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16 Mártires carmelitas-17 de julio. YossMaria | June 27, 2010 Visita nuestra página Inicio - Mujer Fuerte Hijas del Sagrado Corazón de Jesús IFCJMás
16 Mártires carmelitas-17 de julio.

YossMaria | June 27, 2010
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16 Mártires Carmelitas de Compiègne - 17 de julio
Beatas Teresa de San Agustín Lindoine y quince compañeras, vírgenes y mártires
fecha de inscripción en el santoral: 17 de julio
†: 1794 - país: Francia
otras formas del nombre: Mártires de Compiègne
canonización: B: Pío X 27 may 1906
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio:
En París, en Francia, beatas …Más
16 Mártires Carmelitas de Compiègne - 17 de julio

Beatas Teresa de San Agustín Lindoine y quince compañeras, vírgenes y mártires

fecha de inscripción en el santoral: 17 de julio
†: 1794 - país: Francia
otras formas del nombre: Mártires de Compiègne
canonización: B: Pío X 27 may 1906
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Elogio:
En París, en Francia, beatas Teresa de San Agustín (María Magdalena Claudina) Lindoine y quince compañeras, vírgenes del Carmelo de Compiègne y mártires, que durante la Revolución Francesa se mantuvieron fieles a la observancia monástica, y ante el patíbulo renovaron las promesas bautismales y los votos religiosos. Sus nombes son: beatas María Ana Francisca de San Luis Brideau, María Ana de Jesús Crucificado Piedcourt, Carlota de la Resurrección (Ana María Magdalena) Thouret, Eufrasia de la Inmaculada Concepción (María Claudia Cipriana) Brard, Enriqueta de Jesús (María Gabriela) de Croissy, Teresa del Corazón de María (María Ana) Hanisset, Teresa de San Ignacio (María Gabriela) Trézelle, Julia Luisa de Jesús (Rosa) Chrétien de Neufville, María Enriqueta de la Providencia (Ana) Pelras, Constancia (María Genoveva) Meunier, María del Espíritu Santo (Angélica) Roussel, María de Santa Marta Dufour, Isabel Julia de San Francisco Vérolot, Catalina y Teresa Soiron.
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Lanzan cuatro granadas contra un convento de monjas en México
GUADALAJARA, viernes 16 de julio de 2010 (ZENIT.org - El Observador).- La madrugada del miércoles, sin que hasta el momento se conozca el móvil de los hechos, fueron lanzadas cuatro granadas contra una casa de retiro y convento de la Iglesia Católica, ubicada en la zona de Las Pintas, en los límites de los municipios de el Salto y …Más
Lanzan cuatro granadas contra un convento de monjas en México

GUADALAJARA, viernes 16 de julio de 2010 (ZENIT.org - El Observador).- La madrugada del miércoles, sin que hasta el momento se conozca el móvil de los hechos, fueron lanzadas cuatro granadas contra una casa de retiro y convento de la Iglesia Católica, ubicada en la zona de Las Pintas, en los límites de los municipios de el Salto y Tlaquepaque, que forman parte de la zona conurbada de Guadalajara.
Las autoridades de seguridad pública del Estado de Jalisco han informado que tras el atentado no hubo heridos y sólo una de las cuatro granadas de fragmentación lanzadas contra los recintos católicos detonó.
De acuerdo con las versiones dadas por las moradoras del convento y casa de retiro espiritual, las granadas que no explotaron las descubrieron el miércoles, aunque en el transcurso de la noche del martes al miércoles habían escuchado una detonación a la cual no le dieron importancia.
Las primeras hipótesis indican la autoría del atentado por parte de la delincuencia organizada, en busca de crear un ambiente de terror en las grandes capitales de México, en la disputa de los mercados de droga. Como es habitual en estos casos, la movilización de ejército y policía fue muy intensa.ZS10071612 - 16-07-2010
Permalink: www.zenit.org/article-36078
La casa de retiros que fue objeto de los atentados ni el templo católico aledaño sufrieron daños en su estructura, sin embargo, la magnitud del ataque hace prever a las autoridades policiacas de una escalada de violencia en contra de la Iglesia en esta metrópoli en donde se concentra el mayor número de seminaristas y sacerdotes del país.
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El Evangelio de hoy, 17 de julio, 2010
Mateo 12, 14-21
En aquel tiempo, los fariseos se confabularon contra Jesús para acabar
con él. Al saberlo, Jesús se retiró de ahí. Muchos lo siguieron y él
curó a todos los enfermos y le mandó enérgicamente que no lo
publicaran, para que se cumplieran las palabras del profeta Isaías:
Miren a mi siervo, a quien sostengo;
a mi elegido, en quien tengo mis …Más
El Evangelio de hoy, 17 de julio, 2010
Mateo 12, 14-21
En aquel tiempo, los fariseos se confabularon contra Jesús para acabar
con él. Al saberlo, Jesús se retiró de ahí. Muchos lo siguieron y él
curó a todos los enfermos y le mandó enérgicamente que no lo
publicaran, para que se cumplieran las palabras del profeta Isaías:

Miren a mi siervo, a quien sostengo;
a mi elegido, en quien tengo mis complacencias.
En él he puesto mi Espíritu,
para que haga brillar la justicia sobre las naciones.
No gritará ni clamará,
no hará oír su voz en las plazas,
no romperá la caña resquebrajada,
ni apagará la mecha que aún humea,
hasta que haga triunfar la justicia sobre la tierra;
y en él pondrá todas las naciones su esperanza.

Reflexión
Un don que debemos de pedir con insistencia al Espíritu Santo, sobre
todo aquellos que han hecho ya una opción clara y abierta por Cristo,
es el saber discernir cuándo retirarse, cuándo callar y cuándo hablar.
En el pasaje de hoy vemos que Jesús se retira cuando se entera de que
quieren acabar con él. No se trata de miedo o cobardía, sino del don
maravilloso de la prudencia que nos permite dirigir nuestra vida con
propiedad sobre todo en el servicio del Evangelio. Muchas veces, por
no tener este don, cometemos muchas imprudencias que no permiten que
el Evangelio se extienda. No siempre es el momento para entablar una
discusión seria con alguna persona sobre cuestiones religiosas y sobre
todo cuando se trata de la Iglesia o del Evangelio, sin embargo
¿cuándo es el momento de entrar a una polémica que nos ponga en una
real encrucijada y cuándo saber salir por la tangente sin entrar a una
verdadera confrontación? Esto sólo el Espíritu Santo lo sabe. Es por
ello que nuestra oración cotidiana nos sirve como una maravillosa
antena que nos hace percibir y captar las señales del Espíritu para
saber, como dice san Pablo, qué es lo mejor, qué es lo que agrada y
qué es lo que conviene en cada momento.

No dejes de pedir incesantemente este maravilloso don al Señor para
poder, como Jesús, actuar siempre movido por el Espíritu.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Pbro. Ernesto María Caro
Irapuato
17 de julio
Beata Teresa de San Agustín y compañeras, carmelitas, vírgenes y mártires
BEATAS CARMELITAS DE COMPIEGNE

(† 1794)
Una hermana carmelita, sor Isabel Bautista, monja en el monasterio de Compiégne (Francia), tuvo una vez un sueño en el que, según dijo, se le habían aparecido todas las religiosas de su convento, en el cielo, cubiertas de resplandeciente manto blanco y sosteniendo en las …Más
17 de julio

Beata Teresa de San Agustín y compañeras, carmelitas, vírgenes y mártires
BEATAS CARMELITAS DE COMPIEGNE

(† 1794)

Una hermana carmelita, sor Isabel Bautista, monja en el monasterio de Compiégne (Francia), tuvo una vez un sueño en el que, según dijo, se le habían aparecido todas las religiosas de su convento, en el cielo, cubiertas de resplandeciente manto blanco y sosteniendo en las manos una palma, símbolo o señal con que tradicionalmente la Iglesia indica la gloria del martirio.
Un siglo más tarde aquella visión iba a concretarse en realidad. Y posteriormente un decreto de la Iglesia de Roma declaraba mártires con todos los honores de veneración a dieciséis carmelitas del monasterio de Compiégne que habían dado la vida por su fe.
El sueño de sor Isabel Bautista se había cumplido. Pero para que se cumpliese hubo necesidad de que el mundo pasara por una situación gravísima. Al siglo XVIII le faltaba una decena de años para terminarse. Francia comenzaba a padecer los primeros síntomas de la Revolución, y las ondas de aquel movimiento ideológico y social, provocado, al principio, por un déficit económico, dieron, al igual que contra otros muchos, contra los muros del convento de Compiégne, donde, desde la fundación en 1641, generaciones sucesivas de religiosas conservaban en santa y piadosa reclusión el espíritu de su regla.
La Asamblea Nacional Constituyente había hecho público un decreto por el que se exigía que los religiosos fueran considerados como funcionarios del Estado. Deberían prestar juramento a la Constitución y sus bienes serían confiscados. Era el año 1790. Miembros del Directorio del distrito de Compiégne, cumpliendo órdenes, se presentaron el 4 de agosto de aquel año en el monasterio a hacer inventario de las posesiones de la comunidad. Las monjas tuvieron que dejar sus hábitos y abandonar su casa. Cinco días después, obedeciendo los consejos de las autoridades, firmaron el juramento de Libertad-lgualdad. Los religiosos que se negaban a firmarlo eran deportados.
Después fueron separadas. Hicieron cuatro grupos y vivían en distintos domicilios, pero continuaron practicando la oración y entregándose a la penitencia como antes.
Era ya 1792. A menudo les venía a la memoria el sueño de sor Isabel. Un día la madre priora, entendiendo el deseo que cada día se hacía más patente en el corazón de sus monjas, les propuso hacer "un acto de consagración por el cual la comunidad se ofreciera en holocausto para aplacar la cólera de Dios y por que la divina paz que su querido Hijo había venido a traer al mundo volviera a la Iglesia y al Estado".
Las dos más ancianas rehusaron en el primer momento, horrorizadas por la idea de la muerte en la guillotina, más por el espantoso medio que por el sacrificio en sí. Pocas horas después, sin embargo, acudieron llorando a solicitar el favor de unirse en el ofrecimiento a sus hermanas en religión. La fe y la esperanza las habían ayudado a superar el humano miedo.
A partir de entonces, diariamente, renovaron este acto de consagración.
La regularidad y el orden de su vida, que reproducía todo lo posible en tales circunstancias la vida y horario conventuales, fueron notados por los jacobinos de la ciudad. En ello encontraron motivo suficiente para denunciarlas al Comité de Salud Pública, cosa que hicieron sin pérdida de tiempo.
El régimen del terror estaba oficialmente establecido en Francia y había llegado en aquellos momentos al más alto nivel imaginable. El rey había sido ejecutado y el Tribunal Revolucionario trabajaba sin descanso enviando cientos de ciudadanos sospechosos a la muerte.
La denuncia de las carmelitas decía que, pese a la prohibición, seguían viviendo en comunidad, que celebraban reuniones sospechosas y mantenían correspondencia criminal con fanáticos de París.
Convenía presentar pruebas, y con ese objeto se efectuó un minucioso registro en los domicilios de los cuatro grupos. El Comité encontró diversos objetos que fueron considerados de gran interés y altamente comprometedores. A saber: cartas de sacerdotes en las que se trataba bien de novenas, de escapularios, bien de dirección espiritual. También se halló un retrato de Luis XVI e imágenes del Sagrado Corazón. Todo ello era suficiente para demostrar la culpabilidad de las monjas. El Comité, pues, redactó un informe en el que explicaba cómo, "considerando que las ciudadanas religiosas, burlando las leyes, vivían en comunidad", que su correspondencia era testimonio de que tramaban en secreto el restablecimiento de la Monarquía y la desaparición de la República, las mandaba detener y encerrar en prisión.
El 22 de junio de 1794 eran recluidas en el monasterio de la Visitación, que se había convertido en cárcel. Allí esperaron la decisión final que sobre su suerte tomaría el Comité de Salud Pública asesorado por el Comité local. Entonces acordaron retractarse del juramento prestado antes, "prefiriendo mil veces la muerte mejor que ser culpables de un juramento así". Esta resolución las llenó de serenidad. Cada día aumentaba el peligro, pero ellas se sentían más fuertes. Continuaban dedicadas a orar y, gracias a estar en prisión, podían hacerlo juntas, como cuando estaban en su convento. Ya no se veían obligadas a ocultarse y ello les procuraba un gran alivio.
Transcurridos unos días, justamente el 12 de julio, el Comité de Salud Pública dio órdenes para que fueran trasladadas a París. El cumplimiento de tales órdenes fue exigido en términos que no admitían demora. No hubo tiempo para que las hermanas tomaran su ligera colación ni cambiaran su ropa, que estaba mojada porque habían estado lavando. Las hicieron montar en dos carretas de paja y les ataron las manos a la espalda. Escoltadas por un grupo de soldados salieron para la capital. Su destino era la famosa prisión de la Conserjería, antesala de la guillotina. Nadie ayudó a las monjas a descender de los carros al final del viaje. A pesar de sus ligaduras y de la fatiga causada por el incómodo transporte, fueron bajando solas. Una de las hermanas, sin embargo, enferma y octogenaria, Carlota de la Resurrección, impedida por las ataduras y la edad, no sabia cómo llegar al suelo. Los conductores de las carretas, impacientados, la cogieron y la arrojaron violentamente sobre el pavimento. Era una de las religiosas que dos años antes había sentido miedo ante el pensamiento de una muerte en el patíbulo y había dudado antes de ofrecerse en sacrificio. Pero en este momento era ya valiente y, levantándose maltrecha, como pudo, dijo a los que la habían maltratado:
"Créanme, no les guardo ningún rencor. Al contrario, les agradezco que no me hayan matado porque, si hubiera muerto, habría perdido la oportunidad de pasar la gloria y la dicha del martirio".
Como si nada hubiese ocurrido, en la Conserjería prosiguieron su vida de oración prescrita por la regla. No se dejaban perturbar por los acontecimientos. Testigos dignos de crédito declararon que se las podía oír todos los días, a las dos de la mañana, recitar sus oficios.
Su última fiesta fue la del 16 de julio, Nuestra Señora del Monte Carmelo. La celebraron con el mayor entusiasmo, sin que por un instante su comportamiento denotase la menor preocupación. Por la tarde recibieron un aviso para que compareciesen al día siguiente ante el Tribunal Revolucionario. La noticia no les impidió cantar, sobre la música de La Marsellesa, unos versos improvisados en los que expresaban al mismo tiempo fe en su victoria, temor y confianza, y que se conservan en el convento de Compiégne.
Ante el Tribunal escucharon cómo el acusador público, Fouquier-Tinville, las atacaba durísimamente: "Aunque separadas en diferentes casas, formaban conciliábulos contrarrevolucionarios en los que intervenían ellas y otras personas. Vivían bajo la obediencia de una superiora y, en cuanto a sus principios y sus votos, sus cartas y sus escritos son suficiente testimonio".
Fueron sometidas a un interrogatorio muy breve y, sin que se llamara a declarar a un solo testigo, el Tribunal condenó a muerte a las dieciséis carmelitas, culpables de organizar reuniones y conciliábulos contrarrevolucionarios, de sostener correspondencia con fanáticos y de guardar escritos que atentaban contra la libertad. Una de las monjas, sor Enriqueta de la Providencia, preguntó al presidente qué entendía por la palabra "fanático" que figuraba en el texto del juicio, y la respuesta fue:
"Entiendo por esa palabra su apego a esas creencias pueriles, sus tontas prácticas de religión".
Era, sin la menor duda, su amor a Dios, su fidelidad a sus votos y a su religión lo que les había hecho merecer el castigo. Habían ganado heroicamente en la constancia el honroso título de mártires.
Una hora después subían en las carretas que las conducirían a la plaza del Trono. En el trayecto la gente las miraba pasar demostrando diversidad de sentimientos, unos las injuriaban, otros las admiraban. Ellas iban tranquilas; todo lo que se movía a su alrededor les era indiferente. Cantaron el Miserere y luego el Salve, Regina. Al pie ya de la guillotina entonaron el Te Deum, canto de acción de gracias, y, terminado éste, el Veni Creator. Por último, hicieron renovación de sus promesas del bautismo y de sus votos de religión.
Una joven novicia, sor Constanza, se arrodilló delante de la priora, con la naturalidad con que lo hubiera hecho en el convento y le pidió su bendición y que le concediera permiso para morir. Luego, cantando el salmo Laudate Dominum omnes gentes, subió decidida los escalones de la guillotina. Una tras otra, todas las carmelitas repitieron la escena. Una a una recibieron la bendición de la madre Teresa de San Agustín antes de recibir el golpe de gracia. Al final, después de haber visto caer a todas sus hijas, la madre priora entregó, con igual generosidad que ellas, su vida al Señor, poniendo su cabeza en las manos del verdugo.
Era el día 17 de julio por la tarde.
Sus restos fueron enterrados, con los de otros veinticuatro condenados, en lo que se llamó más tarde cementerio de Picpus. Una placa …