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El OBSERVADOR ROMANO Ciudad del Vaticano 19 de febrero de 2016 En oración a los pies de la Virgen en la basílica de Guadalupe Espacio para quienes no cuentan Sábado 13 de de febrero por la tarde, el …Más
El OBSERVADOR ROMANO Ciudad del Vaticano 19 de febrero de 2016

En oración a los pies de la Virgen en la basílica de Guadalupe
Espacio para quienes no cuentan

Sábado 13 de de febrero por la
tarde, el Papa Francisco celebró en Ciudad
México la misa en la basílica de
Guadalupe, después de la cual coronó
la imagen de la Virgen. Publicamos la
homilía pronunciada por el Papa.
Escuchamos cómo María fue al encuentro
de su prima Isabel. Sin demoras,
sin dudas, sin lentitud va a
acompañar a su pariente que estaba
en los últimos meses de embarazo.
El encuentro con el ángel a María
no la detuvo, porque no se sintió
privilegiada, ni que tenía que
apartarse de la vida de los suyos. Al
contrario, reavivó y puso en movimiento
una actitud por la que María
es y será reconocida siempre como
la mujer del «sí», un sí de entrega
a Dios y, en el mismo momento,
un sí de entrega a sus hermanos.
Es el sí que la puso en movimiento
para dar lo mejor de ella
yendo en camino al encuentro con
los demás.
Escuchar este pasaje evangélico
en esta casa tiene un sabor especial.
María, la mujer del sí, también quiso
visitar a los habitantes de estas
tierras de América en la persona del
indio san Juan Diego. Así como se
movió por los caminos de Judea y
Galilea, de la misma manera caminó
al Tepeyac, con sus ropas, usando
su lengua, para servir a esta
gran Nación. Y, así como acompañó
la gestación de Isabel, ha acompañado
y acompaña la gestación de
esta bendita tierra mexicana. Así
como se hizo presente al pequeño
Juanito, de esa misma manera se sigue
haciendo presente a todos nosotros;
especialmente a aquellos que
como él sienten «que no valían nada
» (cf. Nican Mopohua, 55). Esta
elección particular, digamos preferencial,
no fue en contra de nadie
sino a favor de todos. El pequeño
indio Juan, que se llamaba a sí mismo
como «mecapal, cacaxtle, cola,
ala, sometido a cargo ajeno» (cf.
ibíd, 55), se volvía «el embajador,
muy digno de confianza».
En aquel amanecer de diciembre
de 1531 se producía el primer milagro
que luego será la memoria viva
de todo lo que este Santuario custodia.
En ese amanecer, en ese encuentro,
Dios despertó la esperanza
de su hijo Juan, la esperanza de un
pueblo. En ese amanecer, Dios despertó
y despierta la esperanza de
los pequeños, de los sufrientes, de
los desplazados y descartados, de
todos aquellos que sienten que no
tienen un lugar digno en estas tierras.
En ese amanecer, Dios se acercó
y se acerca al corazón sufriente
pero resistente de tantas madres,
padres, abuelos que han visto partir,
perder o incluso arrebatarles criminalmente
a sus hijos.
En ese amanecer, Juancito experimenta
en su propia vida lo que es
la esperanza, lo que es la misericordia
de Dios. Él es elegido para supervisar,
cuidar, custodiar e impulsar
la construcción de este Santuario.
En repetidas ocasiones le dijo a
la Virgen que él no era la persona
adecuada, al contrario, si quería llevar
adelante esa obra tenía que elegir
a otros, ya que él no era ilustrado,
letrado o perteneciente al grupo
de los que podrían hacerlo.