21:11
La intromisión del demonio en el hombre mediante las vacunas. La Verdad, venga de quien venga, procede del Espíritu Santo, decía san Ambrosio. Es una lástima que sea verdad todo lo que dicen estos …Más
La intromisión del demonio en el hombre mediante las vacunas.
La Verdad, venga de quien venga, procede del Espíritu Santo, decía san Ambrosio. Es una lástima que sea verdad todo lo que dicen estos jerarcas ortodoxos, pero quien está llevando a la perdición a los católicos endebles o a los ingenuos, es Bergoglio. En mi concepto, es más grave aún, que los sacerdotes, en lugar de obedecer a Dios antes que a los hombres, lleven a los fieles a pecar, escudándose en opiniones perversas de quien funge como papa dándoles cobardemente a esas opiniones el carácter de Magisterio para, valiéndose de eso, traicionar al Señor.
Es a los verdaderos y valientes sacerdotes (que cada vez son menos), y a los fieles insobornables, sobre los que recae la responsabilidad de mantener encendida la llama eterna del catolicismo.

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La intromisión del demonio en el hombre mediante las vacunas.
La Verdad, venga de quien venga, procede del Espíritu Santo, decía san Ambrosio. Es una lástima que sea verdad todo lo que dicen estos jerarcas ortodoxos, pero quien está llevando a la perdición a los católicos endebles o a los ingenuos, es Bergoglio. En mi concepto, es más grave aún que los sacerdotes, en lugar de obedecer a Dios …
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La intromisión del demonio en el hombre mediante las vacunas.
La Verdad, venga de quien venga, procede del Espíritu Santo, decía san Ambrosio. Es una lástima que sea verdad todo lo que dicen estos jerarcas ortodoxos, pero quien está llevando a la perdición a los católicos endebles o a los ingenuos, es Bergoglio. En mi concepto, es más grave aún que los sacerdotes, en lugar de obedecer a Dios antes que a los hombres, lleven a los fieles a pecar, escudándose en opiniones perversas de quien funge como papa dándoles cobardemente a esas opiniones el carácter de Magisterio para, valiéndose de eso, traicionar al Señor.
Es a los verdaderos y valientes sacerdotes (que cada vez son menos), y a los fieles insobornables, sobre los que recae la responsabilidad de mantener encendida la llama eterna del catolicismo.
María del Carmen Quiros compartió esto
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