los santos que confirman esto tanto como los que vemos en las Sagradas Escrituras. Baste para ello citar el caso de Abrahán cuando se ve abocado a sacrificar a su hijo Isaac; o el propio Jesús que, incluso cuando parecía que en Getsemaní quería echarse atrás, acabó aceptando la voluntad de Dios y mantuvo firme su fe y su confianza hasta la muerte en la cruz. Hay situaciones, que a veces se alargan en el tiempo, que ponen a prueba la fe; pero entonces no estamos solos, contamos con el especial auxilio de Dios. Y aquí entra en juego nuestra docilidad a él o nuestra resistencia; podemos resistirnos a seguir confiando, a seguir esperando, a obedecer aunque sea sufriendo, o bien oponer resistencia y alejarnos de él. Por ello, San Pedro nos trata de estimular para que, superada la prueba, nuestra fe sea gloria y honor para Jesucristo; que ella pueda ser un rayo de luz en la oscuridad de nuestro pecado el día que comparezcamos ante el juicio misericordioso de Dios.

Buen ejemplo de resistencia a creer nos pone hoy la narración del evangelio de Juan en la figura del apóstol Tomás. No cree en la primera aparición porque no estaba presente en la comunidad. La resurrección es una idea que rompe toda lógica humana; no tiene cabida en una concepción materialista e inmanente de la vida y de las cosas. La fe en el Resucitado se da dentro de la comunidad de Jesús, una familia espiritual de hermanos que son aprendices, alumnos, discípulos de su Maestro Jesús y que se sienten hermanos porque son hijos de Dios. Jesús no se aparece a Tomás en una aparición individual para facilitarle la fe. Tendrá que esperar al domingo siguiente, cuando la comunidad celebra la eucaristía, para poder llegar a la fe a la que sus compañeros habían llegado ya el domingo anterior. Es en el ámbito de la reunión de la comunidad y de la celebración eucarística donde podemos encontrar a Jesús resucitado y donde, verdaderamente, se manifiesta.

Si de verdad creemos en Jesús resucitado, nuestra vida y nuestras comunidades se parecerán a la descripción que Lucas nos hace de los primeros cristianos en el libro de los Hechos: Oración, celebración, amor y fraternidad. Serán las señales inequívocas de que nuestra fe es fuerte y verdadera.

P. JUAN SEGURA.