Sublime Coloquio entre Jesús Nuestro Señor y un pecador arrepentido

Los discursos en Agua Especiosa: “Yo soy el Señor tu Dios....”
Fragmento del capítulo XIX del Libro: El Evangelio como me fue revelado. Poema del Hombre-Dios/ María Valtorta.
“....yo... yo quisiera expresarle un pecado mío... Se lo he manifestado al Bautista... pero me ha recriminado de tal modo, que he huido. Creo que ya no podré ser perdonado... - dice un tercero; -¿Pues qué es lo que has hecho?
-Mucho mal. A Él se lo manifestaré. ¿Qué decís? ¿Me maldecirá?
-No. Lo he oído hablar en Betsaida. Casualmente me encontraba allí. ¡Qué palabras! Hablaba de una pecadora. ¡Ah...,
casi habría deseado ser ella para merecerlas!... -dice un anciano de aspecto grave.
-¡Ahí viene! - grita un buen número de personas.
-¡Misericordia! ¡Me da vergüenza! - dice el hombre que se siente culpable, y trata de huir.
-¿A dónde huyes, hijo mío? ¿Tanta negrura tienes en el corazón, que odias la Luz hasta el punto de tener que huir de ella? ¿Has pecado tanto como para tener miedo de Mí? ....Perdón? ¿Pero qué pecado puedes haber cometido? Ni aún en el caso de que hubieras matado a Dios deberías tener miedo si en ti hubiera verdadero arrepentimiento. ¡No llores! Oh ven, lloremos juntos.
Jesús que, alzando una mano, había hecho que se detuviera el fugitivo, ahora lo tiene estrechado contra sí, y se vuelve a quienes están esperando y dice:
-Un momento sólo, para aliviar a este corazón. Después estoy con vosotros.
Y se aleja hasta más allá de la casa, chocándose, al volver la esquina, contra la mujer velada, que está en su lugar de escucha. Jesús la mira fijamente un instante, luego continúa unos diez pasos y se detiene:
-¿Qué has hecho, hijo?
El hombre cae de rodillas. Es un hombre que tiene unos cincuenta años; un rostro quemado por muchas pasiones y devastado por un tormento secreto. Tiende los brazos y grita:
-Para gozarme con las mujeres dilapidé toda la herencia paterna, he matado a mi madre y a mi hermano... Desde entonces no he vuelto a tener paz... Mi alimento... ¡sangre! Mi sueño... ¡pesadilla!... Mi placer... ¡Ah! en el seno de las mujeres, en su grito de lujuria, sentía el hielo de mi madre muerta y el jadeo agonizante de mi hermano envenenado. ¡Malditas las mujeres de placer, áspides, medusas, murenas insaciables, perdición, perdición, mi perdición!
-No maldigas. Yo no te maldigo...
-¿No me maldices?
-No. ¡Lloro y cargo sobre mí tu pecado!... ¡Cuánto pesa! Me quiebra los miembros, pero aún así lo abrazo estrechamente
para anularlo por ti... y a ti te concedo el perdón. Sí. Yo te perdono tu gran pecado.
Extiende Jesús las manos sobre la cabeza del hombre, que está sollozando, y ora:
-Padre, mi Sangre será derramada también por él. Por ahora, llanto y oración. Padre, perdona, porque está arrepentido.
Tu Hijo, a cuyo juicio todo ha sido remitido, así lo quiere!...
Permanece así durante unos minutos, luego se agacha para levantar al hombre y le dice:
-La culpa queda perdonada. Está en ti ahora el expiar, con una vida de penitencia, cuanto queda de tu delito».
-¿Dios me ha perdonado? ¿Y mi madre? ¿Y mi hermano?
-Lo que Dios perdona queda perdonado por todos, quienesquiera que sean. Ve y no vuelvas a pecar nunca.
El hombre llora aún con más intensidad y le besa la mano. Jesús lo deja con su llanto y vuelve hacia la casa. La mujer
velada hace ademán como de ir a su encuentro, mas luego baja la cabeza y no se mueve. Jesús pasa delante de ella sin mirarla. Ya está en su puesto. Empieza a hablar:
-Un alma ha vuelto al Señor. Bendita sea su omnipotencia, que arranca de las circunvoluciones de la serpiente demoníaca
a sus almas creadas, y las conduce de nuevo por el camino de los Cielos.
-¿Por qué esa alma se había perdido? Porque había perdido de vista la Ley.
Dice el Libro que el Señor se manifestó en la cima del Sinaí con toda su terrible potencia, para, valiéndose también de
ella, decir: "Yo soy Dios. Ésta es mi voluntad. Éstos son los rayos que tengo preparados para aquellos que se muestren rebeldes a la voluntad de Dios". Y antes de hablar impuso que nadie del pueblo subiera para contemplar a Aquel que es, y que incluso los sacerdotes se purificasen antes de acercarse al limen de Dios, para no recibir castigo. Esto fue así porque era tiempo de justicia y de prueba. Los Cielos estaban cerrados como por una losa que cubría el misterio del Cielo y el desdén de Dios, y sólo las saetas de la justicia alcanzaban, provenientes de los Cielos, a los hijos culpables. Mas ahora no es así. Ahora el Justo ha venido a consumar toda justicia y ha llegado el tiempo en que sin rayos y sin límites, la Palabra divina habla al hombre para darle Gracia y Vida.
La primera palabra del Padre y Señor es ésta: "Yo soy el Señor Dios tuyo".
En todo instante del día la voz de Dios pronuncia esta palabra y su dedo la escribe. ¿Dónde? Por todas partes. Todo lo dice continuamente: desde la hierba a la estrella, desde el agua al fuego, desde la lana al alimento, desde la luz a las tinieblas, desde el estar sano hasta la enfermedad, desde la riqueza a la pobreza. Todo dice: "Yo soy el Señor. Por mí tienes esto. Un pensamiento mío te lo da, otro te lo quita, y no hay fuerza de ejércitos ni de defensas que te pueda preservar de mi voluntad". Grita en la voz del viento, canta en la risa del agua, perfuma en la fragancia de la flor, se incide sobre las cúspides de las montañas, y susurra, habla, llama, grita en las conciencias: "Yo soy el Señor Dios tuyo".
¡No os olvidéis nunca de ello! No cerréis los ojos, los oídos; no estranguléis la conciencia para no oír esta palabra. Es inútil, ella es; y llegará el momento en que en la pared de la sala del banquete, o en la agitada ola del mar, o en el labio del niño que ríe, o en la palidez del anciano que se muere, en la fragante rosa o en la fétida tumba, será escrita por el dedo de fuego de Dios. Es inútil, llega el momento en que en medio de las embriagueces del vino y del placer, en medio del torbellino de los negocios, durante el descanso de la noche, en un solitario paseo... ella alza su voz y dice: "Yo soy el Señor Dios tuyo", y no esta carne que besas ávido, y no este alimento que, glotón, engulles, y no este oro que, avaro, acumulas, y no este lecho sobre el que te huelgas; y de nada sirve el silencio, o el estar solo, o durmiendo, para hacerla callar.
"Yo soy el Señor Dios tuyo", el Compañero que no te abandona, el Huésped que no puedes echar. ¿Eres bueno? Pues el huésped y compañero es el Amigo bueno. ¿Eres perverso y culpable? Pues el huésped y compañero pasa a ser el Rey airado, y

no concede tregua. Mas no deja, no deja, no deja. Sólo a los réprobos les es concedido el separarse de Dios. Pero la separación es el tormento insaciable y eterno.
"Yo soy el Señor Dios tuyo", y añade: "que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud". ¡Oh, con qué verdad, ahora, realmente lo dice! ¿De qué Egipto, de qué Egipto te saca, hacia la tierra prometida, que no es este lugar, sino el Cielo, el eterno Reino del Señor en que no habrá ya hambre o sed, frío ni muerte, sino que todo rezumará alegría y paz, y de paz y de alegría se verá saciado todo espíritu!
De la esclavitud verdadera ahora os saca. He aquí el Libertador. Yo soy. Vengo a romper vuestras cadenas. Cualquier dominador humano puede conocer la muerte, y por su muerte quedar libres los pueblos esclavos. Pero Satanás no muere. Es eterno. Y es él el dominador que os ha puesto grilletes para arrastraros hacia donde desea. El Pecado está en vosotros, y el Pecado es la cadena con que Satanás os tiene cogidos. Yo vengo a romper la cadena. En nombre del Padre vengo, y por deseo mío. He aquí que, por tanto, se cumple la no comprendida promesa: "te saqué de Egipto y de la esclavitud".
Ahora esto tiene espiritualmente cumplimiento. El Señor Dios vuestro os saca de la tierra del ídolo que sedujo a vuestros progenitores, os arranca de la esclavitud de la Culpa, os reviste de Gracia, os admite en su Reino. En verdad os digo que quienes vengan a mí podrán, con dulzura de paterna voz, oír al Altísimo decir en su corazón bienaventurado: "Yo soy el Señor Dios tuyo y te traigo hacia mí, libre y feliz".
Venid. Volved al Señor corazón y rostro, oración y voluntad. La hora de la Gracia ha llegado.
Jesús ha terminado. Pasa bendiciendo ...”