seculorum
252

LA PRESENCIA DE JESÚS ES RESURRECCIÓN Y VIDA ETERNA

Asistimos hoy a la tercera catequesis bautismal del ciclo A antes del Domingo de Ramos. De nuevo, la encontramos en el evangelio de Juan. Nos acercamos ya a la renovación de nuestras promesas bautismales en la noche de Pascua y al bautismo de los catecúmenos y este evangelio completa nuestro acercamiento al agua bautismal y a su significado. Primero, en el relato del encuentro de Jesús con la samaritana, reflexionamos acerca de que el bautismo es el agua que sacia toda sed espiritual del ser humano. La narración de la curación del ciego de nacimiento nos hizo meditar la semana pasada acerca de la luz bautismal, que nos borra los pecados y nos abre a la luz que Jesús nos da y recorre toda nuestra vida desde entonces. Hoy, episodio de la resurrección de Lázaro nos muestra que quien vive en la presencia de Jesús está viviendo ya la resurrección, la eternidad.

En el texto, Jesús recibe la noticia de la enfermedad de su amigo y se queda en el lugar durante dos días. Se pone en marcha al tercer día, referencia al día en que tiene lugar su resurrección. Tengamos en cuenta que se trata de un texto muy elaborado y que se redacta dos generaciones después de la muerte y resurrección de Jesús. Así, la resurrección del Señor recorre como hilo conductor de fondo todo el relato. Jesús, entonces, manifiesta que la muerte no va a ser el final de esa enfermedad, aludiendo, asimismo, a la resurrección de su amigo. Llega Jesús a Betania y Lázaro lleva ya cuatro días en el sepulcro. En la mentalidad semítica, la muerte es definitiva después de tres días. Por eso Jesús resucitaría al tercer día, antes de que su muerte fuera definitiva. Sin embargo, el evangelista quiere resaltar que la muerte de Lázaro ya no tenía remedio. Según también la mentalidad de todos los personajes de la narración, pasado el tercer día en el sepulcro, el muerto debe esperar al final de los tiempos para resucitar. Marta ha ido hacia Jesús (actitud dinámica) pero María se ha quedado en el duelo judío (actitud inmovilista). Quien va a Jesús se tiene que definir ante él y escuchará de sus labios la buena noticia. El mismo diálogo que tuvo Jesús con la samaritana y con el ciego, es el que tiene ahora con Marta, pero referido a la resurrección (entonces estuvo referido al agua y a la luz). Marta dialoga con Jesús y le expresa su mentalidad: "Sé que resucitará en la resurrección del último día", Jesús le hace ahora su gran revelación: Marta está ante el que es la resurrección y la vida; está en su presencia, hablando con él. No debe esperarla, pues, para más adelante, pues ya la tiene delante en la persona de Jesús. Ahora Jesús, como en el bautismo, como con la samaritana y con el ciego, le hace confesar su fe: "¿Crees esto"? La respuesta de la mujer no solo da en el clavo, sino que constituye la intencionalidad central de todo el cuarto evangelio: "Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo". Solo Pedro daría una respuesta similar, tan completa a la identidad de Jesús. Ante la tumba de Lázaro, San Juan nos muestra en toda su crudeza la realidad humana del Jesús divino: Llora como cualquier otro mortal, conmovido por la muerte de un ser querido. Ante la orden de Jesús de retirar la losa, Marta se resiste a aceptar que la resurrección es cosa del presente estando con Jesús. "¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?" es la réplica de Jesús. Su oración al Padre explica el sentido de lo que va a realizar: "Para que crean que tú me has enviado". Jesús llama al muerto y el muerto, vivo, sale de su tumba. Esto lleva a creer en él a muchos de los que estaban acompañando a María en su duelo. De nuevo, pues, la conversión tras la acción de Jesús.

El episodio de la resurrección de Lázaro nos habla, pues, de que aquel que tiene fe en Jesús, no muere. La muerte no existe para él. La muerte es visible para los que quedan aquí, para los que no creen en Jesús, pero no interrumpe la vida del que cree en Jesús, pues vive ya en presencia de la resurrección y de la vida, en presencia suya. Habiendo sido bautizados y creyendo que Jesús es el Hijo de Dios, esta vida que vivimos ahora forma parte ya de la vida eterna; esta vida no se interrumpe por la muerte; la muerte solo nos transforma y nos lleva a la plenitud, pero no acaba con nuestra vida ni por un momento. Jesús trastoca la mentalidad de quienes creen que es necesario esperar al final de los tiempos para resucitar. El que cree en Jesús ya vive en la resurrección, en la vida eterna y resucitada.

El próximo domingo entraremos ya en la Semana Santa. No perdamos de vista la renovación de nuestras promesas bautismales en la noche de Pascua. Recordemos entonces los pasajes evangélicos que la liturgia del ciclo A nos ha traído en estos tres domingos: el agua de la samaritana, la luz del ciego, la resurrección de Lázaro. La única condición para disfrutar de estos bienes espirituales es creer de corazón en la personalidad divina de Jesús, el Señor.


P. JUAN SEGURA.