Argentina: mientras el abortismo oficialista avanza, ¿las dirigencias claudican o son cómplices?
Por José Arturo Quarracino, 28 de enero de 2020Cómo ya es público y sabido, el gobierno argentino sigue impulsando sin prisa pero sin pausa el proyecto de legalización del aborto, que es una forma hipócrita o eufemística de expresar la legalización del asesinato del propio hijo, como lo es en realidad, y que podemos denominar legalización del genocidio prenatal, dada la cantidad de miles y de millones de niños por nacer a los que se les impide que lleguen a la existencia fuera del seno materno, en Argentina y en el mundo.
Ambas caracterizaciones criminales del supuesto “derecho al aborto” son innegables e indiscutibles. Por un lado se está en presencia de una verdadera locura, irracional al extremo, ya que se invoca un derecho -matar al propio hijo- que no existe en ninguna legislación internacional ni en la tradición jurídica universal. Por otro lado, que se trata de un genocidio lo reconocen la misma Organización de las Naciones Unidas, la multinacional Federación Internacional de la Paternidad Planifica y el estadounidense Instituto Alan Guttmacher, ya que informan que en los últimos años han sido asesinados anualmente 45-50 millones de niños antes de nacer (cf. www.guttmacher.org, marzo 2018).
Este siniestro proyecto fue de hecho el primer proyecto político impulsado por el actual presidente como prioritario, a pesar de que los gravísimos problemas económicos y sociales heredados de la administración gubernamental anterior eran mucho más prioritarios e impostergables. Como dijimos en una de nuestras notas anteriores, existe la fuerte sospecha que la urgencia en legalizar el genocidio prenatal ha sido una imposición del FMI, luego de las elecciones presidenciales a fines de octubre, a cambio de su apoyo a las medidas que iban a ser tomadas por el gobierno en los temas financieros, económicos, jubilatorios y presupuestarios, medidas que han recibido el respaldo explícito de las máximas autoridades del FMI.
En un artículo anterior, Argentina, el aborto avanza ¿mientras la jerarquía católica calla?, fechado el 12 de enero de este año, pusimos de manifiesto que hubo algunas desencuentros y discusiones entre el gobierno y la jerarquías católica y evangélicas sobre el mencionado proyecto, entre mediados de noviembre y fines de diciembre del año pasado, pero después de ello se entró en un período de “paz y armonía” entre el gobierno y las mencionadas jerarquías, que ha llevado a una situación en la que por un lado el gobierno argentino avanza con su proyecto, mientras que del otro lado no hay respuesta. Como si se hubiera hecho algún pacto, a cambio de algo que por ahora no se puede explicitar.
Muestra de esta diferencia de actitudes es el hecho que en la Nochebuena del 24 de diciembre el presidente Alberto Fernández concurrió a una parroquia popular de la ciudad de Buenos Aires a celebrar la solemne fiesta navideña, junto a uno de los obispos auxiliares de la arquidiócesis, monseñor Gustavo Carrara, el “obispo villero”.
Esta iniciativa pro genocidio prenatal pone en evidencia la esquizofrenia política que en este tema caracteriza al primer mandatario argentino: celebra la vida y promueve su eliminación a gran escala. Lo mismo hizo cuando visitó el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en México, al mismo que afirmaba en la Universidad Nacional Autónoma de México que “el aborto no tenía que ser considerado un delito, porque es un derecho de la mujer”.
Es a todas luces evidente que celebrar a Jesucristo, visitar un santuario marino e inmediatamente después promover la pena de muerte -a personas inocentes e indefensas- es esquizofrenia a la enésima potencia o hipocresía que tanto condena “de palabra” el presidente. Pero también pone en evidencia la pasividad con que la jerarquía episcopal argentina avala con su inacción y su silencio esta ofensiva abortista gubernamental, dejando correr el tema sin cuestionamiento alguno.
Pero la jerarquía no está sola en esta inacción y silencio ya casi rayanos en la complicidad. Tampoco se han manifestado ni opuesto abiertamente las jerarquías de otras confesiones religiosas, ni tampoco la dirigencia política oficialista y opositora, supuestamente contrarias a la demencial propuesta de legalización de la pena de muerte contra los niños por nacer.
Como lo hemos afirmado anteriormente, a esta altura a la jerarquía católica ni se le ocurrió poner a toda la Iglesia en oración, por ejemplo, a través de las Misas que día a día se celebran a lo largo y ancho del país. Ni tampoco se les ocurre convocar a militantes y organizaciones provida reconocidas para coordinar una estrategia común. Nada de nada. Tampoco a las otras jerarquías religiosas han manifestado algún tipo de iniciativa semejante: el proyecto de legalización avanza, mientras la dirigencia supuestamente contraria a este proyecto “hace la plancha”.
Ante esta inacción episcopal, el gobierno argentino dio otro paso más en su intención de legalizar el genocidio prenatal en Argentina, al dar a conocer su decisión de incluir en el proyecto de ley el apoyo del Estado a las mujeres que, a pesar de las dificultades que puedan afrontar, deciden llevar a término su embarazo, con la intención de obtener el apoyo de quienes están en contra de la legalización de ese crimen abominable, bajo la máscara de “política de salud pública más integral” que proteja a la mujer embarazada, en el contexto de la legalización del aborto. Así lo informó la periodista Maia Jastreblansky en una nota publicada el 19 de enero publicada en el diario La Nación, titulada “Aborto: el Gobierno amplía el proyecto para reducir resistencias” (cf. www.lanacion.com.ar/politica/el-gobierno-eva…).
Como se puede apreciar a través de una lectura atenta, se trata de un proyecto a gusto y piacere del consumidor: la mujer que quiere abortar, tendrá el apoyo del Estado; la mujer que quiere tener el hijo a pesar de las dificultades que pueda estar afrontando, también tendrá el apoyo de Estado. Es decir, para el progresismo abortista gubernamental, el Estado argentino puede estar al servicio de la vida y de la muerte al mismo tiempo.
Pero no hay mal que por bien no venga: lo que está reconociendo el presidente Fernández con este proyecto es que hasta ahora el Estado ha dejado y deja en el desamparo total a las mujeres que deciden ser madres a pesar de todos los obstáculos y problemas que pudieran estar afrontando. Sólo se le ocurre hacer que el Estado se ocupe de este problema, pero en el contexto de la legalización del genocidio prenatal.
Según la crónica arriba citada, fuentes oficiales aseguraron que “el Presidente ya les adelantó su idea a los obispos y que el tema se puso sobre la mesa con los representantes de las iglesias evangélicas”.
Frente a esta confirmación oficial del avance del proyecto genocida y esquizofrénico para obtener un apoyo amplio por parte de quienes se oponen a la pena de muerte, la dirigencia religiosa “ecuménica” en pleno no ha abierto la boca, más aún, deja que el tema avance sin ningún tipo de objeción u oposición, como si creyeran sus miembros que van a detener un avance de este tipo recurriendo a conversaciones reservadas o a sutilezas y picardías más propias de quienes quieren quedar bien con Dios y con el diablo que de auténticos pastores de la grey cristiana y del pueblo en su conjunto. Esta dirigencia “misericordiosa” y ahora “amazónica” parece sentirse superior a Jesucristo, quien no dialogó ni discutió “inteligentemente” con el padre de la mentira cuando quiso tentarlo en el desierto, a comienzos de su vida pública. En esa situación, Jesucristo resistió la tentación y la rechazó; por el contrario, los actuales “apóstoles” argentinos del Señor dialogan y confraternizan con quienes promueven una política totalmente antagónica no sólo a los principios y valores cristianos, sino también contraria a los valores y virtudes de la tradición histórico-cultural humanista de la humanidad.
Pero si en particular el Episcopado y las jerarquías vaticanas hacen silencio absoluto sobre este proyecto genocida, sí hablan y se pronuncian en forma reservada y mediante trascendidos off the record sobre las desprolijidades respecto al nombramiento de un nuevo embajador ante la Santa Sede, o sobre los problemas climáticos y medioambientales que aquejan a la comunidad argentina a causa de ciertos emprendimientos mineros y energéticos. Un episcopado meteorólogo.
En próximo viernes 31 de enero el presidente Alberto Fernández se encontrará con el papa Francisco en el Vaticano, lo que hace pensar a algunos que el tema será tratado en la reunión a solas que tendrán ambos. Pero dado los antecedentes públicos y oficiales sobre este tema por parte de las jerarquías vaticanas, todo hace sospechar que “no habrá olas” respecto a este tema.
Que el encuentro haya sido acordado en las últimas semanas y al mismo tiempo el presidente Fernández haya avanzado en su proyecto de legalización del genocidio prenatal da que pensar. Así como también da que pensar el anticipo hecho en noviembre del año pasado por el ahora diputado oficialista Eduardo Valdés, respecto al éxito del proyecto, porque ““el aborto en Argentina va a ser ley, que Francisco no va a estar de acuerdo pero no se va a oponer a ello”, porque “sabe que el mundo marcha en esa dirección” (cf. www.ambito.com/…/valdes-el-abort…).
En este sentido, existe la cada vez más firme convicción que el diputado Valdés se fue de boca y anticipó cuál habría de ser la estrategia y la táctica eclesiásticas frente al proyecto: una soft-opposition [una oposición suave] porque aparentemente el genocidio prenatal no sería un tema tan apremiante y prioritario como lo son el cambio climático, la lucha contra la pobreza o la inmigración masiva.
Es toda una paradoja que quienes critican de palabra con justa razón la cultura del descarte que promueven las políticas neoliberales no explicitan con claridad ni condenan con contundencia el genocidio prenatal legalizado que descarta anualmente en el mundo 55 millones de niños antes de nacer.
¿El obispo de Roma se opondrá con contundencia a este delirio imperante en el mundo y que ahora se pretende legalizar en Argentina? ¿O tendremos que resignarnos a ver en este siglo XXI una nueva versión de Poncio Pilatos lavándose las manos?