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Más frías las relaciones entre el Vaticano e Irán, ya antes del asesinato de Suleimani

Por Sandro Magister
A seis días del asesinato en Bagdad del general iraní Qassem Suleimani (en la foto con el ayatolá Ali Khamenei), era fuerte la expectativa de lo que habría dicho Francisco en el tradicional discurso de comienzo de año al cuerpo diplomático.

El Papa se expresó al respecto con estas palabras, retomando lo ya dicho por él en el Angelus del 5 de enero: “De modo particular, son preocupantes las señales que llegan de toda la región [de Oriente Medio], después del aumento de la tensión entre Irán y los Estados Unidos y que amenazan poner en riesgo ante todo el lento proceso de reconstrucción de Irak, como también crear las bases de un conflicto a mayor escala que todos desearíamos poder evitar. Por lo tanto, renuevo mi llamamiento para que todas las partes interesadas eviten el aumento de la confrontación y mantengan ‘encendida la llama del diálogo y del autocontrol’, en el pleno respeto de la legalidad internacional”.

Se advierte que entre la Santa Sede e Irán hay una cercanía de larga data. Las relaciones diplomáticas provienen desde 1954 y también con el Islam chiita y sus ayatolás hay una tradición de intercambios culturales más consolidada que con el Islam sunita. En el terreno geopolítico, la diplomacia vaticana ha visto generalmente en Irán un factor de estabilización más que de confrontación, además que de protección de las minorías cristianas en Irán mismo y en la vecina Siria. Durante el conflicto sirio todavía en curso, la Santa Sede siempre tomo partido por la permanencia en el poder de Bashar el Assad, de hecho asegurada principalmente por las milicias al Quds de Suleimani, implacables con la población civil no menos que con los combatientes.

Pero recientemente en el Vaticano hubo algunas señales de distanciamiento crítico de esta tradicional buena vecindad con la República Islámica de Irán.

El cuaderno de “La Civiltà Cattolica” mandado a la prensa pocas horas antes del asesinato de Suleimani es un “test” interesante de cómo el Vaticano mira hoy las ambiciones de hegemonía de Irán sobre el Líbano y sobre Irak, además de sobre Siria.

Giovanni Sale – el jesuita que se ocupa del mundo musulmán en la revista dirigida por el padre Antonio Spadaro y publicada con el “visto bueno” preventivo del Papa – dedica diez páginas a las revueltas populares que agitan desde hace algunos meses el Líbano, Irak y el mismo Irán.

Y en lo que respecta a Irak, el padre Sale escribe que los objetivos principales de la protesta, prevalentemente juvenil, son precisamente “los ayatolás de Teherán, muy interesados en controlar estratégicamente la región de la llamada ‘media luna chiita’”.

En Irak – explica el jesuita – rige actualmente “un sistema no oficial de cuotas”, que “reparte el poder entre los primeros tres grupos de electores: los chiitas, los sunitas y los kurdos”, asignando la preeminencia a los primeros, con el apoyo también armado de Irán.

Y ese apoyo armado ha entrado puntualmente en acción desde el comienzo de la revuelta popular contra el predominio iraní. Escribe el padre Sale: “Desde que estalló la protesta el 1 de octubre de 2019, según las estimaciones oficiales, el número de muertos ha sido de alrededor de 360, mientras que el de los heridos ha sido de 16.000. Durante la primera semana de la revuelta hubo francotiradores no identificados, pero atribuidos a Irán, que disparaban contra la multitud. También participaron activamente en la represión, disparando balas reales, los policías antidisturbios de la Brigada 46, a cargo de la seguridad de la ultra protegida 'zona verde', donde reside el gobierno”.

Pero no obstante esto – prosigue el jesuita – las protestas se extendieron desde mediados de noviembre también en Irán. Y también allí fueron reprimidas sanguinariamente: “Muchos manifestantes protestan por la costosa política exterior llevada a cabo por la República Islámica en apoyo de sus propios aliados y clientes regionales: el Hezbolá en el Líbano, los hutíes en Yemen, el gobierno sirio y las numerosas milicias chiitas iraquíes. [...] Las manifestaciones fueron duramente reprimidas por la policía, que no dudó en utilizar, como en Iraq, balas reales contra los manifestantes, causando, según Amnistía Internacional, al menos 208 muertes. […] Pero las revueltas continuaron, también porque el descontento social que sacude al país no es solamente económico, sino más profundo. Se enfrenta la exportación de la revolución islámica que legitima el régimen y gasta dinero público en guerras lejanas, privando a sus ciudadanos de servicios básicos ".

Escribe el padre Sale en la conclusión de su análisis: “La propaganda del régimen interpretó de inmediato los hechos de acuerdo con los clichés habituales: las insurrecciones callejeras fueron manipuladas por los enemigos de la revolución islámica. [...] Pero incluso si las protestas en Irán, Irak y Líbano se detuvieran de alguna manera, el problema para Teherán continuaría. No son solamente los estadounidenses, los israelíes o los sauditas quienes quieren contener la influencia chiita en la región y preocupar a los gobernantes de la República Islámica. La presión también proviene de las comunidades empobrecidas y desilusionadas de Medio Oriente, para las cuales los viejos eslóganes sobre la resistencia contra los 'enemigos externos' de la revolución chiita ya no son suficientes y ni siquiera necesarios ".

Hasta aquí lo que escribe “La Civiltà Cattolica”. Pero está también lo no dicho, lo que el Vaticano sabe pero prefiere callar. Entre esto no dicho está el rol desempeñado durante muchos años por el general Suleimani, antes que un misil lanzado por un dron estadounidense lo aniquilara metros afuera del aeropuerto de Bagdad, en la noche entre el 2 y el 3 de enero.

Cuando el padre Sale alude a los "francotiradores no identificados pero atribuidos a Irán" que disparaban contra los manifestantes en Bagdad, no explicita que al comienzo de la protesta, cuando las fuerzas de seguridad iraquíes se reunieron con el primer ministro Adil Abdul Mahdi, chiita, para decidir cómo reprimir la protesta, quien estuvo presente para dirigir la reunión fue el propio Suleimani en persona, tal como se informó a través de una detallada correspondencia de Associated Press. Y al día siguiente, los francotiradores comenzaron a disparar desde los techos.

Al proporcionar el número de víctimas de Bagdad, "La Civiltà Cattolica" se atiene a las "estimaciones oficiales". Pero en tres meses de manifestaciones, los muertos y heridos parecen haber sido muchos más, respectivamente 600 y 22 mil, según lo informa en el Corriere della Sera, en su edición del 8 de enero, Ahmed sl Mutlak, miembro del parlamento y secretario general del partido iraquí sunita llamado Negociación y Cambio.

También se le atribuye a Suleimani, en Irak, la desaparición de 12.000 iraquíes sunitas, capturados como sospechados opositores mientras huían hacia el sur de las regiones ocupadas, y luego perdidas, por el ISIS.

En Irak, las milicias chiitas comandadas directa o indirectamente por Suleimani tienen más de 140.000 combatientes, en su mayoría infiltrados por Irán y entrecruzados con el cuerpo militar oficial. Por ejemplo, dice Ahmed sl Mutlak a "Corriere", el jefe militar de Ashad al Shaabi, es decir, de las Fuerzas de Movilización Popular chiitas, es el mismo Faleh al Fayaz que dirige el servicio de inteligencia militar iraquí, y cuyo número dos era Abu Mahdi al Muhandis, asesinado junto a Suleimani en el vehículo alcanzado por el misil estadounidense. Al Muhandis era también el jefe de los Kataib Hezbollah, es decir, de los Batallones del Partido de Dios, la milicia chiita que a fines de diciembre dirigió el asalto contra la embajada estadounidense en Bagdad y que a mediados de diciembre había masacrado a decenas de pacíficos manifestantes en el garaje. de Bagdad en el que pernoctaban, según los testigos escuchados por Daniele Raineri, el enviado de "Foglio".

Suleimani era el todopoderoso estratega al frente de las milicias al Quds de los Guardianes de la Revolución, la fuerza de élite del ejército de la República Islámica de Irán a cargo de llevar a cabo operaciones encubiertas en el extranjero.

La guerra en Siria en apoyo del régimen pro iraní de Assad había sido su mayor ejercicio. En 2015, fue Suleimani quien convenció a Putin para que interviniera con los aviones bombarderos rusos, mientras él se encargó de la batalla en el terreno, enviando a combatir a cientos de mercenarios chiitas reclutados en Afganistán, Pakistán, Irak y solo de manera limitada en Irán. Para conquistar un distrito de la ciudad o una aldea Suleimani practicaba una guerra de ahorro de recursos: no el riesgoso combate casa por casa, sino el asedio. No más agua, ni alimentos ni medicinas para toda la población, sin distinguir entre militares y civiles. Con cientos de miles de víctimas. Los sobrevivientes no han llorado su asesinato acontecido algunos días atrás.

En Irán, en el mar de la multitud congregada para su funeral, no estuvieron los que se habían manifestado en las semanas anteriores precisamente contra esa "exportación de la revolución islámica", que era el objetivo principal de la acción de Suleimani.

Sobre todo, no estuvieron las familias de los "al menos 208 muertos" que, según el recuento de Amnistía Internacional informado por "La Civiltà Cattolica", fueron el último precio de esa demanda de libertad a la que Suleimani odiaba tanto.

Publicado originalmente en italiano el 9 de enero de 2019, en

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Traducción al español por: José Arturo Quarracino